El fin de la muerte, de Cixin Liu

El fin de la muerteHacía tiempo que un libro de ciencia ficción no estimulaba tanto mi capacidad para la maravilla como (gran parte de) las últimas 200 páginas de El fin de la muerte. Lo que Cixin Liu muestra en su tramo final supera las contadas muestras imaginativas de las dos novelas anteriores, caso del momento en el cual los trisolarianos crean los sofones o despliega la teoría del universo como un bosque oscuro. Los destinos del sistema solar, los protagonistas y el mismo universo me parecen equiparables al festival de ingenio detrás de la historia de la civilización alienígena de Mountain; uno de sus relatos largos traducidos al inglés años antes de El problema de los tres cuerpos. Aunque, no extrañará a nadie, en las 500 páginas anteriores he chocado con varias fuentes de amargor y un cierto sopor. No abundaré en ellas; ya fueron suficientemente tratadas en mis reseñas de El problema de los dos cuerpos y El bosque oscuro.

En el sindios etiquetador de las redes sociales, las reseñas en los blogs y los textos de cubierta trasera, se llega a considerar la obra de Cixin como hard y nada me parece más errado. Aunque las ideas científicas y tecnológicas ocupan el núcleo de muchas de sus historias su manera de afrontar la narrativa huye del cuidado formal y la exploración rigurosa en los límites de la ciencia contemporánea. Sus especulaciones no se ciñen a las bridas de lo probable. A la hora de crear una visión holística del conocimiento humano Cixin opta casi siempre por dar rienda suelta a su imaginación y sitúa sus textos en la cercanía de la historia del futuro prima hermana de La odisea del mañana o, en una escala más mundana, las novelas de Luis Ángel Cofiño aparecidas en Espiral y Parnaso hace tres lustros. Aunque cualquier comparación, el uso de referencias para acotar su obra, es un apaño particularmente injusto con un escritor que dignifica el término ocurrencia. E, incluso, llega al extremo de pasárselo en modo legendario.

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Rosalera, de Tade Thompson

RosaleraDe la ciencia ficción se dice a menudo que es “la literatura de las ideas” y, ateniéndonos a este criterio, Rosalera (Runas / Alianza) es una novela sobresaliente. Ubicada en un escenario refrescante (la acción no solo transcurre en Nigeria sino que, para mayor gustirrinín del lector, en las primeras páginas se menciona como de pasada que los Estados Unidos, localización sempiterna del género, han “desaparecido del mapa”), y ambientada en un futuro próximo salpimentado con unas gotitas de ucronía (en 2012, un alienígena del tamaño de Hyde Park aterrizó en Londres), la primera novela del británico Tade Thompson —y primera entrega de una serie, la Trilogía del Ajenjo— es un bombardeo continuo de ideas estimulantes y ocurrencias asombrosas.

El protagonista del libro es Kaaro, un nigeriano de etnia yoruba que se ha convertido en “sensible” por la reacción de su organismo a la exposición de microorganismos alienígenas. Su condición le da capacidades telepáticas y le permite acceder a la “xenosfera”, una especie de plano virtual al que todos los humanos suben información de forma inconsciente, pero del que solo unos pocos —otros sensibles como él— pueden extraer datos. Kaaro vive en Rosalera (una ciudad con forma de rosquilla surgida en torno a una cúpula de origen extraterrestre que se abre periódicamente para liberar una sustancia con poderes curativos) y, además de poner sus habilidades extraordinarias al servicio de un banco (evitando que otros telépatas puedan acceder a los datos personales de los clientes de la entidad), trabaja para una agencia secreta del gobierno, la Sección 45.

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Realismo capitalista, de Mark Fisher

Realismo CapitalistaEn esa contienda de discursos y visiones sobre lo que es y lo que debería/podría ser la ciencia ficción, cotiza al alza la demanda de historias con una perspectiva optimista/positiva del escenario, de las relaciones entre los personajes y/o su desarrollo. Tras años de dominio del fin del mundo, el postapocalíptico o la distopía, se ha activado la demanda de narraciones que combatan ese pesimismo, no sé si sanadoras o terapéuticas. Sin embargo en esta búsqueda parece quedar fuera de cuestionamiento la realidad política, económica y casi diría social de nuestra civilización. El capitalismo se mantiene como ideología imperante y su presencia anega cualquier relato hasta el punto de construir un efectivo muro de contención que impide sobrepasarlo. Pensar en una sociedad libre de su influencia continúa fuera de la ecuación.

Esa prevalencia sistémica, cómo el libre mercado ha colonizado hasta el ámbito más insospechado de nuestras vidas, es el objeto de Realismo capitalista. Mark Fisher se apoya en ideas de Deleuze, Zizek, Jameson y otros filósofos marxistas para cartografiar esta tiranía, las armas de las que se ha servido para someter cualquier otro sistema y domeñar el panorama incluso hasta alentar iniciativas percibidas como anticapitalistas. Esta aparente contradicción, una de las numerosas incoherencias apuntadas por el autor de Lo raro y lo espeluznante caracterizada a través de un film como WALL·E, deja de serlo cuando Fisher profundiza hacia sus cimientos en un mesurado equilibrio entre filosofía, sociología, psicología y semiótica.

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Territorio Lovecraft, de Matt Ruff

Territorio LovecraftEl supremacismo anglosajón de H. P. Lovecraft es un tema ampliamente tratado. Lo que difícilmente podía pensar es que esta postura, más allá del terreno de la no ficción, sirviera de abono para una novela como Territorio Lovecraft, escrita hace tres años y recién publicada en España por Destino, con traducción de Javier Calvo. Matt Ruff se nutre de esa xenofobia, compartida por parte de la población blanca de EE.UU., y del pulp clásico de Weird Tales, para alimentar la maquinaria de un conjunto de historias entrelazadas que comparten personajes y acontecen en unos años 50 del siglo pasado cuando la mentalidad segregacionista estaba grabada a fuego en el ADN del país.

Además de la primera historia, “Territorio Lovecraft” es el epítome de las otras siete incluidas en el libro. Su protagonista, Atticus Turner, regresa a Chicago para encontrar que su padre se ha desplazado hasta un misterioso condado de Nueva Inglaterra particularmente hostil para los afroamericanos, empujado por descubrir el posible origen de la familia de su difunta esposa. Acompañado de su tío George y su amiga Letitia, inicia un viaje hacia el poblado de Ardham para caer en las redes de una logia de hombres blancos regentada por los Braithwhite, Samuel, el padre, y Caleb, su hijo, descendientes del hombre que a finales del siglo XVIII orquestó un macabro ritual durante el cual murieron todos los celebrantes. Este misterio, la salsa del pulp entre el horror y el weird, durante muchas páginas parece una cuestión menor si se lo compara con las muestras de racismo explícito e implícito a lo largo y ancho de la geografía de Territorio Lovecraft. Sigue leyendo

Fracasando por placer (I): Nueva Dimensión nº 98, 1978

 

The Marching morons

Durante años, tuve la intención de contribuir a elevar el debate en el fandom español a través de mis reseñas, de conseguir llamar la atención de contenidos interesantes que pudieran pasar inadvertidos. El número de lectores no ha crecido (sí el de participantes en ese debate, hasta generar un nivel de ruido abrumador), el nivel tampoco ha mejorado, y en líneas generales se puede considerar que mis intenciones no tuvieron éxito alguno. Quizá por eso dejé de escribir ese tipo de material sin proponérmelo, por pura pereza. Sin embargo ahora se me ocurre que quizá todo se resuelve tan sólo si abandono toda esperanza relevante, si asumo el fracaso. Así que la idea que arranco aquí es la de hacer reseñas de contenidos que leo por gusto (discutible), por mucho que esos materiales no le importen a nadie. Y aprovechar el tirón para contar cosas que quizá sí interesen a alguien, pero que desde luego no aportarán nada significativo.

Nueva Dimensión

Bien, mi elección totalmente aleatoria y carente de justificación es en esta ocasión la de uno de los números de la etapa de transición en la que Nueva Dimensión, la más longeva revista de ciencia ficción nunca publicada en España, estaba a punto de irse al garete. La distribuidora les había hecho un agujero importante. Domingo Santos seguía trabajando en una sucursal bancaria (se explica en el propio correo de la revista), mientras los otros dos integrantes del triunvirato fundador, Luis Vigil (que se escribe un editorialito contra la pena de muerte) y Sebastián Martínez, estaban totalmente en otras cosas. Parece ser que Carlo Frabetti y Augusto Uribe llevaban una notable porción del trabajo, y poco después Santos se quedaría como responsable a tiempo completo, aunque no borrara de la mancheta de crédito a sus viejos socios Vigil y Martínez.

Es, por tanto, un número un poco de retalillos. Fue recordado luego, sobre todo, por la inclusión de un texto que el doctor José Botella Llusía había publicado unos meses antes en El País. Botella, ex rector de la Complutense, fundador de la Sociedad Española de Fertilidad y tío de Ana Coffee With Milk in Plaza Mayor, tuvo la peregrina idea de mojarse con la cuestión de la disgenesia bajo el título «¿Vamos hacia una subespecie humana?». Con frases de tan rico sabor a turrón como «temo que una de las consecuencias negativas de la, por otra parte, necesaria limitación de los nacimientos, sea una proliferación de los subnormales». Lo cual viniendo de un señor que estudió en los años treinta en Alemania digamos que ya tal.

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La mucama de Omicunlé, de Rita Indiana

La mucama de OmicunléEs digno de estudio cómo el fandom, tan capaz de sobreprestar atención a novelas que apenas se ven en un puñado de librerías, pasa por alto otras como ésta, a mitad de camino entre la ciencia ficción y la fantasía, publicadas por editoriales de amplia distribución cuyos servicios de prensa y redes client… de colaboradores no abarcan su terreno. Una vez más hemos perdido la oportunidad de otorgar en tiempo y forma nuestro reconocimiento (reseñas, ¡premios!, ¡¡agasajos a su autora!!) a un libro que, con desparpajo, aúna el encanto del realismo mágico y la diversidad del cyberpunk de Mirrorshades (ése que cuesta ya reconocerlo como tal) para componer un excéntrico retrato de un país y los tiempos que nos ha tocado vivir. En menos de 200 páginas.

Lo más convencional de La mucama de Omicunlé, y casi el único aspecto en que sigue algún tipo de fórmula, está en su estructura: Rita Indiana secuencia una serie de historias cuya congruencia, al principio en cuestión, se sustancia con cada nuevo capítulo. Su primera protagonista, Acilde, es la mucama de Esther Escudero. A mediados de la próxima década, Acilde se prostituía en las calles de Santo Domingo para reunir dinero y pagarse un cambio de sexo gracias al Rainbow Bright; un tratamiento bioquímico que mutará su cuerpo y la transformará en un varón. Así conoció al marido de Esther quien contrató sus servicios al confundirla con un chico y la terminó llevando a su mansión para convertirla en su criada. En la vivienda descubre un cuarto donde se custodia un ánfora con una exótica anémona en su interior, vestigio de una especie extinta tras la catástrofe ecológica que asola los mares y, básicamente, todo el planeta. Un recurso sobre el cual Acilde y su compinche Morla ponen su mirada para hacer fortuna.

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El cielo es azul, la tierra blanca, de Harumi Kawakami

El cielo es azulHace ya muchos años pasé por una fase de adicción a todo lo que por aquel entonces pensaba que era Japón: Kurosawa, el manga y el anime, el idioma (breves escarceos sin oficio ni beneficio), su cultura e historia, los samuráis… tópicos recurrentes para un freak en ciernes. La cosa quedó ahí hasta que, bastante tiempo después, vi Hiroshima mon amour y experimenté esa sensación de extrañamiento que supone acercarse a la realidad desde otro ángulo, prestando atención a detalles antes inadvertidos pero que siempre han estado ahí. Un nuevo mirar, buscando mi lugar en el mundo. La adolescencia quedaba atrás.

Centrado sobre todo en sus letras, grandes desconocidas hasta ese momento, fui retomando el acercamiento a Japón por caminos alternativos, totalmente distintos a la par que complementarios. A día de hoy la trayectoria no es muy larga, aunque tampoco puede decirse que sea un neófito. Y en esas sigo, cada vez más fascinado por una literatura que a menudo aborda temas universales —el amor, la familia, el paso del tiempo, la memoria, las ausencias— de una manera transparente y muy lírica, y que me gana sobre todo por su forma de narrar. La ficción se concibe como una ventana abierta a la vida por la que asomarse y mirar libremente, en contraposición a la más rígida estructura de inicio, nudo y desenlace a la que estamos acostumbrados por esta parte del globo y en la que nada queda sin explicación. Claro está que tirar monte a través puede desorientar incluso al viajero experimentado. No hablemos ya del talento que requiere abordar lo cotidiano con tanta sensibilidad; de lograr, sin caer en paroxismos, capturar lo etéreo y lo sublime en la superficie de las cosas más mundanas. En mi humilde opinión, se trata de un tipo de literatura para adultos que demanda un bagaje vital importante y exige al lector algo a cambio. Esto, que a muchos puede parecer un absoluto tostón, a mí me hace sentir (por expresarlo de algún modo) satisfecho y privilegiado, y sin lugar a dudas constituye una de las principales razones por las que disfruto tanto cada vez que me asomo a un libro de autores como Kawabata, Mishima, Dazai o Kunikida, por citar algunos. A la lista viene a sumarse de manera obligada Hiromi Kawakami.

El cielo es azul, la tierra blanca (o El maletín del maestro, si traducimos literalmente el original) es su obra más conocida y recibió el Premio Tanizaki en 2001. La edición española toma por título un verso de una canción popular japonesa que aparece en la novela, utilizando como cebo el lema “Una historia de amor”[1]. Este idilio tiene como protagonistas a una mujer bien entrada en la treintena y a su antiguo profesor de japonés, que casi la dobla en edad. Por su estilo contemporáneo, que tiende vías entre las tradiciones oriental y occidental, es una lectura muy accesible y altamente recomendable para aquellos que, como yo, han empezado a transitar el maravilloso mundo bajo el sol naciente.

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