La plaga de los cómics. Cuando los tebeos eran peligrosos, de David Hajdu

La plaga de los comicsComencé La plaga de los cómics esperando un recorrido por el cómic estadounidense de los años 40 y 50 y el apocalipsis para este medio que supusieron el impresentable de Fredric Wertham y La seducción del inocente. El libro en el cual el psiquiatra cargaba contra el tebeo popular, según sus “investigaciones” fuente de analfabetismo, delicuencia juvenil, perversión sexual y vista cansada (sic). Sin embargo, David Hajdu amplia el foco e inicia su magisterio con el origen del cómic en la prensa sensacionalista de finales del XIX con “Hogan’s Alley” y su protagonista, Yellow Kid. Unos primeros derroteros ineludibles para entender su evolución durante la primera mitad del siglo veinte, el entramado empresarial y creativo surgido a su alrededor y los diversos intentos por coartar su libertad de expresión. El caldo de cultivo desde el cual, a la postre, se fraguó el éxito del más conocido.

Según desarrolla Hajdu, este arte eminentemente popular padeció sucesivas andanadas desde los entornos de la alta cultura y los guardianes del buen gusto. Una serie de embates que fueron afinando el tiro y ganando empuje. El eje central de la argumentación más extendida serían unas pretendidas tasas de criminalidad disparadas entre la juventud, alentadas por el éxito de cabeceras de temática criminal que en un momento cedieron su peso a las de terror, en muchas ocasiones arrojadas en brazos de la violencia gratuita y la carnaza más burda. El combustible habitual de unos movimientos reaccionarios que continúan engrasados como si los desastres posteriores no hubieran sido bien documentados.

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Monster Show. Una historia cultural del horror, de David J. Skal

Monster ShowLa reciente muerte de David J. Skal se ha dejado sentir. En noviembre de 2023, semanas antes de un fatídico accidente, el autor de Hollywood gótico y Algo en la sangre había visitado nuestro país para promocionar la recuperación de Monster Show. En su estancia en San Sebastián, Barcelona y Madrid dio muestra de una simpatía pareja a su reconocida sabiduría sobre el terror, sobre todo en la vertiente cinematográfica. Esto explica la manifestación de tristeza compartida a modo de pequeño homenaje y agradecimiento hacia un escritor en trámite de ser recuperado en España.

Etiquetado como una historia cultural del horror, Monster Show fue traducido por primera vez en 2008 por Óscar Pálmer para Valdemar. Sin embargo, como otros volúmenes de la colección Intempestivas, después de quince años alcanzaba precios prohibitivos en el mercado de segunda mano. En su treinta aniversario, Es Pop Ediciones lo ha puesto de nuevo en circulación en una cuidada edición con abundante material gráfico, una maquetación esmerada, índice onomástico… Apenas algunas erratas le quitan una miaja de lustre, supongo fruto de las prisas por llegar a tiempo a la visita de Skal.

Por centrar el tiro, mi única discrepancia con Monster Show reside en el subtítulo que le acompaña: la mencionada “Una historia cultural del horror”. Skal aborda en su interior sobre todo un estudio de la figura del monstruo y lo monstruoso en el cine estadounidense, algo más largo de contar en una frase promocional pero más certero en la definición. Un tema al que se entrega desde su conocimiento de la historia y su capacidad para el análisis con una inteligencia equiparable a sus fuentes. Bastan tres capítulos para darse cuenta.

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Verdadero creyente. Auge y caída de Stan Lee, de Abraham Riesman

Verdadero CreyenteNo hay nada más disfrutable para un lector de tebeos de supehéroes que una discusión estéril. Cuando eres joven te peleas sobre si es más fuerte Hulk o La Cosa; si el Capitán América sería capaz de vencerle a Batman en un uno contra uno. Cuando creces y maduras un poco empiezas a abrir nuevos campos: ¿es mejor el Hulk de Bill Mantlo o el de Peter David? ¿Quién es más Batman, el de Englehart y Rodgers o el de O’Neill y Adams? ¿Mola más el Excalibur de Claremont con Davis o el de Davis en solitario? Y cuando ya empiezan a preocuparte temas creativos, abres el melón definitivo: ¿quién merece el crédito por los grandes personajes del Universo Marvel? Esos que sostienen la editorial desde principios de los años 60 y alrededor de los cuales giran la mayoría de las películas que arrastran decenas de millones de espectadores sin asomo de agotar su veta. De la terna de nombres sobre los que gira siempre la discusión (Jack Kirby, Steve Ditko y Stan Lee), puedes darle vueltas a multitud de asuntos, y llegar a conclusiones más o menos fundadas. Pero lo que resulta titánico es socavar la percepción más extendida en el acervo cultural compartido: Stan Lee fue el creador del Universo Marvel.

Inevitablemente, una de las posibles claves de Verdadero creyente es arrojar luz sobre la respuesta a esta pregunta, a estas alturas un imposible. La presencia mediática de Lee; la muerte de Kirby antes de que un buen biógrafo pudiera dar forma a su recuerdo; el aislamiento y la peculiar forma de ser de Ditko; la carencia de habilidades comunicativas de ambos dibujantes; la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre qué significa crear en un contexto como el del mundo del cómico a mediados del siglo XX, explican que apenas desde el mundo del tebeo se reconozca su papel en la creación de Los Cuatro Fantásticos, Hulk, el Doctor Extraño, Daredevil, Spiderman…

Riesman monta su caso de manera inteligente y demoledora. Más allá de los inevitables dimes y diretes de los implicados en la cuestión, capítulo a capítulo abre una mirada a un Stan Lee más allá del Universo Marvel. Sus intereses abordados antes de la creación de los superhéroes más conocidos, los trabajos paralelos realizados durante aquellos años más allá de su labor editorial, y todo lo que afrontó cuando dejó de lado los guiones de Marvel, después su responsabilidad editorial dentro de la casa y, finalmente, se lanzó a diversas tareas en otros sellos escasamente conocidos en España. Este Lee, en general desconocido, se cuenta en Verdadero creyente como una persona atrapada en el mundo del tebeo y, posteriormente, los superhéroes, muy consciente de su papel como editor, necesitado de mantener un tren económico creciente e incapaz de crear nada memorable más allá de los personajes surgidos de su colaboración con Kirby y Ditko.

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Satán es real, de Charlie Louvin con Benjamin Whitmer

Satán es realEsta historia de los hermanos Louvin, desde su infancia hasta la muerte de Ira en accidente de coche a mediados de los años 60, puede resultar atractiva. Te acerca al nacimiento y el arraigo de la pasión por la música y, sobre todo, ayuda a entender la importancia del country y el gospel entre la población blanca rural del cinturón de la Biblia. Las jornadas de trabajo interminables, una convivencia familiar dura, unas aspiraciones vitales limitadas, la resignación ante las cornadas del sistema… se dejan sentir en cada recuerdo mientras uno de los integrantes del dúo, Charlie, rememora esa vida desde una cierta nostalgia, sin evitar detalles escabrosos casi siempre referentes a su hermano Ira y su relación con el alcohol y sus diferentes mujeres.

En esta sucesión de recuerdos hay detalles vívidos, como la problemática relación con un padre estricto a través de todas las tensiones aparejadas a llevar al límite sus normas. También seduce ver el tránsito de fan a leyenda de la música a través de numerosas anécdotas. Por ejemplo, observar cómo un joven Johnny Cash asistió a un concierto de los Louvin en una situación espejo de un momento vivido por ellos mismos cuando tenían su edad. Igualmente, da una medida de la dureza de la vida del músico de conciertos de finales de los 40 y los 50: compaginar trabajos de 9 a 5 con largos viajes por carretera hasta cualquier lugar donde tuvieran un bolo para, muchas veces, sacar unas decenas de dólares antes de regresar de madrugada para retomar la jornada laboral.

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Vender a Hitler, de Robert Harris

Vender a HitlerHay que estar entrado en la cincuentena para recordar el fraude de los falsos diarios de Hitler. El escándalo se destapó en abril de 1983, poco después de la publicación del primer artículo sobre su descubrimiento en el semanario Stern. No había leído nada sobre el tema hasta que Es Pop anunció Vender a Hitler, una investigación realizada por el autor de Patria e Imperio, Robert Harris. Mi interés, además de mi afinidad por el catálogo de la casa, se sustentaba sobre la curiosidad de qué ha llevado a un editor a invertir su dinero en recuperar un libro de hace 35 años sin ningún impulso comercial derivado del recuerdo de su tema central. Para que se hagan una idea, su única adaptación audiovisual se hizo en 1991 en una serie si cabe más olvidada que el pufo en sí. Pues bien, esta curiosidad ha quedado satisfecha sobre todo porque Vender a Hitler se experimenta como un reportaje tremendamente actual.

Visto desde la perspectiva de Harris, puede parecer que hubiera sido más sencillo evitar el desastre. Como si fuera un accidente de coche en un recinto de pruebas, muestra la grabación del suceso sin saltarse un fotograma, al ritmo adecuado para apreciar cada detalle sin perder la atención del lector. Así, presenta un relato cronológico desde los últimos días del Tercer Reich, justo cuando se perdió el avión que, desde una Berlín en trámite de ser tomada por el ejército rojo, transportaba una parte sustancial de los objetos personales de Hitler. El misterio sobre su contenido, las escasas evidencias del suceso, el inevitable paso del tiempo, la deformación de ese recuerdo, contribuyeron a forjar una parte de la tormenta perfecta desatada sobre Gerd Heidemann, el periodista de Stern en el epicentro del follón.

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Halloween. La muerte sale de fiesta, de David J. Skal

HalloweenEn este compendio de seis artículos, David Skal desmonta Halloween para recontar la celebración desde varias facetas. Quizás el menos estimulante sea el más previsible: el origen y la evolución de la festividad y sus elementos más conocidos hasta comienzos del siglo XXI (el libro se publicó originalmente en el año 2002, aunque la edición de Es Pop se basa en una reedición de 2016). En ese primer capítulo, Skal disecciona el Frankenstein cultural órgano a órgano; ya sea desde sus iconos instaurados en el imaginario colectivo por la literatura, la ilustración o la televisión, ya desde su manifestación más contemporánea; un constructo erigido entre la voluntad de domesticar su carácter pagano y una serie de cuestiones crematísticas que ponen de relieve el éxito del capitalismo a la hora de modelar cualquier expresión social.

Sin ánimo de ser exhaustivo, Skal dosifica la historia de sus imágenes más características: la calabaza, los disfraces o el canto de “trastada o aguinaldo”, una costumbre nacida de la necesidad de terminar con las gamberradas que los más jóvenes perpetraban este día y que en alguna ocasión llegaron a causar actos de guerrilla urbana guiados por un auténtico frenesí destructor. Incorpora anécdotas ciertamente atractivas, caso de cómo la viuda de Houdini se sirvió de la muerte de su marido para desenmascarar a todos los espiritistas que intentaron contactar con él, al precio de hacerme un par de pasajes un tanto pesados al centrarse en iconos que me importan más bien poco, caso de las manzanas o todo lo que rodea a las brujas. Motivo por el cuál he leído con una cierta distancia el segundo artículo, “La tetilla de la bruja”, sobre la fiesta, el culto al demonio y el auge del wiccanismo.

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Matarse para vivir, de Chuck Klosterman

Matarse para vivirEntre el libro de viajes, el relato autobiográfico y la autoficción, Chuck Klosterman se embarca en Matarse para vivir en dos odiseas. La más evidente, una aventurilla de carretera por los lugares donde se estrellaron las avionetas de los Lynyrd Skynyrd, Buddy Holly o Ritchie Valens, la discoteca donde casi un centenar de personas murieron durante un concierto de Great White, la intersección donde se rompió la cabeza Duane Allman, el baño donde se paró el corazón de Elvis, el recodo del Mississippi donde se ahogó Jeff Buckley, el cruce en el cuál Robert Johnson hizo su pacto con el diablo… Cada uno de estos sitios-icono se convierten en una puerta abierta al diálogo entre muerte y música popular, cómo se han realimentado ambas desde la iconoclastia, la habitual perspicacia de Klosterman y una cierta ligereza.

El mejor ejemplo para describir esa labor se encuentra en el último hito de sus dos semanas y pico viajando de costa a costa de EE.UU.: su recuerdo del suicidio de Kurt Cobain, contextualizado con lo que habían sido sus meses anteriores. Según recuerda Klosterman, la carrera de Nirvana andaba de capa caída, con un álbum, In Utero, recibido con una frialdad prima hermana del hastío que sentía Cobain por su éxito. La banda no atraía ya al público como lo estaba haciendo Pearl Jam y la devoción de sus primeros años parecía haberse evaporado tal y como demuestran las reacciones contenidas tras su muerte, vivida con respeto y tristeza pero, también, una distancia similar a la que Nirvana había exhibido con sus fans. Sin embargo, con el paso de las semanas y los meses, comenzó a apreciarse un giro, una resignificación inesperada

Su suicidio se convirtió en un comodín para cualquiera que quisiera dotar de profundidad a su adolescencia: ahora podías ganar credibilidad sólo con llorar su muerte de manera retrospectiva. En realidad, la iconografía de Cobain apenas había cambiado; lo que cambió fue la cantidad de personas que, como por ensalmo, pasaron a pensar que la iconografía de Cobain expresaba algo sobre ellas.

Estos pensamientos sobre la muerte y su significado para la perdurabilidad de la propia obra, cambiar el recuerdo o la propia relevancia, apenas son una pequeña parte de Matarse para vivir.

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El sombrero del malo, de Chuck Klosterman

El sombrero del maloUna de las contradicciones más fascinantes a la que nos expone la ficción es nuestra atracción por la figura del villano. Cómo personajes con características deplorables, además de dominar la narración hasta el punto de eclipsar a sus némesis, en muchas ocasiones se convierten en la razón básica por la cuál el lector/espectador se siente atraído por la historia a niveles difíciles de explicar. Más cuando, analizadas racionalmente, esas características que lo convierten en seductor se sentirían deleznables si se presentaran en alguien real. Esa disociación con la que convivimos sin estridencias, origen de situaciones tan curiosas como que personajes públicos de una pretendida moral intachable como Barack Obama afirmen sin rubor que su personaje favorito de una serie como The Wire sea Omar Little, es la base de la cual Chuck Klosterman parte en El sombrero del malo. Un ensayo que explora la figura del villano en la cultura popular, la actualidad mediática y nuestra cotidianidad.

Klosterman, avezado periodista de quien Es Pop ya había publicado Fargo Rock City, planifica El sombrero del malo con ingenio. Aborda los temas a tratar desde una docena de ensayos de entre 15 y 20 páginas más o menos estancos, iniciados muchas veces desde una anécdota, una lectura o alguna observación personal. Los acompaña de una breve introducción y una especie de conclusión donde Klosterman toma presencia con, si cabe, mayor hincapié. Expone cómo llegó a interesarse por las ideas guía de este libro y, en un giro inesperado, incluso se sitúa como sujeto de análisis. Es su manera de acercarse a la miseria del ciudadano de a pie, quien alejado de las primeras planas puede comportarse de manera pareja a los que acusa de miserables o aúpa a su propio panteón de villanos personales.

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Maestros del Doom, de David Kushner

Maestros del DoomRecuerdo el momento en que terminé el primer episodio del Wolfenstein 3D. Tras golpearme con la invitación a comprar el paquete completo para jugar a otros episodios (WTF!!!!), volví a empezarlo aumentando el nivel de dificultad. En esta ocasión me costó bastante más llegar hasta el final, aunque el desenlace fue el mismo. Tras releer el mensaje de marras (¿Dónde puñetas consigo eso?), volví a comenzarlo, esta vez en el temible “I am Death incarnate!“. Debe ser el único juego que, después de sudar y desesperarme hasta cotas épicas, he logrado terminar en el nivel “legendario”… tras haberlo hecho ya dos veces en el plazo de un par semanas. Así de fuerte me dio en 1993 aquel título que llevaba la experiencia en un escenario tridimensional a un nuevo nivel. Un par de años más tarde descubrí en casa de un amigo el Doom y me pusieron al día sobre quiénes eran los creadores de ambos: John Romero y John Carmack. Los Maestros del Doom.

La programación de videojuegos para ordenadores personales ha cambiado mucho desde aquellos inicios artesanales de chavales llenos de ilusión aprendiendo los secretos del código máquina en soledad o en colaboración con otro par de zumbados en el cuarto de sus casas, y poniendo a la venta sus productos un poco de la misma manera. Aunque actualmente existe una escena indie potente, de pequeños estudios a imagen y semejanza de los programadores de aquellos juegos de 8 bits, desde hace lustros el cotarro de la expectación lo mueven macroproyectos en los que decenas, sino cientos de personas se involucran con presupuestos de producción cinematográfica. Hace unos días, en Canino publicaban un artículo sobre cómo el paso del juego en 2D al 3D pudo ser el gran responsable de ese cambio de paradigma. Escrito en el año 2003, en Maestros del Doom David Kushner despliega los entresijos de la cooperación entre los dos grandes nombres detrás de Commander Keen, Quake o los mencionados Wolfenstein 3D y Doom. Y una de sus claves es mostrar ese tránsito en una empresa que además de promover el salto sobrevivió al cuello de botella entre ambas estructuras.

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Hollywood gótico. La enrevesada historia de Drácula, de David J. Skal

Hollywood góticoHamlet, Catherine Earnshow, Robin Hood, El Quijote, Sherlock Holmes…. La enumeración de personajes que han pasado a la pantalla provenientes de la literatura es extensa, casi siempre manteniendo una (cierta) fidelidad al original, más allá de variaciones en el escenario o cierta libertad en la interpretación de los personajes. El caso de Drácula es paradigmático justo por lo contrario: cualquiera que haya leído la novela de Bram Stoker y haya visto tres o cuatro películas es consciente de todas las alteraciones a las que ha estado sometido este icono de la literatura de terror y, en concreto, el grupo de personajes que cuentan su historia: Harker, Van Helsing, Mina, Lucy, Renfield… Las transformaciones de la novela seminal han llevado a todos ellos a una serie variaciones condicionadas por el medio, el país donde se realizara, el momento del tiempo… En Hollywood gótico, entre otros muchos asuntos, David J. Skal expone todas ellas a lo largo de un libro cuyo peor faceta viene de un título ambiguo que no refleja su contenido: un repaso a la historia de vampiros por excelencia tanto en la literatura como en el teatro y en el cine.

Skal ha realizado un ímprobo trabajo de documentación. Comienza con la aparición del mito vampírico en la literatura, con sus raíces Byronianas, para seguir su evolución y arraigo en el mundo del teatro hasta llegar a Bram Stoker. Skal se detiene para tratar su biografía con amplitud, especialmente su relación con Henry Irving, un importante actor de teatro de la época Victoriana para el cual trabajó como gestor y que le abrió las puertas a la alta sociedad de la época. A continuación se centra en su proceso creativo hasta dar forma a su obra, tratando de dónde pudo venir y desconectándolo del personaje histórico al que se vio unido mucho más tarde. Asimismo aborda un certero análisis del subtexto y las diferentes interpretaciones sobre los personajes, sus relaciones, las situaciones en que se presentan, y, no podía ser de otra manera, sus connotaciones sexuales y religiosas.

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