Disforia, de David Jasso

DisforiaDavid Jasso ha conseguido apretarme el corazón en un puño en las cuatro novelas que le he leído, desde apenas unas páginas en la fallida Día de perros hasta toda su extensión en La silla. En su clara apuesta por la novela de terror contemporánea hecha en España, Valdemar ha incluido su última novela, Disforia, en su colección Insomnia. Una vuelta de tuerca al material de partida de La silla, de una u otra manera también presente en Feral. Relatos de suspense donde el lector padece en su carne el callejón sin salida en el cuál están atrapados los personajes. Historias claustrofóbicas donde la voluntad de crear malestar, ansiedad, inquietud parece justificar todos los medios utilizados por el narrador. Quizás por haber probado esta medicina en más de una ocasión esta vez me he sentido más alejado de la mano de Jasso, aunque tampoco me quito la sensación que en Disforia he visto más de la cuenta al “mago” detrás del telón.

Un país en una depresión económica sin fin. Un tiempo invernal que dificulta los viajes y las comunicaciones. Una pareja con su hija en una urbanización de montaña deshabitada. Alguien llama a su puerta como si jugara con el timbre, sin responder a las preguntas sobre su identidad o sus intenciones. El matrimonio idea un extravagante plan para observarlo sin ser observados. A partir de ahí llegan las peores horas de sus vidas; un Funny Games amansado y adaptado a nuestra realidad.

Jasso alimenta toda la novela una intriga sostenida en dos aspectos: arrastrar al lector por los diferentes giros y mantenerlo atado mediante el sufrimiento de los personajes mientras establece sus motivaciones. Sigue las reglas que dispone en las primeras 50 páginas… hasta que se las salta, sin rubor. Si como lector no te molestas por ello, Disforia es tu libro; lo tiene todo para convertirse en un pasa páginas sin parangón. Un thriller con altas dosis de incertidumbre y angustia. Sin embargo, si consideras que toda obra tiene que mantenerse fiel a esos parámetros definidos en su interior, piensas que las estructuras narrativas una vez expuestas deben tener un cierto sentido, puedes salir escaldado.

Sin afán de destripar su trama, la novela se divide en dos partes delimitadas por los lugares donde ocurren. Espacios cerrados en los cuales dos personajes se encuentran y evolucionan siguiendo roles de carcelero/prisionero, víctima/verdugo, y sendos testigos inocentes padecen las consecuencias. Muchas veces los capítulos terminan con el habitual cliffhanger conectado con su resolución en el posterior, lo que impulsa el afán por descubrir cómo se solucionará cada nuevo giro. Integrados en esta secuencia hay una serie de interludios bajo el epígrafe de intermedio en el pasado de los personajes. Revelan sus motivaciones y establecen el contexto social donde se han fraguado; un país donde la crisis ha descabalgado a unos ciudadanos que se reúnen una vez por semana en las plazas de sus ciudades para ver el suicidio de quienes no pueden aguantar más. En ellos he encontrado algunos de los pasajes más atractivos: abren la puerta a un panorama general y otros dramas más cuajados, un respiro frente a tanto plano corto del resto de los capítulos. Además su aire de catarsis está muy logrado.

Ahora bien, mientras leía Disforia me he encontrado con dos muros. El primero plenamente subjetivo: muchas situaciones se estiran más allá de lo razonable, hasta el punto que varias veces me han sacado de la lectura y he comenzado a leer en diagonal. No por necesidad de saber sino por falta de interés. Más objetivo es el hecho que la acción en cada escenario ocupa grosso modo 200 páginas. Tener una historia de suspense de 400 páginas es el equivalente de una comedia de dos horas y media; muy muy muy buena ha de ser para mantener el nivel.

Después, he terminado con la impresión de que varios aspectos narrativos no se sustentan. Hay decisiones argumentales que no comparto como la entrada de un elemento sobrenatural pasado el ecuador de la novela: no aporta nada a un relato que funcionaba (y funciona) sin su inclusión y resta verosimilitud al conjunto. Los engañ… recursos de Jasso para mantener la tensión y ciertos enigmas en ocasiones están poco trabajados cuando no son directamente chuscos. En el último tercio llega a quebrar el hilo cronológico con un acontecimiento que debería estar encuadrado 200 páginas antes. Una fractura incoherente del relato sin la cuál, de nuevo, podría haber pasado. También, de las diferentes voces y personas verbales que Jasso usa según el pasaje a desarrollar, hay alguna que no funciona. Por ejemplo, cuando llega el momento de contar lo que le ocurre a la niña pequeña al quedar sola, el narrador omnisciente en tercera persona cambia de registro y utiliza una serie de expresiones para aproximarnos a su pensamiento infantil un tanto incongruentes con su edad. Lejos de acercarme me ha distanciado todavía más de los hechos.

Tampoco quería dejar pasar las erratas, sorprendentes para un volumen de Valdemar y más allá de los soportables errores ortotipográficos. Frases que deberían decir lo contrario de lo que afirman, un capítulo que debería haber sido un interludio y no lo es, un par de anglicismos fácilmente localizables,… Un cúmulo que termina de explicar cómo salí de su lectura sin posibilidad de volver a entrar.

Esta reseña es un nuevo informe en minoría. Basta mirar en la ficha de Goodreads para comprobar cuál es hasta el momento la valoración general de los lectores. Mucho más positiva, entusiasta, entregada. Me quedo con la sensación de que, en su imperfección, sigue mereciendo más la pena La silla. Una obra menos ambiciosa, más simple, quizás peor escrita, pero desde mi punto de vista más sólida y con una intriga más natural e intensa.

Disforia (Valdemar, col. Insomnia nº7, 2015)
Cartoné. 402 pp. 24.00 €
Ficha en La tercera fundación

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