Mundo simulado, de Daniel F. Galouye

Aunque tengo varios de sus libros desde hace años, no había leído ninguna novela de Daniel F. Galouye. Junto a Erik Frank Russell, Murray Leinster o Keith Laumer, un escritor de la vieja guardia de la ciencia ficción norteamericana apenas recordado por un puñado de fans con demasiadas canas en sus cabezas, muchas veces relegado a la condición de “artesano” o la etiqueta “Philip K. Dick de segunda”. Mundo simulado es su novela más conocida, con un cierto prestigio en nuestro país. Entre los 60 y los 70 fue editada al menos dos veces y figura en la lista de las 100 mejores novelas de ciencia ficción que publicó La Factoría hace una década. Además cuenta con una adaptación al cine, Nivel 13estrenada el mismo año que Matrix y con múltiples elementos en común.

Una vez leída, es fácil entender por qué su última traducción es de hace cuatro décadas. En su interior hay una ciencia ficción añeja, muy alejada de los cánones que han imperado en el género llegado desde EE.UU. Remite a otras historias, anteriores o posteriores, que han trabajado con los mismos ingredientes de una manera más exhaustiva, con menos clichés y más fortuna. Sin embargo Mundo simulado es, también, una serie B perfectamente autoconsciente repleta de ritmo y paranoia.

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Máscara, de Stanislaw Lem

Máscara

Máscara

Según leía esta recopilación de relatos de Lem que acaba de editar Impedimenta me reafirmaba una vez más en mi admiración por este magnífico escritor. Es increíblemente original. En sus obras anteriormente publicadas ya vemos esto, pero paladear cómo se supera relato tras relato en esta antología, cómo explota nuestro cerebro con cada vuelta de tuerca, es una experiencia que deja sin aliento.

La traducción directa del polaco, una vez más gracias a Joanna Orzechowska, es magnífica y la edición, como siempre en Impedimenta, está muy cuidada. Desde el color y tacto del papel a la magnifica portada (como le sientan de bien las ascidiae de Ernst Haeckel). Pero hay más. El orden de los relatos cronológico según fueron escritos, que ya está en el original, dota a la obra de un crescendo en magnificencia. Lem, según pasa el tiempo, arriesga más y el sentido de la maravilla y la profundidad van en paralelo. Es increíble que, en su mayoría, se trate de cuentos secundarios no incluidos en sus obras más reconocidas, de restos olvidados.

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1974, de David Peace

1974

1974

Hace tres años David Peace y su Red Riding Quartet aparecieron en mi radar gracias a dos sospechosos habituales. Primero tras esta breve reseña de su adaptación televisiva por parte de Manuel de los Reyes y, unos meses después, cuando Óscar Palmer escribió sobre la tetralogía completa antes de aparecer traducida por la competencia. Pero no fue hasta hace mes y medio cuando leí su primer volumen: 1974. Al principio con una cierta distancia; la novela no deja de ser otra investigación de un crimen atroz cometido contra una niña y presumiblemente relacionado con otros acaecidos unos años antes. Pero su historia me fue ganando para, llegado su ecuador, atraparme hasta el punto de leer sus últimas 225 páginas de una sentada. Un placer cada vez más esquivo en mi vida como lector.

A priori no se puede rascar mucho en el misterio detrás de los asesinatos. Sí que lo hay en el personaje que nos relata su investigación: Eddie Dunford. Un periodista de sucesos que ha retornado a West Yorkshire pocos meses antes y con su padre recién enterrado tras una larga enfermedad. Un reportero ambicioso con ganas de alcanzar metas más altas, hastiado del caso que ha cubierto en las últimas semanas, blanco de las chanzas del periodista estrella de su sección y atrapado por una serie de incidentes que le llevan a traspasar todo tipo de límites. La excepcionalidad de Dunford tiene mucho que ver con sus pies de barro, sus demonios en el desván y la manera elegida por Peace para revelarlos. Su narración en primera persona jamás deviene en una confesión a través de la cual autojustificarse o expiar sus pecados. De hecho, su lado oscuro queda expuesto sin asomo de dudas o arrepentimiento. Ahí está su relación con una de sus compañeras de oficina; su ángel guardián cuando agarra unas melopeas de órdago, a la que se folla sin miramientos, deja embarazada y a la que, con una crueldad heladora, recuerda qué salida debe tomar. La punta de un iceberg que vamos a explorar en todo su dantesco esplendor. Este es el abismo de 1974: observar una trama negra como pocas a través de unos ojos con desagradables zonas sombrías y con el que se puede llegar a empatizar en muchos momentos.

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Ad astra, de Peter Watts

Ad Astra

Ad Astra

Por lo que leo por ahí, parece un hecho que la good ol´ science fiction se muere o está en camino de ello (quizá feneció el mes pasado y no me he enterado todavía). En realidad no tengo muy claro si esto es cierto, o incluso si me importa, pero démoslo por válido, que de alguna manera tengo que empezar la reseña y ya llevo cuatro borradores.

Quizá durante el siglo pasado abusamos de los euforizantes y la energía barata y nos creímos a los charlatanes que prometían un siglo XXI de coches voladores, chachas robóticas y discotecas siderales y claro, con el bajón, vino la frustración; al final los aguafiestas de la new wave tenían razón, el futuro es aburrido (aunque esto podría discutirse) y la cf nos había engañado con promesas vacuas. Así que, con el tiempo, la propia cf acabó rindiéndose ante los embates de la fantasía, la space opera cada vez más barroca y ensimismada o la versión “seria” de esa ciencia ficción fantástica, la de las singularidades, el evento mágico que lo va a cambiar todo sin que tengamos que hacer nada. Al mismo tiempo y visto el percal, los más presentables, los prospectivos, se han pirado a la literatura general, los muy traidores. Así que cierta ciencia ficción que en mi trastornado entender sigue siendo válida, la que se apoya en los conceptos científicos más avanzados de su tiempo para intentar entender el mundo, la naturaleza del ser humano y su lugar en el (des)orden de las cosas y volarte la cabeza de paso, sólo la practican cuatro gatos para un público de dos tarados. Pero por suerte, los tarados contamos con el gato más chulo de la ciudad, Peter Watts, que con su implacable combinación de prosa densa y científicamente rigurosa, desafiantes conceptos científicos y filosóficos, socarrón sentido del humor y una visión quirúrgica de la psique humana enfrentada a la realidad del universo, se ha convertido en la rueda a seguir. Y un buen punto de partida para conocer su obra, su estilo y sus temas, es este puñadito de relatos que acaba de publicar Fata Libelli bajo el título de Ad astra: cuentos de ficción científica.

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Cuentos para Algernon, año I

Cuentos para Algernon: Año I

Cuentos para Algernon: Año I

Mientras que en formato largo vamos más o menos servidos, llevamos demasiados años sin una publicación regular que traduzca buenos relatos de género contemporáneos. Independientemente de los que han ido apareciendo en las contadas colecciones de autor o antologías temáticas, el atraso acumulado en las últimas décadas se ha agrandado de manera considerable; en especial tras la desaparición de Gigamesh, BEM o, en menor medida, Asimov Ciencia Ficción. Hace poco más de un año apareció Cuentos para Algernon, un blog creado por Marcheto, una aficionada con ciertas traducciones a sus espaldas. Su objetivo, verter al español algunos de sus relatos favoritos ante el riesgo de que pudieran quedar inéditos. El resultado de su primer año se puede leer en este libro electrónico donde se incluyen los doce relatos publicados entre Noviembre de 2012 y Octubre de 2013.

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