Aldebarán y Betelgeuse: los sólidos cimientos de la saga de «Los Mundos de Aldebarán», de Leo

AldebaránTreinta años han pasado desde que arrancó la saga de «Los Mundos de Aldebarán», de Leo, y la serie sigue vivita y coleando (su entrega más reciente, el segundo volumen del ciclo de Bellatrix, ha visto la luz en septiembre de este 2024) a pesar de no ser —al contrario que otras franquicias superlongevas— exactamente un fenómeno de masas. Como no podía ser de otra manera en una construcción de semejante envergadura, toda ella se sostiene sobre unos cimientos bien robustos: los cinco volúmenes del ciclo de Aldebarán, que se publicaron entre 1994 y 1998, y los otros tantos —quizás algo más maduros que los anteriores, más redondos, más cuajaditos— del ciclo de Betelgeuse (2000-2005). Regresar a cualquiera de ellos hoy, varias décadas más tarde, sigue siendo una experiencia absorbente plagada de aventuras, sentido de la maravilla, crítica social y personajes inolvidables. Y no se trata solo de que las historias hayan envejecido bien. Es que son tan actuales que, si hubieran sido publicadas la semana pasada, no faltaría quien las acusase de oportunistas, de wokismo o de haberse subido a la ola de «corrección política» para engatusar al público de hoy en día. Pero no, amigos míos. «Los mundos de Aldebarán» nació así, lleno de mujeres fuertes que cortan el bacalao —empezando por la protagonista Kim Keller, por supuesto, pero no solo ella— ya desde su origen, a mediados de los noventa.

Su autor, Leo (seudónimo de Luiz Eduardo de Oliveira), nació en Brasil, aunque ha desarrollado toda su carrera creativa en Francia y su obra se inscribe plenamente en la tradición del cómic europeo. No obstante, su trayectoria vital previa es fácilmente rastreable en su trabajo: se intuye una inspiración brasileña en los paisajes alienígenas de Aldebarán (las selvas y los pueblecitos de pescadores); su pasado como activista de la izquierda clandestina es palpable en cada viñeta (me hace gracia que la editorial francesa Dargaud afirme, en la biografía que tienen colgada en su página web, que «en 1974 renunció a todo compromiso político y decidió dedicarse al dibujo», como si sus historias no estuviesen cargadas, cargadísimas, de mensaje); y es fácil reconocer, en esos personajes que allá donde van se ven hostigados por el autoritarismo y la codicia de sus gobernantes, el periplo del propio autor: Leo se mudó de Brasil a Chile, huyendo de la dictadura militar de su país natal, pocos años antes del golpe de estado de Pinochet, por lo que se vio obligado a escapar de nuevo, esta vez a la convulsa Argentina de la época, antes de regresar a Brasil furtivamente.

Aldebarán está ambientado a finales del siglo XXII en el planeta Aldebarán-4, un mundo oceánico salpicado de islas, el primero fuera del Sistema Solar en haber sido colonizado con éxito. Debido a un problema en un satélite, Aldebarán se encuentra incomunicado con La Tierra y, tras más de un siglo de aislamiento, atraviesa un estado de regresión, tanto tecnológico como social, en el que las autoridades religiosas han tomado el control del ejército. Una serie de extraños sucesos pondrá en contacto a la jovencísima Kim Keller y su interés amoroso, Mark Sorensen, con unos científicos al margen de la ley que se han consagrado al estudio de «la Mantris», una misteriosa criatura marina cuyo ciclo vital de diez años causa un gran impacto en los océanos… y aquí lo dejo para no desvelar nada de la trama a los afortunados que no lo hayan leído aún.

Sigue leyendo

La mejor historia de Zinco jamás contada, de Enrique Doblas, Carlos Giménez y Gustavo Higuero

La mejor historia de Zinco jamás contadaYa he escrito varias veces sobre el drama detrás de la recuperación de la cultura popular en España, particularmente en los videojuegos y el cómic. Demasiadas veces se recuerda su creación desde libros sin un mínimo trabajo editorial detrás. Sus divulgadores, con un bagaje intachable y en muchas ocasiones haciendo una labor de documentación digna del mejor investigador, se ven a los pies de los caballos arrojados por unas editoriales que limitan su trabajo a poner su texto en unos volúmenes que luzcan en las estanterías. Tapa dura; papel de alto gramaje, muchas veces satinado sin venir a cuento; maquetación esmerada con una integración de imágenes absoluta; impresión a todo color con imágenes a buena resolución… Sin embargo, detrás falta la guía de un editor profesional que dote de sentido a la estructura del libro, dirija el discurso del texto para evitar un camino errático, corrija una redacción propia de alguien cuyo trabajo es otro… Esta problemática tiene a La mejor historia de Zinco jamás contada como un nuevo epítome.

El primer capítulo, “Prehistoria: DC antes de Zinco y Zinco antes de DC (1975-1983)” encierra ya en esta frase gran parte de lo que el lector va a encontrarse en sus alrededor de 25 páginas. Acota los años de existencia de Zinco previos a la publicación de los cómics de DC, pero no hace lo mismo con todas las editoriales que editaron sus tebeos en España previamente (la parte principal del texto). Esta inexactitud, que no deja de ser un comentario muy traído por los pelos, es el preámbulo de una de las redacciones más descuidadas, ambiguas, imprecisas, que me he encontrado en mis cerca de 25 años reseñando libros. Para muestra, dos extractos de los innumerables que se pueden encontrar:

Su andadura empresarial se puede acotar entre los años 1941 a 1986, cuando se especializó en la publicación de tebeos tras la Guerra Civil, aunque la fecha exacta para ello no está del todo clara y se barajan fechas entre 1940 y 1942. (página 25)

Alrededor de la figura de Superman se lanzó entre 1976 y 1980, bajo el título de Colosos del cómic: La familia de Superman, una serie sin excesiva repercusión en el mercado que murió al poco de superar el año de publicación. (página 26)

Afortunadamente no todo el libro es así. La mejor historia de Zinco jamás contada está escrito por tres aficionados al cómic: Gustavo Higuero, Carlos Giménez y Enrique Doblas. Y hay muchos fragmentos en los cuales las anfibologías, frases mal redactadas, palabras mal usadas, repetición de ideas o de palabras disminuyen su frecuencia. Otras, sin embargo, regresan con pertinaz insistencia (Lo de calificar Orquídea Negra como la “primera intromisión en la editorial” de Neil Gaiman me ha llegado al alma). Esta es una de las múltiples facetas en las cuales la ausencia de un editor merecedor de esa categoría deja vendidos a los autores. Porque hay más aspectos para echarlo en falta. Ahí está, por ejemplo, una estructura que dedica su espacio a todas las editoriales que publicaron DC antes de Zinco pero olvida lo que supuso su ausencia después; algo que se puede llegar a entender estirando mucho la argumentación pero que olvida miserablemente un legado en el cual su existencia vio nacer una serie de estándares (de edición, de selección de material) cuyo arraigo o carencia ha marcado el devenir de al menos dos de las editoriales que tomaron su legado (VID y Norma).

Sigue leyendo

Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee, de Abraham Riesman

Verdadero CreyenteNo hay nada más disfrutable para un lector de tebeos de supehéroes que una discusión estéril. Cuando eres joven te peleas sobre si es más fuerte Hulk o La Cosa; si el Capitán América sería capaz de vencerle a Batman en un uno contra uno. Cuando creces y maduras un poco empiezas a abrir nuevos campos: ¿es mejor el Hulk de Bill Mantlo o el de Peter David? ¿Quién es más Batman, el de Englehart y Rodgers o el de O’Neill y Adams? ¿Mola más el Excalibur de Claremont con Davis o el de Davis en solitario? Y cuando ya empiezan a preocuparte temas creativos, abres el melón definitivo: ¿quién merece el crédito por los grandes personajes del Universo Marvel? Esos que sostienen la editorial desde principios de los años 60 y alrededor de los cuales giran la mayoría de las películas que arrastran decenas de millones de espectadores sin asomo de agotar su veta. De la terna de nombres sobre los que gira siempre la discusión (Jack Kirby, Steve Ditko y Stan Lee), puedes darle vueltas a multitud de asuntos, y llegar a conclusiones más o menos fundadas. Pero lo que resulta titánico es socavar la percepción más extendida en el acervo cultural compartido: Stan Lee fue el creador del Universo Marvel.

Inevitablemente, una de las posibles claves de Verdadero creyente es arrojar luz sobre la respuesta a esta pregunta, a estas alturas un imposible. La presencia mediática de Lee; la muerte de Kirby antes de que un buen biógrafo pudiera dar forma a su recuerdo; el aislamiento y la peculiar forma de ser de Ditko; la carencia de habilidades comunicativas de ambos dibujantes; la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre qué significa crear en un contexto como el del mundo del cómico a mediados del siglo XX, explican que apenas desde el mundo del tebeo se reconozca su papel en la creación de Los Cuatro Fantásticos, Hulk, el Doctor Extraño, Daredevil, Spiderman…

Riesman monta su caso de manera inteligente y demoledora. Más allá de los inevitables dimes y diretes de los implicados en la cuestión, capítulo a capítulo abre una mirada a un Stan Lee más allá del Universo Marvel. Sus intereses abordados antes de la creación de los superhéroes más conocidos, los trabajos paralelos realizados durante aquellos años más allá de su labor editorial, y todo lo que afrontó cuando dejó de lado los guiones de Marvel, después su responsabilidad editorial dentro de la casa y, finalmente, se lanzó a diversas tareas en otros sellos escasamente conocidos en España. Este Lee, en general desconocido, se cuenta en Verdadero creyente como una persona atrapada en el mundo del tebeo y, posteriormente, los superhéroes, muy consciente de su papel como editor, necesitado de mantener un tren económico creciente e incapaz de crear nada memorable más allá de los personajes surgidos de su colaboración con Kirby y Ditko.

Sigue leyendo

Marvel vs DC, de Reed Tucker

Marvel vs DCEsta historia del enfrentamiento entre dos editoriales sinónimo de superhéroes ofrece justo lo que promete: da testimonio de una rivalidad iniciada en los años 60 (antes no había combate), extendida durante seis décadas y con un ganador incontestable. Para montar su relato Reed Tucker acude biografías, artículos en diversas publicaciones, entrevistas con los protagonistas, y desmenuza los sucesivos encuentros y, sobre todo, desencuentros entre ambas. Los grandes hitos, los castañazos, las maniobras trapaceras para controlar a la competencia, la contratación de autores, las movidas de la distribución, se describen con detalle justo para el lego. Supongo que los fanes totales hubieran deseado una mayor profundidad, detenerse más en las cuestiones apuntadas, pero entonces habríamos tenido un libro más voluminoso y menos ágil. Dada la deficiente publicación en España de los tebeos de DC en comparación con el universo Marvel durante grandes períodos de tiempo, y la falta de un libro de referencia como Marvel Cómics. La historia jamás contada, de Sean Howe, puede ayudar a completar un paisaje hasta ahora fundamentalmente contado desde uno de los lados. Aquí radica el principal interés del libro: ver la feria desde las oficinas de DC y su diálogo con la historia establecida de Marvel.

Es divertido leer la sorpresa de Mort Weisinger y el resto de su equipo editorial ante el fenómeno Marvel de los 60, un chascarrillo que va y viene durante muchas páginas y ofrece momentos hilarantes. Estaban desbordados por su incomprensión ante el atractivo de unos tebeos plagados de dibujos “feotes”, diseños y colores extravagantes y portadas que iban contra el estándar que habían establecido unos años antes cuando personajes como Flash o Linterna Verde abrieron la Edad de Plata de los superhéroes. Tras dos décadas dominando el mercado, mes tras mes el público joven los abandonaba a cientos. Reed Tucker, además de las ideas habituales (las diferentes concepciones de universos compartidos; la facilidad para conectar cuando el escenario está más cerca de nuestra realidad cotidiana), describe alguna de sus reuniones y la medidas que abordaron para intentar contrarrestar y emular sus logros. Son los primeros ladrillos de una política errática incapaz de seguir el paso marcado primero por Stan Lee y Martin Goodman y, después, por sus diferentes “herederos”. Un sendero que los llevó hasta un segundo puesto en el mercado y multitud de problemas. Algunos de los cuales también han contagiado a Marvel.

Sigue leyendo

Ventiladores Clyde, de Seth

Ventiladores ClydeDe aquellos años en los que trabajé como vendedor, dos sucesos puntuales quedaron marcados para siempre en mi memoria. Ambos, opuestos, simbolizan y resumen lo mejor y lo peor de ese oficio. El primero de ellos se enmarca en la parte buena, la condición de viajante, y sucede en la carretera comarcal que conduce a Robledo de Chavela, un pueblo situado al oeste de la provincia de Madrid. Es un día frío de invierno, he comido un menú casero en Fresnedillas de la Oliva, el pueblo anterior, en una tasca escondida que ha resultado ser uno de esos descubrimientos casuales invaluables. Voy en el coche sonriendo, recordando las ventas matinales, satisfecho por lo bien que he sabido trabajarme a los clientes. En el reproductor suena Loreena McKennitt y voy pensando en la que podría ser la cuarta comisión del día. La música celta, el calorcillo agradable de la calefacción y la digestión del estofado me tienen sumido en un atontamiento feliz. Voy despacio, disfrutando con la vista del campo más allá de la carretera. Diviso al frente una colina sorprendentemente verde para la época. Hay caballos recorriéndola. De repente, empieza a caer aguanieve, cada vez más gruesa. En ese instante todo se fusiona, un sentimiento de felicidad me embarga y me veo obligado a detener el coche en una entrada de tierra lateral para grabar bien el momento en mi memoria. Esos pocos minutos contemplativos, secretos, plantado en medio de ninguna parte, se cuentan, qué tontería, entre los de mayor felicidad de mi vida.

El segundo hecho sucede un lunes de otoño, tras un domingo malo en el que, como tantas otras veces, la presión mental que me produce la planificación del objetivo semanal me ha amargado el fin de semana. Llevo un mes apretado, voy corto para las cifras marcadas por la empresa y la ruta del día es de las difíciles. Me ha costado levantarme. Voy tocado, me he obligado a ducharme, afeitarme, ponerme el traje y salir a la calle. Ni siquiera paro a desayunar como todos los días, el agobio me ha quitado el apetito. Hago los 30 kilómetros que separan mi casa de Móstoles y aparco enfrente del primer cliente, uno de los duros. Apago el motor, permanezco sentado en el coche mirando cómo varias personas entran y salen de la tienda y, veinte minutos después, incapaz de salir del vehículo, arranco de nuevo y conduzco de vuelta a casa. El regreso es una viñeta oscura como las que abundan en este cómic.

La lectura aislada de la primera parte de Ventiladores Clay, obra del autor canadiense Seth, ha reflotado estos recuerdos, puesto que ambos están, en esencia, presentes en la historia, tanto el descubrimiento de lugares nuevos como la presión diaria. Este detalle, por cierto, el de leer sólo la primera parte, también he de explicarlo. Esta obra ha tardado veinte años en completarse (un poco menos de lo que tardó Jason Lutes en acabar su Berlín), una labor titánica. Ediciones Sinsentido publicó sólo la primera parte, dividida a su vez en otras dos, hace nada menos que 18 años. Como no lo indica en ningún sitio, al coger el cómic en la biblioteca interpreté que contenía la obra completa. Y podría haberlo sido, pues tiene valor independiente, sentido unitario por sí misma. En principio me pareció una novela gráfica notable, un prodigio en el que se desgranan, a traves de la historia contrapuesta de dos hermanos, desde el futuro y el pasado, los pros y contras de un oficio para el que es fundamental tener empaque. No sólo labia, sino un carácter y un aguante determinados. La venta es una profesión que castiga y recompensa, y que incluso te propone dilemas éticos. Puede endurecerte o acabar contigo, depende de lo que lleves dentro. Esto cuenta esa primera parte, con un guión espléndido y un dibujo que se me antoja perfecto para la historia que desarrolla. Holla en el ámbito del cómic el mismo terreno crítico que Glengarry Glenn Ross en el medio cinematográfico, pero con una personalidad artística superior. La narración es fascinante, acumulativa, va dejando poso y pistas a enlazar sin que lo percibas, utiliza diferentes registros y controla los tiempos de forma magistral.

Sigue leyendo

Regreso al Edén, de Paco Roca

Regreso al Edén

Como lector, tengo una relación especial con Paco Roca. Pude charlar por primera y única vez con él hace unos años, en la reconvertida ExpoComic, donde hice cola junto a decenas de admiradores para que me firmara el regalo que quería hacerle a un amigo. Era un ejemplar de Los surcos del azar, una novela gráfica que me había gustado mucho y en la que ya pude encontrar el respeto que el autor demuestra sentir por el pasado en cada una de sus obras. El dibujo con el que firmó aquel regalo, la fluidez y facilidad con la que las líneas salían de su pluma, me sorprendió y maravilló como siempre que veo trabajar a estos genios del arte secuencial. Con su talento y su amabilidad, Roca se ganó a un potencial lector para el futuro, un tiempo que no tardaría en llegar y que, de forma insospechada, estrecharía mi relación con su obra de forma directa. La lectura de tres de sus obras ha ido coincidiendo, con cierta sincronicidad, con momentos relevantes de mi existencia, estableciendo un vínculo con mi memoria pasada y presente. Arrugas, relato de un hombre obligado a vivir sus últimos días en un asilo de ancianos, llegó a mí un año después de tener que ingresar a mis padres en una de estas residencias. La casa, leída meses más tarde, reflotó en mi memoria recuerdos del pasado, de los veranos en el pueblo y de la relación con mis hermanos, más estrecha estos últimos años por las visitas compartidas a la residencia, que, precisamente, se encontraba en aquel mismo pueblo. Ahora, recién fallecida mi madre, víctima de la pandemia, Roca publica esta obra sobre la suya, sobre todas las madres de una generación que se nos muere, encerrada, recluida tras los barrotes, y que retoma en su última hora el padecimiento que les tocó vivir durante sus primeras décadas.

Regreso al Edén es una de esas obras que describen toda una época y que huyen de ese bigger than life tan afín a la narrativa. Nada es más grande que la vida, parecen pregonar este tipo de obras que, como un retablo, carecen de una trama de ficción al uso, ya que, en ellas, la trama es la vida misma. Magníficamente estructurada, la historia se va deteniendo en cada uno de los miembros de la familia y progresando por medio de sus vivencias individuales y de la relación entre ellos. La obra brilla en el devenir narrativo, aunque el ritmo se quiebra en los raros momentos en los que se entromete el frío dato histórico: Franco y su dictadura. Esta debilidad del relato hay que entenderla desde el éxito de Paco Roca, reciente ganador del Eisner, el gran premio norteamericano del cómic, a quien se le ha abierto el mercado internacional. Supongo que la publicación en otros países hace necesaria la introducción de un contexto en las obras históricas que aquí, en el país de origen, probablemente sobra. Y es que, más que los grandes datos, son los padecimientos de nuestros padres y abuelos, su quehacer diario, los que llenan de vida las páginas de un cómic que, como ocurre con gran parte de la obra de Paco Roca, toca el corazón.

Sigue leyendo

Ōoku: The Inner Chambers, de Fumi Yoshinaga

Llega el momento de confesar que todo lo que sé, incluyendo valiosas lecciones vitales que aún hoy sigo a rajatabla, las he aprendido de los tebeos. ¿Política? El pitufísimo, ¿geografía, gastronomía, otras culturas? Las aventuras de Astérix y Obélix, ¿arte contemporáneo? El cuadro que se comió París, ¿deporte? Gatolandia ’76  ¿las neurosis de la vida moderna? La semana más larga. Con estas sólidas bases intelectuales y educativas, el manga no iba a ser menos, y si en la anterior entrada les deslumbré con mis amplios y profundos conocimientos acerca del shogunato Togukawa no es porque me lo copiara de la wikipedia como suelo hacer habitualmente (aunque también…), si no porque antes me había leído otro estupendo manga histórico, el exitoso y laureado Ōoku, de Fumi Yoshinaga, un ucronía ambientada en el período Edo, que vendría a ser el complemento en plan melodrama de época de la BBC a las desenfrenadas aventuras de Azumi. Título en el que además confluyen felizmente la ciencia ficción y el tebeo japonés, puesto que en el año 2009 Ōoku obtuvo el premio James Tiptree Jr. en virtud de su original planteamiento de las cuestiones de género.

Sigue leyendo

Azumi, de Yū Koyama

Llegados a la tercera entrega de la serie “tebeos japoneses que sólo me interesan a mí” ya va siendo hora de tocar un género clásico del manga y la cultura popular japonesa, el chanbara, o dicho en lenguaje llano, el de tíos con katanas machacándose los higadillos. Pero en este caso hablaremos de un chanbara un poco diferente, uno que no está protagonizado por uno de esos samuráis ahora considerados incorrectos por culpa de un exitoso videojuego, glorificados e idealizados por el nacionalismo japonés más facha debido su estricto código del deber y el honor. Hay que aclarar que esta fantasía bushido fue inventada de cara a los occidentales durante la época de restauración Meiji, entre finales del XIX y principios del XX, por lo general, el comportamiento del samurái en tiempos de guerra era pragmático e hijoputesco como el de cualquiera que se ganara la vida combatiendo a vida o muerte, con unos principios (o falta de los mismos) que hubieran hecho las delicias de Carlos Bilardo y otros titanes del ganar a cualquier precio. Flipamientos nacionalistas japoneses y caídas de guindo contemporáneas aparte, es fácil deducir que los samuráis se dedicaban a la labor tradicional de las castas guerreras a lo largo de la Historia como bien sabemos en Europa; ganar perras y estatus como mercenarios en tiempos de guerra, y coaccionar y someter al pueblo llano mediante la violencia en tiempos de “paz”. Y este es el caso de Azumi, el manga del que hablaremos a continuación, una fantasía desmitificadora del samurái y el camino de la espada donde se entreteje la ultraviolencia más brutal con una visión humanista repleta de matices, enfoque muy influenciado en mi opinión por los jidaegiki o “dramas de época” del gran cineasta Masaki Kobayashi; Samurai Rebellion y, sobre todo, la maravillosa Harakiri.

Sigue leyendo

National Quiz, de Reiichi Sugimoto y Shinkichi Kato

Uno de los aspectos más agradecidos del manga japonés para el lector curioso, quizá un poco trastornado también, es su carácter de pozo sin fondo rebosante de propuestas insólitas, en el que, si rascamos más allá de los títulos más populares y los géneros habituales, seguro que encontraremos un manga sobre alguna obsesión de nuestro interés por muy rara que sea nuestra parafilia. Tráfico de órganos, competiciones de comida, manuales de agricultura, ucronías feministas, toreras lesbianas, futbolistas japoneses en el Betis, la vida cotidiana en una aldea uzbeka del siglo XIX, un trasunto del patito feo protagonizado por un bondadoso aparato reproductor masculino…, etc, etc, todo lo que la mente humana pueda imaginar. Sin embargo la sátira política no es algo muy común en Japón, tanto en el mundo del humorismo como en los mangas. No faltan, por supuesto, los tebeos políticos, alguno de ellos publicado en España, como el premio Eisner, Eagle de Kaiji Kawaguchi, donde se relata la carrera a la presidencia USA de un candidato de ascendencia japonesa, Santuario, de Buronson y Ryoichi Ikegami, el equivalente en manga a cuñadear a voces cocido de sake en la barra del izakaya a cuenta del corrupto sistema político japonés, o Akumetsu, de Yoshiaki Tabata y Yuki Yugo, la demencial, salvaje y catárquica historia de un sangriento vengador de corruptelas bancarias e injusticias económicas en un Japón del futuro cercano arrasado por la deuda y la crisis. Pero esto de echarse unas risas con el tema, pues poco. Así que hoy les presento una verdadera rareza hasta en su país de origen, National Quiz del escritor Reiichi Sugimoto y el dibujante Shinkichi Kato, una sátira política que parece el storyboard de una hipotética adaptación del V de Vendetta de Alan Moore y David Lloyd dirigida por un Paul Verhoeven japonés.

Sigue leyendo

Gambling Apocalypse Kaiji, de Nobuyuki Fukumoto

En los largos meses que he dejado de colaborar en C por pura vaguería, he comprobado con creciente alarma como el nivel de la página ha ido subiendo de forma imparable, siendo ya conocida en algunos círculos como Les Cahiers du Sci-Fi. “Lo llevo crudo”, pensé cuando me picaron las ganas de volver a escribir, mientras barajaba algún tema que me exigiera poco esfuerzo. Menos mal que en mi larga experiencia de persona extremadamente perezosa he llegado a dominar las técnicas de la excusa barata, la autojustificación y el colar gato por liebre en mi interminable carrera hacia el sillón. Así que mientras voy poniéndome trabajosamente a la altura preparando sesudos artículos sobre temas tan apasionantes como la raíz gnóstica de la serie Dryco de Jack Womack o epistemología, consciencia y humanismo en la obra de Matthew De Abaitua, qué mejor para coger el ritmo que pasar completamente de la temática habitual de la página e ir regurgitando lo que más he leído y disfrutado desde hace ya bastante tiempo, esto es, mangas, la mejor manera de hinchar las estadísticas en Goodreads y ahuyentar a los lectores de la página. Pero como soy una persona que siempre decepciona, no se trata de mangas de cf o fantasía (bueno, alguno caerá), o de reputados artistas tipo Taniguchi, Takahashi o Urasawa ya de sobras conocidos, no, no. En este caso la intención inicial es reseñar algunos mangas no publicados en España, de autores muy desconocidos y temáticas variadas, cuando no directamente demenciales y cuanto más japonesas y ajenas a las formas de contar con las que nos encontramos cómodos en occidente, mejor. Y aprovechando su inminente edición en inglés, comenzaremos con uno de los mejores mangas que he leído en estos dos o tres años de atracón de tebeos nipones, el magnífico Tobaku Mokushiroku Kaiji de Nobuyuki Fukumoto.

Sigue leyendo