La fiebre del heno, de Stanislaw Lem

La fiebre del heno

La fiebre del heno

Supongo que la literatura es como el queso. Si te gusta mucho lo comerás todos los días y nunca dirás que no a la hora de probar una clase desconocida. Será un placer picar aquí y allá y degustar quesos de diferentes tipos: más fuertes o más suaves, curados, frescos, picantes, salados, azules… Y, después de convertirte en un pequeño entendido y haberlos probado casi todos, habrá dos o tres que sean tus favoritos; aquellos imprescindibles cuya degustación es para ti toda una experiencia. Evidentemente, se trata de una cuestión de gustos, pero la calidad tiene mucho que decir. Siempre.

No todas las obras literarias de este siglo (perdón, del siglo pasado, aún cuesta acostumbrarse) pueden hablar por sí mismas y decirnos que su degustación es toda una experiencia. Continúa siendo una cuestión de gustos –donde tanto se puede discutir– pero sin duda la calidad literaria sigue mandando. La obra del polaco Stanislaw Lem puede calar o no en los gustos personales del lector, pero su calidad queda fuera de toda duda.

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El Invencible, de Stanislaw Lem

El Invencible

El Invencible

17 años y un aburrido verano en el pueblo suelen ser una combinación mortal, así que en aquel lejano 1986 me aprovisioné de la munición habitual para sobrevivir a tan largo asedio: muchos libros. Para ser más exactos, muchos libros de ciencia ficción. Uno de ellos fue El Invencible de Stanislaw Lem.

Entonces ya me había leído sus relatos de robots y los cuentos de Ijon Tichy. Lo tenía clasificado en el apartado de autores muy serios, con un sentido del humor vitriólico y dedicados a criticar al género humano. Una especie de ilustrado del XVIII que hubiese sobrevivido hasta el siglo XX y en el proceso hubiera perdido su fe en el género humano y ganado en mala leche. Así que El Invencible me sorprendió y de qué manera. Aparentemente era una historia de lo más convencional, típicamente pulp si me apuran. El Invencible que da título a la novela es una nave espacial de combate perteneciente a un Imperio terrestre que se está expandiendo por el cosmos. Vamos, una especie de Enterprise en un episodio de Star Trek (y creo que esta comparación estaba en la mente del propio Lem). La misión que debe cumplir es otro cliché más del género: acudir a un planeta inexplorado y descubrir qué ha destruido a la nave Cóndor.

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Fiasco, de Stanislaw Lem

Fiasco

Fiasco

El piloto Parvis aterriza a duras penas en la minúscula base del cráter Roembden de Titán para acabar enterándose de que ha sido obligado a desviarse hasta allí por error, puesto que su cargamento iba destinado a Grial, la otra base del satélite de Saturno. Debido a la deficiente planificación y peor gestión de ambas instalaciones, Parvis, en una acción que aúna el heroísmo un poco inconsciente con la resignación del currito que se ha de comer un complicado marrón laboral, se decide a recorrer la distancia que separa Roembden de Grial con un Digla, un enorme exoesqueleto que recuerda a los megarrobotazos japoneses. Así, Parvis emprende una aventura peligrosa; en ese camino ya han desaparecido seis hombres, incluido el famoso piloto Pirx.

Después de este primer capítulo a modo de prólogo, la acción se traslada un par de siglos en el futuro. Ahora nos encontramos en la nave Eurídice, donde los médicos de abordo se enfrentan al dilema de resucitar únicamente a uno de los dos cuerpos congelados y anónimos que, por una negligencia administrativa, han sido cargados en la nave por las autoridades de Titán. Una vez resuelta la decisión, la Eurídice emprende el camino hacia el planeta Quinta del sistema Zeta Harpyiae, con la misión de establecer contacto con una civilización a punto de superar la “ventana de contacto” (es decir, que comparte un nivel tecnológico semejante a la Tierra; todavía no ha llegado a los más altos niveles de evolución galáctica ni se ha autodestruido). Una vez allí, la Eurídice, cómodamente instalada en los remansos sin tiempo de un agujero negro cercano, envía a Quinta la nave de exploración Hermes que incluye a nuestro conocido resucitado de Titán, rebautizado, amnésico y un poco alienado respecto al resto de la tripulación. Todo está calculado al milímetro por los científicos de la Tierra y el Hermes dispone de una tecnología aparentemente capaz de hacerlo todo, nada puede fallar. Pero ya desde el principio los quintanos desafían todo comportamiento previsto, impermeables a los intentos de contacto de los humanos que, cada vez más desquiciados, acaban enredándose en una peligrosa espiral de consecuencias imprevisibles.

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Solaris, de Stanislaw Lem

Solaris

Solaris

Las personas no nos comprendemos. Nuestra comodidad, nuestro egoísmo o, simplemente, nuestro miedo a lo distinto impiden un total entendimiento con aquellos que nos rodean; personas como nosotros, con problemas como los nuestros. Otras veces no podemos. Se imponen barreras idiomáticas, culturales, sociales, económicas, generacionales, culturales,… La comunicación se llena de una especie de estática.

Si ni siquiera podemos comprendernos a nosotros mismos, ¿cómo podríamos hacerlo, si se diera el caso, con un ser que no es humano y que ni siquiera percibe la realidad del modo que lo hacemos nosotros?

He aquí una fábula sobre criaturas que no comprenden a pesar de desearlo.

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Lem

Stanislaw Lem por Jean Mallart

Stanislaw Lem por Jean Mallart

Hay autores, aquellos verdaderamente grandes, cuyo eco nunca se apaga. Al contrario, su voz se extiende y se pueden localizar sus aromas en cualquier guiso literario de cierta calidad, aun cuando ni el lector —y a veces ni siquiera el escritor— sabrían decir de dónde viene dicho sabor. El inconsciente colectivo apadrina esos elementos, esas ideas, esos personajes, esas técnicas literarias de tal modo que parece que siempre hubieran estado allí; sin embargo, hubo un principio, surgieron de alguna mente tras un terremoto de creatividad para ser algo común, una cima conquistada, unos hombros de gigante a los que los demás nos aupamos y que, a fuerza de usarlos de plataforma, olvidamos. Algo así sucede con Lem, uno de los grandes sin distinciones, sin acudir a géneros limitantes; autor con mayúsculas. Aunque su voz fue, a menudo, la de nuestra más querida y humilde ciencia ficción, su intención y sus logros fueron siempre universales.

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La era de cristal, de W. H. Hudson

La era de cristal

La era de cristal

Este verano, me encontraba charlando con un conocido experto en ciencia ficción nacional cuando la conversación derivó hacia uno de los “padres” del género de nuestro país. La crítica contra el pobre autor fue demoledora, y ante una débil justificación de su obra en aras de su carácter de “clásico”, la sentencia fue inapelable: “en este país, por desgracia, no sabemos distinguir lo antiguo de lo clásico”.

Bueno, creo que esta verdad es, por desgracia, inapelable pero, creo también, que no es únicamente un mal español. Y si no, echémosle un vistazo a La era de cristal del muy inglés W. H. Hudson. La única justificación que se me ocurre para publicar en nuestros días una novela de ciencia ficción escrita originalmente en 1887 es su carácter de clásico, de obra seminal cuyas influencias puedan rastrearse hasta nuestros días y cuya calidad sea incuestionable. Una obra como, por ejemplo, la de H. G. Wells o Julio Verne, por poner los dos ejemplos más obvios. Si ésta no es la razón, entonces lo único que se me ocurre es la curiosidad erudita o arqueológica, más típica de un estudioso académico que del gran público. Como el editor es Minotauro y no el servicio de prensa de ninguna universidad, queda claro, por tanto, que el libro de Hudson debe de tener ese carácter de clásico que antes comentamos.

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Ilión, de Dan Simmons

Ilión

Ilión

Tras años de espera, llega a nosotros la última obra de Dan Simmons, y la pregunta que todos nos hacemos al oír hablar de ella es: ¿estará a la altura de Hyperion? Para bien o mal, Simmons ha quedado un tanto maldito con su obra maestra, pues toda su producción posterior se ha venido comparando con ella, y ha salido perdiendo.

En  el comienzo de Ilión nos encontramos con que han pasado miles de años desde nuestro presente y una civilización posthumana ha abandonado la tierra y ha terraformado Marte, dejando a su suerte a unos pocos miles de humanos. La narración está estructurada en tres historias paralelas entrecruzadas que forman el mosaico de esta realidad futura:

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Noches de Nueva York, de Eric Brown

Noches de Nueva York

Noches de Nueva York

Gracias a la flexibilidad de la ciencia ficción, los cruces entre ésta y el resto de los géneros de la literatura “popular” han sido frecuentes desde los albores del fantástico. Entre dichos cruces, uno de los que ha cosechado frutos más jugosos es el de la ci-fi y la literatura policíaca o el género negro. Desde las novelas y muchos de los cuentos sobre robots de Asimov, hasta uno de los Cantos de Hyperion, pasando por relatos tan redondos como “The Barbie Murders” y su continuación “El pregonero”, de John Varley, la mezcla de los escenarios futuristas en los que se mueve la ciencia ficción con los caracteres de la novela negra ha dado mucho juego (en cine, no tenemos más que acudir a Blade Runner para comprobar hasta dónde puede llegar un cóctel con Dick y Chandler como ingredientes principales). En Noches de Nueva York, Eric Brown utiliza de nuevo esta mezcla con resultados, como veremos, algo dispares.

Noches de Nueva York es la primera novela de la Trilogía Virex  (no me pregunten  por qué la trilogía lleva ese título, porque el nombrecito de marras no aparece ni una sola vez en toda la novela). Su autor, Eric Brown, es un desconocido por estos lares, a pesar de llevar publicando desde 1987 y tener ya en su haber unas cuantas novelas y multitud de relatos, tanto de ciencia ficción como juveniles.

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Clase nocturna, de Tom Piccirilli

Clase nocturna

Clase nocturna

Tom Piccirilli debuta en los estantes de las librerías de nuestro país, y el título elegido para este debut es Clase nocturna, novela ganadora del premio Bram Stoker en el pasado 2003. Sin duda el aval de un premio prestigioso resulta muy favorecedor en estos tiempos que corren, sobre todo si el autor es desconocido por estos lares y se intenta introducir su nombre en el circuito de lecturas habituales del aficionado medio al género de terror. Sangre nueva con la que remozar nuestro listado de lecturas. La Factoría de Ideas sabe esto y adorna la atractiva cubierta del libro con grandes letras destacando este hecho. La novedad del autor y la realidad del premio, por tanto, deberían ser razones suficientes para que cualquier aficionado se acerque con esperanzas a la novela.

El tronco argumental (más bien ramita argumental) de la misma es el siguiente. Caleb Prentiss es un estudiante universitario de carácter huraño y disconforme que un mal día descubre que, durante su ausencia, una chica ha sido asesinada dentro de su dormitorio. Las pruebas y vestigios han sido cuidadosamente camuflados por alguien, y parece que nadie es capaz de informarle acerca de lo que ha ocurrido realmente. Una historia subterránea e inquietante se va desarrollando mientras Caleb transita entre colegas atacados de extraños cambios de humor, profesores un tanto desquiciados y una novia bastante huidiza. Además, como no podía ser de otra forma, Caleb intenta averiguar por su cuenta y riesgo quién era exactamente aquella chica asesinada brutalmente en su habitación, de la que nadie parece haber oído hablar.

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