Los empleados, de Olga Ravn

Los empleados, de Olga RavnQué ganas tenía de echarle el guante a Los empleados, de la escritora danesa Olga Ravn. Qué prometedor es el argumento con el que la editorial (ni más ni menos que Anagrama, esa que nunca defrauda) nos tienta en la contraportada: «extraños sucesos» empiezan a ocurrir en una nave espacial después de que ciertos «objetos» encontrados en un planeta inexplorado sean subidos a bordo y causen efectos inesperados en los humanos, nacidos y fabricados, que integran la tripulación. Al comprador indeciso se le deja caer, además, que el texto es «una reflexión sobre el sistema de trabajo, la explotación laboral, el control, las relaciones sociales y los roles sexuales». O sea: crítica social, marchamo de calidad y un punto de partida quizá no demasiado original, pero sin duda intrigante. ¿A quién no le va a gustar un imperio romano del siglo primero?

Ravn escribe muy bien: conjura imágenes de una fuerza tremenda (oh, esas pesadillas tripofóbicas) y es capaz como pocos de evocar experiencias sensoriales (gusto, tacto, olfato) a través de las palabras. Los empleados, sin embargo, ha resultado ser una decepción, quizá porque la danesa (a quien la pequeña biografía de la solapa presenta como «poeta y novelista», así por este orden) tiene mejor mano con la lírica que con la narración de historias. Yo solo sé que la novela se me caía de las manos por su vaguedad argumental y la ausencia de personajes, especialmente durante el primer tramo (más adelante la cosa mejorará ligeramente hasta desembocar en un lánguido final), y si pude llegar a terminarla sin excesivo esfuerzo fue —la longitud reducida también ayudó— gracias a su prosa suculenta y fascinante.

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Good News, Everyone! (Sobre Futurama)

Futurama

Supongo que lo mejor es ir al grano, y decir que Futurama es una serie sobre la soledad. Cargada de personajes, de explosivas aventuras puntuales, de largas sub-tramas de evolución paulatina que recorren grupos de episodios y hasta temporadas enteras, de personajes terciarios que aparecen, desaparecen, y vuelven a aparecer para saludar un día por sorpresa, en Futurama hay, también, escenarios y planetas recurrentes, enteras secuencias extemporáneas e historias paralelas que se entrecruzan, para matizarla, con la trama principal. Es una serie expansiva, de largo alcance, con sus desarrollos y sorpresas, pero todo, en Futurama, está teñido de la triste constatación de lo solos que estamos, de que nos vincula, paradójicamente, la soledad en un mundo acelerado.

Añadido a la abrumadora soledad de los personajes está el otro tema capital de la serie: la definitiva destrucción de la familia. A diferencia de Los Simpson, Padre de Familia o Padre made in USA, donde la historia gira siempre en torno a la casa y la familia, en Futurama los personajes se reúnen siempre en el lugar de trabajo, que es lo que les une y da razón de ser (con lo que se adjudica sólo al trabajo el factor que fomenta la socialización), y la familia, en cambio –simplemente– no existe. Hay, en la narrativa norteamericana, un reducto de autores que se ha dedicado con encono a la destrucción de la familia, y es ahí donde pertenece Futurama. El núcleo familiar, tan evidente en las otras series, ha desaparecido en favor de la soledad extrema: el mundo de Fry es mil años más antiguo que el que le rodea (aunque ello no le afecte demasiado); Leela es la única superviviente de una raza alienígena que desconocemos (para luego descubrir otras cosas que no desvelo); Bender es un robot incapaz de relacionarse con otros robots, que depende de sus amigos humanos para escapar de sus tendencias suicidas; el profesor Farnsworth[1] vive solo, con su amargura y sus rencores, y sólo tiene su empresa de mensajería, la Planet Express, de la que pocas satisfacciones humanas obtiene; el Dr. John Zoidberg es el único de su especie en la Tierra, y así se lo hacen sentir el resto de sus compañeros; la joven Amy Wong, natural de Marte, está perdida y acomplejada y aislada de sus privilegios; y Hermes es el único personaje donde vemos los restos de lo que podríamos llamar ‘familia’: un hijo repelente y una mujer que a la mínima que puede se va con el secundario Barbados Slim.

Todos están solos, y, lo que es peor, se sienten solos, incomprendidos. La sensación de pertenencia, de sentirse parte de una familia, la encuentran únicamente, y de manera precaria y superficial, en el trabajo. En ese sentido, el trabajo ha invadido el espacio íntimo de las personas, ha engullido y excretado lo que antes era espacio para la vida privada. En Futurama la compañía y la calidez del semejante son algo lejano e inaccesible.

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