En cuanto a los materiales de ciencia ficción que utiliza, la literatura ciberpunk no es, en cierto modo, original. La mayoría de sus conceptos proviene de una cf clásica actualizada, adaptada a su presente y pasada por el tamiz de la posmodernidad. Neuromante no inventa nada, o tal vez sí lo hace, precisamente, a la manera posmoderna, la misma que a lo largo de este siglo XXI ha trufado el mercado del arte con reinterpretaciones, resignificaciones, remakes y reboots. La novela de Gibson, y el ciberpunk en general, proponen una mezcla de géneros y tropos que une elementos dispares y reutiliza viejos conceptos, abordados en conjunto desde una nueva perspectiva. Dada la enorme herencia que recoge el nuevo subgénero, no es difícil encontrar la impronta de autores y obras precedentes, que proceden de diversos nichos.
El repaso al cúmulo de influencias que concentra Neuromante ha de comenzar, sin embargo, por un género distinto. Es necesario viajar de nuevo a la época de las revistas pulp, y más concretamente a cabeceras como Black Mask o Dime Detective Magazine. De la mano de autores como Dassiel Hammet primero y Raymond Chandler después, la novela hard boiled se sofisticó, añadiendo elementos morales, crítica social y un alcance que, terminada la II Guerra Mundial, gracias a la Série Noire de Gallimard, le ganaría el respeto de la literatura general, lo cual la ciencia ficción siempre envidió. De ahí procede uno de los elementos más atractivos con los que cuenta la novela de Gibson, su tono noir. La misión de Case, la oscuridad del entorno urbano en el que se mueve, la violencia y la narrativa realista con la que se describe ese futuro próximo se corresponden con la novela negra. Incluso la tecnojerga y las referencias coloquiales a las drogas de diseño, que aportan ese aroma tan peculiar a la narración, son un eco del slang utilizado en muchos de sus relatos. La naturaleza marginal del protagonista, fuera de la legalidad, sitúa la narración en los terrenos de la crook-story, el subgénero que puso en duda el maniqueísmo dentro de la novela criminal, lo cual es normal teniendo en cuenta el carácter punk de gran parte de sus narraciones.
Dentro del territorio de la ciencia ficción, cuando se buscan influencias del pasado en una obra o corriente presuntamente original siempre se acaba dando con la monumental figura de Alfred Bester. En los años 50, el escritor norteamericano concibió en sólo dos novelas, El hombre demolido (1952) y Las estrellas mi destino (1956), gran parte de las ideas que años más tarde explotarían como nuevas las siguientes generaciones de escritores. Gracias a la fuerza desenfrenada que empuja sus tramas, estas dos obras han soportado bien el paso del tiempo. En ellas, especialmente en la primera, se pueden encontrar tanto el origen de la corporatocracia que impera en las sociedades del ciberpunk, dirigidas por todopoderosas multinacionales que deciden el destino de los ciudadanos, como el marginalismo que determina la composición y fisonomía de sus ciudades. Los Tessier-Ashpool de Gibson proceden de los D’Courtney o los Presteign besterianos, familias cuyo poder empresarial hace que estén por encima del sistema. Las tramas policíacas de estas novelas, la arquitectura de sus ciudades y la tecnología cercana, parca en lo futurista, también han marcado el imaginario ciberpunk.
En la creación de El hombre demolido, primera ganadora del premio Hugo, se da un hecho anecdótico que enlaza a Bester con el siguiente foco de influencia que veremos, y que demuestra de paso cuán imbricado está el pasado del género en el ciberpunk. Como Neuromante, esta novela fue un trabajo de encargo en el que tuvo un papel decisivo Horace L. Gold, editor de la revista Galaxy, quien no sólo aportó sugerencias diarias que cambiaron el corpus de la obra e incluso el título, sino que fue el responsable directo de un cambio trascendental en el argumento. En la idea original de Bester, el novum no era la telepatía, sino el viaje temporal. Los crímenes eran imposibles debido a que se tendría conocimiento del culpable gracias a la capacidad de viajar en el tiempo. A instancias de Gold, los cronoagentes acabaron siendo espers, telépatas que podían leer la mente del criminal, sus intenciones previas o su culpabilidad posterior. Curiosamente, cuatro años después, en 1956, Philip K. Dick publicó “El informe de la minoría”, un relato popularizado por la película de Steven Spielberg en el que la policía detiene a futuros criminales basándose en los informes de individuos precognitivos (precogs) que pueden atisbar el futuro.
Más allá de la extraña similitud en las propuestas, ambos textos están unidos por un hálito ciberpunk. Y es que la aportación de las obras de Philip K. Dick al caldo primordial del posterior subgénero es superlativa. La utilización que hace en sus narraciones de las drogas como elemento alterador de los estados de percepción, condición muy presente en sus novelas, coincide con el aplicado en las historias escritas por los ciberpunkis. Los protagonistas de los relatos pertenecientes al ciberpunk, en muchas ocasiones jóvenes inadaptados, suelen manejar un auténtico arsenal de productos dopantes, ya sea para conectarse a las esferas de datos, potenciar la propia biología o simplemente pasar un buen rato. A veces, las drogas son el complemento imprescindible de los gadgets tecnológicos; a veces, provocan efectos indeseados. El “traje de combate” que camufla y permite a Bob Arctor, protagonista de Una mirada a la oscuridad (1977), vivir en el mundo de los traficantes ejerce la misma función que los implantes que hacen posible el acceso de los cibervaqueros a una realidad distinta.
La ficción de Philip K. Dick fue insistente en la existencia de distintas realidades y el continuo paso de una a otra. El sello de marca de Dick, la alternancia de realidades falsas, encuentra resonancia en los mundos digitales derivados del ciberespacio. Dick propuso realidades de todo tipo, incluidas las de carácter artificial, antecedentes directos de las matrices ciberpunk; por ejemplo, la que comparten los habitantes de los Moratorios en la novela Ubik (1969). Pero de todas las temáticas en las que sus ficciones influyeron a los ciberpunkis, quizás la más notable se dio en el apartado de la fusión entre tecnología y humanidad. La presencia de androides indistinguibles de los humanos en muchas de sus novelas, de Simulacra (1964) a ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) o relatos como “La hormiga eléctrica” (1969), es una incursión clara en la futura parte ciber del subgénero.
La New Wave fue un auténtico caladero de ideas y conceptos nuevos. De ese movimiento extraería el ciberpunk muchos de los temas integrados en sus ficciones. Norman Spinrad y John Brunner son citados usualmente debido a determinadas obras que, de haberse publicado en los 80, habrían sido consideradas parte de la corriente. Estos dos autores supieron prever la importancia de la información en las sociedades del futuro próximo, y ambos utilizaron la idea del enganche colectivo a grandes ordenadores. El primero anticipó en una de las novelas más polémicas de la New Wave, Incordie a Jack Barron (1969), el enorme poder e influencia de los mass media en la nueva conciencia social, legitimando la “era de la televisión” anunciada por Marshall McLuhan. El carácter rebelde de su contenido, el lenguaje directo de las calles y las localizaciones suburbiales son propios de la parte punk del subgénero. En otra de sus obras, Jinetes de la antorcha (1974), Spinrad presenta una suerte de espectáculo global interactivo llamado senso y la posibilidad de acceder directamente a una red de datos.
Brunner, por su parte, incluye un gran número de elementos ciberpunk en su obra mayor Todos sobre Zanzíbar (1968). Con las técnicas narrativas utilizadas por John Dos Passos en Manhattan Transfer (1912), en una sucesión de carteles informativos y capítulos entreverados, Brunner trata los temas de la superpoblación y la ingeniería genética en un entorno marcado por las corporaciones, las drogas, la importancia de los medios y el peligroso entorno urbano. Pero sin duda, donde el autor realiza una aportación crítica al ciberpunk es en El jinete en la onda del shock (1975), novela que de haberse escrito una década más tarde habría estado, sin duda alguna, incluida en el subgénero. En ella, el escritor traslada al género novelístico las tesis expuestas por Alvin Toffler unos años antes en El shock del futuro (1970), libro en el que se sumaba a las teorías de McLuhan sobre el cambio de civilización. Brunner introduce en su historia, varios años antes de la llegada de Gibson, una gran red informática y un outsider que utiliza sus conocimientos para vivir al margen de ella, para escapar de una sociedad mediatizada cuyos individuos se ven incapaces de superar la cantidad y calidad de la incesante información y el continuo cambio que produce. Una novela que, en suma, se adelantó diez años al ciberpunk y veinte a la realidad.
Al margen de estas obras de indudable carácter ciberpunk, cuando se les pregunta a los escritores de la corriente sobre sus influencias provenientes de la New Wave mencionan casi al unísono a Samuel R. Delany y J. G. Ballard. En este caso no se trata de una obra en particular, aunque Crash (1973) siga siendo una de los más radicales ejemplos de la fusión entre ser humano y máquina, sino sus universos conceptuales y sus estilos literarios. Las ficciones de Delany cuentan con pequeños detalles, redes e interconexiones en novelas como Nova (1968), pero es su prosa y la manera de abordar asuntos como el de género lo que influirá decisivamente en los ciberpunkis. Los paisajes mentales surrealistas de Ballard, sus indagaciones de la psique humana, les fascinan, así como su lectura de futuros por venir repletos de aciertos como las redes sociales.
Además de las novelas, existen también referentes de carácter más puntual. Importantes cuentos de diversos autores clásicos son considerados eminentes precursores del ciberpunk, como por ejemplo los relatos “Un muchacho y su perro” (1969), de Harlan Ellison; “Atracción inminente” (1950), de Fritz Leiber; “La muchacha que estaba conectada” (1973), de James Tiptree, Jr. o “El juego de la rata y el dragón” (1955), de Cordwainer Smith. Estos dos últimos fueron incluidos por la escritora Pat Cadigan en la antología The Ultimate Cyberpunk junto a “Tiernamente Farenheit” (1954), de Bester, y “Podemos recordarlo todo por usted al por mayor” (1966), de Dick, como ejemplo de cuentos de marcado carácter ciberpunk escritos antes de que tal denominación existiera. Son sólo un pequeño ejemplo del gran número de relatos ciberpunk escritos años antes de que naciera el movimiento.
El espíritu de aprovechamiento o reciclaje de temáticas y perspectivas del pasado propio del subgénero le ha procurado comentarios negativos por parte de de sus oponentes. Kim Stanley Robinson, incluido por aquel entonces en el grupo de los humanistas, hacía esta descripción vitriólica del ciberpunk:
Una taza de cine negro, una taza de Bester, dos cucharadas de Blade Runner, una cucharada de James Bond, una pizca de Delany, “varios miles de microgramos” (para aquellos que no hablan ciberpunk, medio gramo) de dextroanfetamina; agítelo a tope, cúbralo con una gruesa capa de bombo a lo Reagan y agresividad en plan Rambo. Hornéelo a máxima temperatura durante tres años y luego déjelo hervir a fuego lento. Sirva dos buenos escritores y varios parásitos.
Se puede suponer que los dos buenos escritores a los que se refiere son William Gibson y Bruce Sterling. Lo cierto es que la validación de una crítica al reciclaje desmontaría el 90% de la oferta cultural de hoy en día procedente de la posmodernidad, un origen que comparte el movimiento. Como decía anteriormente, aunque el ciberpunk pertenezca al género de ciencia ficción debido a su carácter de ficción futurista y al catálogo de gadgets cibernéticos, la parte punk procede de la literatura general y es una crónica de la posmodernidad, un avance de la fisiología y la dinámica a la que la decadencia del progreso, de cumplirse las predicciones más agoreras, parece empujar a las sociedades humanas. Es por ello que gran parte de la ascendencia ciberpunk se encuentra más allá de la cf.
Gracias por esta serie de entradas.
Otro más que agradece este abordaje en profundidad del subgénero. Reconozco que lo que he probado leyendo en cyberpunk ha sido una de cal y otra de arena (Neuromante es fascinante, sin duda, pero su prosa barroca no me pica el gusanillo de querer más. ¿La traducción, quizás?). Siempre me han terminado interesando más algunos de los proto-referentes que mencionas aquí. Con todo tengo algunos de ellos pendientes, así que estaré pendiente a las próximas partes.
Gracias sean dadas a los lectores.