La casa al final de Needless Street, de Catriona Ward

La casa al final de Needless StreetYa sea porque enmascaran los sucesos de forma deliberada o se sirven de una visión tan subjetiva que atempera cualquier atisbo de realidad consensuada, los narradores no fiables son un campo abonado a la incertidumbre y la sorpresa. También, dependiendo del horizonte de expectativas del lector y los artificios del narrador, tienen mucho de campo de minas. Un incesante tirar la soga entre lo que se calla y lo que se cuenta mientras se desarrolla una trama para mantener las expectativas en todo lo alto. Se podría abrir un debate alrededor de las trampas escondidas por el escritor en ese despliegue de medias verdades, acopladas a los inevitables giros y retruécanos de la trama. Ese striptease durante el cual lo que parecía B y después se asemeja a P, pasa por un prisma para revelarse como R y, tras la última metamorfosis, terminar en A. Una cadena que posiblemente salte el tiburón y después el megalodón. Un poco así me ha dejado esta novela de Catriona Ward.

Inédita hasta ahora en España, en La casa al final de Needless Street Ward aborda un tour de force de manual sostenido sobre la confluencia de varios narradores no fiables. El más relevante por espacio es Ted, un hombre con alguna enfermedad mental que se caracteriza a través de una serie de comportamientos y pensamientos extravagantes reflejados a través de su testimonio en primera persona. Ya en las primeras páginas, con el uso de ciertos tiempos verbales y sus recuerdos, son evidentes sus problemas para situar sucesos cronológicamente. Una condición agravada por una serie de lapsos durante los cuales no recuerda lo sucedido. A medida que se asienta el otro narrador principal, su gata, sus problemas de percepción se hacen cada vez más evidentes en consonancia con los propios del animal. Ambos testimonios se contraponen a un narrador equisciente que se alterna con ellos. Sigue a una joven que llega hasta este pueblo de la costa oeste de EE.UU. e indaga la desaparición de su hermana pequeña hace una década, según cree a manos de Ted.

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Detrás de sus ojos, de Sarah Pinborough

Detrás de sus ojosTras la fantástica impresión de La casa de la muerte, tenía ganas de descubrir qué más había escrito Sarah Pinborough. Ya dejé escrita por aquí mi opinión sobre 13 Minutes, un entretenido y un tanto tramposete culebrón de instituto que, supongo, terminará traducido si la producción que estaba preparando Netflix llega a consumarse. Ahora escribo sobre Detrás de sus ojos, la novela publicada por Runas a finales de 2017 con traducción de Pilar Ramírez Tello, que abunda y ahonda en la línea de 13 Minutes. Confieso que mi lectura está muy mediatizada por mi creciente dificultad para entrar en historias que fían su potencial a la sorpresa; esos relatos que no les importa sacrificar su consistencia en el altar de romper los esquemas y previsiones del lector. Así, mientras en 13 Minutes encontré ingredientes adicionales (el drama de la necesidad de encajar en la sociedad, la crudeza del acoso escolar), Detrás de sus ojos ha ofrecido poco más a lo que aferrarme.

Su arranque no difiere mucho de una película de sobremesa de un fin de semana cualquiera en la televisión convencional. Madre divorciada (Louise) con problemas de autoestima y algo de mal fario, se medio lía una noche de farra con quien será su futuro jefe (David). Esa situación embarazosa, aparentemente resuelta de manera profesional y preámbulo de un affaire, se adereza con su encuentro causal con Adele, la mujer de David; una manipuladora nivel legendario que juguetea con la vida profesional y personal de Louise. Al principio inocentemente y de forma cada vez más retorcida hasta tejer a su alrededor una telaraña enrevesada y multicapa de la cual le será imposible escapar.

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