La casa al final de Needless Street, de Catriona Ward

La casa al final de Needless StreetYa sea porque enmascaran los sucesos de forma deliberada o se sirven de una visión tan subjetiva que atempera cualquier atisbo de realidad consensuada, los narradores no fiables son un campo abonado a la incertidumbre y la sorpresa. También, dependiendo del horizonte de expectativas del lector y los artificios del narrador, tienen mucho de campo de minas. Un incesante tirar la soga entre lo que se calla y lo que se cuenta mientras se desarrolla una trama para mantener las expectativas en todo lo alto. Se podría abrir un debate alrededor de las trampas escondidas por el escritor en ese despliegue de medias verdades, acopladas a los inevitables giros y retruécanos de la trama. Ese striptease durante el cual lo que parecía B y después se asemeja a P, pasa por un prisma para revelarse como R y, tras la última metamorfosis, terminar en A. Una cadena que posiblemente salte el tiburón y después el megalodón. Un poco así me ha dejado esta novela de Catriona Ward.

Inédita hasta ahora en España, en La casa al final de Needless Street Ward aborda un tour de force de manual sostenido sobre la confluencia de varios narradores no fiables. El más relevante por espacio es Ted, un hombre con alguna enfermedad mental que se caracteriza a través de una serie de comportamientos y pensamientos extravagantes reflejados a través de su testimonio en primera persona. Ya en las primeras páginas, con el uso de ciertos tiempos verbales y sus recuerdos, son evidentes sus problemas para situar sucesos cronológicamente. Una condición agravada por una serie de lapsos durante los cuales no recuerda lo sucedido. A medida que se asienta el otro narrador principal, su gata, sus problemas de percepción se hacen cada vez más evidentes en consonancia con los propios del animal. Ambos testimonios se contraponen a un narrador equisciente que se alterna con ellos. Sigue a una joven que llega hasta este pueblo de la costa oeste de EE.UU. e indaga la desaparición de su hermana pequeña hace una década, según cree a manos de Ted.

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El jardín del tallador de huesos, de Sarah Read

El jardín del tallador de huesosLos pastiches me caen en gracia, así en general. Fácil que soy, me basta con que alguno de los elementos apilados en sus entrañas sea novedoso y potencie su mordiente, o el conjunto se reordene de manera que le dé aire fresco. Así, que una novela ocurra en 1926 y remita a una historia más propia del final de la era victoriana no supone una barrera infranqueable. Más cuando su escritura se aleja del estilo de la época y actualiza sus formas, reduciendo la carga de las descripciones y poniendo el peso sobre la acción y los diálogos. Sin embargo, cuando esta es su única aportación, y el resto se sostiene en una base descuidada que, además, tensiona la suspensión de la incredulidad, cuando no la trasgrede, me cuesta dar cuartel. Aunque vengan en una envoltura tan sugerente como El jardín del tallador de huesos, ganadora del premio Bram Stoker a la mejor novela debut de 2020.

Charley, huérfano de madre, es enviado al internado de Old Cross por su padre, militar de carrera con destino itinerante por el Imperio. En este colegio de pretendida elite el niño es recibido por sus compañeros mayores con la hostilidad esperada, un rechazo acrecentado cuando descubren su fascinación por diferentes tipos de artrópodos. En los prolegómenos de su primera noche obtiene la primera muestra de “simpatía” de los veteranos, en una acogida a la que se une el “fantasma” del lugar; una presencia que, al caer la noche, recorre los pasillos de Old Cross y ejerce de heraldo del misterio a desentrañar. Algo tan poco dado al cambio como esta institución de enseñanza que afirma formar los futuros caballeros del Imperio, encierra una historia de cambio. El edificio fue originalmente una abadía que, se supone, después de la disolución de las órdenes monásticas por Enrique VIII, tuvo mejor suerte que las más conocidas de la comarca de York. Pasó a ser propiedad de una familia de rancio abolengo que terminó perdiéndola a finales del XIX. Así nació el internado.

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Gótico, de Silvia Moreno-García

GóticoHay muchas cosas que Silvia Moreno-García hace bien en Gótico. La más relevante la sugiere el propio título: ofrece un relato gótico en toda su amplitud. Desarrolla un argumento con una fuerte componente romántica a través de unos personajes y un lugar narrativo que remiten a un imaginario clásico, a los que Moreno-García aporta un cariz contemporáneo que tarda un poco en ganar momentum. De hecho, esta historia de una joven que acude a socorrer a su prima, Catalina, casada con un hombre de origen inglés perteneciente a una familia de rancio abolengo muy venida a menos, quizás sea el mayor disuasor para acercarse a Gótico. Lo atractivo, y lo que me ha llevado a disfrutar de su lectura, es lo que ocurre en los entresijos del arquetipo; la tarea de recreación y resignificación de los elementos que componen la narración, comenzando por el misterio en las entrañas de High Place, la inevitable mansión escenario de la novela.

Cuando la protagonista, Noemí Taboada, llega hasta la pequeña ciudad donde se encuentra el edificio, Moreno-García enfatiza su alejamiento del resto del país donde se encuentra. Por las reglas que operan en su interior, su aislamiento físico en un paisaje montañoso sin infraestructuras dignas de tal nombre, y su traumática historia para la población local. La casa fue levantada sobre una mina de plata explotada por los españoles que vivió un nuevo proceso de colonización cuando una familia británica, los Doyle, se hizo con ella a mediados del siglo XIX. Esta repetición de la jugada, con su abuso de los nativos, es la que cobra relevancia cuando se comenta la extraña plaga padecida durante el Porfiriato, que exterminó a la práctica totalidad de los trabajadores, y la ruina económica ocasionada por la Revolución, y un turbulento suceso familiar cuyos detalles tardan en conocerse. Los Doyle intentan paliar la situación a través del matrimonio del heredero, Virgil, con Catalina, aunque esta aqueja una enfermedad que lleva a Noemí hasta allí; a averiguar qué ocurre con su prima y, necesariamente, resolver el enigma de detrás de High Place.

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No mires ahora y otros relatos, de Daphne Du Maurier

No mires atrás y otros relatosProbablemente no hubiera leído un libro de Daphne Du Maurier si no fuera por Lo raro y lo espeluznante. Mark Fisher se servía de “No mires ahora” para ilustrar parte del territorio de lo espeluznante junto a La afirmación, una de mis novelas favoritas de Christopher Priest. Así que me hice con esta colección donde las editoras de La biblioteca de Carfax reúnen cinco de sus cuentos con un contenido fantástico en el sentido más Todoroviano; todos ellos se nutren de la incertidumbre de sus protagonistas cuando experimentan sucesos inexplicables. Con diverso éxito, lo que me ha llevado a una cierta decepción a pesar de ratificar la merecida fama de “No mires ahora”.

Analizada a posteriori, una parte de mi desazón surge del tipo de escenario y personajes: esa Inglaterra rentista de nutrido servicio en el palacete y té a las cinco. Du Maurier no encara un elogio de la antigua base del partido conservador, ni mucho menos. De hecho afina la caracterización a través de los recodos de la atmósfera fantástica, y explora una serie de contradicciones de clase y de género. Pero su prevalencia en tres de los cinco relatos (casi diría cinco, aunque en las ausencias estamos hablando de una pareja sin servicio y en el otro los típicos yanquis con pasta), unido a la base psicoanalítica, me ha resultado cargante, en especial en dos casos donde me ha llegado a aburrir considerablemente. Pero no quiero desviar el tiro antes de alabar “No mires ahora”.

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Las siete muertes de Evelyn Hardcastle, de Stuart Turton

Las siete muertes de Evelyn HardcastleEl reto lanzado por Stuart Turton en Las siete muertes de Evelyn Hardcastle no es baladí: entrar en una novela a lo Agatha Christie que suponga un impacto a estas alturas del siglo XXI. Del camino elegido, el empujón manierista posmoderno, sale bien parado una vez se aceptan dos normas esenciales desde sus primeras páginas. Uno, has de entregarte a las reglas del lugar que el desmemoriado narrador descubre sobre la marcha, sin importar cuándo (y, aviso, se desvelan detalles esenciales de funcionamiento del mundo hasta bien avanzada la extensión de la novela). Y dos, es importante dejarse mecer por los giros y contragiros de un argumento cuya forma de desarrollarse prima en ocasiones sobre el propio argumento en sí. Oponer resistencia a estas cuestiones te sitúa ante una historia interpretable como tramposa cuyo único leit motiv fuera la sorpresa por la sorpresa.

La misma forma que toma Las siete muertes de Evelyn Hardcastle, una persona amnésica que cuenta en presente lo que observa y vive, sin importar a quién o por qué, ya explicita el grado de compromiso de Stuart Turton con el relato de misterio. Más cuando, tras dormirse por primera vez, se descubre encarnado en otro cuerpo entre los huéspedes alojados en Blackheath, la mansión de la familia Hardcastle. Un nuevo punto de vista que le permite observar a al resto de personajes, participando de acciones ya conocidas o involucrados en otras paralelas, en una serie finita de saltos que extienden el conocimiento de todo lo que sucede, con un reto entre ceja y ceja: esclarecer el crimen que sucede al final de la jornada y termina con la muerte de la hija mayor de los dueños de Blackheath. Pese a los esfuerzos del narrador, de manera irreversible.

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Fata Morgana, de William Kotzwinkle

Fata MorganaHace año y medio leí Doctor Rat, premio mundial de Fantasía del año 1977 escrito por William Kotzwinkle y recién rescatado de un ostracismo de cuatro décadas por Navona Ediciones. De sus libros más conocidos quedaba pendiente la traducción de Fata Morgana. En este caso las expectativas no derivaban de un galardón sino de su inclusión en Fantasía. Las 100 mejores novelas en lengua inglesa, de David Pringle. Una lista menos polémica que su listado de ciencia ficción y siempre atractiva para descubrir obras eclipsadas por los grandes títulos cuya presencia ya se encarga de enfatizar el propio mercado. De nuevo ha sido Navona Ediciones quien ha solventado el asunto al publicar por primera vez en castellano (y catalán) un título cuya ausencia ahora me parece todavía más incomprensible.

Con una brevedad ajena a los cánones contemporáneos (apenas 200 páginas), Kotzwinkle recrea un folletín policiaco que nace y desemboca en el París en los años previos a la guerra franco-prusiana. Una ambientación decimonónica descrita con viveza y sensualidad mientras su protagonista se mueve entre los bajos fondos y las camarillas próximas a la corte del Emperador Luis Napoleón. La narración se inicia tras el fracaso de Paul Picard en aprehender al barón Mantes, un cruel asesino cuya persecución termina con el inspector al borde de la muerte. Tras su convalecencia, Picard recibe una nueva misión: investigar el pasado de Ric Lazare, un personaje en el centro del poder político gracias a una máquina que utiliza para leer la fortuna a la burguesía y la nobleza de la ciudad. La escasa información disponible, el miedo a su influencia y sus intenciones, preocupan al departamento de policía.

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Detrás de sus ojos, de Sarah Pinborough

Detrás de sus ojosTras la fantástica impresión de La casa de la muerte, tenía ganas de descubrir qué más había escrito Sarah Pinborough. Ya dejé escrita por aquí mi opinión sobre 13 Minutes, un entretenido y un tanto tramposete culebrón de instituto que, supongo, terminará traducido si la producción que estaba preparando Netflix llega a consumarse. Ahora escribo sobre Detrás de sus ojos, la novela publicada por Runas a finales de 2017 con traducción de Pilar Ramírez Tello, que abunda y ahonda en la línea de 13 Minutes. Confieso que mi lectura está muy mediatizada por mi creciente dificultad para entrar en historias que fían su potencial a la sorpresa; esos relatos que no les importa sacrificar su consistencia en el altar de romper los esquemas y previsiones del lector. Así, mientras en 13 Minutes encontré ingredientes adicionales (el drama de la necesidad de encajar en la sociedad, la crudeza del acoso escolar), Detrás de sus ojos ha ofrecido poco más a lo que aferrarme.

Su arranque no difiere mucho de una película de sobremesa de un fin de semana cualquiera en la televisión convencional. Madre divorciada (Louise) con problemas de autoestima y algo de mal fario, se medio lía una noche de farra con quien será su futuro jefe (David). Esa situación embarazosa, aparentemente resuelta de manera profesional y preámbulo de un affaire, se adereza con su encuentro causal con Adele, la mujer de David; una manipuladora nivel legendario que juguetea con la vida profesional y personal de Louise. Al principio inocentemente y de forma cada vez más retorcida hasta tejer a su alrededor una telaraña enrevesada y multicapa de la cual le será imposible escapar.

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La súbita aparición de Hope, de Claire North

La súbita aparición de HopeA pesar de las numerosas personas que a mi alrededor la han leído y disfrutado desde su traducción en 2015, he vivido un poco al margen del (pequeño) fenómeno Las primeras quince vidas de Harry August. Pero la curiosidad por Catherine Webb y su obra está ahí, más después de escucharla en el Celsius de 2016 y quedar fascinado por su perspicacia a la hora de hablar sobre la escritura y lo que el uso de la imaginación le permite en sus novelas. No ha debido funcionar mal en España porque en 2017 Colmena Ediciones publicó El final del día y este inicio de 2018 ha hecho lo propio con el Premio Mundial de Fantasía a la mejor novela 2017, La súbita aparición de Hope. Según cuentan los que saben, en la línea de sus obras escritas bajo el pseudónimo de Claire North

Hope Arden lleva desde mediados de su adolescencia imposibilitada para perdurar en la memoria del resto de la humanidad. Sus amigos, su familia, las personas a las que roba como modo de vida… Por el motivo que sea nadie es capaz de recordarla una vez la han perdido de vista unos minutos, hayan tenido con ella una relación más intensa o meramente circunstancial. Mientras recorre el mundo se cruza en el camino de los creadores de Perfección, una red social que impulsa a sus usuarios hacia triunfo con el cambio de su imagen, sus amistades, el uso de su dinero, su dieta… A partir del robo de un diamante de dos millones de dólares en Dubái se inicia una persecución que se convierte en un toma y daca cuando entra en acción un personaje oculto en los intersticios de la Dark Web, obsesionado con destruir Perfección. A cualquier precio.

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El color del silencio, de Elia Barceló

El color del silencioSi no me falla la memoria, la última novedad de Elia Barceló que leí en una colección/editorial no destinada al público juvenil fue Corazón de tango. Hace ya la friolera de 10 años. En esta tesitura se entienden las ganas de reencontrarme con la autora de El secreto del orfebre y El vuelo del Hipogrifo. Podría parecer que El color del silencio no era la mejor oportunidad para ese reencuentro; además de carecer de ese corazón fantástico tan característico en sus títulos que más aprecio, entra de lleno en el terreno de intriga con toques románticos, familiares e históricos. Unas cualidades que me producen una cierta pereza. Sin embargo mis recelos se volatilizaron con rapidez gracias al excelente trabajo de Barceló sobre elementos ya cotidianos en su obra como la estructura o la voz del narrador.

El color del silencio gravita alrededor de tres planos. Una acción que sigue a una artista de éxito, Helena Guerrero, en nuestros días. Mientras participa en una sesión de terapia alternativa, ciertos asuntos de su pasado regresan a su pensamiento y la llevan a retomar todo lo que rodeó la muerte de Alicia, su hermana, a finales de los años 60. Un trauma que marcó un antes y un después para toda su familia. En paralelo existe una acción en ese pasado centrada fundamentalmente en sus padres, Goyo y Blanca, en los meses previos a la Guerra Civil, durante su estancia en el protectorado de Marruecos a las órdenes de la dictadura franquista o en la idílica vida en una finca de Rabat rota por el asesinato en 1969. Y enlazando ambas secuencias existen breves descripciones de las fotografías encontradas en una caja con recuerdos. El vínculo con ese bagaje oculto en el trámite de salir a la luz.

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Disforia, de David Jasso

DisforiaDavid Jasso ha conseguido apretarme el corazón en un puño en las cuatro novelas que le he leído, desde apenas unas páginas en la fallida Día de perros hasta toda su extensión en La silla. En su clara apuesta por la novela de terror contemporánea hecha en España, Valdemar ha incluido su última novela, Disforia, en su colección Insomnia. Una vuelta de tuerca al material de partida de La silla, de una u otra manera también presente en Feral. Relatos de suspense donde el lector padece en su carne el callejón sin salida en el cuál están atrapados los personajes. Historias claustrofóbicas donde la voluntad de crear malestar, ansiedad, inquietud parece justificar todos los medios utilizados por el narrador. Quizás por haber probado esta medicina en más de una ocasión esta vez me he sentido más alejado de la mano de Jasso, aunque tampoco me quito la sensación que en Disforia he visto más de la cuenta al “mago” detrás del telón.

Un país en una depresión económica sin fin. Un tiempo invernal que dificulta los viajes y las comunicaciones. Una pareja con su hija en una urbanización de montaña deshabitada. Alguien llama a su puerta como si jugara con el timbre, sin responder a las preguntas sobre su identidad o sus intenciones. El matrimonio idea un extravagante plan para observarlo sin ser observados. A partir de ahí llegan las peores horas de sus vidas; un Funny Games amansado y adaptado a nuestra realidad.
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