La Nave, de Tomás Salvador

La navePara la ciencia ficción española, los años 50 suelen caracterizarse por la aparición de Luchadores del espacio, la colección de la Editorial Valenciana en la cual George H. White comenzó a publicar la Saga de los Aznar. Sin embargo, durante esa década también aparecieron dos novelas generalmente menos recordadas: La Bomba increíble, de Pedro Salinas, y La Nave, de Tomás Salvador. Sobre todo porque su influencia cabe calificarse de marginal. Para el Clásico o polvoriento del año pasado me leí la primera y este 2024 he hecho lo mismo con la segunda. Un suculento ejercicio de arqueología acrecentado con la edición de Reno que conseguí en su momento. Menos agradable que la última reedición por parte de Berenice en 2005 pero con ese punto retro que da la necesidad de tener cuidado para que no se te desmonte entre las manos el volumen y el papel oscurecido por el paso del tiempo; para que después me den la turra con el encanto del papel, como si la mayoría de ediciones en este soporte estuvieran pensadas para sobrevivir en el tiempo como si hubieran sido publicados por Gigamesh.

Mientras que la novela de Pedro Salinas tiene su origen en la invención de la bomba atómica y el pánico a un apocalipsis planetario, Tomás Salvador se sirve de otra idea fundamental en la ciencia ficción: la nave generacional, base de dos obras impresionantes aparecidas poco antes: Aniara, de Harry Martinson, publicada entre 1953 y 1956, y La nave estelar, de Brian Aldiss (1958). Aunque otros escritores habían cultivado antes el concepto, fue “Universo”, de Robert A. Heinlein, la historia que en 1941 marcó el devenir del concepto: por la popularidad de su autor pero, sobre todo, por cómo se acercó a la historia del viaje de cientos de años dentro de un vehículo donde la sociedad ha perdido la noción de su origen y ha involucionado a un estado pretecnológico. Una circunstancia esencial en las novelas de Aldiss y Salvador.

En su escritura, el autor de Los atracadores, El atentado y las historias de Marsuf prescinde del vuelo imaginativo de Aldiss, en aquella época en plena eclosión gracias a peripecias coloristas y vibrantes como Invernáculo, Los oscuros años luz o la propia La nave estelar. En contraposición, el escenario de La Nave resulta un entorno más gris, sin exotismos, muy apegado a la decadencia de la humanidad que se viera en La máquina del tiempo de Wells, con nuestros descendientes escindidos en dos castas en conflicto: los kros, que mantienen con dificultades la tecnología original y detentan un cierto poder, y los wit, que viven en los niveles inferiores, parte de los cuales mantienen con su trabajo el funcionamiento de la nave.

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Fracasando por placer (XLII): La estrella, ed. Caralt, 1978

La estrella logo

¡Una antología de ciencia ficción navideña! ¿No es maravilloso que pueda contribuir a estas fechas tan señaladas con algo tan superfluo y a priori poco interesante? Pero sí, Terry Carr tuvo a bien reunir nueve relatos de esta temática. Apenas un año después la editorial Caralt, la de los tres nombres escogidos aleatoriamente para adornar la portada, consideró una idea atractiva ofrecer tan jugoso producto a sus amables lectores. Y una década más tarde, lo adquirí por 45 pesetas en un gigantesco saldo con la práctica totalidad de la misma colección, que abarrotó estantes unos días en los hoy olvidados almacenes Simago: una suerte de pequeño Corte Inglés mierder para la gente de barrio (como yo) o pequeñas ciudades de provincias allá por los procelosos setenta y ochenta. Sí, fue un día feliz de mi vida, llevarme como treinta antologías de ciencia ficción a casa por menos de lo que hoy serían nueve euros. Y entonces hasta te regalaban la bolsa para trasportar el cargamento. Sí, por suerte he tenido a veces días más felices, cosas como éxitos laborales, viajes al extranjero, buenas compañías, vástagos y eso. No os preocupéis por mí, gracias por el interés, mi vida no ha sido friki full time. Pero ese día, cuando pasé por allí no sé a cuento de qué con 18 o 19 años, después de terminar mi jornada en un trabajillo de verano, fue lo suficientemente feliz como para que lo recuerde hasta hoy.

El caso es que el librito me ha acompañado cuatro décadas de peregrinaje por no menos de cuatro domicilios hasta que he reunido el valor de enfrentarme a él ahora, por aquello de las risas y las añoranzas. En justicia, creo que también lo fui posponiendo porque, una vez más, los cuentos más tentadores los había leído ya en otras partes. Y como casi siempre en estos volúmenes, lo desconocido es de menos categoría, por mucho que el solvente Terry Carr (del que ya he escrito aquí suficientemente) firme la selección.

Al menos en esta oportunidad la traducción es más legible que en otros volúmenes (aunque inferior al estándar actual), ya que firma Antonio-Prometeo Moya, que es un señor con alguna carrera literaria y traducciones finas posteriormente. Aunque tiene una entrada en Wikipedia de esas no wikificadas que inspiran ternura y suenan a llamamiento en petición de casito, con frases como «Moya no cree en la espectacularización de la cultura, es enemigo de premios, estrellatos y mitomanías, y vive alejado del circo literario». No haga como que huye, Antonio-Prometeo, que igual tampoco le persiguen.

En fin. Caralt, que solía hacer estas cosas, altera el orden de los cuentos en el volumen original para poner por delante «La estrella», de Arthur C. Clarke, que da título a su librito. Y creo que no es una buena decisión. Porque empezar una antología bastante flojilla con uno de los mejores relatos de la historia del género, así, con todas las letras, y lo digo recién releído sabiendo de antemano su desarrollo y presunto final sorpresa, sólo te lo puedes permitir cuando luego no vas a bajar el listón tantísimo y no va a quedar tan patente que el resto es una pendiente cuesta abajo.

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Bang, Bang, de Brian W. Aldiss

Bang, BangPuede que Bang, Bang (1977) no sea la mejor novela salida de la pluma de Brian W. Aldiss pero sí una de las que más me ha sobrecogido de todas las suyas que he leído. En realidad se trata de una novela más bien corta, lo que motivó que Ultramar la publicara en España junto a otro relato del mismo autor. El elegido fue “Donde las líneas convergen”, bastante menos impresionante que la novela que da título al libro. Cuando Bang, Bang hizo su aparición en las librerías tendría yo alrededor de veinte años y llamó enseguida mi atención ya que lo monstruoso, lo inaudito, lo anómalo tiene una fuerte atracción cuando somos jóvenes. Esa mezcla de repelús y de fascinación que nos provoca a esa edad es irrepetible. ¿Y puede haber algo más morboso y turbador que la historia de dos hermanos siameses? La novela estaba además escrita por Aldiss, del que había leído la estupenda Viaje al infinito (1958, traducida también como La nave estelar). Este libro había dejado en mí una huella imborrable unos años antes y creo que es uno de los que más influyó para que siguiera leyendo ciencia ficción.

El título de la edición en castellano, Bang, Bang, hace referencia al nombre del grupo musical al que pertenecen los dos protagonistas. No cabe duda de que Brothers of the Head, que es como Aldiss tituló la novela, además de ser mucho más ilustrativo y perturbador posee una fuerza de la que carece el título en español. Para ser justos debemos reconocer que hermanos de cabeza no suena muy bien en nuestro idioma. La novela cuenta el auge y declive de dos hermanos, Tom y Barry, unidos por debajo del hombro y la cadera.

Crecían juntos como crecen dos árboles donde sólo debería haber uno, con las ramas irremediablemente entrelazadas, deformándose mutuamente.

Roberta Howe reconstruye la vida de sus hermanos a partir de su propio testimonio y del de otras personas que los conocieron. Estos retazos de diferentes épocas de la vida de Tom y Barry además de la transcripción parcial de una entrevista realizada para la radio al manager del grupo nos proporcionarán una idea vaga pero enormemente sugestiva de lo que pasa por sus mentes. La historia comienza con la llegada del abogado de un productor sin escrúpulos a una tierra aislada por las mareas en la costa norte de Inglaterra llamada L’Estrange Head. El nombre escogido por Aldiss para el lugar en el que viven los dos hermanos junto a su hermana y a su padre no parece casual. El abogado viene a llevarse a Tom y Barry a Londres donde serán instruidos en música para que luego formen parte de una banda pop. Su padre con tal de librarse de ellos y de sus peleas continuas firma el contrato. Se los han «comprado», reconoce. En ese desolador paraje rodeado de marismas, azotado perpetuamente por el viento harán por primera vez su aparición en escena los dos hermanos siameses. Es entonces cuando descubriremos que en realidad no son dos, que existe una siniestra tercera cabeza que surge del hombro izquierdo de Barry.

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Mis cinco libros de ciencia ficción (7)

Galaxias como granos de arena¿Por qué la ciencia ficción? De vez en cuando me pregunto por los motivos que provocaron mi acercamiento a este género, que haya leído cientos de libros de él desde hace más de veinte años. Creo que primero me atrapó el enfoque más espectacular y luego me ha mantenido cerca su capacidad para explicar nuestra realidad sin necesidad de agarrarse a las inflexibles reglas (físicas y de perspectiva) que asfixian a la mayoría de historias. Esto último también influye en que cuando hable de mis libros favoritos no señale los más clásicos ni me quede con los que quizá son indiscutibles, sino con los que más me marcaron.

Cuando he presentado novelas me han preguntado en varias ocasiones si me considero un escritor de ciencia ficción. La respuesta es que no, creo que hay autores de literatura realista que me han influido tanto o más y no pienso solo en este género, pero siempre añado que soy un lector de ciencia ficción y eso influye en mi forma de escribir y ver la realidad.

Elegir cinco libros de género es difícil: ¿en qué me baso si cada día puedo cambiar mis favoritos? En fin, vayamos con una selección que tiene sentido en este momento, pero tal vez en otro cambiaría algunos títulos, o la vara de medir.

El hombre en el castillo, de Philip K. Dick (1962)

Philip K. Dick es el autor del que he leído más libros y desde que empecé con él me ha obsesionado por muchos motivos. No consigo encuadrar sus obras en un estadio concreto. A pesar de sus múltiples descuidos y vicios, en su narrativa late un genio al que no supo cuidar y la evidente imperfección de su extensa obra es lo que ha ocasionado que nunca me aparte de su narrativa. El hombre en el castillo no es su novela más redonda ni entretenida, pero creo que en su estructura se concentran gran parte de las inquietudes y pensamientos de Dick. Comprendo la situación de los personajes en la historia, pero ¿por qué esta tristeza que nunca se consuela? ¿Quizá porque la vida y la realidad son accidentes sin respuesta? Dick fue un hombre perdido y sus personajes siempre lo son. En esta novela también hay una gran ucronía, un inteligente juego narrativo y algunos tramos de alta literatura, pero, ay, me quedo con los personajes.

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El programa final, de Michael Moorcock

Siempre me ha resultado curiosa una opinión muy extendida sobre la figura de Michael Moorcock, me refiero a esa imagen de “Moorcock el garbancero”, un tipo capaz de escribirse en dos días una novela sobre torturados antihéroes albinos (que detestaba), para pagar las enormes deudas generadas por la revista New Worlds gracias a su pésima gestión financiera. Sin embargo, y sin negar que pudiera haberse ganado a pulso cierta reputación, la influencia de Moorcock en la ciencia ficción resulta capital; carismático y entusiasta, fue capaz de convencer y animar a diversos autores británicos (y más tarde norteamericanos) para embarcarse en la misión de demoler y transformar la ciencia ficción anglosajona que predominaba en aquella época de mediados/finales de los años cincuenta del s.XX, es decir, una serie de narraciones escritas de la forma más funcional posible, al margen de la modernidad literaria y cultural de su tiempo, en las que héroes positivistas superaban una serie de obstáculos para reafirmar la idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y si no, ya lo arreglaremos gracias a la tecnología (generalización injusta quizá, aunque cuando uno es joven y se rebela contra sus mayores no suele reparar en matices). El resultado fue un movimiento literario conocido como New Wave y su órgano propagandístico, la revista New Worlds, una publicación de papel cochambroso que comenzó distribuyéndose junto a revistas porno, y que, guiada por un afán destructivo y plagado de episodios psicóticos, consumo de drogas, obligaciones familiares desatendidas, acreedores violentos, frustraciones sexuales, caradura sin límites y estrecheces financieras, fue el inicio de un largo camino que, desbrozado por autoras y autores posteriores, ha acabado por convertir a la ciencia ficción en un género lo suficientemente elástico como para albergar todo tipo de inquietudes e intereses temáticos y estéticos, completamente normalizado e integrado tanto en el mainstream como en la “alta cultura”.  Sigue leyendo

Fracasando por placer (XXVIII): The Magazine of Fantasy & Science Fiction, octubre de 1969. También Ciencia Ficción, Selección 20, Bruguera, 1976

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Ya he explicado varias veces que no me parece que pueda considerarse que la Edad de Oro de la cf se sitúe en los años cuarenta, como ha sido el convencionalismo impuesto durante décadas. En años sucesivos, la práctica totalidad de los mejores autores anglosajones de esa primera época publicaron buena parte de sus obras más destacadas (Sturgeon y Heinlein en los sesenta, Asimov, Pohl y Clarke en los setenta), a la vez que se consolidaban como figuras también los mejores de los aparecidos en los cincuenta (Silverberg, Dick, Ballard, Aldiss), y los posteriores se encontraban en una prematura plenitud (porque Le Guin, Zelazny, Disch, Delany, Niven o Tiptree nunca superaron el nivel de sus primeros quince años de carrera). Aunque el final de los ochenta y comienzos de los noventa presenció la hegemonía de una nueva aristocracia (Gibson, Willis, Robinson, Vinge…) posiblemente nunca como en ese periodo entre 1965 y 1980, aproximadamente, se produjo un cruce de talentos generacional tan importante dentro del género.

Y así podían producirse fenómenos como que The Magazine of Fantasy & Science Fiction se marcara un número de aniversario con un cartel como este: Asimov, Bradbury, Dick, Sturgeon, Aldiss, Ellison, Zelazny, Niven y Bloch. Creo que ningún número de revista en la historia del género ha presentado una alineación tan poderosa, ni siquiera la propia F&SF cinco años después, cuando en sus bodas de bronce incluyó algunos nombres para mí de menor interés como los de Anderson, Dickson, Merrill o Bretnor. Si bien ese 25 aniversario entraría a la historia quizá más que este número que vengo a comentar por distintas razones: un Hugo para Ellison, el maravilloso “Tam, mudo y sin gloria” de Frederick Pohl sobre notas de Cyril Kornbluth (uno de los mejores relatos poco conocidos de la historia del género, para mí), y un cuento infame de Dick que sus seguidores preferimos olvidar, “Las prepersonas”, que generó gran polvareda al hacer montar en justa cólera a Joanna Russ, entre otras. Pero esa es una historia para otro día.

No había conseguido este número del 20 aniversario hasta hace muy poco, en perfecto estado con su cubierta negra mate y su papel de mala calidad, pero en la compra me cegó su fulgor: todos los cuentos están en el número 20 de las selecciones de Bruguera, salvo el de Bloch, que apareció en el último número (el 4) del extraño experimento de selecciones de fantasía que hizo la misma casa. Por tanto, había leído tiempo ha todos los cuentos. La razón de que me pasara inadvertido en detalle fue que, mientras el Selección 25 destacaba desde la portada que remitía al número aniversario correspondiente (del que se saltaban varios cuentos), en esta selección 20 sólo había una mención al detalle en la contraportada. El propio Carlo Frabetti, en el prólogo, anda bastante a por uvas soltando una perorata sobre la falacia de identificar progreso con calidad de vida, que es un tema que solo se toca en alguno de los cuentos incluidos. Incluso manda su típico mensajito izquierdosillo que yo compro como el rojete de cuarta categoría que soy, mencionando “la trama de intereses creados que desvían el progreso lejos y a menudo en contra del bien común”. El hecho de presentar el mejor sumario que había tenido nunca sus antologías no parece despertarle a Frabetti ni frío ni calor.

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Guía del usuario para el nuevo milenio, de J. G. Ballard

Guía del usuario para el nuevo milenioEn alguna ocasión me he preguntado si, leyendo una página de un libro, sería capaz de reconocer a su autor basándome en el estilo o su mirada a los temas tratados. Si más allá de las marcas argumentales y de trama, podría reconocer la personalidad de la escritura, esas características a las que aludimos los reseñistas y la mayoría de las ocasiones escondemos detrás de tres fórmulas generales. En mi caso, pecando de inmodestia, creo que sería capaz de reconocer la mayor parte de obras de J. G. Ballard. Además de tenerlo bastante leído, es de los pocos escritores del cual soy capaz de hacer ese ejercicio de síntesis estilística y temática. Aunque el Ballard de 1962 no es el mismo que el del año 2000, hay una serie de cuestiones que prefiguran sus inquietudes y visiones a la hora de escribir y terminaron configurando una literatura que, con mérito propio, se ha convertido en un calificativo (lo ballardiano) que trasciende una serie de iconos que también se sienten suyos. Y no hay nada como coger este libro para comprobarlo.

Guía del usuario para el nuevo milenio es el típico popurrí de artículos donde se arrejuntan textos de diarios (The Guardian), semanarios (Sunday Magazine) o revistas (New Statesman o New Worlds). Hay desde reseñas de biografías (Elvis, Marqués de Sade) ensayos o películas, columnas de opinión (las de New Worlds son imprescindibles) y notas autobiográficas; las más interesantes, cómo no, sobre su vida en Shepperton y su infancia en Shanghái​, paisajes que han prefigurado el obsesivo imaginario del autor. Esta reunión no se ha hecho de cualquier manera: David Pringle colaboró con el autor de El mundo sumergido y Rascacielos para imponer la estructura y el orden necesario para afinar la realimentación de los más más de 100 artículos que contiene. Y esa división funciona muy bien. Si hay algún tema que se hace bola, se pueden ojear los siguientes textos, más o menos relacionados, y prescindir de algunos hasta encontrar un nuevo tema y continuar desde ahí. Pero lo más destacable es cómo, independientemente de que esté escribiendo sobre Nancy Regan, la obra de William S. Burroughs, las pinturas de Salvador Dalí, la Coca-cola-colonización o una exposición de fotografía bélica, su mirada se impone sobre cualquier otra consideración como si estuviera ante un encargo tan personal como relatar un viaje que hizo en los 90 a Shanghái para reencontrarse con su niñez.

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Mundo tenebroso, de Daniel F. Galouye

… y de un oscuro rincón de su espíritu surgieron recuerdos de las enseñanzas que recibiera de niño:
¿Qué es la luz?
La luz es un Fulgor.
¿Dónde está este Fulgor?
Si no fuese por la maldad humana, el Fulgor reinaría por doquier.
¿Podemos tocar u oír el Fulgor?
No, pero en la otra vida lo veremos.

Mundo tenebrosoEl mundo de Jared y los suyos nunca ha visto la luz del sol. Desprovista de su auténtico significado la luz se ha convertido en objeto de culto y veneración. Allí, rodeados de una oscuridad permanente, con la «Radiación» acechando en cada galería, sobreviven él y su tribu sin ser en ningún momento conscientes de que las Tinieblas les acompañan. En ese mundo subterráneo conformado únicamente por olores, tacto y sonido encuentran consuelo en los consejos del Guardián del Camino y en las oraciones con las que pretenden alejar de sí las Tinieblas. Jared, sin embargo, es un afortunado ya que posee un oído mucho más fino que el de sus compañeros lo que le permite percibir detalles que otros no advierten. Es fácil reconocerlo por el modo en que hace entrechocar los guijarros que siempre lleva consigo y sin cuyo eco estaría ciego. El Nivel Inferior es su hogar donde el familiar repiqueteo del difusor de ecos se escucha hasta que por fin llega el período de sueño y es apagado.

No es un entorno que invite a vivir, además por si fuera poco Galouye añade otros peligros a este ya de por sí inhóspito mundo. Por un lado están los «soubats», una especie de murciélagos gigantes, por otro están los privilegiados «zivvers», capaces de orientarse sin la necesidad de ecos, con los que se enfrentan Jared y los suyos por las cada vez más escasas reservas de agua. Además, en los últimos tiempos unos nuevos monstruos han venido a complicarles aún más la existencia, unas criaturas pestilentes, a las que según Jared, acompaña siempre un doloroso ruido silencioso.

Con un argumento tan fantástico no es raro que un chaval de quince años candoroso como yo, que venía de leer Los tres investigadores o a Salgari, se quedara impactado. A esa edad las faltas de ortografía o los errores de traducción importan menos y si una frase resulta incomprensible, pensamos que es premeditado y se sigue adelante. Al extraer mi ajado ejemplar de Mundo tenebroso de la estantería lo he hecho con cierto miedo, como cada vez que se revisita un libro que nos encantó en nuestra juventud y que con toda seguridad hemos idealizado. Sin embargo, con sus fallos y teniendo en cuenta que ya no soy el muchacho impresionable de antes y de que muchas de las sorpresas que ofrece el libro se pierden en una segunda lectura, debo decir que la novela ha logrado atraparme e incluso maravillarme en ocasiones. Y es que más allá de la excitante aventura «pulp» de tipos con greñas saltando de roca en roca en taparrabos, Mundo tenebroso encierra una potente metáfora sobre la búsqueda del conocimiento, sobre las preguntas que nos hacemos desde que existimos. Jared no se contenta con las explicaciones que le han dado, piensa que la Luz y las Tinieblas son algo físico y no meras manifestaciones del bien y del mal por lo que se afana en buscar respuestas fuera de las vías oficiales y no le importa saltarse las normas establecidas.

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Fracasando por placer (XIX): Antologías que más o menos pretendían ser globales y/o definitivas

New Está lleno de estrellas

Voy a ir un paso más en el comentario previo acerca de esa obsesión por hacer antologías tan propia de la ciencia ficción, centrándome en las que se han consagrado a presentar el género en su conjunto. Hay unas cuantas. Supongo que por un lado tienen gancho comercial dentro, y por otro pueden atraer a algún curioso completista de fuera. El caso es que van unas cuantas, y aunque ya hablé extensamente de la que tal vez sea la primera, Adventures in Time and Space, permítaseme un repaso breve a todas las que poseo, que creo que podrá ser útil a algún lector con el mismo tipo de trastorno psicológico (en realidad, lo hago porque seguro que aparece alguien que conoce otras que me faltan), o bien para quienes vayan a escribir un ensayo para un medio generalista sin tener ni idea de la historia del género y quieran tener la honradez intelectual de informarse mínimamente leyendo alguno de estos tochos.

Excluyo de este repaso a las antologías muy limitadas de alguna forma (a un año, a una revista, a un premio, a una temática), para ir a las que se supone que han escogido a calzón quitado los mejores relatos de la historia, o de un periodo suficientemente amplio, al parecer del seleccionador. También me salto las que han sido bautizadas en español con títulos rimbombantes pero en realidad se corresponden a contenidos menos ambiciosos: el caso más notable es el de Los mejores relatos de ciencia ficción, prologados por Narciso Ibáñez Serrador, que tuvo varias ediciones en Bruguera y se correspondía a dos antologías de buenos cuentos escogidos por Groff Conklin, puestas una detrás de otra.

Y no, no las he leído todas enteras, pero sí son para mí un muy útil material de referencia, por supuesto. Las coloco por orden de publicación original, aunque en muchas ocasiones tengo ediciones posteriores. Me abstengo de mencionar la ocasional inclusión de Cordwainer Smith por no insistir siempre en lo mismo.

Prepárense para el chaparrón de namedropping, estimados amigos, porque esta vez va a ser de órdago.  Sigue leyendo

Pinceladas (I): La ballena dios, La nave estelar, Candyman y Muero por dentro

La ballena diosFrente a la digitalización del libro, la industria editorial tuvo que reinventarse. Y uno de los logros en ese terreno, uno de los más visibles, fue la proliferación de editoriales de vocación artesanal, conscientes de que un libro no es sólo lo que ocurre entre página y página, activado por la lectura, sino un objeto físico que hay que cuidar, que puede en sí mismo ser un atractivo. Las portadas actuales son delicadas y sofisticadas. Pero eso no es novedad; la ciencia ficción y otras literaturas tradicionalmente despreciadas siempre vieron en la ilustración de portada un lugar del objeto-libro al que dedicarle parte de sus esfuerzos, de sus mayores talentos creativos. Pienso, por pensar sólo en dos, en las portadas de Edaf, que oscilan entre lo muy bonito y lo encantadoramente cutre, o en las primeras ediciones de Minotauro. No me parece exagerar demasiado decir que algunas podrían exhibirse en las vitrinas de algún museo (de arte contemporáneo, por qué no). Una de las portadas más llamativas, en el mejor sentido, de Edaf, es la de la novela La ballena dios, de T. J. Bass. Otras portadas destacables de otras editoriales son las de La nave estelar, de Brian Aldiss, Candyman, de Vincent King, o Muero por dentro, de Robert Silverberg.

Larry Dever, el protagonista de La ballena dios, queda inmóvil de cintura para abajo. En el mundo futuro en el que vive, consiguen adaptar los restos de su cuerpo a circuitos electrónicos, con lo que pasa a convertirse en un ciborg, y más o menos sobrevive en plenitud ayudado por la ciencia. Pero algunas de sus extremidades han perdido para siempre la capacidad de sentir, y prefiere que le congelen, como la leyenda dice de Walt Disney, hasta que la ciencia del futuro garantice una vida mejor. Le despiertan para colonizar un planeta lejano, pero han extraído de sus células un clon sentiente para hacerle de donante de todo aquello que perdió, pero él, terco y humano, prefiere seguir esperando en el congelador porque el clon moriría después de cumplir con las funciones con las que le crearon. Envían, así pues, al clon al planeta por colonizar, y Larry sigue durmiendo, expectante. Ahí se dispara. La formación de Bass como médico y biólogo se hace notar en todas las páginas de la novela, sin que interfiera en el ritmo de lectura. Su uso de la jerga y la indisimulable devoción con la que alude al gremio no son casualidad.

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