Piranesi, de Susanna Clarke

PiranesiSe hace difícil escribir sobre Piranesi tras la excelente crítica de Alfonso García en esta misma web. Ya he padecido este complejo otras veces, a priori (por eso no he publicado todavía reseña de Kirinyaga, de Mike Resnick, aunque lleva años casi terminada), y a posteriori (luzco con orgullo los hematomas de la enmienda a mi texto sobre El rito, de Laird Barron). Aun así mi empecinamiento y la riqueza de la segunda novela de Susanna Clarke han sido suficientes para vencer cualquier reparo. Sobre todo ha pesado esto último.

Quince velas hemos soplado desde la aparición de Jonathan Strange y el Señor Norrell, un lapso que a más de uno nos llevó a pensar en que, a pesar de las dificultades, estaba enfrascada en un nuevo novelón de la misma envergadura. Es necesario recordarlo, el libro de fantasía más importante de este siglo y el único capaz de entrar en disputa con Pequeño, Grande por el título de Suma Teológica de la Fantasía Moderna (aunque fracase por diversos motivos). La aparición de Piranesi resquebrajó en cierta forma estas expectativas. Es una narración de dimensiones más comedidas y una composición mucho más sencilla. Aunque después te invita a rascar bajo la superficie y te deja desnudo ante esos prejuicios.

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Oryx y Crake, de Margaret Atwood

Oryx y CrakeHan tenido que pasar 10 años para que una editorial retomara MaddAddam; la trilogía escrita por Margaret Atwood entre 2003 y 2013 cuya edición quedara inconclusa tras la publicación Oryx y Crake y El año del diluvio. Antes de traducir el inédito MaddAdam, Salamandra ha recuperando este verano los dos primeros volúmenes. Conviene recordar la excelente acogida entre el aficionado a la ciencia ficción del primero de ellos, una recepción que no se repitió con El año del diluvio, un poco por la curiosa concepción de esta novela sobre la cual ahora escribo. En Oryx y Crake Margaret Atwood carga el peso sobre la invención de dos escenarios bien delimitados en el tiempo y las relaciones causa-efecto. En ese contexto, la pequeña peripecia que comprende empieza y (más o menos) termina, con lo cual, sin más información, nadie puede aducir que se haya quedado colgado. Si a esto le añades los seis años transcurridos entre la traducción de este título y la publicación de El año del diluvio, la situación puede entenderse un poco mejor.

Aun a riesgo de repetirme, me ha sorprendido el peso que Margaret Atwood pone sobre la construcción del lugar narrativo. No tanto de los personajes y sus relaciones, sino sobre el escenario y su transmisión. Un aspecto crucial cuando estás ante una distopía y un postapocalíptico, las dos historias entrelazadas en Oryx y Crake, pero cuya relevancia es tan determinante que en muchos momentos el argumento se me ha antojado casi trivial. Además Atwood entrelaza una serie de ideas profundamente reaccionarias y perturbadoras en lo que se refiere a la relación del hombre con la tecnología y la naturaleza, y la ficcionalización de las tensiones de la sociedad occidental contemporánea, que siempre se sustentan sobre una elaboración concienzuda.

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Piranesi, de Susanna Clarke

Corría el año 2004 de nuestro Señor cuando Susanna Clarke irrumpió en el género fantástico como un Leviatán en una cacharrería con su extenso novelón Jonathan Strange y el Sr. Norrell, una fantasía de carácter extremadamente inglés sobre magos de la época georgiana, que, aunque construida con hechuras modernas, rendía entregada pleitesía a la literatura decimonónica anglosajona, algo que sin duda habrá hecho las delicias de los tres fundadores del steampunk. Personalmente, se trataba de una obra que tocaba varias de mis teclas; anglofilia literaria, mitología céltica y una fascinante exploración de una idealizada Inglaterra mítica, mágica y ancestral, de círculos de piedra, desolados páramos cubiertos de niebla, túmulos ominosos y secretos en el corazón del bosque. De cuando las fronteras con lo feérico eran extremadamente tenues para los habitantes de la aislada Albión y reinaba el pensamiento mágico no-racional que tan sólo sobreviviría posteriormente en organizaciones herméticas y esotéricas como la Golden Dawn. De este modo Jonathan Strange y el Señor Norrell se alineaba con esta tradición inglesa de cultivar el género explotando ese vínculo con lo oscuro y arcano que genera ese particular carácter loquérrimo y raro del fantástico que proviene de las islas. Eso que tantas alegrías nos ha dado a los señores mayores aquejados de anglofilia literaria desde que Los Cinco y el tesoro de la isla cayó en nuestras inocentes manos.

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El cuento de la criada, de Margaret Atwood

El cuento de la criadaAnte el estreno inminente de su nueva adaptación, donde a cada nueva promoción se intuye el cuidado puesto en su acabado final, no tenía sentido continuar dilatando el momento de acercarme a El cuento de la criada. Escrita en pleno auge del pensamiento neoconservador de los tiempos de Ronald Reagan, se ha vuelto a poner de actualidad tras el triunfo de Donald Trump en las pasadas elecciones de Enero. Su imagen de megalómano con mando en plaza, el grupo de extremistas de los que se ha rodeado, las ideas que han puesto sobre la mesa (suspensión de las ayudas a los centros de planificación familiar, destrucción de los avances en el derecho a una sanidad universal, el total desprecio por las evidencias científicas…), han llevado a un buen número de lectores a acordarse, entre otras, de esta novela escrita hace más de tres décadas.

En El cuento de la criada Margaret Atwood plantea un único escenario: la República de Gilead. Una región indeterminada de EE.UU. donde, después de un golpe de estado, se ha producido una regresión social de dimensiones ciclópeas hasta convertirla en un reflejo de la Nueva Inglaterra de los colonos puritanos. Además, tras diversas catástrofes ecológicas, la esterilidad se encuentra tan extendida como las malformaciones durante el embarazo. Un panorama donde el futuro de la propia humanidad parece amenazada. Fieles a las raíces evangélicas de su Estado, han encontrado el remedio a esta situación en un relato bíblico. Tal y como se solucionaba la esterilidad de Raquel y Jacob acudiendo a Bilhah, una esclava, para concebir los hijos de la pareja, en Gilead recurren a las llamadas criadas. Mujeres fértiles que en muchos casos ya han sido madres, aleccionadas en escuelas para cumplir en un único servicio a sus patrones siguiendo la máxima: de cada uno según sus capacidades; a cada uno según sus necesidades.

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Recomendaciones día de la lectura 2016

Día de la lectura

El sábado se celebra un evento marcado a fuego en el calendario por editoriales, autores y libreros: el día de la lectura. Una jornada en la cual los libros toman la calle para darse un pequeño y merecido baño de masas. Las novedades que apuntan hacia este momento son legión, preparadas para aprovechar el viento fresco de miles de compradores empujados por la efémeride, los medios de comunicación y el tradicional 10% de descuento.

Dispuestos a participar de la fiesta, hemos preguntado a un grupo de lectores sus recomendaciones entre libros de ciencia ficción, fantasía o terror. Para centrar esa tarea delimitamos la selección a una novedad, un clásico y un título “libre”, con flexibilidad en la interpretación de cada etiqueta. El resultado son 24 libros de muy diversa procedencia entre los cuales resulta fácil encontrar títulos tentadores para cualquier lector. Si alguien se siente atraído por nuestra propuesta y le apetece participar con sus sugerencias, los comentarios están abiertos. ¡Únete y añade tus recomendaciones!

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The Raw Shark Texts, de Steven Hall

The Raw Shark Texts

The Raw Shark Texts

«Lo primero es lo primero, no pierdas la calma…». Éste es el consejo que, desde la portada de su debut novelístico, le da el autor británico Steven Hall a Eric Sanderson, personaje principal de The Raw Shark Texts, surrealista cóctel de tecnothriller y fantasía trufado de referencias a la cultura popular, particularmente del cine y la literatura.

La historia comienza con una escena que recuerda poderosamente a la película Memento, con un Eric Sanderson que se despierta un buen día sin saber dónde está ni quién es, desaparecidos sus recuerdos. El lector no tarda en intuir que esta situación quizá no sea tan inusitada, después de todo, pues el desmemoriado Sanderson pronto habrá de toparse con una serie de pistas, en forma de cartas y paquetes, que le ayudarán a comprender el porqué de su amnesia… pistas dejadas por alguien que firma como el «Primer» Eric Sanderson.

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El misterio del príncipe, de J. K. Rowling

El misterio del príncipe

Es curioso observar como el fenómeno Harry Potter ha sido juzgado más bien por una serie de cuestiones extraliterarias que por sus propias virtudes como obra narrativa. En efecto, la mayoría de los periodistas y críticos que se han acercado a esta saga han resaltado, especialmente, el hecho de que haya conseguido enganchar a la lectura a una generación que muchos dábamos por perdida para esto de los libros. A partir de ahí, el debate parece que se ha centrado en si realmente era bueno que nuestros tiernos infantes cayesen en la garras de la literatura fantástica y en esa línea ha habido opiniones para todos los gustos. Desde defensas tibias (“por lo menos leen”) hasta gestos de auténtico horror.

Como mucho, Harry Potter parece que ha sido considerado una herramienta útil para que el lector joven llegue a otros sitios, un rito de iniciación antes de entrar en las cosas que de verdad uno tiene que leer.  Y, sin embargo, muy poca gente ha analizado si los libros de J. K. Rowling son buenos por sí mismos, no como herramientas pedagógicas o como extraño misterio mediático sino como artefactos literarios. Y creo que esto se debe a que muchos de los que han llenado páginas de periódicos y tertulias radiofónicas con el tema no se han leído realmente la saga. Sinceramente, dudo mucho que lo hayan hecho. Y a este respecto una anécdota que oí hace unos meses en un programa de radio. Se hablaba sobre posibles lecturas para el verano y alguien menciono, para los más jóvenes, los libros de Potter. Todo el mundo estuvo de acuerdo pero, rápidamente, alguien afirmó: “la verdad es que el bueno es el primero, los demás son meras explotaciones de ese éxito”. Y ahí es cuando estuve a punto de salirme de la carretera –cosas de escuchar la radio sólo cuando conduzco– porque –a pesar de que el resto de los tertulianos asintieran gravemente– es justo lo contrario. Los dos primeros libros de la serie –La piedra filosofal y La cámara secreta– son los más flojos, mientras que los volúmenes tres y cuatro –El prisionero de Azkaban y El cáliz de fuego– son los dos más conseguidos hasta el momento. En fin que en este país, como siempre, nos encanta hablar de lo que no sabemos.

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Jonathan Strange y el Señor Norrell, de Susanna Clarke

Jonathan Strange y el Señor Norrell

Jonathan Strange y el Señor Norrell

Inglaterra misma fue modelada por la magia. Nombres como los de Gregory Absalom, Paris Ormskirk o Martin Pale aún son recordados como algunos de los magos más notables del glorioso pasado británico. Pero sobre todos ellos destaca la figura de John Uskglass, el Rey Cuervo, personaje casi mítico, tres veces rey –en Inglaterra, el país de las hadas y el Infierno– y auténtico padre de la tradición mágica de las Islas, cuya alargada sombra aún planea sobre el país siglos después de su desaparición.

Sin embargo, recién comenzado el siglo XIX, todo eso parece ya cosa del pasado; los únicos magos que aún se consideran como tales en estos días son simples estudiosos de la teoría, convencidos de que la práctica mágica ya no es posible hoy por hoy, o bien vulgares estafadores tan falsos como sus supuestos poderes. Esto es hasta que la magia, la verdadera magia, regresa inesperadamente al Reino Unido en la persona de Gilbert Norrell, un solitario erudito de York que demuestra ser capaz de obrar prodigios como los de los hechiceros de antaño. La creciente fama de Norrell pronto le llevará a ponerse al servicio del gobierno de la nación, en guerra con Francia, y a utilizar su nueva posición para disolver sociedades mágicas, perseguir impostores y, en general, asegurarse de que nadie pueda amenazar su posición como único mago en activo.

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