Se hace difícil escribir sobre Piranesi tras la excelente crítica de Alfonso García en esta misma web. Ya he padecido este complejo otras veces, a priori (por eso no he publicado todavía reseña de Kirinyaga, de Mike Resnick, aunque lleva años casi terminada), y a posteriori (luzco con orgullo los hematomas de la enmienda a mi texto sobre El rito, de Laird Barron). Aun así mi empecinamiento y la riqueza de la segunda novela de Susanna Clarke han sido suficientes para vencer cualquier reparo. Sobre todo ha pesado esto último.
Quince velas hemos soplado desde la aparición de Jonathan Strange y el Señor Norrell, un lapso que a más de uno nos llevó a pensar en que, a pesar de las dificultades, estaba enfrascada en un nuevo novelón de la misma envergadura. Es necesario recordarlo, el libro de fantasía más importante de este siglo y el único capaz de entrar en disputa con Pequeño, Grande por el título de Suma Teológica de la Fantasía Moderna (aunque fracase por diversos motivos). La aparición de Piranesi resquebrajó en cierta forma estas expectativas. Es una narración de dimensiones más comedidas y una composición mucho más sencilla. Aunque después te invita a rascar bajo la superficie y te deja desnudo ante esos prejuicios.
En su texto, Alfonso hablaba de la imposibilidad de escribir nada más inglés que Jonathan Strange y el Señor Norrell. Una novela capaz de enhebrar los relatos de costumbres, la pasión por un pasado mitológico aparentemente perdido, gran parte de la imaginería gótica, las guerras napoleónicas y el diletantismo para conformar un texto que exuda Gran Bretaña y Romanticismo. Con Piranesi no llega a tal nivel (no llegaría ni envolviendo el libro con una sobrecubierta con la Union Jack), aunque el detector de albionismo suena con alegría. Toda la novela transcurre en una suerte de British Museum postextinción en el trámite de ser tragado por un océano cuyas mareas llegan cada vez más alto. Y en él Clarke pone en acción una historia de misterio esotérico cuya resolución guía a su protagonista, en la mejor tradición del ¿quién lo hizo?, con una amplitud difícil de prever. A la altura La Casa.
Así llama Piranesi a ese espacio inabarcable donde habita y en el cual emplea sus días en una serie de rituales. El más importante, investigar una construcción iterativa cuyas estancias están plagadas de esculturas de motivos mitológicos y se hallan conectadas por una serie de puertas que dificultan la orientación. Todo el edificio sigue al patrón de un laberinto. Durante sus expediciones, Piranesi ha observado una serie de regularidades que le llevan a predecir ciclos, caso de las tormentosas mareas que de higos a brevas irrumpen desde la planta más baja y pueden acabar con su vida. A pesar de este riesgo, La Casa le provee de todo lo necesario para su supervivencia, hasta el punto de convencerse de que cuida de él. Este relato le ocupa a Clarke el primer tercio del libro. Es la presentación de un lugar narrativo intrigante surgido del cruce entre el orden natural y el humano.
A través de las entradas que Piranesi deja en sus diarios, llegan unas descripciones cautivadoras: de las diferentes estancias en las que se vislumbran tanto los cielos de la planta superior como las aguas de la planta inferior; de la multitud de estatuas que dominan cada habitación; su respeto por los otros pobladores de La Casa: trece esqueletos que ha encontrado en varias habitaciones… y el Otro. La única persona viva de la que tiene constancia y con la que mantiene animadas conversaciones. Estos diálogos le ponen en contacto con una realidad ajena al determinismo en su visión del cosmos y a su afán documentalista. Es algo evidente en sus textos y en cómo explica la metodología que sigue para estructurar sus diarios, llevar la cuenta de los años… Ahí se vislumbran los primeros atisbos de que hay algo más de lo que parece. Señales que, una vez empiezan a acumularse, quiebran todo lo que Piranesi da por sentado.
Aquí es esencial la obsesión de El Otro con desentrañar los secretos que, según él, alberga La Casa. Pero no termina de explotar hasta la lectura de una serie de textos que abren a Piranesi a historias que desconoce. Algunas se refieren a otros personajes. Otras le atañen a él mismo. Todo ello pone de manifiesto las diferencias ya comentadas entre el estudio del mundo natural y el mundo humano; lo “sencillo” que es establecer conclusiones en el primero y lo complicado de atar cabos en el segundo cuando las realidades subjetivas chocan con la capacidad para fabular, recrear u olvidar. En este relato Clarke entra de lleno en la ruptura de la inocencia y una búsqueda de la verdad en la que se articulan la ciencia, la religión, la psicología y el arte.
Para acercarse a una aspiración de este calibre Susanna Clarke ha conjugado personaje y lugar; su arquitectura, sus habitantes, sus habitaciones… Una exploración multidisciplinar que aúna platonismo y gnosticismo, clásica en su esqueleto, y trazada de una manera artificiosa una vez que la lectura de los diarios dentro de los diarios se apoderan de la novela. Esta es, para mi, la mayor contrariedad de Piranesi. En los primeros capítulos había una promesa de descubrimiento, de un lugar de composición sencilla pero inabarcable, que a base de responder las preguntas a prácticamente todas las cuestiones despertadas de una manera tan monótona, devora una parte de su encanto. Aunque sigue siendo muchas cosas (historia sobre el potencial sanador de la fantasía, representación de muchas de las enfermedades del mundo moderno) se escora tanto hacia la banda del misterio modernista que, pudiendo ser el equivalente de fantasía de La investigación, termina satisfaciendo las dudas del lector al nivel de cualquier intriga de Agatha Christie. Estas concesiones no merman la importancia de una novela cuyas cualidades afilan otros sentidos y que sabe asentar su riqueza desde una simplicidad embriagadora.
Piranesi, de Susanna Clarke. Ed. Bloomsbury (Septiembre 2020).
Tapa dura, 272 pp, 21,75 €.
Ya tengo claro que este libro no es para mí. Lo he intentado 2 o 3 veces con “Jonathan …” y por otro lado “Pequeño, Grande” se me hizo insufrible. Definitivamente Piranesi no creo que sea de mi agrado.
Dale un tiento porque como dice Nacho en la reseña, es muy diferente a “Jonathan…”, mucho más comedida y efectiva. Y es entretenidísima de leer. A mí me gusta menos que “Jonathan…” porque el desarrollo me acaba resultando demasiado convencional, pero son gustos personales.
Muy buena crítica salvo el primer párrafo, que está lleno de chorradas sin sentido. A mí la novela no me convenció por eso mismo que dices, manejo de la intriga mediante recursos en exceso artificiosos y desarrollo demasiado convencional, pero tiene una cosa muy buena en la riqueza de los temas que plantea como también comentas, y es que al terminarla de leer me dije; “¡AQUÍ HAY RESEÑA DE LAS BUENAS!”.