Tras la muerte en accidente de caza de Felipe II, su hermanastro don Juan de Austria, héroe de la Batalla de Lepanto contra el enemigo turco, ocupa el trono de España. La ascensión del hijo natural del emperador Carlos V provoca un cisma con la Iglesia Católica de Roma, además de la pérdida de los territorios europeos de la corona española, equilibrado por una notable expansión de los dominios transoceánicos del Atlántico y Pacífico y una apertura sin igual hacia las ciencias.
En 1927, con Madrid convertida en capital del imperio y principal metrópoli del mundo civilizado, el rey Fernando demuestra ser un hombre de su tiempo gobernando un país en plena Revolución Industrial. Pero Madrid es también un nido de intrigas que atrae por igual a conspiradores, agitadores, conjurados, espías católicos y anarcolistas antimonárquicos. En este caldo de cultivo, el cabo de alguaciles Joannes Salamanca, veterano de los tercios, fanfarrón y pendenciero pero dotado de la astucia propia de los iletrados, es requerido para asistir al inquisidor especial Fray Faustino Alhárquez en la investigación de una cadena de crímenes especialmente truculenta, relacionada con la política del Imperio.
Vaquerizo plantea una narración sorprendentemente verosímil, de tintes ucrónicos pero engarzada en la más profunda realidad castellana. Para empezar, traslada a la perfección la imagen del Madrid de los Austrias a comienzos de un alterado aunque reconocible s.XX, plasmando una magistral descripción de paisaje y paisanaje con miras casi costumbristas; por otra parte, utiliza herramientas adecuadas a tal fin, como el uso de un rico lenguaje originario del Siglo de Oro, eso sí, aderezado con abundante jerga creada al efecto. La agitada ambientación sociopolítica, el reflejo de la forma de pensar del pueblo, la utilería de época o la mezcla de personajes reales con otros de ficción –con una deliciosa aparición de Cervantes, lástima que sin consecuencia para el hilo principal–,… son otros atractivos que contribuyen a dar color y dotar de mayor verosimilitud a la trama. El resultado es brillante y de un alto nivel literario.
Como no podía ser menos, el autor hace gala de su maestría a la hora de añadir matices al particular universo creado, de forma natural y sin que la narración se resienta un ápice. A este respecto resulta particularmente digno de mención cómo a través de la azarosa vida de Joannes descubrimos los cambios experimentados en el mundo y muy especialmente Europa. Por otra parte, la novela se estructura en ágiles escenas dotadas de un excelente sentido del ritmo, incluye atractivos personajes secundarios –como el citado inquisidor especial, el intrigante duque de Mier, el judicatario De Grandes o el judío Ferruziel y su atractiva hija– que en conjunto desarrollan un apasionante juego de inteligencias e intereses enfrentados, y ofrece una trama apasionante repleta de sorpresas y giros inesperados, cuyo lenguaje accesible pero elegante permite ser leída prácticamente de un tirón por cualquier tipo de lector.
Si bien la citada ascensión al trono de Juan de Austria parece constituir el punto Jumbar o de divergencia con la Historia real, ciertamente hubo antes otro momento histórico alternativo de relevancia si cabe mayor: la no expulsión de los judíos por parte de los Reyes Católicos. Durante siglos, los judíos –granatas– realizaron labores de suma importancia para la estabilidad y engrandecimiento de la Corona, aunque siempre desde discretas posiciones en la sombra. Ello permitió a España abanderar el progreso mundial con hombres de talento como Goya –inventor de la iluminación eléctrica– ó Écija, cuyo motor de ciclo permite impulsar los autocoches utilizando motores de hulla, entre otros destacados avances técnicos como el camaroscopio –cinematógrafo–, un primitivo teletexto y, por supuesto, la Cábala automática: gigantescas máquinas de cálculo manejadas por judíos al servicio de las Haciendas Imperiales. Como vemos, todos ellos elementos steampunk en una narración de historia alternativa.
En realidad, el mundo que habita Joannes Salamanca no dista mucho del que conocemos, pese a que algunos sucesos cambien su protagonista: el aludido Juan de Austria ocupa el papel de Enrique VIII en el cisma que instauró en España la Nueva Iglesia Reformada, mientras en Gran Bretaña, Italia o Alemania rige un catolicismo a ultranza; estructuras tan arraigadas como la Inquisición sobreviven coexistiendo en lo económico con una pujante Revolución Industrial –que atrae a Madrid a miles de inmigrantes europeos y orientales–, y en lo político con una “Commonwealth a la española”, la Santa Liga de las Comunidades de Reinos de las Columbias –en la práctica, un protectorado económico-militar que nutre de un flujo constante de materias primas y buscavidas a la metrópoli–; existe una especie de Parlamento testimonial denominado el Consejo de los Cuatrocientos, un tibio movimiento sufragista y una estructura social férreamente jerárquica, todo ello a imagen del pasado modelo inglés.
Danza de tinieblas es uno de esos títulos tan escasos pero que tanto necesita la narrativa fantástica para prestigiar este tipo de literatura y conquistar quizá mayores cuotas de mercado, aunque eso dependa de múltiples factores. Una novela dotada de una alta calidad literaria, enclavada en raíces autóctonas y que puede interesar a una gran variedad de lectores, desde aficionados al fantástico, amantes de la novela histórica y lectores generalistas. Una novela muy visual que soportaría perfectamente una adaptación cinematográfica, finalista del máximo galardón otorgado a las letras fantásticas: el premio Minotauro 2005, cuando al menos mereció compartir el primer premio. Sin duda, una de las grandes novelas fantásticas del momento que, aunque sea prematuro afirmarlo, lleva el marchamo de obra de referencia, incluso de posible clásico.
Todo esto lo ha conseguido Eduardo Vaquerizo en su primera novela publicada –si descontamos la novelización de Stranded, firmada a dúo con Juan Miguel Aguilera–. Con este libro, Vaquerizo se sitúa en mi opinión al mismo nivel que los grandes narradores fantásticos contemporáneos: Javier Negrete, Rafael Marín, Juan Miguel Aguilera, Carlos Gardini, Elia Barceló o Rodolfo Martínez. Pues no olvidemos que es autor de gran cantidad de relatos cortos, algunos galardonados en diversos premios; relatos que, como el caso de “Negras águilas” y “Víctima y verdugo” comparten el mismo universo que la presente novela.
Por supuesto, no todo en el libro es perfección. De la explicación del punto Jumbar se pasa al presente sin solución de continuidad, lo cual puede despistar a más de un lector. Tampoco es demasiado creíble que una pesada y ruidosa máquina de guerra se pasee por el centro de Madrid sin ser vista por testigo alguno, además de algún fallo de continuidad, elementos más o menos discutibles de atrezzo o que en su último tercio la narración se convierta en poco menos que un correcalles. Pese a todo, es una estupenda novela cuyo desenlace satisface las expectativas tanto del hilo histórico –sobre el que desgraciadamente se pasa demasiado de puntillas, abierto a una posible continuación– como de los protagonistas, tendiendo un puente hacia nuestra realidad.
Para aquellos lectores que deseen iniciarse en las excelencias de la narrativa fantástica este libro es una estupenda oportunidad; y para los amantes del género, una obra imprescindible.
Nota: Este comentario fue publicado en la sección de crítica de la web Literatura fantástica.