Paperbacks from Hell, de Grady Hendrix

Paperbacks from HellMe ha gustado el trabajo de Grady Hendrix para reunir en Paperbacks from Hell la literatura popular de terror que se escribió entre finales de los 60 y mediados de los 90 en EE.UU. Una serie de (sobre todo) novelas publicadas a raíz del auge del libro de bolsillo que dieron pie a historias más o menos desquiciadas, locas, provocadoras, que el autor de Guía del club de lectura para matar vampiros y El exorcismo de mi mejor amiga trata con un cierto sentido mientras despliega sus temas, sus escritores más representativos, sus portadistas más recurrentes… Imprime en el texto una idea de progresión que enriquece la lectura de lo que a priori podía parecer un memorial de ilustraciones.

En esta estructura de Paperbacks from Hell se hace esencial la división en capítulos. Hendrix agrupa los libros según sus motivos centrales (niños infernales, casas encantadas, bestias, asesinos en serie y otros humanos de mal vivir…). A través suyo, crea una secuencia temporal que, aun solapándose en varias ocasiones, permite trazar una pequeña historia del género fundamentalmente en su país a lo largo de tres décadas. Su tratamiento me parece demasiado ligero para considerarse un ensayo pero es lo suficientemente elaborado como para apuntar la evolución desde el terror gótico y el pulp hasta la actualidad.

Los autores y las historias que escribieron merecen la mayor parte del espacio en un discurso donde el humor es omnipresente. No siempre funciona todo lo bien que Hendrix prevé, pero con lo grotesco de algunos argumentos, en el necesario ejercicio de síntesis, evita caer en el esperpento. Más fructífera me ha parecido el recuerdo de las diferentes colecciones que apostaron por este tipo de literatura, desde Avon hasta Abyss; un entramado que encontró/creó un nicho de lectores entre los cuales arraigó el gusto por lo terrorífico, lo macabro, lo espeluznante. Una estética que se extendió al mundo del cine y se convirtió en un fenómeno popular que sobrevivió al colapso de estos sellos.

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50 en 50. Medio siglo de relatos, de Harry Harrison

50 en 50En “Retrato de un artista” Harry Harrison cuenta un día de trabajo de un antiguo dibujante de cómic, Pachs, encargado de dar instrucciones a una máquina que dibuja tebeos. Lee el guión a ilustrar, divide la página en viñetas, señala con un boceto mínimo qué va en cada lugar e indica los detalles. La máquina lo lleva a cabo en un estilo impersonal, repetitivo, industrial. Él aporta unos últimos detalles; unas lágrimas en una cara triste, unas líneas de expresión de una sonrisa… A media mañana deja esa tarea para asistir a una reunión con el editor. Éste le comunica que la empresa le “deja ir”; han adquirido un aparato más moderno y han contratado a un becario que será capaz de hacer su labor sin la implicación del artista. La nueva máquina está capacitada para seguir la línea de otros creadores (Kubert, Barry, Caniff…). Poco importa su historial de renuncias y de fidelidad a la empresa. La decisión es definitiva. Pachs regresa a su puesto y afronta el dibujo de una página, su obra maestra, antes de terminar ese último día de trabajo.

Mientras leía la historia me sentí empujado a ponerla en valor, difundiéndola en Twitter y señalando la cualidad anticipatoria de la ciencia ficción. Cómo un cuento publicado en The Magazine of Fantasy of Science Fiction en 1964 recrea una situación de máxima actualidad que tan preocupado tiene a los dibujantes de cómic, ilustradores de libros, traductores en todos los campos… Pero esto no es eldiario.es o El Confidencial y la brillantez del relato va mucho más allá de esas cualidades proféticas. En sus páginas se respira el conocimiento de Harrison del oficio de dibujante, profesión que ejerció durante los años 50 antes del colapso provocado por la autocensura de la propia industria del tebeo ante el caso Wertham. Transmite con elocuencia el proceso histórico que entonces se vivía en el mundillo editorial del tebeo, y particularmente en las empresas de impresión, de la pérdida de empleos aparejadas al salto tecnológico. Y condensa en muy pocas páginas la frustración de alguien que ni rebajándose consigue mantenerse en el negocio que le da de comer; ya ha cedido todo en el pasado pensando que vendrán tiempos mejores.

El desenlace es emocionante. Y contra lo que suele ser este espacio, lo voy a contar. Apenas es un relato de los cincuenta que recoge 50 en 50; pueden disfrutar de su lectura aun sabiendo como termina. El hecho es que Pachs salta por la ventana. El editor se acerca a su mesa de dibujo y observa esa última página, una representación perfectamente secuenciada de los momentos previos al salto y el suicidio. Entonces Harrison incide en la edad de Pachs: era un anciano que continuaba “atado” a su mesa de trabajo por la carencia de seguros sociales o ahorros. Las últimas palabras del editor, señalando una discrepancia entre la página y la realidad que pretendía evocar (“¿No le decía yo siempre que ese hombre nunca fue bueno con los detalles?”) son un aldabonazo sobre ser un engranaje más en una máquina deshumanizada. También, el contrapunto que subraya la crueldad de un modo de vida donde la creación lo era todo y llevó a Pachs a verse atrapado y conducido hacia un desenlace que era cuestión de tiempo.

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La rata de acero inoxidable, de Harry Harrison

La rata de acero inoxidableEn esta recuperación exprés de Harry Harrison afrontada por Minotauro este 2024, para el segundo volumen han elegido la opción a priori más sensata de las que había disponibles. Una vez que Bill, héroe galáctico era inelegible después de recuperarla Gigamesh hace una década, se han decantado por La rata de acero inoxidable. El inicio de una serie de once novelas de lectura independiente en la cual el autor de Mundo muerto y Al oeste del edén se arrojaba en los brazos del thriller de espías, de moda en el mundo de la guerra fría, aportándole un entorno de space opera escorada hacia el relato de pícaros. ’nuff said

Esto se hace evidente desde el primer capítulo, el momento de presentación de Jim de Griz después de que le hayan pillado en pleno butrón. Sumamente inteligente, rey del disfraz, hostil a cualquier forma de jerarquía, siempre necesitado de nuevos estímulos que eviten su aburrimiento, de Briz está condenado a encontrarse con la horma de su zapato en varias ocasiones. Primero, cuando cae en una celada de los Cuerpos Especiales, el MI6 que mantiene la paz en la Galaxia para el cual terminará trabajando. Y después cuando descubre un plan secreto para construir una gigantesca nave de guerra. Un subterfugio puesto en marcha por el personaje que será su némesis durante el resto de la novela y le llevará hasta el límite. Esto supone huir de los Cuerpos Espaciales, escapar por los pelos de una muerte segura, quedar inconsciente varias veces, y terminar en un escenario a la mayor gloria de El prisionero de Zenda. Todo en poco más de 200 páginas de letra y márgenes generosos.

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¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, de Harry Harrison

¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!En la reconstrucción de su catálogo de clásicos, Minotauro nos ha pillado por sorpresa con la inclusión de Harry Harrison. El guionista de buena parte de las historias de Flash Gordon entre los 50 y los 60, es sobre todo recordado como un artesano de la ciencia ficción a caballo entre la acción y el humor (la grandísima Bill, Héroe Galáctico y La rata de acero inoxidable). Sin embargo, el título con el cual figura en la mayor parte de guías de lectura es ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, adaptada al cine en 1973 por Richard Fleischer en Cuando el destino nos alcance. El guión de Stanley R. Greenberg incorporaba una serie de cuestiones que desplazaban su argumento original de la base de Harrison y, desde un giro efectista introducido para conseguir la venta a la MGM, lograban una película memorable. Sin embargo, aunque lo más recordado no aparece en la novela, esta mantiene una serie de valores que la hacen atractiva medio siglo después de su escritura, aun cuando su escenario ha sido superado.

Publicada en 1966, ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! surge del caldo de cultivo del cual habían crecido relatos como “Bilenio“, de Ballard, o “Hacia el anochecer“, de Silverberg, mientras se adelantaba a novelas como Todos sobre Zanzíbar o El mundo interior. Ese miedo a que la explosión demográfica llevara a una superpoblación que agotara los recursos planetarios y abocara a un futuro apocalíptico en el cual el ecosistema planetario colapsara y la lucha por los recursos destruyera el tejido social. Harrison incardinaba la cuestión en un argumento de novela negra, con sus protagonistas viéndose obligados a sobrevivir en los márgenes de un mundo corrupto, resiliente a cualquier intento de cambio. Una visión tremendamente pesimista que recorre el texto de principio a fin.

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Japan Sinks. El hundimiento de Japón, de Sakyo Komatsu

Japan SinksDentro de la línea de literatura asiática iniciada por Minotauro, Japan Sinks desempeña una doble función: traduce una novela de hace cincuenta años con el pedigrí de clásico y permite tomarle la temperatura a un subgénero, el de catástrofes, que fundamentalmente ha llegado a España desde Japón a través del manga (Aula a la deriva, Dragohead, Hellstar Remina) y el cine (Godzilla), con una diferencia crucial: lo apegado a la realidad del texto. Su especulación emerge de la geología de la década de los 70, sin dar cancha a una imaginación siempre supeditada a las riendas de la posibilidad científica del momento. Aunque su elemento inspirador es el mismo que explica la pasión en Japón por estas historias: ser la diana de las dos bombas atómicas que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, la posición del archipiélago sobre una de las zonas geológicas más activas del planeta.

Las manifestaciones de la energía interna de la Tierra asolan década tras década diversas zonas del país, directa o indirectamente (el gran incendio de Tokyo de 1923). Además, en el momento de escritura de El hundimiento de Japón, la tectónica de placas estaba en plena ebullición. Cuatro décadas después de la desaparición de Alfred Wegener (1930), las causas detrás del movimiento de los continentes, la actividad sísmica y volcánica, acumulaban evidencias sobre sus causas mientras mantenían suficientes enigmas como para especular con ideas no corroboradas. El tipo de historia entre el tecnothriller y el (cierto) culebrón con cataclismo setentero del cual esta novela se reivindica como un preámbulo.

Las primeras páginas marcan el curso de la mayor parte del relato. Un grupo de científicos traban conocimiento mientras se dirigen hacia una isla en la parte más meridional de Japón; el lugar del océano pacífico entre los archipiélagos de Torishima y Owasagara ha desaparecido sin dejar ni rastro. A su cabeza está Toshio Onodera, piloto de batiscafo responsable del reconocimiento submarino. Lejos de esclarecer las dudas, los testimonios de quienes se encontraban sobre la isla y la observación de su relieve ya bajo el agua acrecienta la zozobra de los presentes.

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Christopher Priest, In Memoriam

Christopher Priest

La muerte de Christopher Priest el dos de febrero me ha entristecido hasta extremos difíciles de explicar. De los escritores foráneos que más he leído es el único con el que he podido conversar en más de una ocasión. Guardo un recuerdo magnífico de cada uno de aquellos encuentros. No sólo parecía encantando de recibir el agradecimiento de un fan; fue amable y se mostró abierto a tratar multitud de asuntos con inteligencia, humor, una ligera causticidad si el tema era peliagudo… Esto se hace extensible a muchos otros escritores y escritoras, pero en mi caso lo valoro por mi timidez recalcitrante, una característica que se ahonda con las personas por las que siento una admiración especial. Y por Priest tengo auténtica devoción.

Cuando en 1999 Alan Moore inició su aventura editorial America’s Best Comics (La liga de los hombres extraordinarios, Tom Strong, Top 10…) hubo mucha expectación. Su propuesta de retrotraerse a las fuentes de la literatura pulp, explorar arquetipos previos o paralelos a lo superheroico, pudo salir mejor o peor pero fue una decisión inesperada en un contexto poco dado a salirse de los raíles. También un paso autoconsciente de sus fortalezas y la manera en la que se había acercado previamente a los superhéroes. En el campo de la ciencia ficción, en 1999 Christopher Priest llevaba ya tres décadas cultivando una línea semejante. Se sumergía en los orígenes de la ciencia ficción, se imbuía de sus arquetipos, les incorporaba elementos poco o nada utilizados y les insuflaba una mirada genuina convertida en una marca de fábrica reconocible.

El mundo invertido, La máquina espacial o El glamour emanan de H. G. Wells, a la vez que integran lo aprendido durante más de medio siglo de evolución literaria (J. G. Ballard, John Fowles, Walter de la Mare), en una búsqueda por mantener a la novela fiel a su raíz etimológica: hollar nuevos territorios, en la forma, en el fondo. En este enfoque es decisiva un visión desacomplejada de las convenciones que, incluso en la obra que más se acerca a ellas (El mundo invertido), sorprende por su distancia respecto a las corrientes dominantes dentro de la ciencia ficción. Entre todas las fajas y las cubiertas traseras que anuncian textos que rebasan, trascienden los límites de los géneros hay escaso material que merezca esa afirmación como hizo Christopher Priest. Al igual que Ballard o Philip K. Dick alcanzó la categoría de género en sí mismo.

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La naranja mecánica, de Anthony Burgess

La naranja mecánicaLeí La naranja mecánica hace veinticinco años. Apenas conocía la historia por la adaptación de Stanley Kubrick y me encontré con una lectura apasionante por dos motivos, el primero explícito en la película: esa manera de condensar las diferentes violencias a las que nos podemos ver sometidos. La individual, que es la que ejerce su protagonista, Alex, desde su primera página; verbal, física, contra todos sin importar su posible apego. Y la sistémica, aplicada sobre su persona desde una miríada de estamentos: esas fuerzas del orden sin cortapisas al ejercer su labor; las estructuras de poder político, sin ningún respeto ante los derechos de las personas; las instituciones de castigo y reinserción, entornos donde la presión se acumula y las reacciones entre los sometidos a su supervisión se aceleran…

La segunda razón no es exclusiva del libro, pero sí me parece más elocuente en sus páginas: el nadsat. Esa neolengua ideada por Burgess para enfatizar el total desapego por las convenciones de Alex, un alarde creativo que ha contribuido a mantener el carácter atemporal del texto. Sí que requiere un esfuerzo como la mejor ciencia ficción donde se reformula el lenguaje para subrayar el salto generacional, la xenogénesis dentro de la comunidad, un cambio en el tejido social. Pero a poco que fluyan los significados por el contexto o con alguna consulta al glosario en cuya versión al castellano colaboró el propio Burgess, es fácil sumergirse en la novela… siempre que se tenga estómago para soportar los excesos. Desde sus primeras páginas el autor de El reino de los réprobos trama una congoja que puede suponer una barrera.

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La Fisiognomía, de Jeffrey Ford

La FisiognomíaPara este especial «Clásico o polvoriento» me he fijado en una novela relativamente reciente que fue publicada en 1997. No lo hecho para ahorrarme apartar maletas viejas, routers destartalados, apuntes de la universidad.., en fin todos esos trastos inútiles que guardamos, no se sabe muy bien para qué, y bajo los cuales quedan sepultados muchas veces las cajas con los libros más antiguos, sino porque que considero que es un libro que merece ser recuperado y que no debería de quedar en el olvido.

Esta excelente novela se titula La Fisiognomía y la escribió Jeffrey Ford, un autor al que seguramente muy pocos recuerdan. Cuando la leí hace veinte años me sorprendió muchísimo, rebosaba imaginación, estaba llena de personajes que se salían de lo común, y todo quedaba engarzado gracias a una trama imprevisible y fascinante. Fue la segunda novela de Ford y le supuso el Premio Mundial de Fantasía en 1998, hecho que seguramente favoreció que tan sólo un año después se publicara en nuestro país. Como dato curioso, ese mismo año Arturo Pérez-Reverte quedó entre los finalistas con El club Dumas, aunque la nominación fuera después retirada al conocerse que existía una traducción anterior a la de 1997. Para este especial habría podido elegir cualquier otra novela de Ford de las publicadas en España porque además de estupendas todas están descatalogadas. De ellas me gustaría destacar El retrato de la señora Charbuque por la que he estado a punto de decidirme en lugar de la que he elegido al final. 

La Fisiognomía inaugura la llamada trilogía de La Ciudad Bien Construida, que desgraciadamente a falta del último tomo quedó sin completar en nuestro país. Y es que precisamente en esa época Minotauro, la editorial que comenzó a publicarla, fue vendida por el fundador de la misma, Francisco Porrúa. A partir de entonces los criterios de publicación sufrieron cambios importantes, una de las primeras consecuencias fue que los que comenzamos a leer la trilogía nos quedamos con las ganas de saber lo que sucedía en The Beyond, título que cerraba la serie. Ford es un autor que se ha dedicado sobre todo al relato, ha escrito más de cien, mientras que sus novelas no llegan a la decena. Es curioso que así como la mayoría de sus novelas han sido publicadas en nuestro país no puede decirse lo mismo de sus relatos, que apenas han sido traducidos. Algunos han aparecido en antologías como El camino de la magia, Zombies o El viento soñador y otros relatos, otros en revistas como Gigamesh o Cuásar y últimamente en el blog Cuentos para Algernon. Es una pena porque cuenta con algunos relatos magníficos como “Radiante mañana” o “El imperio de los helados” por destacar algunos de los pocos títulos que he podido leer de este autor.

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Redshirts, de John Scalzi

RedshirtsReedita Minotauro la aclamada y multipremiada Redshirts, de John Scalzi, y voy yo y me digo que mira qué excusa tan ad hoc para leer una historia a la que ya me había acercado en otro formato, la versión en audiolibro narrada por Will Wheaton (intérprete, como todo el mundo sabe, de «una de las cosas más abofeteables» que Julián Díez ha visto jamás en una pantalla). Error. El audiolibro me pareció simpático sin más: entretenidillo aunque intrascendente, un poco largo y con demasiado ruido para tan pocas nueces, pero nada grave. En su formato de papel, sin embargo, Redshirts me ha sentado mucho peor, ya no sé si porque el buen hacer de Wheaton compensaba las limitaciones literarias de Scalzi, porque el audiolibro me permitía hacer otras tareas a la vez que seguía la trama (ergo menos sensación de estar perdiendo el tiempo en una historia con regusto al chiste de la fiesta del corcho) o porque, simplemente, Redshirts no es, por su propia naturaleza (una novela ligera que se sostiene sobre una única ocurrencia ingeniosa) el tipo de texto al que le sientan bien las relecturas.

El título hace referencia a los «camisas rojas» de Star Trek, el término con el que los conocedores de la franquicia se refieren a los extras que intervienen en ciertos episodios y cuyo función es, básicamente, morir en las misiones de desembarco. Estos tripulantes, que en la serie suelen carecer de trasfondo y relevancia, son los protagonistas de la historia de Scalzi… que además los hace conscientes de su macabro destino y del papel que realmente juegan en la nave.

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Ascensión, de Nicholas Binge

AscensiónUn arranque épico, un final satisfactorio y arriesgado y, entremedias, un texto no del todo redondo —lo lastran, sobre todo, una estructura tramposa y algún que otro momento tontorrón—, pero siempre entretenido y solvente. Hay novelas que se hacen grandes después de leídas, cuando una tiene tiempo de masticarlas y digerirlas. Ascensión es precisamente lo contrario: diría que se disfruta más cuanto menos reflexionas sobre ella. Pero, pardiez, qué imágenes tan asombrosas es capaz de conjurar Nicholas Binge, y qué buena opción de lectura para cualquiera que busque, simplemente, unas páginas en las que perderse durante unas horas.

El misterio que desencadena la trama no puede ser más potente: la súbita aparición, en mitad del océano Pacífico, de una montaña gigantesca cuya altura supera en varios kilómetros la del monte Everest. Un grupo de científicos especialistas en diferentes disciplinas se desplaza hasta allí para investigar, y entre ellos se encuentra el protagonista y narrador, Harry Tunmore, experto en física, superdotado, excéntrico y aventurero que va desgranando los sucesos de la expedición a través de una serie de cartas dirigidas a su sobrina.

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