Verónica, Retrofuturo, Barriopunk… Una vez nos hemos alejado unas décadas, los años 70 y 80 se han convertido en terreno abonado para la fantasía oscura, el retrofuturismo, el terror, sin que la nostalgia sea (del todo) determinante. Las historias que allí se emplazan abundan, por no decir se solazan, en sus lugares y circunstancias más dolorosas: la violencia de la dictadura y el postfranquismo, la crisis económica, el consumo de drogas… No hay una idealización de ese tiempo en el cual la mayoría de sus autores crecieron al igual que, en general, sus lectores. Es una recuperación de un momento en el cual el fantástico en España apenas se hacía notar para alumbrarlo bajo otra luz, poner bajo su foco a unos protagonistas arrinconados; por la historia, por la ficción, tanto da.
Tal es el caso Miguel, Toni, Sento y Mara, los cuatro componentes de una banda de punk en el día de grabar su primera maqueta. La fortuna los sitúa en Chocolate, una de las discotecas más afamadas de las afueras de Valencia, donde sueñan tocar sus canciones. Su anhelo se templa con la llegada de una serie de seres sobrenaturales de otro tiempo. Un pandemonio en el que se van a ver atrapados junto a un DJ, un policía que es mucho más que uno de los retazos que colea del franquismo y las mareas de jóvenes puestos hasta las trancas, deseando bailar hasta al amanecer como cualquier otra noche. Aunque esta sea arena de otro costal.
Esa encrucijada sangrienta, quebradora, se cocina durante la primera mitad de After Punk. Una presentación de personajes y de esos primeros 80 donde Alfredo Álamo, con un lenguaje preciso, abunda en descripciones para crear una atmósfera de infortunio. Inevitable con ese madero que hace y deshace con unos modos crueles que anticipa el horror de lo que está por venir; o las primeras criaturas que se vislumbran, punteadas con observaciones hechas por algún personaje como Mara, que tira del saber popular para contextualizar las presencias. Pero sobre todo con esos cuatro chavales felices después de haber grabado sus primera canciones que esa noche se hallan ante la actuación de sus vidas, con algo más de sudor y cansancio como precio.
Con el paso de las páginas, Alfredo Álamo convierte After Punk en una sucesión de encuentros con los seres que acechan desde el pasado y los márgenes de la realidad. Al separar a los diferentes personajes, hay más escenas y estas ocurren con mayor rapidez. El frenesí se apodera de un relato que camina por los senderos de los himnos punks, con un golpe de remo digno de cadencia de combate. Una locura lograda mediante el encadenamiento de escenas sin pausas y un texto donde las palabras enfatizan el ritmo y una violencia larvada, en trámite de ser liberada. Esta aceleración transforma el tramo final en un guirigay que amenaza con tragarse los logros, junto a unos cientos de personas en una bacanal a lo Abierto hasta el amanecer.
En esta secuencia tiene todo el sentido la elección del estilo y la estética de la narración. La música del grupo, su modo de vida, es una reacción contra el orden establecido y el remedio contra ese intento de recuperar el antiguo orden por las criaturas de la vieja sangre, con sus costes y sus sacrificios. Ese vértigo de observar el abismo abierto entre los espacios naturales y humanizados se conjura con, probablemente, una de las escenas más bonitas y amargas del libro; el equivalente After Punk de aquel momento de abrir un bar un domingo de mañana para desayunar unos churros después de una noche de farra. Los triunfos alcanzados y la alegría de estar vivos no hacen olvidar los peajes pagados y, sobremanera, el terror de esa normalidad cotidiana que se abre ante los personajes tras dar carpetazo al libro. Alfredo Álamo no da puntadas sin hilo. Y esta novela es la mejor muestra de ello.
After Punk (Ediciones El Transbordador, 2023)
Bolsillo. 210pp. 18€
Ficha en la Tercera Fundación