(Algunas de) Las últimas novelas de Christopher Priest pueden tomarse como una pequeña cruzada escéptica, una censura a visiones dominantes de nuestro presente. No sólo tengo en cuenta An American Story, donde ponía en solfa la versión oficial del 11S. The Separation (El último día de la guerra) era un libro poliédrico que además de sumergirse en los momentos de cambio que dan lugar a las ucronías y la dificultad de conciliar las historias orales, sacudía la percepción de la Segunda Guerra Mundial como un acontecimiento granítico ocurrió-como-tenía-que-ocurrir. Hay más ejemplos.
Esta enmienda de la interpretación unívoca de lo factual no es fruto de una deriva hacia terrenos mcgufos, una candidatura para convertirse en colaborador recurrente del equivalente a Íker Jiménez en el Channel 4. Tiene más que ver con alejarse de visiones simplificadoras de los hechos, abrazar la complejidad de un presente en el cual se prescinde de todo lo que no concuerda con una versión, como si no existiera, para emitir mensajes rotundos, incontrovertibles, reduccionistas. Este propósito en su caso llega con un peaje potencial: quedarse en novela de tesis, o con varias tesis; un riesgo para el relato dramático a abordar. A través de la estructura, el tono, la voz, Priest lograba acomodar forma y fondo en sus grandes obras. Sin embargo, en los últimos años de su vida he percibido descuido en ese andamiaje. En demasiadas ocasiones los enigmas que se van resolviendo, lejos de ser transformadores, transmiten una excesiva finalidad didáctica/paternalista. A falta de leer Airside, su último libro publicado en vida, Expect Me Tomorrow vendría a ser el ejemplo más reciente.