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Relatos 1 BallardAlguna vez he escrito sobre mi frustración de no ver una colección espejo de Valdemar Gótica con un catálogo de ciencia ficción o, al menos, arraigar en varias editoriales una semilínea de clásicos más allá de los autores y los títulos de siempre. Varios motivos son difíciles de soslayar, caso de la necesidad de satisfacer los derechos de autor por su publicación cuando la muerte de muchos de los escritores de referencia se ha producido en tiempos relativamente recientes. Otros son menos entendibles, caso de la loa reiterada de los aficionados cuando se recupera una vez más un libro reeditado media docena de veces y el escaso eco cuando sucede con uno que apenas se había publicado previamente en una o, con suerte, dos ocasiones. Así, mientras que en el caso del terror se puede caminar por un canon más o menos asentado y disponible, en la ciencia ficción percibo dos realidades separadas: la de unas editoriales para las cuales la categoría de clásico se gana con la etiqueta de reimpresión y la de los aficionados que todavía buscan más allá del horizonte de la última década y mantienen el recuerdo de una ciencia ficción a la que apenas se puede acceder a través de librerías de ocasión o ePubs conseguido de aquella manera.

Alianza Editorial y su colección Runas han retomado la publicación de las obras de J. G. Ballard con nuevas traducciones después del colapso de la colección de RBA. Primero con Rascacielos (2018) y ahora con la publicación de este primer volumen con sus relatos completos, al que debería seguir el segundo y último volumen a comienzos de 2024. Estos relatos habían tenido dos publicaciones en España. Minotauro había editado la práctica totalidad en diferentes volúmenes entre los cuales se hace complicado navegar: primero las ediciones británicas y posteriormente las de EE.UU., en libros con títulos diferentes, con contenidos que requieren consultar la Tercera Fundación para trazar intersecciones. Todos ellos están bastante cotizados en el mercado de segunda mano.

Estos libros plantean otro problema al que, desde los umbrales de exigencia construidos con el progreso del mundo editorial, conviene tener en consideración. El estándar de traducción de Minotauro fue durante décadas el objetivo a alcanzar por el resto de ediciones de cf en español. Sin embargo, esto no es óbice para darse cuenta de lo que suponía cada uno de estos libros a medida que fueron reeditados. En sus créditos suele aparecer un equipo de traductores que, desde diferentes momentos y maneras de concebir su labor, convierten cada una de estas ediciones en una coral. Para que se hagan una idea, mi ejemplar de Playa terminal, de julio de 1987, está traducida por cinco personas: Francisco Abelenda (Francisco Porrúa), Alberto Vanasco, Aurora Bernárdez, Marcial Souto y Carlos Gardini. Los primeros vienen de revistas argentinas de los años 60 (Minotauro); la mayoría, de las ediciones de estos cuentos en varios libros de la década de los 70 (Entre 1972 y 1978).

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Relatos, 1, de J. G. Ballard

Relatos, 1, de J. G. Ballard

Al valorar la ciencia ficción escrita hace décadas es inevitable discutir su pertinencia; lo actuales que se sienten para nuestro presente sus historias, sus temas, sus desarrollos. De dicha percepción surge mi satisfacción con el éxito de la recuperación de Kurt Vonnegut en Blackie Books; me cuesta encontrar un autor que haya escrito mejor sobre el sinsentido de la existencia o la banalidad del mal. Lúcido, desarmante, doloroso, sus mejores novelas se han aferrado al público gracias a una estética asequible y un humor afilado; una cara ácida para un contenido pesimista, cruel con sus personajes y, en la proyección, con los lectores. Este es el arraigo por el cual continúa batallando J. G. Ballard en España a pesar de contar con unos argumentos al menos tan potentes como los de Vonnegut.

La equiparación no es gratuita. Vonnegut y Ballard quedaron marcados por sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial: el primero después de padecer el bombardeo de Dresde mientras era prisionero de guerra; el segundo por sus internamientos en campos de prisioneros japoneses en Shangai durante su adolescencia. Su intersección más socorrida para el fan de la ciencia ficción está en cómo proyectaron sus carreras desde las publicaciones de género y atravesaron los muros de un ghetto impenetrables para una multitud de escritores, anteriores, coetáneos, posteriores. Comparten más puntos en común, sin embargo, al menos en España, Ballard ha chocado en demasiadas ocasiones con una recepción entre la hostilidad y la incomprensión. Salvo por sus adaptaciones al cine, su eco se ha visto limitado a circuitos minoritarios a pesar de los esfuerzos de las editoriales que le han dado cobijo. Aquí entra el reto aceptado por Alianza por retomar la iniciativa que Minotauro abandonó hace casi 20 años: mantener su narrativa en las librerías. Un desafío ante el cual Emecé, Berenice, Mondadori o RBA terminaron entregando la cuchara.

Cuatro años después de Rascacielos, la colección Runas retoma la publicación de su obra con el primer volumen de sus relatos completos. Un libro en tapa dura que, como reafirmaré en un segundo artículo, cuando se complete con el siguiente volumen supondrá la mejor edición de sus cuentos en nuestra lengua. Para quien conozca su obra, es una oportunidad para deshacerse de la mayoría de los volúmenes viejos en el mercado de segunda mano. Para el lector que quiera tomar la temperatura de sus escritos, o tenderle de nuevo la mano tras sufrir con alguno de sus libros, es una cálida invitación. Desde su primer cuento, “Prima Belladonna”, despliega una multiplicidad de textos que, incluso en su etapa de búsqueda inicial, comienzan a asentar el arsenal de ideas, obsesiones, tratamientos, texturas, lugares que convirtieron su obra en uno de los hitos fundamentales de la literatura del siglo XX y lo que llevamos del XXI.

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La casa al final de Needless Street, de Catriona Ward

La casa al final de Needless StreetYa sea porque enmascaran los sucesos de forma deliberada o se sirven de una visión tan subjetiva que atempera cualquier atisbo de realidad consensuada, los narradores no fiables son un campo abonado a la incertidumbre y la sorpresa. También, dependiendo del horizonte de expectativas del lector y los artificios del narrador, tienen mucho de campo de minas. Un incesante tirar la soga entre lo que se calla y lo que se cuenta mientras se desarrolla una trama para mantener las expectativas en todo lo alto. Se podría abrir un debate alrededor de las trampas escondidas por el escritor en ese despliegue de medias verdades, acopladas a los inevitables giros y retruécanos de la trama. Ese striptease durante el cual lo que parecía B y después se asemeja a P, pasa por un prisma para revelarse como R y, tras la última metamorfosis, terminar en A. Una cadena que posiblemente salte el tiburón y después el megalodón. Un poco así me ha dejado esta novela de Catriona Ward.

Inédita hasta ahora en España, en La casa al final de Needless Street Ward aborda un tour de force de manual sostenido sobre la confluencia de varios narradores no fiables. El más relevante por espacio es Ted, un hombre con alguna enfermedad mental que se caracteriza a través de una serie de comportamientos y pensamientos extravagantes reflejados a través de su testimonio en primera persona. Ya en las primeras páginas, con el uso de ciertos tiempos verbales y sus recuerdos, son evidentes sus problemas para situar sucesos cronológicamente. Una condición agravada por una serie de lapsos durante los cuales no recuerda lo sucedido. A medida que se asienta el otro narrador principal, su gata, sus problemas de percepción se hacen cada vez más evidentes en consonancia con los propios del animal. Ambos testimonios se contraponen a un narrador equisciente que se alterna con ellos. Sigue a una joven que llega hasta este pueblo de la costa oeste de EE.UU. e indaga la desaparición de su hermana pequeña hace una década, según cree a manos de Ted.

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La chica oculta y otros relatos, de Ken Liu

La chica oculta y otros relatosKen Liu se ha convertido en uno de los autores más queridos y que más entusiasmo levanta entre los aficionados a la literatura fantástica. No es fácil encontrar críticas desfavorables a los libros que ha publicado. Su primera recopilación de relatos, El zoo de papel y otros relatos, provocó sobre todo elogios en las webs dedicadas al género fantástico y mereció el premio Locus a la mejor antología en 2017. ¿Cuál es el secreto para despertar tanto entusiasmo? ¿Un estilo sencillo y cercano que cala en el lector? ¿Unos argumentos rompedores? ¿Un punto de vista diferente al occidental? ¿O tal vez sea su habilidad para emocionar al lector? No lo supe entonces y ahora, después de leer La chica oculta y otros relatos, sigo sin tenerlo claro. Los relatos de ambos libros son perfectamente intercambiables, no detecto diferencias apreciables entre unos y otros ni en forma ni en contenido, si acaso puede que haya más ciencia ficción en este último.  A los que quedaron encantados con El zoo de papel no les defraudará La chica oculta y muchos de los comentarios que se escribieron para uno podrían servir para el otro. Pero no todo ha permanecido inalterado en este tiempo, yo no soy el mismo y Liu tiene su parte de culpa.

El primer relato del libro, “Días de fantasmas”, ha bastado para traer de regreso la misma apatía que sentí hace tres años cuando llegué a la mitad de El zoo de papel. Coincidió la lectura con un septiembre extremadamente caluroso que acrecentó aún más mi desgana. Eran demasiados relatos, quince en total y más de quinientas páginas. Cuando lo terminé me sentí como si me hubiera dado un atracón de merengues y de yemas de Ávila. Lo había olvidado por completo pero mi organismo, que tiene mejor memoria, sí se acordaba y ha puesto todo tipo de trabas fisiológicas para evitar que se repitiera el empacho. Así que puedo decir que Liu me cambió, aunque no en la manera en que cabría esperar. Pero volvamos al primer relato del libro que seguramente interesará más que los trastornos de mi metabolismo. Su argumento gira alrededor de unas monedas antiguas de bronce de la dinastía Zhou que han ido pasando de una generación a otra hasta acabar en un remoto planeta al que los humanos se han adaptado para sobrevivir. Se trata de una historia que transcurre en varias épocas y que sirve a Liu para poner en valor la diversidad. Es puro Liu, y en él podemos encontrar muchos de los elementos que caracterizan sus relatos: grandes dosis de sentimentalismo, asiáticos discriminados por razón de su raza, utilización profusa de las cursivas y una trama concebida con la clara finalidad de transmitir un mensaje.

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Planetas invisibles. I Antología de ciencia ficción china editada por Ken Liu

Planetas invisiblesEl fenómeno editorial detrás de los dos Lius, Ken y Cixin, lleva aparejado la traducción de literatura fantástica como no se había visto con otro país en décadas. Este pequeño acontecimiento es tan llamativo que ha propiciado la publicación de Planetas invisibles y Estrellas rotas, dos antologías de Ken Liu que ejercen de muestrario de la mejor ciencia ficción china contemporánea. La semana pasada Mario Amadas escribió sobre el volumen más reciente, Estrellas rotas. Aprovechando la ocasión me he leído el anterior, aparecido en EE.UU. en 2016; una selección con relatos de los diez años previos, con abundantes premios locales y algunas traducciones a EE.UU. más allá del omnipresente Cixin Liu. El mascarón de proa de una literatura en expansión del que Planetas invisibles recoge dos cuentos ya traducidos: “El círculo” y “Cuidando de Dios”.

Este último figuraba en el tercer volumen de Terra Nova. Frente a la perspectiva más seria de las novelas de Los tres cuerpos o la mayoría de relatos de La Tierra errante, “Cuidando de Dios” es una sátira de la colonización y la cuestión generacional; ese qué hacer con nuestros mayores cuando se jubilen. Ambas cuestiones se sustancian en una extravagante especie alienígena con apariencia de venerables ancianos que pasan por ser los creadores de la humanidad. Tras varias visitas a la Tierra para controlar el desarrollo de su experimento, han regresado a pasar sus últimos días con su “descendencia”. Debido a su número (dos mil millones de nada), cada familia terrestre se ve obligada a dar cobijo a uno o dos de ellos, con el problema que supone tanto individual (la convivencia no es sencilla) como globalmente (los recursos necesarios para hacerlo). Cixin desarrolla este choque mediante los conflictos de uno de estos señores con los miembros de su familia de acogida. Los disparates y la incomprensión a lo extraña pareja se suceden de una ligera amargura que ayuda en la digestión del deje parabólico. Esta faceta alegórica se complementa con “El círculo”, un cuento más didáctico sobre la construcción de una máquina de calcular en un entorno medieval que se acerca a la megalomanía de los grandes timoneles y cómo su obsesión puede ser el origen de su caída. Al igual que “Cuidando de Dios”, ya había sido traducido. Con alguna modificación, formaba parte de El problema de los tres cuerpos. Esta autonomía recién ganada le sienta bien al impulsar el aroma a cuento tradicional legendario.

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Estrellas rotas. II Antología de ciencia ficción china editada por Ken Liu

Estrellas rotasCoger Estrellas rotas –la segunda antología de ciencia ficción china publicada por Alianza, después de Planetas invisibles, es como hacer un viaje a tierras lejanas y desconocidas, donde encontramos imaginarios y atrevimientos característicos de nuestro género, pero con ese aroma de novedad y frescura que aportan las literaturas emergentes. ¿China? ¿Literatura emergente? Como veremos en los ensayos finales que cierran el volumen, a la ciencia ficción, en China, le ha costado abrirse paso y darse a conocer, le ha costado existir; ha crecido en un entorno que le era hostil, que tenía programas que cumplir en el teatro cultural, y donde nadie tenía tiempo para las desmelenadas invenciones de la ciencia ficción. Así en China como en España, vemos.

Preparada, prologada y, en su versión en inglés, traducida por Ken Liu, esta antología, que, como digo, es la segunda parte de un proyecto de representación que tiene, en total, casi mil páginas, es una puerta de entrada inmejorable a una realidad no anglófona que conviene dar a conocer, que ya es hora de que se propague. Los cuentos van precedidos de una pequeña nota biográfica de los autores, para que les pongamos cara y circunstancia, y una contextualización de sus aportaciones al género. En ese sentido, tanto el prólogo y las notas, como, sobre todo, los tres ensayos del final, contribuyen a la creación de una cartografía útil, precisa e iluminadora sobre una literatura que está despuntando en un género particularmente dominado, como sabemos, por la palabra anglófona. Me parece un gesto, el incluir tres ensayos en una antología de cuentos, por otra parte, brillante, atrevido: primero porque el ensayismo sobre ciencia ficción se tiene que reivindicar, tiene que haber más y el que hay tiene que ser más visible, y, segundo, por la necesaria función analítica e interpretativa (aparte de divulgativa), con la que cumplen siempre estos textos, sobre todo si hablamos de una literatura foránea que ni siquiera en su país, por la férrea estructura cultural a la que tiene que enfrentarse, ha tenido mucha visibilidad.

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La brigada de luz, de Kameron Hurley

La brigada de luzHace tres meses escribía sobre Las siete muertes de Evelyn Hardcastle, y la esmerada labor de Stuart Turton sobre su trama; una novela trazada en una pared, situando una línea temporal de varios metros de largo con una pléyade de personajes y sucesos conectados por una multitud de hilos para marcar el curso de una narración plagada de saltos adelante y atrás para dar forma a un particular continuo espacio-tiempo. Ahora mismo no se me ocurre mejor imagen para comenzar a escribir sobre La brigada de luz, la última novela traducida de Kameron Hurley. Supongo que para alejarme en un primer momento (después será inevitable) del gran lugar común a la hora de referenciarla: Tropas del espacio y la ciencia ficción militarista estadounidense. El recurso al viaje temporal se encuentra tan impreso en su ADN que en esta reseña voy a romper el tabú de entrar en temas de argumento más allá de lo superficial. Avisados quedan si tienen intención de saltar al siguiente párrafo.

Porque además de hablar de Tropas del espacio, La guerra interminable y La vieja guardia, hay otras historias de Robert Heinlein que merece la pena encuadrar en la reseña: Puerta al verano, “Por sus propios medios” y, sobremanera, “Todos vosotros zombis”. La brigada de luz se constituye como un gigantesca secuencia causal en la que el narrador termina atrapado. En principio condenado a experimentar una serie de sucesos desperdigados en el tiempo y en el espacio para, llegado un grado de comprensión, convertirse en el motor de sus decisiones en un momento donde la frontera entre predestinación y libre albedrío termina difuminándose. Este aparente giro no solo no supone un recurso injustificado sino que se realimenta con la historia bélica hasta el punto de convertirse en parte sustancial del novum de la historia.

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Cada corazón, un umbral, de Seanan McGuire

Cada corazón, un umbralEn la reseña sobre Agentes de Dreamland alababa la capacidad del escenario ideado por Caitlin R. Kiernan para acoger nuevos relatos. Este potencial inacabable para la autoexplotación, cómo el lugar narrativo permite a los creadores desarrollar más historias (nuevas, viejas, se verá con el tiempo) es una de las virtudes de estas novelas cortas que Runas está traduciendo para publicar en tapa dura. Desde luego me parece el principal valor de Cada corazón, un umbral, novela juvenil que presenta un mundo bastante sugerente en menos de 200 páginas sin, por ello, renunciar a la concisión ni a la autonomía.

En sus primeras páginas, Seanan McGuire parece escribir una de internados británicos con rasgos de enmienda al ambiente de la escuela Charles Xavier para Jóvenes Talentos. La protagonista, Nancy, ingresa en La residencia para niños descarriados de Eleanor West, una escuela para, supuestamente, recuperar a los jóvenes que en algún momento de su vida encontraron una puerta hacia otro mundo (Narnia, Rocavarancolia…) y, por diferentes motivos, fueron expulsados semanas, meses, años más tarde. Escribo supuestamente porque la tarea se antoja una quimera; la necesidad de regresar a esos lugares de fantasía donde vivieron y encajaron es tan fuerte que todos anhelan toparse de nuevo con SU puerta para atravesarla, independientemente del tipo de entorno al que conduzca. Porque los había muy chungos… o locos.

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Lago negro de tus ojos, de Guillem López

Lago Negro De Tus OjosEn Lago negro de tus ojos (ed. Runas) hay una misteriosa laguna que conecta con un lugar remoto del sistema solar. Contemplarla es hermoso y sobrecogedor al mismo tiempo. Su existencia es un enigma repleto de paradojas. Las tomografías revelan que su profundidad es uniforme, pero la masa de agua carece de fondo. Es imposible saber lo que hay en el interior y las imágenes que refleja su superficie son engañosas. Así, exactamente igual que la laguna alienígena descrita en sus propias páginas, es la última obra de Guillem López: oscura, desasosegante, atrayente e imposible de aprehender en su totalidad.

La novela arranca cuando la periodista Carla Babiloni —personaje principal solo en apariencia, porque el auténtico protagonista de la historia es Bernat, el narrador,— regresa a su pueblo natal, El Clot, tras más de quince años de ausencia. Su objetivo es escribir un artículo sobre la desaparición de una actriz… y, quizá también, cerrar heridas relacionadas con sucesos de su propio pasado. En El Clot se encuentra la más grande de las extrañas balsas de agua que hace siete años, durante un proceso conocido como El Incidente, aparecieron diseminadas por todo el planeta. En el pueblo también hay una plaga de bichos: la inexplicada omnipresencia de insectos (mosquitos que se te meten en la boca, polillas enormes que revolotean en armarios, hileras de hormigas en los capós de los coches, moscas recalcitrantes, arañas acechantes) transmite a lo largo de toda la novela una persistente sensación de angustia e incomodidad. Los lugareños son sospechosamente recelosos. Muchos de ellos albergan secretos, asuntos de los que apenas hablan en voz alta pero acerca de los cuales el lector va recibiendo pistas que el autor —extraordinariamente hábil a la hora de esbozar situaciones inquietantes y mantener la tensión in crescendo— dosifica con sabiduría.

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Agentes de Dreamland, de Caitlin R. Kiernan

Agentes de DreamlandCaitlin R. Kiernan es la escritora detrás de La joven ahogada, la novela más modernuqui entre las publicadas por Valdemar en la colección Insólita y, tengo el pálpito, de las que menos repercusión logró. Es hasta entendible dado que aquel relato heterodoxo y fragmentado de búsqueda de la propia identidad a través de los cuentos de hadas estaba más próxima a las inquietudes de los lectores de una colección generalista; poco terror/horror/espanto había en sus páginas, más allá del que pudiera despertar su vértigo existencial. Además de por este libro, Kiernan es apenas conocida en España por sus guiones para La chica que quería ser muerte, entre lo más aseado de los tebeos surgidos al calor de Sandman, y sus relatos Lovecraftianos presentes en Alas tenebrosas y Ominosus. Una vertiente dentro de la cual encuadraría Agentes de Dreamland. Si bien queda alejada de los mundos concebidos por el autor de Las montañas de la locura, comparte ingredientes con su concepción del terror preternatural.

Puestos a resumir su contenido en un blurb, Agentes de Dreamland funciona como piloto de un Planetary Lovecraft Edition. Sus páginas están dominadas por un par de agentes cínicos de la muerte a la caza de una secta que quiere recuperar la Tierra para unas criaturas inhumanas, primas hermanas de las creadas por el carca de Providence y su maestro fungoso, William Hope Hodgson. En la epidermis, son evidentes sus puntos comunes con El archivo de atrocidades, aunque sin lo que me alejó de ella (los ladrillos de información; los guiños geek) y con un relato dislocado entre varios tiempos y narradores que, a brochazos, establecen el contexto de un universo cuyo desarrollo podría desarrollarse en futuras historias. O no.

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