En las faldas de los pirineos un perro, Brezo, mantiene la rutina que aprendió años atrás y pastorea un rebaño de ovejas. Día tras día, las saca del corral donde pasan la noche para llevarlas a los puertos. Mientras, a decenas de kilómetros sobre él, una IA de un satélite militar observa la faz del planeta e intenta recuperar el contacto con sus creadores. Ambos son los protagonistas de esta historia centrada en el último reducto de la civilización humana, extinta tras una epidemia global.
“El rebaño” es el relato más conocido de César Mallorquí, publicado en El círculo de Jericó y seleccionado tanto en La antología de la ciencia ficción española 1982-2002 como en la muy reciente Prospectivas. No lo considero su mejor pieza breve (“La pared de hielo” y “La casa del doctor Pétalo” me parecen todavía mejores), pero las tres veces que lo he leído me ha emocionado. Sus páginas están teñidas de un inexorable sentimiento de pérdida que gana momentum hasta explotar en un final que (me) deja con el corazón en un puño. Por los recuerdos que desencadena, por cómo enfoca el final de la civilización y por el encuentro que supone para sus protagonistas. Enormemente triste y, aunque parezca un contrasentido, luminoso.
Hay bastantes narraciones centradas en animales en la ciencia ficción, en su mayoría con las capacidades mentales aumentadas. Pienso en novelas como Sirio de Olaf Stapledon, Ciudad de Clifford D. Simak, la mayoría de las historias de La elevación de los pupilos de David Brin o relatos como “Un muchacho y su perro” de Harlan Ellison. Otras veces las historias se centran en una relación anormal con un humano, como en el turbador “Su cara peluda” de Leigh Kennedy o “Ismael enamorado” de Robert Silverberg. Sin embargo ahora mismo no recuerdo uno (aunque con seguridad lo haya) cuyo protagonista haya sido un animal normal que, además, prácticamente no interaccione de forma directa con los seres humanos, aunque sí lo haga de una manera indirecta con los vestigios de su creador.
Fin de la civilización aparte, “El rebaño” da una vuelta de tuerca a la manera en que la humanidad ha modelado el planeta para conseguir sus fines. Por la parte biológica con Brezo, moldeado por el pastor y sus dos perros compañeros para conseguir un fin que se convierte en razón para vivir (sin posibilidad de elección). Y por otro la tecnológica representada por el satélite, que busca la manera de contactar con su creador desaparecido. El dualismo formista-mecanista afrontado de una manera clásica pero, a la vez, novedosa, alejada de la maneras imperantes en la ciencia ficción norteamericana de las últimas décadas y con un pesimismo típicamente europeo.
Lo único que le puedo achacar a “El rebaño”, y es un detalle muy menor, es que en múltiples momentos rompe con el narrador omnisciente para acercarse a Brezo, ponernos en su lugar y contarnos qué es lo que ve y piensa, para, después, recuperar su posición externa y enseñarnos algo que no podría contarnos porque no podría comprender. Quizás se podría haber contado la historia de otra manera, siempre desde el punto de vista de Brezo, a la manera en que él ve y entiende las cosas, y prescindiendo de detalles que para él no tendrían significado como, por ejemplo, lo que el pastor intentó coger en su casa momentos antes de morir. Dejando al lector la necesidad de completar la narración. Aunque seguramente es una idea peregrina y la carga de profundidad emocional que supone se habría perdido.
De lo que no me cabe duda es que este relato merece la pena ser leído y una excelente apertura para Prospectivas, la antología dedicada a la ciencia ficción española contemporánea, seleccionada por Fernando Ángel Moreno, que acaba de publicar Salto de página. En las próximas semanas espero escribir más sobre ella aquí.
“En las próximas semanas espero escribir más sobre ella aquí.”
¿Qué opinión te ha merecido el resto de la antología?
La reseña está entre las tareas pendientes. Tengo notas de cuando la leí, pero antes hay que darles forma.