The Book on the Edge of Forever, de Christopher Priest

The Book On The Edge Of ForeverEn Octubre de 2024 se publicó en EE.UU. The Last Dangerous Visions. La tercera y última antología de la serie iniciada en Visiones Peligrosas cuya génesis se puede situar durante la fase final de formación de la segunda antología, Again, Dangerous Visions (1972). Varios de los cuentos seleccionados por Harlan Ellison no encontraron acomodo en un volumen que se fue a las 800 páginas; 300 más que la primera entrega. Ellison, que jamás se toma una disyuntiva como una elección entre alternativas, apostó por rizar el rizo del Citius, altius, fortius y comenzó a confeccionar un nuevo libro con más nombres y relatos que los dos volúmenes anteriores, en una escalada incomprensible. Pasaron a ser tres volúmenes de más de un millón de palabras, una ilustración a toda página por pieza, cientos de miles de palabras de acompañamiento (introducción, presentaciones de autores, postfacios de cada relato)…

Lo que en principio podría haber aparecido en 1973 acumuló años a sus espaldas mientras Ellison no desperdiciaba ocasión para radiar a quien quisiera escucharle la magnitud de su criatura. En tamaño, ambición, expectativas, satisfacciones… The Last Dangerous Visions se transformó en una criatura mítica, como el Supreme de Dude Comics, defendida a muerte por Ellison y sus más allegados frente a un fandom que en público nunca se mostró beligerante. Mientras, en privado, The Last Dangerous Visions se convirtió en un chascarrillo cuya dimensión es difícil de apreciar, más desde España. Visiones peligrosas lleva 4 décadas fuera de circulación y sus virtudes y defectos apenas son recordadas por unos pocos. De su continuación no se puede hablar. Jamás fue traducida.

Christopher Priest estuvo durante unos meses dentro de The Last Dangerous Visions en 1974. En una carta recogida en este libro, Ellison le pidió formar parte del grupo de elegidos en una redacción que, entre otras cosas, no deja dudas del pelotismo al cual podía llegar. Priest dejó a un lado la novela con la que estaba y escribió uno de sus mejores cuentos: “Un verano infinito”. Lo envió, aguardó respuesta, no la recibió y decidió retirarlo para colocarlo en otro lugar (el primero volumen de Andromeda, editado por Peter Weston, junto a un relato del propio Ellison). Cuando uno trata de ganarse la vida con la escritura no se está para mantener fuera de circulación lo que tanto cuesta escribir a la espera de un posible prestigio que puede tardar si la publicación se demora como parecía. Diez años más tarde comenzó a preparar el texto de lo que en 1987 aparecería con el título The Last Deadloss Visions; un fanzine donde contaría la historia del libro de Ellison. Por aquel entonces, tres lustros en preparación. Siete años más tarde, el panfleto sería recuperado por Fantagraphics en una edición ampliada, con un guiño en el título al guión televisivo más recordado de Ellison.

Llama la atención en qué momento surgió este texto. Después de publicar sus dos novelas más ampliamente aceptadas (La Afirmación y El Glamour), un año después de haber sido seleccionado como uno de los autores jóvenes de la década por Granta, Priest se solazaba con ganas en el barro más fandomero. No sólo por la batalla en la que iba a verse envuelto con alguien tan pendenciero como Ellison, con amenaza de muerte incluida. El trabajo requería tareas como peinar las revistas y fanzines de los 70 para rescatar las numerosas declaraciones de Ellison para reconstruir una cierta historia de un libro que, más allá de las fronteras del fandom, había quedado olvidado.

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Acércate, de Sara Gran

AcércateEn su podcast Problema en Tritón,  mientras hablaba sobre El pescador, de John Langan, Juanma Morón se reconocía como turista en el género de terror. La expresión resume mi propia relación con este tipo de historias, cada año más presentes en mi dieta pero ante las cuales no siento que, a la hora de escribir sobre ellas, tenga el bagaje del que dispongo sobre la ciencia ficción y la fantasía. De ahí emana que me resulte más sencillo sorprenderme/quedar impactado ante lo que me encuentro en sus páginas. Incluso cuando, como en Acércate, cuenten algo tan aparentemente manido como una posesión.

Sara Gran se imbuye en los recuerdos de Amanda, una arquitecta de cierto éxito felizmente casada con Ed, para narrar una caída en un infierno vital empujada por una hermosa mujer que se le presenta en sueños. Desde una playa junto a un mar rojo sangre, esta figura empieza a hacerse notar en su vida a través de situaciones que podrían tener otra causa. Alguien deja sobre la mesa de su jefe unos planos que no se corresponden con los que ha estado trabajando. Comienza a oír un ruido molesto en su apartamento, que se acrecienta cuando Ed no está presente. Tras una convivencia más o menos placentera, el matrimonio inicia discusiones por los motivos más triviales. Estas son apenas algunas de las cuestiones que aparecen antes de la página 40 (y la novela ha empezado en la 20, después de una introducción de Mariana Enríquez). Un anticipo del pandemonium a punto de liberarse sobre Amanda.

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El presente insoslayable

Las ideas que uno tiene pueden ser simples esbozos, ocurrencias, o merecer un desarrollo. Entiendo que mucha gente vierte sus ocurrencias en las redes sociales. Yo tengo la típica libretita en que las dejo en barbecho, por si en algún momento crecen y vale la pena convertirlas en un texto. Si no sirven para eso, mejor no sacarlas a la luz. Entre otras frases sueltas que sólo yo entiendo, a veces mínimamente desarrolladas, estaba «El presente insoslayable», idea que pegó el estirón cuando leí el artículo «Se está escribiendo menos ciencia ficción que nunca».

Su autor, John Tones, es alguien con muchos más conocimientos sobre la literatura de ciencia ficción que el periodista corriente de medio de comunicación generalista, y goza de la suficiente perspectiva quizá para ver cosas que pueden pasarnos inadvertidas (o podemos asumir como naturales) a quienes estamos dentro. La tesis, como podrá verse, es un aggiornamiento del viejo tema de «la muerte de la ciencia ficción», aunque esta vez apoyada en algún opinador tan inesperado como Orson Scott Card. Si bien se fundamenta en un artículo de hace nada menos que ocho años, a la que suma algunos datos sobre las ventas de libros.

Nunca fui un defensor de la idea de la muerte del género cuando se polemizaba al respecto, pero sí insistí en que corría el riesgo de volverse irrelevante. En la época en que campaba a sus anchas material tan para muy cafeteros como los space opera fluffy de Lois McMaster Bujold, mi impresión es que las obras que podían entrar en la discusión pública llegaban desde fuera del mercado especializado. Como ejemplo, El cuento de la criada de Margaret Atwood se publicó el mismo año en que Bujold comenzó su carrera literaria y ganaba el Hugo la increíblemente naif y pajillera El juego de Ender. Pese al éxito comercial de esta última, el recorrido en términos de relevancia e influencia de ambas no resiste comparación.

De ahí surgió con el tiempo la moda de las distopías, que el género «especializado» ni percibió más que tangencialmente, y la ya explicada deformación del empleo del término para uso comercial y a la postre también irrelevante. Entretanto, la ciencia ficción se volvía cada vez más metarreferencial y centrada en diferenciar sus argumentos con pequeñeces o tropos no significativos, con la idea de satisfacer a los nuevos grupos de lectores incorporados al género (mujeres, jóvenes, comunidad lgtbiq+…). Y surgía la respuesta reaccionaria contrapuesta. A cambio, se producía la conversión de la cf «importante» en nicho: Tones cita como esperanzas (mostrando ahí información pero de nuevo muy desfasada) a Ted Chiang, que publica un cuento cada dos años o así; Greg Egan, que a estas alturas se autopublica; y Cixin Liu, que desde 2010 sólo ha dado a la luz cinco cuentos, ninguna novela. Podríamos sumar a Paolo Bacigalupi, Ken Liu, Cory Doctorow y Peter Watts para conformar una «generación perdida» de autores a los que el cambio generacional y los atractivos de lo audiovisual han atropellado cuando estaban en su teórica plenitud creativa.

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El Gran Cuando, de Alan Moore

El Gran CuandoEl Gran Cuando es la primera novela de lo que pretende ser un quinteto: Londres Eterno (The Long London). En esta secuencia, Alan Moore se ha propuesto indagar en quienes somos a partir de las transformaciones a las cuales hemos estado sometidos desde la Segunda Guerra Mundial. El debate sobre la amplitud de esa primera persona del plural, cuáles son/somos los sujetos de su búsqueda a través de la ficción (¿ciudadanos de Londres, de Inglaterra, del Reino Unido, de Europa occidental, hombres, mujeres…?), queda a la espera de la publicación de los otros cuatro libros del quinteto. Mientras, toca valorar lo conseguido en El Gran Cuando. Una novela decididamente juvenil dedicada entre otras personas a Michael Moorcock e Iain Sinclair.

El primero se cita a través de la que es, probablemente, su obra maestra. Inédita en España, Mother London entrecruzaba la vida de tres personajes para, mediante sus avatares por las calles de Londres, afirmar la condición de la urbe como un organismo vivo, dueña de una identidad y una memoria extendida más allá de su paisaje físico hasta colonizar sus pobladores; algo semejante a lo defendido por la obra de Sinclair. Publicada en España por Alpha Decay y Hermenaute, los libros de Sinclair ahondarían en esa exploración de los vínculos entre las personas y las ciudades a través de su historia, su mitología, su psicogeografía. Esto, que en manos de Moore activa el sentido arácnido de chapa considerable, cambia el pronóstico cuando cobras conciencia de la forma de El Gran Cuando: la historia para jóvenes tal como se escribían a mediados del siglo XX. En todo su esplendor.

En 1949, en un Londres en reconstrucción, Dennis Knuckleyard trabaja en la librería de Ada Benson, conocida como “la ataúd”. En un trato con otra librería dedicada a la segunda mano, le cuelan a Dennis un ejemplar de “Paseo por Londres, las Meditaciones por las calles de la metrópolis”. Un libro que no debiera existir, ideado por Arthur Machen para una de sus novelas. Su presencia en las calles de nuestro Londres es una anomalía. El libro proviene del Gran Cuando, una realidad superior de la cual la capital del Reino Unido sería una manifestación parcial, contenida, más mundana de aquella urbe plagada de arquetipos, entes superiores y construcciones impensables. El desliz pronto es descubierto por Jack Spot, un mafiosillo hambriento de poder que se muere por forzar una cita con Harry Lud, el alma del crimen en el Gran Cuando. Spot mueve cielo y tierra para conseguirla con unos medios que parecen hasta entrañables en comparación con lo que puede ocurrir si alguien del otro lado entra escena (Jack el destripador, guiño, guiño). Knuckleyard inicia su particular viaje iniciático hacia los misterios del Gran Cuando. Un bautismo que incluye varias visitas al lugar en unos recorridos que atraviesan localizaciones en su mayoría proyecciones de nuestro mundo que permiten apreciar la naturaleza de una ciudad que encarna todos los Londres que han sido, son, pueden ser.

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Amanecer en la cosecha, de Suzanne Collins

Amanecer en la cosechaAdmito que, aunque soy un lector inmediato de estas nuevas entregas de Los Juegos del Hambre, y he manifestado mi admiración por la capacidad de Suzanne Collins para escribir cosas que sin dejar de ser bestsellers pasapáginas conservan un cierto juguillo, no soy lo que ahora se entiende como un seguidor de la serie. Quiero decir, ni se me pasa por la cabeza comprarme las nuevas y muy vistosas ediciones de lujo (no son libros que me releería a priori, aunque tal vez vuelva a las películas), no me conozco al detalle en qué momentos aparecen los numerosos secundarios, y en general creo que me pierdo mucha sutileza, cosa que no me preocupa demasiado. El meollo del relato está claro.

Cuento todo esto porque no sé hasta qué punto esta circunstancia de lector fiel pero no del todo atento influye en mi juicio sobre este quinto volumen de la serie, segundo en el orden cronológico interno. Ya se sabe que hoy en día cualquier franquicia de éxito está más preocupada en atender a sus fieles que al grueso de espectadores neutros (hecho que está echando a perder unas cuantas, creo); que para ver la segunda temporada de unas cuantas series hay que acordarse al dedillo de la primera. Pero yo apenas consigo tener ese nivel de interés por muy poquitas cosas. Entre otras razones, porque hay y me atraen demasiadas.

Lo que vengo a decir, adelantando la conclusión de esta reseña, es que Amanecer en la cosecha es el primer producto de esta serie que me deja un evidente regusto a rutinilla. Por mucho que admita que puede que existan matices disfrutables para otros lectores que a mí se me han escapado. Pero, a diferencia de la previa Balada de pájaros cantores y serpientes, aquí hay muy poco que se añada al horizonte cierto del relato: los personajes principales de esta entrega aparecen en las novelas cronológicamente posteriores, y sabemos desde la primera página quién va a ganar estos quincuagésimos Juegos del Hambre, cómo se le va a quedar el cuerpo después de la experiencia para encontrarse luego en la posición en que lo conoceremos en la trilogía original, etcétera.

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Algunos apuntes sobre Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy

Meridiano de sangreA – Me sorprende que Meridiano de sangre no manche de rojo profundo las estanterías en las que pasa sus días y sus noches. Que no gotee su lomo hasta dejar, cayendo lento y espeso, un charco de horror histórico en el suelo. Esas páginas, chapoteantes. Pero más importante que la sangre que recorre el libro es todo lo que implica el correr de esa sangre, lo que explica de nosotros como especie y cuánto define el origen de un mito: la patria. (Horrenda palabra, lo sé, pero aquí la uso para socavarla con el libro de McCarthy en mente).

Pero antes, otra cosa.

B – No soy muy dado a encontrar equivalencias exactas entre obras, ni, si las encuentro, a darles mayor importancia, a otorgarles un significado más determinante del que realmente tienen –otra cosa es el rastro de la influencia–. Pero –ah, la importancia de los ‘peros’– en Meridiano de sangre creo que se pueden espigar algunas equivalencias que son algo más que mero hallazgo. Llamativas equivalencias, sobre todo, con Moby Dick.

Es sabido que la novela de Melville era la favorita de McCarthy –signifique eso lo que en el fondo signifique– y creo que las equivalencias aquí trascienden el simple homenaje, la comprensible coquetería de arrimar el ascua a tu sardina favorita, por decirlo así. Se propuso McCarthy, y se consideró capaz y uno diría que con razón, de crear un personaje tan misterioso, tan escurridizo al análisis como Ahab y la ballena albina. Pues venga, a ver esos parecidos.

Ambos libros empiezan con cortas, cortantes frases de tres palabras; también, en los dos, bastante al principio, hay un sermón de importancia capital, así como en los dos hay, también, y también al inicio, un profeta, imbuido de no sabemos qué conocimiento, que advierte al protagonista de los eventos que sucederán. Y todo esto, que no parece demasiado –porque verdaderamente no lo es–, sólo es la nebulosa que rodea a lo que yo diría que de verdad importa aquí (y omito a conciencia el hecho de que las dos novelas se compongan de títulos de dos palabras y consiguiente subtitulo, por parecerme, esto sí, un parentesco demasiado superficial): lo que sí me parece, como digo, cargado de intención, de significado que entronca un texto con una tradición anterior, es el hecho de que el juez Holden sea él mismo el equivalente humano del cachalote albino. Ahí le tenemos: inmenso, lampiño como la cera, y uno diría que atemporal y por tanto cargado de conocimientos misteriosos. Como Moby Dick.

Como símbolos de difícil clasificación, el juez y la ballena danzan y nadan en el mismo espacio, en la misma intención. Holden, o la ballena blanca, no son Ahab, que tiene raigambre y motivos humanos; son algo que nos trasciende y nos deja con las manos vacías.

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El subastador, de Joan Samson

El subastadorLa familia Moore vive en Harlowe, Nueva Inglaterra, un pequeño pueblo alejado de las grandes ciudades de la costa este. En un entorno rural, mientras el resto del país se debate en el turbulento tramo final de la presidencia de Nixon, mantienen un modo de vida que apenas ha cambiado en las últimas décadas. El matrimonio formado por John y Mim provén lo necesario para sacar adelante a su hija, Hilldie, y a la madre de John, La Yaya. Esta arcadia extraída de un cuadro de Anderson o Rockwell se ve violentada con la irrupción de Perly Dunsmore. Perly organiza subastas benéficas para recaudar fondos destinados a la escasamente dotada policía de Harlowe. Con el propósito de incrementar la seguridad en un condado con una tasa de crímenes mínima, los vecinos se implican proveyendo objetos y bienes de producción propia por los cuales reciben un puñado de pavos. Esta dinámica parece una manera de vertebrar a la comunidad, implicarse en su gestión un grado más de lo que hacían. Sin embargo, toma un cariz oscuro cuando la colaboración voluntaria se convierte en una obligación por la que han de pasar cada semana.

El modus operandi de Perly y su grado de penetración en Harlowe hasta retorcer la convivencia más allá de lo previsible guían esta historia tensa, repleta de suspense y bien armada. Su autora, Joan Samson, se emplea a fondo para comunicar el entorno familiar de los Moore desde el cual desarrolla todo. La vida cotidiana en su granja, sus encuentros semanales con Perly y sus colaboradores, sus mínimas gestiones con varios vecinos, son la parte central de la trama. Despliega unos lazos nada triviales donde la posición dominante de John se resquebraja por su incapacidad para reaccionar ante unos abusos crecientes por el miedo a unas consecuencias indefinidas que pueden afectar a las tres personas que siente a su cargo. Mientras, Mim y La Yaya no se limitan a ser objetos a proteger. Actúan en direcciones inviables para John. La primera como enlace con una comunidad renuente a hacer nada contra quienes han sacado al pueblo de punto. La segunda como portavoz de pensamientos y deseos que nadie más formula.

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Historias de Gran Guslar, de Kir Bulichov

Historias de Gran GuslarEl domingo 27 de abril terminé este libro. El lunes fue el gran apagón. Ese día, con gente de mi ciudad subiendo a un monasterio a hacer picnic vespertino y la celebración en Salamanca del Lunes de Aguas (el festivo que rememora el retorno de las prostitutas a la ciudad tras el paréntesis de la Pascua, entrañable precursor renacentista del Efecto Streissand), creo que no fui el único que pensó en que a veces todos añoramos épocas de entorno más manejable. Con transistores, bocatas de mortadela y fútbol improvisado. En realidad todo eso está en nuestra mano no perderlo, pero nos dejamos arrastrar por la imperante e irreflexiva velocidad ambiental.

Este volumen de ocho relatos de Bulichov comparte esa evocación de tiempos sencillos que hoy a mucho viejuno nos resulta tan tentadora (falazmente, en gran medida). Aunque fueran unos tiempos sencillos tan complicados los suyos, en una dictadura singularmente refinada, como queda reflejado incluso de forma específica en un par de los cuentos. La gente que reside en esa imaginaria localidad soviética de Gran Guslar se conocen entre ellos, tertuliean, discuten con la parienta, compran peces de colores que conceden tres deseos, cotillean, se toman tres carajillos de los que no llevan café, conversan con extraterrestres, van a la compra, se dan paseos por la fresca y combaten la tensión superficial del agua. Pues lo mismo que en el innominado pueblito albaceteño de Amanece que no es poco o localidades similares, pero con vodka, frío y más osadía científica. Sobre gente desconectada que se conectaba cotidianamente charlando en persona, interactuando también para mal, por cierto.

La aparición de este tomito, que recoge sólo una exigua porción de los relatos que Bulichov ubicó en la pequeña ciudad de Gran Guslar, viene a hacer justicia en nuestro mercado editorial al que fuera posiblemente el autor soviético de género más exitoso. No necesariamente el mejor (lugar que sigue correspondiendo con razonable certeza a los hermanos Strugatski), pero sí el que caló más hondo en su momento en el público de su tiempo y lugar, con una veintena de adaptaciones cinematográficas y millones de ejemplares vendidos, en particular de su serie juvenil protagonizada por la viajera del tiempo Alisa Selezneva. Un escritor, por tanto, de relevancia histórica.

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Feliz cuarto de siglo cYbErDaRk.NeT

Cyberdark

Es gracioso lo que hace el tiempo con mis recuerdos. Mientras que otras personas son capaces de reconstruir conversaciones al pie de la letra como si citaran el diálogo de un clásico del cine, servidor ha terminado con una macedonia de retazos que tengo que detenerme a conectar mientras pienso cuándo y cómo sucedieron. Siempre a tientas valorando lo que pueden haber inyectado mis emociones o el simple paso del tiempo. De ahí, por ejemplo, que escriba tantas reseñas. Son mi agarre para recuperar ideas más allá de saber que leí un libro en concreto.

No recordaba si fue en marzo o en abril del año 2000 cuando David Fernández envió a varias listas de correo el mensaje con la creación de una base de datos con libros de ciencia ficción y fantasía: cYbErDaRk.NeT. No encuentro evidencias en La Internet, o al menos con la mierda de buscadores que tenemos a estas alturas del siglo XXI; ese gigantesco zoco en que se han convertido Google, Bing, el SEO y el resto de monetizadores de nuestro día a día en la red. Ir al lugar donde se produjo el anuncio es imposible (ya no queda rastro de yahoogroups). Con curiosidad he recurrido a la siguiente evolución del medio preguntándole a ChatGPT. Y se ha inventado todo, desde la fecha hasta las personas que colaboraban con la web. Al menos ha mostrado que en las formas es un campeón. Cuando incapaz de proveer una mínima fuente se lo he señalado, me ha pedido muchas disculpas.

McLuhan sacaría conclusiones apasionantes de estos tiempos.

El hecho es que fue el 29 de febrero de 2000 cuando llegó aquel mensaje. Al menos así lo tengo escrito en Aburreovejas. Uno de los contados fragmentos que quedan de aquella época, a la espera de que alguien los conecte a través de una historia. Mientras un explorador de la cultura popular cartografía (o no) lo que quede de esos vestigios entre los que los vivieron, un cuarto de siglo más tarde todavía se puede acudir a su legado como testimonio.

Veinte años después de su creación ahí continúa La tercera fundación, la base de datos literaria más importante en castellano, heredera de Cyberdark (y Terminus Trantor). Una referencia indispensable para cualquiera que realice una mínima investigación sobre cualquier texto de fantasía, ciencia ficción o terror publicado en nuestra lengua. Miedo da pensar lo que ocurrirá cuando la asociación detrás de su conservación, Los Conseguidores, padezca el transcurrir de los años como lo padecemos el resto. También queda la tienda que ayudó a mantenerla, resistiendo el embate de Amazon contra todo pronóstico. El único lugar donde todavía se puede acceder a ciertos libros que, aunque parezca mentira, no están disponibles en el gran mercado.

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Niebla y ruinas, de Eva Cid

Niebla y RuinasAun recuerdo cuando Miquel Barceló etiquetaba como “papanatismo dickiano” la defensa del autor de Tiempo desarticulado, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, Una mirada a la oscuridad… Como si argumentar la relevancia de uno de los escritores imprescindibles para comprender la segunda mitad del siglo XX y este inicio de siglo XXI implicara la pertenencia a una secta. En un nuevo caso de “consejos doy que para mi ya sabes”, es el mismo discurso que sostuve durante tres o cuatro años después de fracasar en mis primeras intentonas con Dark Souls y Bloodborne; dos juegos que han marcado un antes y un después tras su lanzamiento. Veía mucho de secta detrás de la pasión desaforada por su manera hermética, entonces decía perezosa, de entender la narrativa; su acercamiento casi imposible para cualquiera que no tuviera o pudiera desarrollar una habilidad notable en el control del avatar; la necesidad de un estudio minucioso de sus mecánicas para sacarlas partido y avanzar en sus escenarios, a cada cual más demencial. Hasta que un día (abril de 2022) me di de bruces con Elden Ring y terminé entregando la cuchara.

Desde entonces he sufrido, progresado, profundizado en todos los que llevan la coletilla Souls, salvo el II; un detalle que abunda en mi imperfección como “fromita” y mi voluntad por enmendarme. También ando interesado en profundizar en lo que tienen detrás. Averiguar qué cuentan sin necesidad de leerme las descripciones de cada objeto hallado durante la partida; racionalizar los resortes que han tocado para cautivarme. Además de los vídeos de aficionados como Acre o el trabajo de Adrián Suárez, no he encontrado nadie que lo exponga mejor que Eva Cid. Dolmen ha reunido en Niebla y ruinas una serie de textos (dos o tres por cada título) sobre los videojuegos creados por Hidetaka Miyazaki para From Software desde Demon’s Souls. Sin entretenerse en presentaciones ni argumentaciones secundarias, utilizando entre 1000 y 3000 palabras, Cid entra al meollo de cada título de manera certera para exponer la claves sobre las cuales se sostienen. Deja al desnudo unas producciones donde el lugar narrativo, las mecánicas que ponen en marcha, las exigencias sobre el jugador… quedan interconectadas a niveles casi absurdos sobre los cuales merece la pena detenerse para observar cómo se realimentan.

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