Tejedora, de Nina Allan

TejedoraEl cierre de Fata Libeli supuso un doble mazazo: la desaparición de un criterio editorial atractivo, de esos que no se limita a publicar al tun tun y erige un catálogo con personalidad; y el aviso de la imposibilidad de mantener un sello exclusivamente digital con los mejores estándares de edición en papel. Esta segunda cuestión, además, nos llegó con un corolario. Años después, la única manera de poder hacerte con lo publicado es a través de la bondad de los compradores que bien te pueden “dejar” un ejemplar, bien lo “subieron” a un servicio de descarga donde permanecen almacenados. Sin bibliotecas, sin mercado de segunda mano en el cual dejarte los cuartos, no hay otra alternativa que recurrir a estos canales “alternativos”. En mi caso, todavía tengo pendientes algunas compras que hice durante la vida de la editorial y se mantienen en la pila virtual. Una de ellas era esta novela corta, además mi primera narración de Nina Allan.

El enfoque de Tejedora desde una óptica de mercado puede parecer revolucionario. Frente a esa ciencia ficción de pretendido sentido de la maravilla, de grandes imperios sumidos en conspiraciones palaciegas y fuegos de artificio, de entornos reducidos en los cuales se maceran los buenos sentimientos frente a un exterior hostil, plantea un escenario de los próximos cinco minutos sumido en una cotidianidad ligeramente transformada entre la ciencia ficción y la fantasía. En este caso, la persecución y condena a muerte de las personas que manifiestan una cierta clarividencia, ejecutada de manera cruel. Tal fue el destino de la madre de Layla, la protagonista, algo que no se afirma en toda su amplitud hasta bien entrada su extensión, cuando se rememora ese recuerdo traumático.

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Infestación, de Érica Couto-Ferreira

InfestaciónUna vez Valdemar aparcó su colección dedicada al ensayo, Intempestivas, ha quedado un hueco inmenso en el fantástico y el terror que otras editoriales trabajan por llenar. Entre las más activas está Dilatando Mentes. A través del sello Paraíso perdido llevan años explorando, sobre todo, el terror en la televisión el cine y la literatura con una serie de ensayos escritos en España. En C ya he dado cuenta de Torrance, de Daniel Pérez Navarro, y Soy lo que me persigue, de Ismael Martínez Biurrun y Carlos Pitillas. Y ahora entro en vereda con Infestación, la historia cultural de las casas encantadas escrita por Érica Couto-Ferreira. Couto-Ferreria es sobre todo conocida en el fandom a través del podcast Todo tranquilo en Dunwich, donde junto a José Luis Forte invita a descubrir novelas y relatos de literatura fantástica, de fantasía y terror clásicos y contemporáneos. En Infestación se adentra en un subgénero del terror muy arraigado desde una perspectiva que, obra a obra, alumbra y sustancia una clara evolución.

Como tantas otras veces, el subtítulo contribuye a definir el contenido. El libro propone una historia cultural de las casas encantadas, desde sus primeras manifestaciones en EE.UU. a través de Poe y Hawthorne hasta Shirley Jackson y sus dos novelas más conocidas: Siempre hemos vivido en el castillo y La maldición de Hill House. Aunque Couto-Ferreira establece la progresión desde la piedra fundacional de la literatura gótica, El castillo de Otranto, y la definición del edificio como lugar donde va a acontecer el drama del relato, es a través de “La caída de la casa Usher” y La casa de los siete tejados como realmente se inicia esta cartografía de las infestaciones con una secuencia clara en cada capítulo.

Primero, asienta unas bases claras de las claves sociales, políticas, culturales del tiempo en que fueron escritas las diferentes historias. Después aborda una elaboración pormenorizada de sus argumentos para que asienten en la mente del lector. Según plantea, estas historias discurren en un sentido que funciona como un viaje en el tiempo y una evolución. La que lleva desde un espacio físico, exterior a los personajes en las primeras historias, a uno plenamente subjetivo, en su interior, en las más próximas al presente.

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Hazlo todo mal, de Jarett Kobek

Hazlo todo malUno de los detalles curiosos de Spotify es ponerte a mirar el número de reproducciones de canciones al azar. “Bestia”, de Ilegales, a la hora de escribir esto sobrepasa las 650mil. “The Way It Will Be”, de Gillian Welch, anda cerca de los 2,5 millones. “Satisfaction”, de los Stones, va por más de 500 millones. Lo esperable. Después descubres que un tal XXXTENTACION, del que no sabía nada hasta leer este libro, casi araña los 2000 millones con “Sad”. Y tiene otras canciones con más de 1000 millones. La canción de Pink Floyd que más reproducciones acumula llega a 650 millones. La de los Beatles no alcanza los 1000 millones.

Detrás de mi desconocimiento, además de ser un señor blanco viejo hetero, hay más detalles a tener en cuenta y sobre los cuales Jarett Kobek sostiene una parte sustancial de este librito. Una suerte de biografía escrita tras la muerte de XXXTENTACION con poco más de 20 años que, además de recordar su vida de una manera bastante curiosa, ejerce de ariete contra la industria musical, el periodismo cultural y cómo se sincronizan para perpetuar un racismo que trasciende la idea que este sustancia en nuestras mentes cuando oímos hablar de él.

La materia prima de Kobek a la hora de reconstruir la vida de XXXTENTACION son sus tweets. Aparte de las páginas de sucesos donde quedó reflejada su historial de violencia, algunos comentarios en revistas especializadas sobre sus canciones, sus letras, no hay muchas más fuentes para rescatar su experiencia cotidiana, las causas de su violencia, su perspectivas sobre las consecuencias… Una tarea compleja porque en algún momento borró participaciones de meses que podían haber aclarado algunos de los hechos en los que se vio envuelto. Hay mucho de arqueología en la labor de recolección, exposición e interpretación de Kobek mientras va adelante y atrás en el tiempo, y perfila los acontecimientos definitorios de una vida breve, plagada de acciones execrables sobre las cuales interesa arrojar luz para no quedarse en el juicio sumario y poder alumbrar qué hubo detrás, sus implicaciones y, sobremanera, su condición de una sintomatología sistémica que subraya un racismo permanente, inasequible a cualquier política destinada a hacerlo desaparecer.

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El único indio bueno, de Stephen Graham Jones

El único indio buenoUna de las experiencias inolvidables de mi año en EE.UU. fue un viaje por carretera de diez días alrededor de Four Corners; la encrucijada donde se encuentran Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México. Uno de los muchos recuerdos de aquel Spring Break de 2013 está unido a atravesar la nación navaja; el territorio gobernado por nativos más extenso del país donde te puedes encontrar letreros en Km o la única rotonda en mis viajes por las carreteras del sur de EE.UU. Lo más impactante fue visitar Monument Valley y su entorno con un guía navajo a lo largo de una fría mañana. En vez de elegir el trayecto más turístico, nos decantamos por un recorrido por sitios sólo permitidos a navajos (o, en nuestro caso, personas acompañadas por alguien de la tribu). Aparte de los paisajes, nos permitió arañar unas capas de la dureza de un modo de vida marcado por las condiciones en la reserva. Unos entornos empobrecidos con escasas posibilidades educativas, profesionales, de ocio, de atención, donde se vive atrapado en una telaraña de contradicciones de la que resulta casi imposible escapar. El desgarro entre mantener la tradición, seguir el paso de la sociedad ajena a la cultura de tus antecesores o ser capaz de sobrevivir en los intersticios entre ambas posturas. Este es el contexto en el cual crece El único indio bueno, novela donde Stephen Graham Jones se sirve de muchos de los resortes de la literatura de terror para trasladar al lector este trauma.

Ricky, Lewis, Gabe y Cass son los cuatro pies negros protagonistas. Una década atrás participaron en una matanza de ciervos en una zona restringida de su reserva de Montana y ahora les ha llegado el momento de hacer acto de contricción. Tal y como se observa durante el prólogo, una presencia conectada con aquel acontecimiento, caracterizada al principio como una mujer con cabeza de cierto, inicia una venganza que no sólo los tiene a ellos en el punto de mira. Cualquiera de las personas con las que se encuentren o formen parte de sus vidas pude convertirse en víctima colateral de este espíritu imparable.

Stephen Graham Jones a priori se muestra Kingiano a la hora de construir las historias de sus personajes. El elemento fantástico explora los puntos de ruptura de una cotidianidad con una serie de grietas que, tarde o temprano, se hubieran puesto de manifiesto. Es algo que se intuye en el prólogo, centrado en Ricky y la típica noche viernes que sale mal, y se desarrollo con amplitud en la primera sección de la novela; el encontronazo con la criatura de Lewis, el nativo que consiguió huir fuera de la reserva y halló su lugar en el mundo gracias a Peta, una mujer ajena a su tribu, y su empleo en el servicio postal. Hay detalles sintomáticos como el uso del calificativo de jefe por sus compañeros de trabajo, y otros más significativos, caso de la supresión ante Peta de una parte de su cultura y pasado. Una anulación en proceso de revertirse tras el primer incidente con el espíritu y la atracción por una compañera de trabajo crow, Shaney.

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Los días del venado, de Liliana Bodoc

Los días del venadoEn la burbuja de publicaciones del primer lustro de los 2000 en España, era imposible seguirle el pulso no ya a la actualidad de los géneros fantásticos. Incluso dedicándose a uno de ellos con especial hincapié quedaba fuera de lo posible abarcarlo a no ser que dedicaras una cantidad de dinero prohibitivo a la compra y dispusieras de abundante tiempo. En lo que a fantasía heroica se refiere, en apenas un año se tradujeron por vez primera a Robin Hobb y Andrzej Sapkowski, aparecieron los primeros volúmenes de Juego de tronos y Celtika, Javier Negrete publicó La espada de fuego, los dos primeros volúmenes de Sombra de K. J. Parker, las historias de El clan granizo negro… Y así durante tres o cuatro años. En este contexto me siento un poco menos culpable de no haber podido acceder a Los días del venado, publicado en España por vez primera en 2005 e inicio de La saga de los confines, la trilogía de Liliana Bodoc con varias ediciones en Sudamérica desde su primera aparición en el año 2000. Te distancias de la fantasía heroica, de las trilogías… y hasta hoy.

Desde este 2022 me llaman la atención ciertas disonancias en Los días del venado. Múltiples detalles me invitan a pensar en este primer volumen como una fantasía tradicional, apegada a fórmulas más propias de la explotación de sus raíces de finales de los 70 y principios de los 80 que de ese momento de transformación del género a finales de los 90; el tiempo en el que se asentaron las bases de una refundación de la que participarían varios de los títulos que comentaba en el párrafo anterior. Es sintomática la extrema dominancia de los personajes masculinos, no ya entre las fuerzas del mal que acuden a las Tierras Fértiles para domeñarlas. Cualquier asomo de protagonismo femenino entre los héroes destinados a hacerles frente desemboca en una presencia y un rol testimoniales, cuando no empobrecedores.

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Herederos del tiempo, de Adrian Tchaikovsky

Herederos del tiempoSienta bien que el space opera más tradicional haya tenido una buena acogida entre los lectores de España a través de Herederos del tiempo. No porque los aficionados quedaran sin aventuras espaciales que echarse al gaznate tras la desaparición de La Fucktoría (Becky Chambers, Kameron Hurley…), pero sí como mantenimiento de un caudal en estiaje respecto a la primera década de los dos miles, arrinconado por el imperio de las distopías, los postapocalípticos y, en general, cualquier novela de futuro cercano fácilmente aplicable a nuestro contexto contemporáneo. Sin embargo, también me crea un poco de desazón que la novela que ha acumulado tantos parabienes se mueva en las coordenadas de una space opera neoclásica, donde el escenario, la intriga y, hasta cierto punto, la especulación científico-tecnológica están por delante de otras cuestiones que he aprendido a apreciar de la space opera (post)moderna; lo personajes con múltiples recovecos, el extrañamiento potente, la narración con (algunas) inflexiones en su narrador, la lectura metaficcional de la propia ciencia ficción… Pretender otro Luz a estas alturas del mercado sería entre hacerse un harakiri editorial y proponerse para lapidación en horario de máxima audiencia. Pero me parece una pena que la veta abierta por Banks en La Cultura sea tan escasamente explotada.

Adrian Tchaikovsky se mueve con soltura en este cruce entre La paja en el ojo de dios y Un abismo en el cielo. La referencia no es gratuita; todo Herederos del tiempo es una parque de atracciones sostenido sobre los hombros de una parte sustancial de la aventura espacial de los 70 y los 80. No hay más que ver su guía: la elevación de especies por una inteligencia superior. Una idea que parecía haber caído en desuso en los últimos años y el motivo que empuja a una civilización humana en plena espiral autodestructiva a otro sistema solar. Allí, desde Brin 2 (guiño, guiño) nuestros herederos pretenden convertir una roca inerte en un lugar apto para la vida y elevar unos monos hasta una inteligencia equiparable a la nuestra para gestionarlo hasta el momento de reencontrarse con sus descendientes. El tono en el que se relata todo esto es subterraneamente jocoso, no tanto en el estilo (luego hablaré de él) como en las expresiones grandilocuentes usadas para referirse a un acontecimiento que termina siendo histórico por motivos contrarios a los esperados. Se desencadena un acontecimiento apocalíptico que deja al planeta en un curso de terraformación diferente al proyectado. El momento en el cual las arañas se hacen con la novela y no la sueltan.

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Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee, de Abraham Riesman

Verdadero CreyenteNo hay nada más disfrutable para un lector de tebeos de supehéroes que una discusión estéril. Cuando eres joven te peleas sobre si es más fuerte Hulk o La Cosa; si el Capitán América sería capaz de vencerle a Batman en un uno contra uno. Cuando creces y maduras un poco empiezas a abrir nuevos campos: ¿es mejor el Hulk de Bill Mantlo o el de Peter David? ¿Quién es más Batman, el de Englehart y Rodgers o el de O’Neill y Adams? ¿Mola más el Excalibur de Claremont con Davis o el de Davis en solitario? Y cuando ya empiezan a preocuparte temas creativos, abres el melón definitivo: ¿quién merece el crédito por los grandes personajes del Universo Marvel? Esos que sostienen la editorial desde principios de los años 60 y alrededor de los cuales giran la mayoría de las películas que arrastran decenas de millones de espectadores sin asomo de agotar su veta. De la terna de nombres sobre los que gira siempre la discusión (Jack Kirby, Steve Ditko y Stan Lee), puedes darle vueltas a multitud de asuntos, y llegar a conclusiones más o menos fundadas. Pero lo que resulta titánico es socavar la percepción más extendida en el acervo cultural compartido: Stan Lee fue el creador del Universo Marvel.

Inevitablemente, una de las posibles claves de Verdadero creyente es arrojar luz sobre la respuesta a esta pregunta, a estas alturas un imposible. La presencia mediática de Lee; la muerte de Kirby antes de que un buen biógrafo pudiera dar forma a su recuerdo; el aislamiento y la peculiar forma de ser de Ditko; la carencia de habilidades comunicativas de ambos dibujantes; la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre qué significa crear en un contexto como el del mundo del cómico a mediados del siglo XX, explican que apenas desde el mundo del tebeo se reconozca su papel en la creación de Los Cuatro Fantásticos, Hulk, el Doctor Extraño, Daredevil, Spiderman…

Riesman monta su caso de manera inteligente y demoledora. Más allá de los inevitables dimes y diretes de los implicados en la cuestión, capítulo a capítulo abre una mirada a un Stan Lee más allá del Universo Marvel. Sus intereses abordados antes de la creación de los superhéroes más conocidos, los trabajos paralelos realizados durante aquellos años más allá de su labor editorial, y todo lo que afrontó cuando dejó de lado los guiones de Marvel, después su responsabilidad editorial dentro de la casa y, finalmente, se lanzó a diversas tareas en otros sellos escasamente conocidos en España. Este Lee, en general desconocido, se cuenta en Verdadero creyente como una persona atrapada en el mundo del tebeo y, posteriormente, los superhéroes, muy consciente de su papel como editor, necesitado de mantener un tren económico creciente e incapaz de crear nada memorable más allá de los personajes surgidos de su colaboración con Kirby y Ditko.

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Dioses de jade y sombra, Silvia Moreno-García

Dioses de Jade y SombraCon Gótico Silvia Moreno-García desarrolló las características más evidentes de este tipo de relatos en una novela bien tramada. Mientras su protagonista desentrañaba los misterios de la mansión High Place, resonaban con firmeza sus alegatos frente a la colonización y la renuencia del viejo orden a dar paso al nuevo. También, caía en la problemática de utilizar códigos anglosajones en un relato que, además, demasiadas veces daba igual dónde sucediera. De ahí mi interés en acercarme a este Dioses de jade y sombra, novela publicada en EE.UU. un año antes que Gótico y en la cual Moreno-García se acercaba a una imaginería plenamente mexicana. Un ingrediente sazonado con un recorrido por un país en la década de 1920, sometido a fuertes tensiones entre el arraigo de la tradición y la llegada de la modernidad. Algo subrayado desde los mismos orígenes de su protagonista, Casiopea Tun, en una aldea de Yucatán.

Huérfana de padre, con su madre sometida a su familia, Casiopea mantiene un espíritu rebelde frente a los caprichos de el patriarca, su abuelo Cirilo, y su primo Martín. Este yugo se abre para ser reemplazado por uno nuevo. Jugueteando con un cofre en posesión de Cirilo libera de su cautiverio a Hun-Kamé, dios de la muerte, y queda unido a él por un hechizo de sangre. Para liberarse debe ayudarle a recobrar una serie de partes de su cuerpo arrebatadas al quedar cautivo, ganar el poder perdido y regresar con él a Xibalbá para recuperar de nuevo el trono del mundo subterráneo, en manos de su traicionero hermano Vucub-Kamé.

Desde las primeras páginas, hay múltiples detalles que hacen pensar en Dioses de jade y sombra como una novela juvenil. La materia prima del argumento es puro cuento clásico. La explotación de madre e hija, el comportamiento de sus familiares… definen una decantación entre buenos y malos durante más de la mitad de su extensión sin matices. El argumento queda delimitado en dos hilos: el principal con el viaje de las fuerzas del bien (Casiopea y Hun-Kamé) desde Yucatán a Baja California; y detrás de ellos, en un curso secundario, unas fuerzas del mal conspirando para sabotear su objetivo a través de Vucub-Kamé y Martín. Amo y siervo apelan a satisfacer ambiciones terrenales no consumadas, el miedo a las posibles consecuencias tras el fracaso de Casiopea. Sin éxito.

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Historias de Xuya, de Aliette de Bodard

Historias de XuyaEste es el primer libro en papel de Aliette de Bodard publicado en España. Hasta hoy apenas contábamos con los dos editados en formato digital por Fata Libelli allá por 2014: la colección de relatos El ciclo de Xuya y la novela corta En una estación roja, a la deriva. El primero no lo he leído todavía, pero el segundo me parece una de las space operas más satisfactorias de este siglo XXI. Su escenario en las antípodas de las coordenadas culturales más extendidas es una fuente de extrañeza y maravilla sin, por ello, distanciarse de su contexto humano. El entramado de una sociedad heredera de las del sudeste asiático y las relaciones entre sus personajes daban pie a una vívida semblanza sobre el poder y la idea de progreso escrita con una contención y una elegancia que enfatizaban esa ambientación exótica para el lector occidental.

Historias de Xuya regresa a este universo y a esas relaciones desde dos novelas cortas con tramas más convencionales y, supongo, potencialmente atractivas para el gran público. “La maestra del té y la detective” y “Siete de infinitos” se articulan alrededor de intrigas criminales que, en el primer caso, tienen una orientación detectivesca mientras que en el segundo gira hacia la novela negra. Me ha interesado sobremanera esta última. Bodard dialoga con mayor profundidad con las rigideces de un sistema social particularmente hostil para quienes no siguen la norma o son castigados a vivir en sus márgenes, cuando no son expulsados de él. Este es el riesgo que se cierne sobre Vân. Debido a su origen humilde, la familia que la ha contratado como tutora de una de sus hijas más prometedoras, Uyên, pone en entredicho su idoneidad para ejercer esa función. Por si este riesgo no fuera suficiente aparece en los aposentos de su alumna un cadáver. De llevarse a cabo una investigación oficial, sería conducida por una milicia poco sutil; un riesgo para Uyên y la propia Vân, entre cuyos pecados de juventud está el haber creado un implante de memoria clandestino. Con la ayuda de una nave mental, Bosque sombrío, oculta el cadáver y se dispone a indagar en las causas de su muerte.

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La mujer que caía, de Pat Murphy

La mujer que caíaPat Murphy cuenta con dos novelas traducidas. La menos conocida, La ciudad, poco después (EDAF), ya fue rescatada por Alfonso García en el Clásico o polvoriento hace tres años. La otra debiera tener más nombre; se hizo con el premio Nebula de 1987 por delante de títulos y autores entonces más afamados (Gene Wolfe, David Brin), y fue publicada en una editorial con mayor visibilidad, Ediciones B. Sin embargo, su condición de novela de fantasía contemporánea, unido al inexorable paso del tiempo y que su autora no terminara de ratificar las buenas sensaciones de ambos títulos, hizo que cayera en un olvido del que no ha sido rescatado. Y es una pena. Nos encontramos ante una narración bien urdida, de esas que no te cambia la vida ni todas esas chorradas manidas propias de un blurb cantamañanas, pero deja satisfecho. Además lo consigue desde una serie de temas actuales cuya aceptación por los escritores de la SFWA de hace 35 años demuestra unas sensibilidades que suelen ponerse en entredicho con demasiada alegría.

La mujer que caía relata el reencuentro entre una madre y su hija después de tres lustros. Tras la muerte de su padre, Diane viaja hasta la excavación en la península del Yucatán donde trabaja su madre, Elizabeth. Allí se ponen de manifiesto los diferentes traumas larvados en su relación. Los de Diane son más previsibles; fundamentalmente el abandono materno cuando apenas era una niña y la incomprensión ante el tiempo transcurrido sin contacto. Los de Elizabeth resultan menos evidentes y se exponen a medida que Murphy, a machacamartillo, los revela en una serie de capítulos que dejan al aire su largo camino hasta convertirse en una experta en la cultura Maya. Unos son bastante comunes y entroncan con cómo una multitud de madres sacrifican sus carreras profesionales para verse atrapadas en una crianza que no deseaban. Otros tienen que ver con la faceta sobrenatural del argumento: su poder para observar a su alrededor personas del pasado. Una serie de espectros íntimamente relacionados con los suyos.

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