Las huellas del sol, de Walter Tevis

Las huellas del solCuánto puede cambiar una misma voz. Walter Tevis, en Sinsonte, consiguió una novela redonda, sorprendente, llena de momentos memorables, con un sentido de la maravilla cruzado por la necesidad de transmitir sus esperanzas y sus miedos a través de nuestro caleidoscopio verbal, y creó un personaje –el dulce robot Spofforth– que es de lo mejor que se ha escrito jamás. La ciudad de Nueva York y todo el territorio, de hecho, por el que se desplegaba la novela, estaba viva y enriquecida por ese imaginario de ciencia ficción, por esa distorsión de la realidad que hablaba de nuestra soledad y de nuestra prepotencia. También de nuestra necedad.

Luego lees la posterior Las huellas del sol y te preguntas, como digo, cuánto puede cambiar una voz. Ya no sólo la consistencia de una novela, que esté mejor o peor lograda, sino eso tan difícil de identificar como los motivos que hacen que un texto de alguien que no conoces personalmente te genere antipatía o simpatía. Aquella era tierna; esta no. Aquella, Sinsonte, era una novela de consistencia infrecuente, osada, una novela de personajes muy bien dibujados; esta, desmadejada, tiene un personaje protagonista –el narrador– pícaro y no muy agradable (aunque esto no es un demérito del autor, es simplemente el natural carácter del personaje), con sus obsesiones y delirios de grandeza. Aquella tenía un recorrido y una evolución; esta tiene una mirada crítica indisimulada, frontal y poco sugerente. Y tiene, Las huellas del sol, una estructura bifronte y nada sorprende demasiado en el recorrido de sus planteamientos.

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Alice B. Sheldon, de Julie Phillips

Alice B. SheldonLa edición de este libro en España habla por sí misma de su calidad. Cuando apareció en 2007 la última publicación de James Tiptree, Jr. en solitario se había impreso 22 años antes. Y fue Circe, una editorial ajena a la ciencia ficción y especializada en biografías, quien la trajera a España en un catálogo donde figuran libros sobre la vida de Coco Chanel, Frida Khalo o Sylvia Plath. Poco más se puede añadir para enfatizar la importancia del texto en sí. Su publicación fue reconocida con la condición de finalista de los dos grandes premios del momento, el Ignotus y el Xatafi-Cyberdark. Lástima que no se llevara ninguno. Duele especialmente el segundo. El jurado que hizo la selección decidió poner por delante dos reediciones que cualquiera podría afrontar (bueno, la de Edhasa y Moorcock solo si tenías dinero a mansalva) en vez de un texto único que nadie más podría haber traducido y que deja al descubierto los procesos creativos de una escritora que marcó la ciencia ficción, de su época y la que se hizo después.

Julie Phillips contó con amplio material para relatar la vida de Alice “Allie” Bradley Sheldon. Además de medios fácilmente accesibles (documentos públicos, conversaciones con personas que la trataron), dispuso de sus diarios, sus notas y su amplia correspondencia con multitud de personalidades de distintos campos (psicología, literatura, aficionados). Esto le permitió contrastar sus recuerdos y sus ideas con un variado grupo de personas con la que se escribió, particularmente en la segunda mitad de su vida. También consultó el material escrito por su madre, Mary Bradley, escritora y, de nuevo, con un nutrido archivo de notas que alumbraban detalles íntimos de un vínculo muy estrecho. Con estas herramientas Phillips perfiló un sólido retrato de su vida de puertas hacia fuera e iluminó su interior como no siempre es posible sin penetrar más de la cuenta en el terreno de la interpretación. Algo particularmente necesario en la obra de una autora con abundantes relieves sobre los que tantas veces se pasa de puntillas para poder adecuarla a un discurso. Y esta es al parte donde esta biografía asentó su condición de obra maestra.

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Soñar de otro modo. La reinvención de la utopía, de Francisco Martorell Campos

Soñar de otro modoEn un contexto en el cual la ciencia ficción sigue cómoda en brazos de la distopía (y lo apocalíptico), Francisco Martorell ha escrito un dueto de libros que propone enmendar esta primacía. Ya recomendé aquí Contra la distopía, un ensayo que alumbraba las trampas de este subgénero y su realimentación con ciertas ideas arraigadas (su censura del presente; su valor como herramienta de cambio…). Ahora he podido disfruta de Soñar de otro modo, un libro complementario que sugiere recuperar la utopía como lugar para contar historias. El texto original era anterior a Contra la distopía, y Martorell ha aprovechado lo aprendido en los cinco años desde su publicación para abordar una nueva edición; una actualización de peso, más allá de cambiar la ilustración de cubierta y modificar su introducción.

Para mi la utopía era un terreno resbaladizo. Mi concepción partía de la lectura de alguna utopía clásica, particularmente Noticias de ninguna parte y lo que pude aguantar de Erewhon y El año 2000. Más que ficciones dramáticas, libros de viajes a sociedades pretendidamente perfectas, muy densos y problemáticos. Como censura de la sociedad de su época tenían un pase; como propuesta de una nueva, su dogmatismo y sus ideas fundacionales me llevarían a situarlas en los campos de la distopía.

Martorell propone desprenderse de estos lastres mediante una resignificación de la utopía: eludir sus facetas dogmáticas para dar rienda a su papel de catalizador del anhelo de futuro. Las primeras se tratan en los tres grandes capítulos del libro: “La naturaleza”, “La historia” y “La sociedad”. Los segundos son un eje vertebrador que va y viene en una lucha contra paradigmas de nuestro tiempo como el fin de la historia, el no hay alternativa y el presentismo. Así, desde la posmodernidad y con una base marxista, Soñar de otro modo busca quebrar tradiciones arraigadas y plantea alternativas a partir de los (contados) casos prácticos que encuentra en la ciencia ficción contemporánea.

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Crepúsculo en Budapest. Hungría en los tiempos de Orbán, de Luis G. Prado

Crepúsculo en BudapestEl auge del populismo de derechas tiene una referencia para quienes desean reproducir su modelo más exitoso: Viktor Orbán. No hay partido de la fachasfera europea que no anhele importar a su sistema político el marco húngaro que, primero, le llevó al poder y, posteriormente, le ha permitido mantenerse en él. Una red de clientelismo convenientemente oculta detrás de unas capas de tradicionalismo cuyos valores harían sentirse orgulloso a un requeté. Las particularidades de este régimen nos llegan generalmente de manera inconexa a golpe de titulares, “noticias” de minuto y medio o, si hay suerte, algún artículo de fondo. Para quien desee profundizar un poco en la historia detrás de su método, Luis G. Prado ha escrito dos libros sobre el asunto: Vida en un clima iliberal y Crepúsculo en Budapest.

Prado es sobre todo conocido por su labor detrás de Bibliópolis, Alamut y otros sellos que en los últimos años articula a través de la librería Cyberdark. Atrás quedaron sus estudios en Derecho y unas oposiciones a la carrera diplomática que no salieron bien pero que, sin duda, están detrás de todo lo interesante que tiene Crepúsculo en Budapest. Sobre todo para quien desee conocer la idiosincrasia de un país y un personaje sin convertirse en especialista a base de meterse en vena textos más extensos y exhaustivos.

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Japan Sinks. El hundimiento de Japón, de Sakyo Komatsu

Japan SinksDentro de la línea de literatura asiática iniciada por Minotauro, Japan Sinks desempeña una doble función: traduce una novela de hace cincuenta años con el pedigrí de clásico y permite tomarle la temperatura a un subgénero, el de catástrofes, que fundamentalmente ha llegado a España desde Japón a través del manga (Aula a la deriva, Dragohead, Hellstar Remina) y el cine (Godzilla), con una diferencia crucial: lo apegado a la realidad del texto. Su especulación emerge de la geología de la década de los 70, sin dar cancha a una imaginación siempre supeditada a las riendas de la posibilidad científica del momento. Aunque su elemento inspirador es el mismo que explica la pasión en Japón por estas historias: ser la diana de las dos bombas atómicas que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, la posición del archipiélago sobre una de las zonas geológicas más activas del planeta.

Las manifestaciones de la energía interna de la Tierra asolan década tras década diversas zonas del país, directa o indirectamente (el gran incendio de Tokyo de 1923). Además, en el momento de escritura de El hundimiento de Japón, la tectónica de placas estaba en plena ebullición. Cuatro décadas después de la desaparición de Alfred Wegener (1930), las causas detrás del movimiento de los continentes, la actividad sísmica y volcánica, acumulaban evidencias sobre sus causas mientras mantenían suficientes enigmas como para especular con ideas no corroboradas. El tipo de historia entre el tecnothriller y el (cierto) culebrón con cataclismo setentero del cual esta novela se reivindica como un preámbulo.

Las primeras páginas marcan el curso de la mayor parte del relato. Un grupo de científicos traban conocimiento mientras se dirigen hacia una isla en la parte más meridional de Japón; el lugar del océano pacífico entre los archipiélagos de Torishima y Owasagara ha desaparecido sin dejar ni rastro. A su cabeza está Toshio Onodera, piloto de batiscafo responsable del reconocimiento submarino. Lejos de esclarecer las dudas, los testimonios de quienes se encontraban sobre la isla y la observación de su relieve ya bajo el agua acrecienta la zozobra de los presentes.

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