1974, de David Peace

1974

1974

Hace tres años David Peace y su Red Riding Quartet aparecieron en mi radar gracias a dos sospechosos habituales. Primero tras esta breve reseña de su adaptación televisiva por parte de Manuel de los Reyes y, unos meses después, cuando Óscar Palmer escribió sobre la tetralogía completa antes de aparecer traducida por la competencia. Pero no fue hasta hace mes y medio cuando leí su primer volumen: 1974. Al principio con una cierta distancia; la novela no deja de ser otra investigación de un crimen atroz cometido contra una niña y presumiblemente relacionado con otros acaecidos unos años antes. Pero su historia me fue ganando para, llegado su ecuador, atraparme hasta el punto de leer sus últimas 225 páginas de una sentada. Un placer cada vez más esquivo en mi vida como lector.

A priori no se puede rascar mucho en el misterio detrás de los asesinatos. Sí que lo hay en el personaje que nos relata su investigación: Eddie Dunford. Un periodista de sucesos que ha retornado a West Yorkshire pocos meses antes y con su padre recién enterrado tras una larga enfermedad. Un reportero ambicioso con ganas de alcanzar metas más altas, hastiado del caso que ha cubierto en las últimas semanas, blanco de las chanzas del periodista estrella de su sección y atrapado por una serie de incidentes que le llevan a traspasar todo tipo de límites. La excepcionalidad de Dunford tiene mucho que ver con sus pies de barro, sus demonios en el desván y la manera elegida por Peace para revelarlos. Su narración en primera persona jamás deviene en una confesión a través de la cual autojustificarse o expiar sus pecados. De hecho, su lado oscuro queda expuesto sin asomo de dudas o arrepentimiento. Ahí está su relación con una de sus compañeras de oficina; su ángel guardián cuando agarra unas melopeas de órdago, a la que se folla sin miramientos, deja embarazada y a la que, con una crueldad heladora, recuerda qué salida debe tomar. La punta de un iceberg que vamos a explorar en todo su dantesco esplendor. Este es el abismo de 1974: observar una trama negra como pocas a través de unos ojos con desagradables zonas sombrías y con el que se puede llegar a empatizar en muchos momentos.

Dunford funciona como reflejo de la sociedad que cubre desde la sección de sucesos de su periódico. Un tipo fuertemente alienado cuyo éxito profesional está ligado a la faceta más escabrosa de su entorno, guiado por un código moral supeditado a la persona con la que interaccione, y destinado a derrumbarse bajo la presión que se acumula sobre él tonelada a tonelada, golpe a mazazo. Un colapso del cual se levanta gracias a una catarsis con indudables consecuencias purificadoras, a múltiples niveles.

David Peace

David Peace

En este sentido, el retrato de la sociedad británica de los setenta no guarda ningún tipo de reparo. No hace falta irse al México de los cárteles ni a la Somalia de los señores de la guerra para encontrar una atmósfera corrupta poblada de políticos, policías, periodistas, clase obrera o, incluso, familiares de las víctimas dispuestos a sacar ventaja de situaciones ruines, ocultar los crímenes más abyectos, vender su dignidad por cuatro maravedíes… No es extraño que los únicos personajes ajenos a esta diatriba sean las víctimas, una categoría en la cual también podemos encontrar un deficiente mental destinado a ser cabeza de turco y un grupo de gitanos que padece la represión policial. Todos los demás personajes contribuyen en diversa medida a macerar la miasma de la cual Dunford se erige como consecuencia, síntoma y remedio. Una sucia trinidad que lo dice todo sin guardarse absolutamente nada.

Es habitual hablar de la dureza de 1974, pero para sorpresa de muchos esta no emana tanto de las escenas en las que Peace se recrea sino de cómo nada entre los intersticios menos aireados de ese entramado social. Cómo los retrata con una saña salvaje. Y también de la tremenda conclusión a la que parece llegar: no hay salvación y la única herramienta para sobrevivir sin perder la cordura es el cinismo. La alternativa lleva implícita el precio que paga Eddie Dunford.

Merece la pena destacar el ritmo de la narración. Peace levanta su relato a pie de calle, con un tempo cinético y unos diálogos vibrantes. Además hace gala de un lenguaje muy lírico capaz de crear imágenes de enorme belleza constantemente en contraste con ese substrato putrefacto sobre el cual construye la trama.

1974 queda cerrada a su conclusión. No se puede decir lo mismo de la siguiente novela del cuarteto, 1977, uno de los motivos por los cuales estoy dejando pasar el tiempo antes de ponerme con ella. Esta no es una de esas lecturas banales para matar el rato que muchas veces nos venden como novela negra. La intensidad, el compromiso, los golpes a los que nos somete requieren de una distancia, un lapso, antes de volver a por más. Algunos lo pueden llamar masoquismo. Yo más bien lo veo como un asunto de higiene mental.

1974 (Alba, Col. Novela Negra 8, 2010)
1974 (2000)
Traducción: Manu Berástegui
Rústica. 456pp. 19,50 €
Ficha en la web de la editorial

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