Leer El rebaño ciego en los inicios del siglo XXI supone un viaje un tanto paradójico. Nos desplaza a comienzos de la década de los setenta cuando la ciencia ficción vivía uno de sus períodos más efervescentes y se estaba ante una revolución que, en apariencia, la iba a sacar del ostracismo en el que había vivido. Un momento en el que un grupo de autores aplicó técnicas hasta entonces no utilizadas dentro del género y se acercó a una serie de temáticas que apenas se habían tocado. Pero, también, nos encontramos con una novela que apenas ha envejecido y no aqueja el paso del tiempo, algo que sí ha ocurrido con Órbita inestable. De ahí que haya que felicitar al Grupo AJEC y a su editor, Raúl Gonzálvez, su apuesta por reeditarla justo cuando el mercado de ciencia ficción apunta claramente hacia obras o reediciones más «fáciles» en las que resulta prácticamente imposible encontrar el compromiso, la lucidez y la inteligencia de las que Brunner hizo gala en estas páginas.
Situada en un futuro a muy corto plazo, El rebaño ciego se estructura en doce capítulos que, de Diciembre de un año hasta Noviembre del año siguiente, tocan las vidas de una miríada de personajes que abarcan de un agente de seguros a punto de caer en desgracia a un multimillonario que ha creado un imperio a partir de un alimento hidropónico, pasando por una periodista con conciencia social, otra que sólo busca el escándalo, un observador de la ONU en tierra extraña, un policía, un médico… Personajes que, como se espera, mantienen poca o ninguna relación entre sí para, a medida que transcurre el año y se precipitan los acontecimientos, comienzan a cruzarse entre sí, casi siempre de una manera fugaz.
Ninguno desempeña un rol protagónico, aunque hay uno que marca el desarrollo de la historia más que el resto: Austin Train. Un científico que años atrás convulsionó la sociedad con sus ideas en pro de un desarrollo sostenible y en contra del capitalismo salvaje, la explotación indiscriminada de recursos y el uso de tecnologías agresivas con el medio ambiente. Sin embargo el Gobierno de EE.UU. y los poderes económicos que lo controlan lo convirtieron en un paria y terminó desapareciendo del mapa. Su testigo fue recogido por un movimiento de activistas medioambientales, los trainitas, que viven según la manera que pregonaba y que mantienen una lucha más romántica que efectiva. Porque a pesar de sus esfuerzos y su presión, el ecosistema terrestre está más allá del punto de retorno.
La novela se inicia con una sucesión de hechos –la extraña muerte de un seguidor de Train, un corrimiento de tierras en Denver, la locura colectiva de la población de un país africano…– que presentan la situación del planeta al borde del abismo y dispuesto a dar el «paso al frente». La pesadilla de las que alertan los movimientos ecologistas hecha realidad. Ante este panorama, Brunner centra sus esfuerzos en describir y desarrollar levemente sus personajes para, de su mano, describir el colapso planetario a través de sus «pequeñas» tragedias personales, en una aproximación que recordaría a las películas de catástrofes más tradicionales si no fuese porque el tono del relato es menos conservador, mucho más descarnado. Algo que también se aprecia en las tremendas elipsis que aparecen mes tras mes y que fuerzan al lector a retomar a los personajes semanas después del último encuentro, sin rememorar lo que ha pasado durante el lapso. Elipsis que, unidas al complejo microcosmos que se despliega, ayudan a crear una necesaria sensación de desconcierto que se disipa con el transcurrir del relato. Detrás de la estructura narrativa de El rebaño ciego hay una extraordinaria labor de planificación y engarce; nada se deja al azar y todo está planificado al milímetro.
Retomando lo que comentaba en la introducción, sorprende lo actual que se conserva su contenido. No es misión de la ciencia ficción realizar augurios y aventurar el de nuestra sociedad, la ciencia o la tecnología. Su papel debe estar mucho más cerca de nuestro presente y del propio ser humano, y acercarnos a ambos desde su retórica. No obstante muchas obras cargan tanto su contenido sobre la voluntad de predecir por dónde van a ir los avances científicos, tecnológicos, sociopolíticos… que un par de décadas más tarde, cuando quedan superadas por los acontecimientos, desprenden un olor a naftalina insoportable, algo que no ocurre con El rebaño ciego. Hasta el punto que la narración, me temo, produce más pavor que cuando se publicó.
Quizás porque Brunner, lejos de ponerse a elucubrar por dónde irían los grandes avances del futuro en los años siguientes a su publicación, decidió bajar al nivel del suelo y seguir al día a día de los años 70, documentándose en los escándalos ecológicos que los medios de la época comenzaban a desempolvar y que son casi casi los mismos que podemos encontrar hoy en día. Grandes corporaciones alimentarias que no se preocupan por las consecuencias del uso de técnicas abusivas de explotación de cultivos, uso indiscriminado de todo tipo de pesticidas y plagicidas, el abuso de antibióticos que produce decenas de cepas de superbacterias inmunes a ellos… Y hechos sociopolíticos que estaban y están a la orden del día, como el surgimiento y la exacerbación de movimientos populistas en América Latina, la explotación inmisericorde de los recursos naturales de los países en vías de desarrollo, el escaso peso que tiene la ONU en el mundo…
Pero lo acongojante no está en este cúmulo de factores sino en cómo catalizan las preocupaciones y obsesiones del hombre posmoderno. Cómo los personajes, en su mayor parte gente de a pie alejado de las decisiones que modelan el mundo, viven sumidos en una tempestad creciente y son zarandeados por unos acontecimientos que los sobrepasan mientras buscan, sin demasiado éxito, una brújula que marque la dirección que deberían seguir para capearla. Cómo cada salida que se apunta en el horizonte es demolida por mazazos que dinamitan cualquier esperanza. Cómo son confundidos por unos medios de comunicación que, con la sobreabundancia, selección y manipulación de la información hacen casi imposible discernir lo cierto de lo falso. Algo de lo que el lector es copartícipe con la alternancia de personajes y escenarios o con la propia sobrecarga de «datos», acentuada por los textos que Brunner intercala en la narración, procedentes de noticias, anuncios, columnas de opinión, conversaciones, notas de prensa… del momento. Nunca una novela de ciencia ficción hizo tanto por transmitir todas estas sensaciones.
Entre las contadas reediciones de ciencia ficción que se produjeron durante el año 2007 ésta me parece la más necesaria de todas. Por su afilado recuerdo de nuestra responsabilidad sobre la situación actual del planeta, su acerada estructura, su compromiso o sus personajes alejados de las grandes gestas y los descubrimientos. Y porque recuerda que en otro tiempo hubo una manera de hacer ciencia ficción de futuro cercano muy diferente a la actual. Lo que no quita para reconocer que, habiendo mejorado, la edición de AJEC –con una traducción más adecuada que la anterior de Acervo, que además incluye un interesante ensayo de James John Bell– necesita de un corrector y maquetador profesional que acerque el producto a lo que debería ser el estándar de edición.
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