A juzgar por los títulos editados hasta ahora en la colección Runas de Alianza Editorial, parece que han encontrado un hueco prometedor con novelas de fantasía ligeras y divertidas, pero con un nivel de exigencia literaria por encima de la franquicia al uso. Prueba de esto son la saga de Locke Lamora de Scott Lynch, que ya va por su segunda entrega, La voz de las espadas de Joe Abercrombie y, en menor medida, el clásico La espada rota de Poul Anderson. Con Ya estamos muertos la colección inicia otra saga que bien podría encuadrarse en el mismo nicho.
Desde que cogemos el libro por primera vez nos queda claro que no vamos a leer un título con grandes ambiciones literarias, y aunque el poco afortunado «corta pega» que aparece en la portada no invita a pasar de ahí, nos encontramos ante una novela que cumple a la perfección la máxima de «si no tienes nada nuevo que contar, al menos entretén al lector».
Estamos ante una novela negra prototípica; el argumento aúna todos los clichés del género, empezando por el detective protagonista, Joe Pitt, el clásico «outsider» desencantado con la sociedad en la que vive. No tardará en verse atrapado en la típica trama plagada de falsas apariencias, venganzas, política y como no, la inevitable femme fatale que no dudará en seducirle para luego meterlo en más líos si cabe.
La principal particularidad de la novela es que está protagonizada por vampiros y, en menor medida, zombis. Lejos de la caracterización romántica que suelen dibujar las hordas de seguidores de Ann Rice, el autor crea un vampiro mucho más urbano y realista; la naturaleza del vampirismo está desprovista aquí de su habitual misterio, todo se reduce a un virus de laboratorio con oportunos síntomas. La «enfermedad» no otorga grandes poderes más allá de una vida prolongada y sí severas contrapartidas como la imposibilidad de exponerse a la luz del sol y la constante sed de sangre, que en este libro atormentará sin piedad al protagonista. Además el autor elimina todo rastro de elementos terroríficos, si bien conserva el gusto por la casquería y las situaciones escabrosas, que convierten a este título en un entretenimiento poco indicado para estómagos sensibles.
La sociedad vampírica recuerda bastante a la desarrollada en el juego de rol Vampiro, la Mascarada. Está compuesta por diversas facciones con unas características muy marcadas: la Coalición, una suerte de corporación que domina la zona rica de las ciudades y cuyos tentáculos alcanzan sus más altas esferas. Su contrapunto es la Sociedad, atrincherada en los barrios marginales y organizada como una especie de soviet comunista. En un segundo plano se encuentra el Enclave, un grupo de vampiros que optan por buscar el sentido espiritual a su naturaleza, y tratan de mantenerse alejados de la espiral de muerte y violencia que propugnan las otras dos facciones. Joe Pitt, intentará mantener una incómoda posición neutral, trabajando de sicario para la Coalición y tratando de permanecer alejado de la Sociedad, con la que tuvo algún que otro desencuentro en el pasado. El autor no ha dudado en aprovechar esta ambientación para desarrollar sendas continuaciones que comparten protagonista, y que a partir de septiembre se contarán por tres.
En esta primera entrega de la saga Joe debe resolver dos casos. Por un lado debe localizar y acabar con un grupo de zombis que amenaza con extender su infección a la comunidad humana, y que campan por sus anchas en un abandonado campus universitario; al mismo tiempo una atractiva señora, casada con uno de los personajes más poderosos de la ciudad, le encarga que encuentre a su descarriada hija adolescente, que parece haberse unido a una comuna anarquista y cuya vida está amenazada por un ser pervertido.
Como es habitual en este género, ambas misiones están más relacionadas entre ellas de lo que parece y no son más que la punta del iceberg de un retorcido plan de consecuencias insospechadas. Joe no sólo no podrá fiarse de nadie sino que su condición neutral le hará llevarse palos por todos lados. Tendrá que valerse de su intuición, sus escasos poderes vampíricos y su mala leche innata para poder resolver el caso y salir vivo.
Como se puede comprobar, es difícil que Ya estamos muertos sorprenda a nadie por su planteamiento. No disimula su apego a las pautas del género negro clásico ni las referencias a títulos como Chinatown, de la que fusila gran parte del argumento. Sin embargo el autor sabe sacarle provecho al material del que dispone y crear una novela tremendamente divertida que engancha con suma facilidad. El ritmo es endiablado, en poco más de doscientas páginas es capaz de plasmar una historia compleja plagada de giros argumentales más o menos predecibles, pero aún así efectivos.
En la otra cara de la moneda aparecen la carencia de profundidad de los personajes, que no van mucho más allá de los arquetipos que pueblan el género, y una historia que cae con demasiada frecuencia en lugares comunes. Tampoco termina de estar perfectamente integrado el elemento fantástico en la narración; es cierto que sabe aprovechar el tono realista a la hora de describir el mundo de los vampiros, pero en ocasiones introduce abruptamente elementos sobrenaturales para dar lugar a poco satisfactorios Deus Ex Machina, especialmente en el tramo final de la novela.
Esta novela de Charlie Huston podría encuadrarse con el estilo directo y crudo de Richard Morgan: un desarrollo muy ágil con intriga, altas dosis de violencia y más de una escena de extrema crudeza. Sin embargo Carbono alterado consigue una fusión de géneros más satisfactoria, y un mejor acabado en el planteamiento argumental.
En resumen, nos encontramos ante un título ideal para dar reposo a nuestra mente en la temporada estival, una lectura rápida que no molestará a los que busquen además un mínimo de calidad literaria, pero que se ve a la vez limitada por su planteamiento tan poco original y ambicioso. Fácil de leer, fácil de olvidar.