De la ciencia ficción se dice a menudo que es “la literatura de las ideas” y, ateniéndonos a este criterio, Rosalera (Runas / Alianza) es una novela sobresaliente. Ubicada en un escenario refrescante (la acción no solo transcurre en Nigeria sino que, para mayor gustirrinín del lector, en las primeras páginas se menciona como de pasada que los Estados Unidos, localización sempiterna del género, han “desaparecido del mapa”), y ambientada en un futuro próximo salpimentado con unas gotitas de ucronía (en 2012, un alienígena del tamaño de Hyde Park aterrizó en Londres), la primera novela del británico Tade Thompson —y primera entrega de una serie, la Trilogía del Ajenjo— es un bombardeo continuo de ideas estimulantes y ocurrencias asombrosas.
El protagonista del libro es Kaaro, un nigeriano de etnia yoruba que se ha convertido en “sensible” por la reacción de su organismo a la exposición de microorganismos alienígenas. Su condición le da capacidades telepáticas y le permite acceder a la “xenosfera”, una especie de plano virtual al que todos los humanos suben información de forma inconsciente, pero del que solo unos pocos —otros sensibles como él— pueden extraer datos. Kaaro vive en Rosalera (una ciudad con forma de rosquilla surgida en torno a una cúpula de origen extraterrestre que se abre periódicamente para liberar una sustancia con poderes curativos) y, además de poner sus habilidades extraordinarias al servicio de un banco (evitando que otros telépatas puedan acceder a los datos personales de los clientes de la entidad), trabaja para una agencia secreta del gobierno, la Sección 45.
El planteamiento inicial es, pues, sumamente atrayente, y el sentido de la maravilla del lector es alimentado a lo largo de toda la novela gracias a la hábil dosificación de nuevos elementos sorprendentes. Thompson, sin embargo, no se dedica a explorar hasta sus últimas consecuencias las implicaciones a gran escala que tendría para la humanidad el contacto con una especie extraterrestre como la descrita en la novela. En su lugar de exprimir el limón de esas ideas que son, en mi opinión, su punto fuerte, el autor opta por llevar la trama por el camino del thriller, centrándose en las vicisitudes de Kaaro, su pasado criminal, las tramas en las que se ve envuelto y la inexplicable muerte de otros sensibles como él.
La historia no sigue un orden cronológico, sino que se va desgranando a base de continuos flashbacks que entrecortan el ritmo, hacen la lectura más farragosa y dificultan que el lector aprecie la evolución del protagonista (tal vez, dada la trayectoria de Kaaro, una estructura lineal hubiera sido una opción más interesante). Tampoco me convence del todo la voz narradora: una primera persona en presente de indicativo, intencionadamente fría, que de alguna manera se queda en la superficie de las cosas.
Pero el gran talón de Aquiles de la novela es su protagonista, Kaaro. Al antihéroe que nos presenta Thompson (un solitario descarado, cínico, con problemas con la autoridad pero muy bueno en lo suyo y aficionado a hacer comentarios socarrones en situaciones de peligro) lo hemos visto ya mil veces en miles de sitios, y hay algo acartonado y antipático en ese individuo que proclama que él no es de los que se enamoran (pero cae completamente rendido a los pies de la chica a las primeras de cambio) y se autoproclama cobarde para, un par de párrafos después, interponerse instintivamente entre una mujer a la que acaba de conocer y un desconocido que se acerca a ellos para “protegerla”.
Es posible que un personaje así hubiera podido funcionar si el entramado no se sostuviera únicamente sobre sus hombros, pero Kaaro —narrador y héroe a la vez— es el puntal de Rosalera, máxime cuando el resto de los personajes (entre los que destacan dos mujeres: Aminat, coprotagonista de una de las historias de amor con menos química que he leído jamás; y Femi, la jefa de Kaaro, una mujer poderosa e inteligente pero tan desaprovechada como personaje que su rasgo más característico es su aspecto físico, “tan perfecto en tantos sentidos que resulta doloroso”) apenas sirven para darle la réplica al protagonista.
Pese a sus limitaciones, Rosalera aporta suficientes ideas interesantes como para que su lectura merezca la pena, especialmente para aquellos que den más importancia a la propuesta de planteamientos novedosos dentro del ámbito de la ciencia ficción que al desarrollo de los personajes o el estilo de la narración. Será interesante comprobar si el derroche de imaginación se mantiene constante durante las dos entregas restantes de la trilogía y si la narración acaba por trascender las andanzas de Kaaro para ofrecernos una visión más global y, sobre todo, épica, acerca de los efectos de ese primer contacto desde una perspectiva científica, política y social.
Rosalera (Alianza Editorial, col. Runas, 2019)
Rosewater (2016)
Traducción: Raúl García Campos
Tapa Blanda. 384pp. 19,50 €
Ficha en La tercera fundación
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