Hermana roja, de Mark Lawrence

Hermana RojaLas novelas de internados británicos constituyen una tradición arraigada en la literatura y cuentan con una cohorte numerosa en los terrenos de la fantasía, la ciencia ficción y el terror. Desde las peripecias de Harry Potter en Hogwarts a la escuela de batalla de El juego de Ender, pasando por la sorpresa constante de Jitanjáfora o los crímenes de El jardín del tallador de huesos, las academias de enseñanza se han mostrado como un campo abonado para historias de aventuras con vértices en el relato romántico, la competencia entre pares, el salto generacional, los ritos de paso, el acoso entre compañeros o las conspiraciones de diversa índole. En muchos casos con una fuerte componente juvenil desde el momento en el cual las cuestiones más truculentas o la faceta de crecimiento y maduración pueden terminar arrinconadas. Hermana roja es el primer libro de la trilogía del Ancestro y parece cortada con este patrón, aunque cambia los colegios para hijos del Imperio por un convento en otro planeta. El recinto en el cual jóvenes con habilidades profundizan en ellas mientras se inician en el culto a una deidad, el Ancestro, que es de suponer tenga su relevancia en las siguientes entregas.

Mark Lawrence exhibe ingenio a la hora de vestir y manejar la historia para alejarse de esos lugares comunes que podrían arrinconarla en la rutina o el manierismo. El planeta en el cuál se sitúa su argumento pertenece a un sistema cuya estrella agoniza. La vida más desahogada solo es posible en una estrecha banda ecuatorial: El Pasaje. El frío, el hielo y la nieve condicionan la supervivencia al norte y al sur de esta franja; condenan a sus habitantes a un modo de vida límite.

De uno de estos pueblos procede Nona, rescatada del patíbulo por Vidrio, la abadesa del convento de la Dulce Misericordia. Sus condiciones la hacen ideal para incorporarse a las Hermanas y recibir formación en diversas artes. Las más comunes, relacionadas con el combate. Las más extrañas, vinculadas a un potencial mágico denominado la Senda. Esto da pie a una serie de contratiempos con las estructuras políticas y religiosas que, junto a ese aprendizaje, prefiguran la estructura de la narración alrededor de la superación encadenada de retos crecientes. No se ajusta del todo a lo que Alberto Cairo etiquetaba como novela videojuego en “El camión de medianoche“, pero se le asemeja.

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Lonesome Dove (Paloma Solitaria), de Larry McMurtry

Bruce Greene Caprock Cowboys

En 1985 dos novelas marcaron un antes y un después en las historias del oeste: Meridiano de sangre y Lonseme Dove (Paloma Solitaria). Aunque tardara en generar audiencia, Cormac McCarthy sublimó en la primera el relato de frontera existencial. No he vuelto a pisar un mundo donde el caos y la muerte cabalgaran más libres, seguidos de cerca por el desarraigo y la falta de esperanza. Desde esta percepción personal, me resulta tentadora la discusión sobre si el jurado del Pulitzer eligió la segunda en la categoría de ficción para enmendar esa visión nihilista de una parte sustancial de la historia de EE.UU.. Si pudieron corregir el tiro apostando por un acercamiento más clásico a la frontera, con el bien y el mal mejor delimitados y el sufrimiento contrapesado por espacios de protección conformados desde valores como la amistad, la camaradería, la solidaridad, el amor… Sin embargo, esta línea de argumentación sería entrar en un camino de lo más absurdo. Meridiano de sangre ni siquiera fue finalista y McCarthy tardaría todavía unos años en lograr el reconocimiento unánime de crítica y público (Todos los hermosos caballos, 1992). Además, Lonesome Dove es ya de por sí una novela excepcional que defiende sus valores sin buscar la recompensa superficial, el confort de baratillo. De hecho, su manera de concebir el relato puede llevarla a ser incluso más desoladora, algo que hubiera sido complicado de conseguir si hubiera salido adelante su primera encarnación.

Porque Lonesome Dove podría haber sido un western protagonizado por James Stewart, John Wayne y Henry Fonda. Al menos así lo idearon Larry McMurtry y Peter Bogdanovich a principios de los 70. El guión de 288 páginas (¿cuatro horas y media de metraje? XD) no salió adelante y McMurtry trabajó sobre él hasta convertirlo en esta novela. El viaje de un grupo de vaqueros con un rebaño desde el curso bajo del río Grande a la frontera con Canada poco después de la guerra de las Black Hills. En cabeza cabalgan los capitanes Augustus “Gus” McCrae y Woodrow F. Call, dos antiguos rangers con un exitoso servicio a la caza de bandas de comanches y cuatreros, ahora retirados en el poblado de Lonesome Dove donde fundaron la compañía ganadera de Hat Creek. Su plácido aislamiento se quiebra con la llegada de Jack Spoon, un antiguo camarada. Spoon, un jugador narcisista y voluble, ha matado de manera fortuita a un dentista en un pueblo de Arkansas y acude a sus compañeros en busca de protección. Les habla del territorio de Montana y despierta en Call la idea de fundar el primer rancho del territorio. Este deseo acaba prendiendo también en Gus y, tras hacerse con unas miles de cabezas de ganado, ponen rumbo hacia el norte. Algo que a McMurtry le lleva las primeras 300 páginas del libro.

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La sangre manda, de Stephen King

La sangre mandaLa sangre manda es una colección de cuatro historias breves de Stephen King publicada en 2020 muy escasa de pegada. Narrativa de ¿terror? sin mordiente, atmósfera, peso, calado, destinada a ser consumida sin hacer mella en un lector probablemente aburrido ante los pasajes de relato prescindible del pelo “un chaval le enseña a un señor mayor las bondades de un iPhone”. Literalmente, un tercio de “El teléfono del señor Harrigan”, primera pieza del libro que hace alardes del escaso recorrido de lo que está por venir. Una historia de fantasmas en la que ese joven ve cómo ese vínculo que ha creado con el jubilado permanece después de la muerte de éste. Una vez atravesadas las páginas de asesoramiento digital ante la herramienta llega lo mejor del relato. Un aprendizaje sobre el poder, sus consecuencias y el precio a pagar a través de los abusos que padece su protagonista a manos de un compañero de instituto. También, un argumento manido hasta la extenuación y muy superficial en las relaciones que se establecen y su subtexto. Demasiado guión de episodio menor de Twilight Zone que, sorprendentemente, se ha convertido en una película de Netflix de reciente estreno. Diría que incomprensible pero… es King.

En tres actos, “La vida de Chuck” King se zambulle en las historias de personas atrapadas en un mundo solipsista. Y, a su vez, le da una vuelta de tuerca a las construcciones mentales habituales en algunas de sus historias; aunque en este caso más como lugar donde vivir, no refugio o herramienta de recuerdo, y con mucho de recuento de una existencia. En cada uno de los actos se siente su talento para fijarse en pequeños momentos de una vida amenazada por algo muy grande que seguramente se lo lleve por delante. Y al final es elocuente en su manera de afirmar el drama de la muerte como final de algo más que una vida, sin consecuencias a su alrededor. Que esto pudiera haberlo logrado en 15 páginas y no en 100 como hicieron Fredric Brown, Richard Matheson o Robert Sheckley en cuentos clásicos es una cuestión dolorosa.

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El plagio, de Daniel Jiménez

El plagioEste es uno de esos libros que salta de la mata mientras lees la prensa cultural del fin de semana. Su virtud, suscitar esta atención más allá de apoyar las publicaciones de las editoriales afines al diario en cuestión, se sustenta en cómo Daniel Jiménez ha convertido en novela un plagio padecido por su padre. Un trío de productores se apropiaron de las ideas para vertebrar uno de esos concursos que tapizaban los fines de semana de las privadas durante sus primeros años de emisión. El éxito les proporcionó muchos millones de pesetas (pero muchos). El nombre del programa y la cadena en cuestión tanto dan, así como el de los promotores o el abogado que representó al plagiado durante el juicio y, al parecer, fue untado por la otra parte para sabotear la acusación. Los hechos expuestos sobre sus acciones, desprovistos de cualquier marca identificatoria para evitar problemas legales, hablan por sí solos. El plagio ejerce de monumento a la memoria de una tropelía juzgada desde la más absoluta incompetencia. Sin embargo, hay otro propósito detrás de sus páginas. Un objetivo que las dota de un sentido más personal y, al mismo tiempo, universal.

Jiménez desmenuza en breves dentelladas el endeudamiento y la precariedad económica de su familia para, primero, grabar un piloto para TVE y, después, sufragar el proceso judicial y reclamar la autoría usurpada. Regalos de Navidad en forma de pagarés; llamadas de teléfono pagadas en función de quién la hubiera hecho; ingresos puestos en un fondo común para sacar adelante la casa… Esta sucesión de anécdotas a modo de cuadro costumbrista de una época palidece en cuanto explota una tragedia inconmensurable: la muerte de una de las hermanas del narrador. Se quitó la vida y, en una idea abracadabrante, le dio un giro a su suicidio pensando que sus padres al menos podrían sacar un dinero de esta pérdida.

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Neverwhere, de Neil Gaiman

NeverwhereFormo parte del grupito que no siente demasiado aprecio por la literatura de Neil Gaiman. Para contextualizar esta opinión aclaro que lo mantengo por Sandman, con todos sus trabas como tebeo, o varios relatos. Y tiene bastante de prejuicio. Al poco de traducirse tropecé con American Gods, una novela irregular cuyo único atractivo, para mi, estuvo en las historias personales de esos dioses en su llegada al Nuevo Mundo y sus posteriores problemas para subsistir en competencia con las deidades surgidas durante el siglo XX. La materia que forma al personaje de Sombra y su viaje personal me parecieron, por ser fino, anodinos. Hice cruz y raya con esta faceta de su escritura hasta que en la Tertulia de Santander se propuso como libro de lectura Neverwhere; su primera novela en solitario escrita a partir de un guión del propio Gaiman para una miniserie de la BBC. Mis sensaciones han reproducido las pautas de mi recuerdo de American Gods, una opinión con su riesgo; a priori puede haber mucho de mímesis en este juicio.

Neverwhere es el enésimo relato de un personaje que se inicia en otro mundo en contacto con el nuestro, en la línea de Los que pecan, de Fritz Leiber, o el universo de “Entre líneas”, de José Antonio Cotrina. El gran tropo vertebrador de la obra de Gaiman. Fue la base de Los libros de la magia, era una de las pautas más repetidas en las historietas de Sandman y, poco después de Neverwhere, regresaría a él en Stardust o en Coraline. Richard Mayhew, un aburrido oficinista llegado unos años antes a Londres para buscarse la vida, se cruza en el camino de Puerta, una joven que está siendo cazada por el Sr. Croup y el Sr. Vandemar. Este par de sicarios utilizan todo su poder sin misericordia, con el pie pisando el acelerador sin importarles las consecuencias. Al ayudar a Puerta, Mayhew sella su destino y termina sumergido en el Londres de abajo, el submundo entretejido con nuestro Londres, poblado por criaturas legendarias y quienes han padecido esa misma “elevación”.

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Brooklyn, después de todo y El día que pase algo, de Mario Amadas

Brooklyn, después de todoHacía tiempo que no me acercaba a un libro escrito a modo de diario. Lo más cerca que he estado de este tipo de literatura serían El plagio, de Daniel Jiménez, y varios libros de Emmanuel Carrère en los cuales, independientemente de quien sea el protagonista, él suele terminar ocupando el centro de su circo de tres pistas. El responsable de este regreso ha sido Mario Amadas, colaborador de esta santa web. Mario me ha hecho llegar los tres libros que ha escrito según han ido saliendo: Brooklyn, después de todo (2019), El día que pase algo (2021) y, hace un par de meses, Las fechas exactas (2023).

Aunque tardé tres años en ponerme con él, Brooklyn, después de todo me ganó rápido. Escrito durante una estancia de aproximadamente un año en Nueva York, sus primeros días en la ciudad me recordaron mi propia experiencia en Estados Unidos allá por julio de 2012, en un lugar muy diferente (McAllen, Texas) y desde una posición más protegida (el programa de profesores visitantes del Ministerio de Educación). La llegada de Mario Amadas a la gran manzana rebosa esa fascinación de aterrizar en un lugar mitificado por todo lo que has leído, visto y oído sobre él, para descubrir una cara llena de relieves, con sus confirmaciones y disonancias.

Mario desembarca en EE.UU. sin visa para el trabajo y en la etiqueta “Alien not allowed to work” comienza a crecer su experiencia. El desengaño de no poder salir adelante de la misma manera que la mayoría de la gente, no contribuir al mantenimiento del tejido social, la imposibilidad de lograr papeles, la condena a sobrevivir en los márgenes y ser ciudadano de tercera, conducen su relato. Desde esta desprotección Brooklyn, después de todo comienza a sembrar la angustia de gran parte del precariado urbano, apretado por unas condiciones que dificultan la subsistencia y acrecientan una frustración que se extiende, si cabe con más fuerza, a El día que pase algo. En él ya no se relata la vida en otro país sujeto a otras reglas. Sus cimientos son su día a día en la España de 2018.

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Jauría de truhanes, de José Miguel Pallarés

Jauría de truhanesHasta ahora había leído dos novelas de José Miguel Pallarés, ambas escritas en colaboración: Bula Matari junto a León Arsenal, una irregular ucronía donde cartagineses y zulúes se daban para el pelo; y Tiempo prestado con Amadeo Garrigós, un thriller postapocalíptico en un Madrid fantasmagórico. Cuentos aparte, casi 20 años más tarde me he reencontrado con él gracias a Jauría de truhanes, esta vez en solitario. Y he recuperado mi principal recuerdo de aquellas lecturas: el sentido de la aventura.

En este fix-up dividido en tres partes (“Temporada de fumigación”, “Resentimiento” y “Forzando el paso”) se suceden distintas vertientes del space opera (relato militarista, historia carcelaria, distopía, thriller criminal), extendidas sobre un lienzo que las contiene: las narraciones de tripulaciones enfrentadas a adversarios a priori inabordables. Un clado que, buscando dos ejemplos recientes, emparienta Jauría de truhanes con la novela El largo viaje a un pequeño planeta iracundo o la película Solo. El autor de El tejido de la espada se sirve de las dos primeras partes para levantar este armazón y hacerlo dominante en “Forzando el paso”, la última, más extensa y, a la postre, más representativa. La tripulación de la nave Paraíso está completamente formada y ofrece la diversidad suficiente para que la mezcolanza de personalidades se realimente con los retos a los que se enfrentan.

Pero antes de llegar a “Forzando el paso” conviene hablar un poco de “Temporada de fumigación” y “Resentimiento”. La primera es una buena introducción a este pequeño universo creativo además del lugar donde más evidentes se hacen las raíces de las cuáles se nutre Pallarés. El nauclero Isaac Rakal es enviado a un penal, Fosaseca, para encargarse de la limpieza de un nido de bibífaros. Unos alienígenas que se bautizan en el relato homenajeando a los bichos de Tropas del espacio y terminan un poco convertidos en los insectores de El juego de Ender. Pallarés aprovecha el tránsito entre ambas concepciones para, sobre todo, dar forma a Isaac, un canalla capaz de vender a su abuela por su supervivencia. Su personalidad inicial y sus recursos me han recordado a los de Warren Peace, el protagonista de ¿Quién anda por aquí?, la desmitificadora y certera aventura espacial de Bob Shaw. Una vena que se diluye con el “cariño” hacia los tripulantes de su nave, por los cuales termina desviviéndose para salir adelante.

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Los días de la sombra, de Liliana Bodoc

Los días de la sombraCinco años han pasado desde la fracasada invasión de Misáianes y las Tierras Fértiles se han preparado para su regreso. Sin embargo, el hijo de la muerte, la encarnación del odio eterno, ha cocinado su segunda venida desde un recetario inesperado: además de su ejército convencional, planea una invasión sutil. En ella son vehiculares ciertas traiciones dentro de los pueblos de las Tierras Fértiles, acrecentar las diferencias entre los miembros de la coalición o efectuar una acción desmoralizante que haga parecer inevitable su triunfo. Estas vías se articulan mediante dos actores: Drimus, el doctrinador, caudillo de guerra, gran Inquisidor y vehículo del sometimiento físico y psicológico; y la madre del propio Misáianes, un avatar de la muerte que recorre el continente como un fantasma y socava el mundo mágico. Para plantarles cara ya no existe la (relativa) unanimidad de Los días del venado. Las desavenencias entre las dos familias más poderosas del pueblo del Sol, alentadas por Drimus, se acrecientan durante el viaje hasta sus dominios de Thungür, el hijo de Dulkancellin. Entre los zitzahay, la sucesión del Supremo Astrónomo también está viciada y desata nuevos problemas para Thungür cuando se enamora de una hija del Señor del Sol. Así se extiende la tela de araña que llevará a la caída del remedo de los aztecas en las Tierras Fértiles. Presagio del posible desastre para quienes se resisten a Misáianes.

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El emisario, de Yoko Tawada

El emisarioEntre las innumerables contradicciones dentro del consumo cultural, una de las más llamativas está asociada a las diferentes manifestaciones de la ciencia ficción japonesa. Es innegable la influencia del manga y el animé en occidente desde mediados de los años 80. Hay una multitud de tebeos, películas, novelas que no se pueden concebir sin esa base, en multitud de casos vinculada a una interpretación en clave occidental de una serie de personajes, escenarios, tratamientos impresos a fuego en el ADN de la narración. Sin embargo, cuando nos movemos al campo de la literatura de ciencia ficción creada en Japón el desinterés es manifiesto. Más allá de un escritor mitificado como Murakami o ejemplos contados en colecciones creadas específicamente para el circuito otaku, cuesta encontrar títulos que hayan llegado a sellos de cualquier tipo y, además, hayan contado con una cierta visibilidad.

El emisario pasa por ser la segunda novela de Yoko Tawada publicada por Anagrama, y su temática entra de lleno en la literatura prospectiva que Fernando Ángel Moreno y Julián Díez definieron hace quince años. En un argumento próximo al apocalipsis suave, trata la inmensa mayoría de temas que atenazan a la sociedad japonesa y siembran dudas sobre su futuro. La natalidad hundida, las tensiones generacionales, el nacionalismo, el arraigo de las costumbres y el auge de la anticiencia copan la descripción de un país que, más allá de las marcas culturales, puede funcionar como cámara de resonancia para las preocupaciones de nuestra sociedad europea. Sus protagonistas, Mumei y Yoshiro, bisnieto y bisabuelo respectivamente, forman una unidad familiar de lo más habitual en este Japón a unos años vista. Las nuevas generaciones están aquejadas de cuestiones de salud que hacen imprescindible el cuidado por parte de unos mayores que, además, deben paliar las dificultades de progenitores para encargarse de esta tarea.

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Bones of the Moon, de Jonathan Carroll

Bones of the MoonHace ya 20 años que leí El país de las risas, uno de los libros que más te puede impactar cuando eres admirador desaforado de la literatura, nivel amar la obra de algún escritor por encima de cualquier otra cosa. La atracción de sus protagonistas por Marshall France y lo que experimentan mientras visitan el pueblo donde vivía, en manos de Jonathan Carroll se convierte en una vívida manifestación del fenómeno fan. Desde entonces comencé a seguir su obra a medida que La Factoría de Ideas fue trayendo una parte significativa de ella y he llegado a leer otros cuatro de sus libros. Los he disfrutado en distinta medida pero sin alcanzar las sensaciones de aquel primer libro, más que en fragmentos ocasionales. Una parte del descontento reside en el desajuste entre expectativas y resultados, y unas exigencias imposibles de satisfacer por diversos motivos que son fáciles de imaginar. Otra, sin embargo, se origina en una multitud de detalles en los cuales se macera una parte sustancial de El museo del perro y Los dientes de los ángeles y que me aleja de ambas novelas: la pertinaz sensación de estar ante textos que, por encima de la ficción, tienen una capa terapéutica destinada a trasladar al lector las grandes verdades de la vida. Con una poética superior a la de Paulo Coelho pero con un tonillo a cuento de autoayuda en la cual el mensaje a través de las vivencias de los personajes devora cualquier otro valor.

Bones of the Moon, inédita en castellano, es la tercera novela de Carroll y la primera del sexteto Oraciones contestadas, al cual pertenecerían El museo del perro y Los dientes de los ángeles. Una serie de historias levemente interconectados donde el encuentro entre lo sobrenatural y los protagonistas lleva a algún tipo de revelación trascendental sobre su vida. Esto, el pan nuestro de cada día en la literatura, no debiera ser motivo de distancia. Pero Carroll desperdicia sus aciertos en una serie de elecciones narrativas vergonzosas, en su mayoría relativas a cómo ha elegido construir la personalidad de su narradora, Cullen James, cómo se manifiesta ante ciertos hechos transformadores y lo alegórico de su vínculo con lo fantástico.

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