Dulces dieciséis y otros relatos, de Eduardo Vaquerizo

Dulces dieciséis y otros relartosVivimos un período de reivindicación de la ciencia ficción española y, en concreto, de la generación HispaCon. Entre lo publicado el último año tenemos dos ejemplos evidentes: la primera antología de Los premios Ignotus, que tengo la sensación ha volado por debajo del radar incluso del público más especializado, y la colección Cyberdark presenta, lanzada por el complejo Cyberdark/Alamut/Bibliópolis. Un sello llamado a poner de nuevo en el mapa los mejores relatos de autores surgidos del fandom en las décadas de los 80 y los 90; hasta ahora han aparecido tres libros, aunque en la presentación en la librería Gigamesh en Marzo Luis G. Prado anunciaba la posibilidad de que fueran veintena, incluyendo antologías temáticas. De llevarse a cabo daría forma a la colección más completa a la hora de entender (un parte de) la literatura fantástica hecha en España; ninguna otra ofrecería una radiografía tan exhaustiva de un periodo de tiempo determinado.

En este contexto, el nombre llamado a abrir la iniciativa, Eduardo Vaquerizo, no resulta para nada extraño. Como comenta Juanma Santiago, la mayoría de autores importantes que cultivaron el relato con asiduidad en aquel período ya han visto recogidos los más significativos, en colecciones generalmente aparecidas en editoriales pequeñas. Rodolfo Martínez, Elia Barceló, Daniel Mares, Armando Boix, Rafael Marín, Félix Palma… cuentan con uno o varios volúmenes en su haber. Los más avispados han podido reunir a través de ellos los relatos publicados en una miríada de fanzines, revistas o antologías. Si no me falla la memoria, apenas él y José Antonio Cotrina (del que llevamos más de una década esperando su particular Cotrinomicón) no habían visto un volumen con sus mejores relatos. He aquí la oportunidad de solucionar ese olvido.

Una historia sobre la colonización de Marte, un relato de reminiscencias góticas, uno con vampiros postmodernos, ucronía, viajes en el tiempo, robots, quimeras oníricas… Dulces dieciséis aborda una variada muestra de temáticas; una diversidad afrontada desde un tratamiento convergente en lo formal. En todo momento Vaquerizo se preocupa de la construcción del lenguaje y, al menos en estos cuentos provenientes de su primera década como autor (el primer cuento es de 1996, el último fue publicado en 2004), presta especial cuidado a la creación de imágenes, con abundantes recursos retóricos cuando traza las descripciones, siempre minuciosas, llenas de detalles. Esto, también es cierto, en ocasiones conduce a una lectura farragosa cuando no hay una trama convencional y Vaquerizo se obsesiona en definir un lugar y unos personajes, en transmitir una atmósfera. Tal es el caso de “El obrador” y “El jardín automático”, los dos cuentos a mi modo de ver menos satisfactorios de la colección.

Como reconoce en las notas al final de cada relato (otro de los valores añadidos de estos libros), ambos son fundamentalmente repositorios de imágenes. En el primero de un lugar delirante, macabro, desagradable; en el segundo, más hermoso, una construcción mecánica con un carácter orgánico. No hay mucho más y eso para un lector a la busca de una trama, el desarrollo de unos personajes, diálogos… puede pasar factura. En mi caso un poco menos con “El obrador”, por su carácter desasosegante y repulsivo, y más en el segundo, que pasada la tercera página he leído en diagonal. Otro relato flojo, esta vez más narrativo, es “Tierra poblada de preguntas”, con un grupo de robots a la busca del último ser humano vivo. Durante su recorrido atraviesan paisajes devastados y se topan con otros robots, retenidos en diferentes situaciones sin posibilidad de escapar a su programación. De nuevo, las descripciones tienen un peso esencial en esta fábula sobre cómo la obra del hombre (y todo el planeta) padece su estupidez, atrapada en su carencia de libre albedrío.

El resto de relatos de ciencia ficción me han parecido más atractivos. El que da nombre a la colección se mueve por un Marte con reminiscencias del de Ray Bradbury y el de Kim Stanley Robinson. Unos camioneros recorren las desoladas autopistas del planeta rojo con una carga prohibida, en un entorno de conflicto entre diferentes visiones de la colonización de Marte. Vaquerizo utiliza este escenario para desplegar una historia de carretera en el marco de la posible existencia de vida y cómo ha aferrado la idea en los colonizadores.

No es el único relato de ciencia ficción en el cual se pueden rastrear otros autores y obras. Como reconoce en la nota que lo acompaña, “Quercarrán” surge de su intento de reproducir el registro más gamberro de las historias de Daniel Mares; otro de los escritores surgidos alrededor de la TerMa (Tertulia de Madrid). Y sí que se aprecia esa influencia en esta historia terriblemente violenta donde los personajes liberan tensiones en unas melopeas de destrucción durante las cuales dan rienda suelta a sus más bajos instintos, hasta entonces adormecidos. Reconozco que no le he encontrado mucho sentido a esta historia donde un personaje, debido a un fallo, queda atrapado en esa etapa de furia desnuda. Pero es tan salvajemente divertido y políticamente incorrecto como los mejores pasajes de Seis o Madrid. A su vez, “Los caminos del sueño” tiene un aire a “El bosque de hielo”, de Juan Miguel Aguilera, con unas criaturas también semejantes a los colmeneros, los extraños habitantes de la Esfera de Akasa-Puspa. Como ocurre con el resto de, digamos, homenajes, Vaquerizo imprime su propia personalidad; durante varias páginas toma un cariz crepuscular, con una humanidad a punto de extinguirse, para romper después ese curso fatalista. Esta complejidad, esta multiplicidad de ideas que se abre camino en muchos relatos, es otro de los aspectos a destacar de Dulces dieciséis; cómo Vaquerizo va más allá de la peripecia y la trama, o la propia atmósfera, y apuesta por perspectivas heterogéneas con una riqueza formal y de fondo a veces complicada de encontrar en muchas publicaciones provenientes de fanzines.

Más me ha costado entrar (una vez más) en “Una esfera perfecta”, un relato a la busca de reproducir el estilo de las narraciones más sugerentes de León Arsenal. Es una historia llena de contenido social (el fracaso de una rebelión por respetar los principios que quiere introducir; su triunfo posterior cuando sacrifica los ideales; la humanidad de un tirano cuando se le observa en un ambiente alejado del ejercicio de su tiranía…) que, en su obsesión por describir un paisaje extraño, avanza al ritmo de Mark Spitz en una piscina repleta de melaza. El precio de crear un escenario, una textura, puede resultar extenuante, pero en esto soy una excepción ante las valoraciones que suele despertar.

Eduardo VaquerizoPor contra, me ha vuelto a agradar “Habítame y que el tiempo me hiele”, casi tanto como la primera vez. Un relato relacionado con La última noche de Hipatia que muestra a otros componentes del equipo al que pertenecía la viajera temporal protagonista de la novela, enfrentados a un cambio que amenaza el curso de la Historia; una alteración relacionada con el origen de dos de las religiones con mayor peso demográfico. Quizás la conclusión sea demasiado pesimista, con una visión del cambio para solucionar un mal concreto no como mejora sino como punto de partida de uno nuevo; una inevitabilidad cuya molestia se volatiliza cuando entra en juego la idea sobre la cual se sostiene: la naturaleza perniciosa de las religiones como elemento homogeneizador y muerte del libre albedrío. Una carencia a la que ya se había acercado desde otros senderos tanto en “Tierra poblada de preguntas” como en “Quercarrán”.

El último relato de ciencia ficción es “Negras águilas”; premio Ignotus del año 2004 al mejor relato e historia seminal del mundo de Danza de tinieblas. A priori un cuento áspero por su tétrica ambientación (un Madrid de hollín y humo en la primera mitad del siglo XX, capital de un imperio que, aún en su oscuridad, sería el sueño húmedo de los lectores del ABC o La razón); y por su estructura (una serie de estampas alrededor de un atentado). Hay que absorber un mundo nuevo, unos personajes que aparecen y desaparecen en cuatro páginas, unos usos y costumbres extrañamente familiares, una narración ligeramente dislocada… Pero la potencia evocadora es formidable, tan intensa como el pesimismo detrás de una historia sobre el precio que los de arriba están dispuestos a pagar para mantener el status quo. Incluso cuando escribe ucronía, Vaquerizo mantiene el estilete sobre el teclado.

Creo que apenas me falta por escribir de los dos relatos en apariencia adscritos al género de terror. “No bebía otra cosa que agua”, una pieza gótica donde una joven, después de casarse con un noble y languidecer olvidada en un caserón, despierta a la pasión y la vida. Salvo un cementerio, tiene todos los guiños a la temática: el edificio, la pasión insatisfecha, las criaturas preternaturales, la historia secreta… y el cura. No está mal, pero me ha interesado menos que “Seda y plata”; un apasionado relato en primera persona donde un vampiro a punto de ver la luz del sol se pierde en sus recuerdos, tanto en los referentes a su juventud al final de la Edad Media, como su llegada a España durante la dictadura de Franco. El inicio de una última etapa de esplendor y, no podía ser de otra manera, decadencia. Una confesión vigorosa en equilibrio con un aspecto formal barroco que lejos de devorar el relato lo potencia e impulsa hacia su previsible final.

A la hora de valorar este volumen, han pesado un poco las dudas que me despierta la inclusión de tres o cuatro de los relatos… y el hecho que falte uno como “Víctima y verdugo”, publicado en 2006 en Artifex y fuera de la colección. De ahí mi duda sobre si este volumen es igual de recomendable que los dedicados a Ramón Muñoz o Armando Boix; de Vaquerizo sigo prefiriendo las novelas. Sin embargo, como me queda claro después de haberme leído, he encontrado elementos muy atractivos en Dulces dieciséis. Ahora a ver qué tal Nos mienten.

Dulces dieciséis y otros relatos (Cyberdark, Cyberdark presenta 2014)
Rústica. 224 pp. 19.95 €
Ficha en La tercera fundación

Adenda (22/5/2015): Se me había olvidado comentar un par de detalles sobre la edición. Primero, el formato es similar al de Tiempo profundo; no hay guardas y las tapas son más endebles que los libros de Bibliópolis o Alamut que tengo. Supongo que las pequeñas tiradas del sello y la necesidad de ajustar costes han condicionado el formato. Más me preocupa otro aspecto: Dulces dieciséis y otros relatos no está del todo corregido y abundan las erratas, particularmente en la forma de palabras sin tildar. No hasta el punto de hacerlo ilegible pero sí como para poner una vela a San Dick para que sea una excepción y no el nuevo estándar de edición de la casa.

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