Antes de que se enfríe el café, de Toshikazu Kawaguchi

Antes de que se enfríe el caféToda la familiaridad que tengo con la ciencia ficción japonesa en el manga o en las películas se convierte en desconocimiento cuando pasamos a hablar de la literaria: un poco de Murakami, los cuentos de Japón especulativo, un par de relatos sueltos por ahí… Un bagaje desequilibrado en el que resulta complicado de encajar Antes de que se enfríe el café. Este fix-up de cuatro relatos se sostiene sobre una progresión argumental supeditada a la sobriedad en el fondo y en la forma. Su autor, Toshikazu Kawaguchi, trabaja una uniformidad del lugar narrativo que, con lo metódico de la estructura y la fidelidad a unas normas inquebrantables, refuerza su uso del viaje en el tiempo. En una alineación casi perfecta, este recurso supone para sus personajes una vía de escape de un presente lleno de incertidumbre y una serie de hábitos y costumbres que condicionan y constriñen sus relaciones.

Ese refugio se articula en Funiculi Funicula, un pequeño café de Tokio donde se puede viajar en el tiempo. Sin embargo, este acontecimiento termina como un suceso marginal: las reglas que rigen el desplazamiento temporal limitan tanto las posibilidades que prácticamente nadie se interesa por él. El local apenas tiene visitantes y ya en la primera historia tenemos a todos los protagonistas entre sus cuatro paredes. Esta suma de personajes recurrentes encerrados en un escenario fijo, unidos por un proceso inflexible, crea un marco teatral acrecentado por el formato de la propia narración. No sólo los cuatro relatos se enfocan igual. Kawaguchi encadena secuencias que conducen a un desenlace donde se vinculan las emociones de los viajeros de manera inequívoca.

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La puerta del cielo, de Ana Llurba

La puerta del cieloSerá tautológico pero lo diré igual: en todo relato postapocalíptico hay una involución. O dos. Por un lado, la física; por otro, la psíquica. Como ejemplo de la primera podemos escoger cualquier historia postapocalíptica, digamos Mundo desierto, de J. P. Andrevon, y veremos la devastación y las ruinas de nuestras ciudades y de nuestros pueblos; esa involución también puede ser física –en el sentido de corporal–, como la de los tumefactos cuerpos, estáticos y sedentarios, de la tripulación de la nave estelar en Wall-E; luego, como ejemplo de involución psíquica, quizá ninguna obra haya llegado tan lejos como Dudo Errante, de Russell Hoban, en la que el lenguaje mismo está capitidisminuido hasta el balbuceo. Esas involuciones se representan de manera particularmente escalofriante en algunos relatos, en algunas historias que, cuando nadie las ve, se juntan por afinidad y parentesco. Pienso en Plop, de Rafael Pinedo, en la ya mentada novela de Hoban, en Caminando hacia el fin del mundo, de Suzy McKee Charnas, en el cuento “Se han fundido las nieves, las nieves se han ido”, de James Tiptree, y ahora, para nuestra alegría desde su publicación en 2018, en La puerta del cielo, de Ana Llurba.

En la novela vemos los mecanismos de dominación de la autoridad, vemos las consecuencias de la superstición, el miedo a lo conocido y a lo desconocido, vemos cómo el lenguaje condiciona tu percepción de la realidad (sobre lo que luego volveré), vemos violencia, vemos la religiosidad como ralentización de la actividad neuronal. La involución en la novela está impuesta, no tanto por la situación de derrumbe global, sino por el Comandante, figura de autoridad que rige la vida en el refugio de setenta metros cuadrados, conocido como la Nave, con la promesa de llevar a las protagonistas –presas sin saberlo– a Betelgeuse. Como ejemplo de un humor abismal y de cómo actúa el Comandante, esta frase: “El Comandante también era bastante convincente en el uso de la fuerza física para persuadirlas de que no había quedado nada allá afuera”. Sí, está derruido el mundo exterior, pero más lo están las imaginaciones condicionadas por la palabra dictatorial del Comandante.

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Héroes postheroicos, de Ulrich Bröckling

Héroes postheroicosTenía mucho interés en leer sobre el origen, la evolución y el marco actual de lo heroico, una cualidad básica de la literatura de ciencia ficción y fantasía, ya sea en una vertiente afirmativa o en su resbaladiza cara B, lo antiheroico. Después de más de dos décadas escribiendo opinión sobre estos géneros, Alianza Editorial ha puesto en las librerías Héroes postheroicos, el libro perfecto para tomar la temperatura de los héroes; a lo largo de la Historia y en una actualidad en la cual su papel dinamizador y transformador ha alcanzado un estatus cada vez más alejado de su concepción clásica. Un manual escrito por Ulrich Bröckling, profesor de sociología cultural en la Universidad de Friburgo desde una perspectiva alejada de la divulgación. Su tono magistral marca una secuencia que abarca la construcción cultural de esas figuras y su metamorfosis a medida que la sociedad ha cambiado, y se formula desde un didactismo en las antípodas de lo periodístico. Aunque se menciona algún personaje mitológico, literario, cinematográfico, las referencias habituales son filósofos y sociólogos, su pensamiento y su conexión con el tiempo que vivieron.

El título del capítulo más largo, “Elementos para una teoría de lo heroico”, no deja lugar a dudas de la tarea de Bröckling. Excepcionalidad, transgresión, masculinidad, disposición al sacrificio… Las características más importantes de los héroes se despliegan en toda su amplitud para poner de manifiesto lo memorable de su figura a la vez que se ahonda en sus ambigüedades y contradicciones. Seres insólitos que representan a la persona media de su sociedad; defensores del orden establecido y, al mismo tiempo, fueras de la ley que rompen con todo lo establecido a la hora de llevar a cabo sus tareas; personalidades fascinantes porque entusiasman pero también porque perturban.

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La Máquina se para, de E. M. Forster

La máquina se paraLa reciente concesión del premio Nobel al escritor tanzano Abdulrazak Gurnah es, como casi todos los años, el recordatorio de que la literatura es inabarcable, de que, por mucha avidez y empeño que un lector ponga de su parte, le será imposible llegar a todos los rincones de su vasto territorio. El reino de los libros es casi infinito y las pistas desinteresadas por las que poder encontrar sus joyas más ocultas son, a menudo, bastante escasas. La calidad se esconde caprichosamente en localizaciones diversas, en los recovecos de mil lenguas, en el laberinto de géneros clasificatorios y en los particulares modos de creación, tan ligados a la sensibilidad e idiosincrasia de las distintas culturas. Y sobre todo ello impera el elemento comercial, que lo adultera todo. Piensen, por ejemplo, en que a los habitantes de Tanzania los apellidos Unamuno, Baroja o Delibes les sonarán tan marcianos como a un español el del actual premio Nobel de Literatura, a pesar de tratarse, como sabemos, de escritores monumentales. La triste verdad es que un lector, a lo largo de su vida, sólo tendrá conocimiento de un pequeño porcentaje de todo lo bueno que se ha escrito en la historia del mundo.

En la lucha por la notoriedad hay, en todo caso, literaturas que juegan con ventaja, como las escritas en lengua inglesa. No creo que haya que explicar los motivos, pero lo cierto es que es más difícil que a uno se le escapen joyas ocultas de la literatura anglosajona, o más bien de ciertos países, que de muchas otras. Al escritor E. M. Forster lo conoció medio mundo por el cine, al ser adaptadas sus cuatro principales novelas en la década de los 80, en el breve periodo de ocho años. El gran David Lean dirigió Pasaje a la India, pero fue James Ivory quien se especializó en Forster, llevando a la gran pantalla Una habitación con vistas, Maurice y Regreso a Howards End. Se trata de uno de esos escritores ingleses clásicos, carne de la BBC, atento a las interioridades de la alta burguesía inglesa y del colonialismo británico, pero, tal como destaca el crítico Harold Bloom en su análisis del escritor, siempre desde una cierta religiosidad no dogmática, centrada más bien en lo espiritual. La única obra suya que yo había leído hasta ahora, Pasaje a la India, cuadra perfectamente con esa descripción. En ella, el hinduismo y el país son tan importantes como la peripecia y los propios personajes. Hay un hálito de globalidad y misticismo en sus historias, una preocupación por la vuelta a las esencias, una perspectiva que encaja muy bien en nuestra época.

Pero les decía que uno nunca deja de llevarse sorpresas literarias, de descubrir cosas nuevas incluso en el campo que más ronda. E. M. Forster, de quien este lector esperaría historias de flema y dinastía a lo Evelyn Waugh o John Galsworthy, escribió en 1909 una novelilla corta, o más bien un cuento largo, que yo no conocía hasta ahora y cuya lectura, 112 años después de su publicación, he disfrutado enormemente. Porque a pesar de su escasa longitud, apenas 55 páginas, me ha parecido la mejor obra de ciencia ficción, la más actual, que he leído en mucho tiempo. La Máquina se para es interesante por varios motivos. La mayoría de ellos reside en su carácter distópico, tanto en lo que cuenta como en su significado literario. Forster describe un mundo futuro en el que la Humanidad ha renunciado a la superficie y vive en ciudades subterráneas, recluida y separada voluntariamente en apartamentos individuales. La dependencia de la civilización humana de la tecnología es total. La Máquina es la gran cuidadora, tanto del bienestar de las personas como de su propia supervivencia, detalle, este último, que esa sociedad adocenada ha acabado por olvidar. Su existencia eterna al servicio de los humanos se da por sentada, su figura está comenzando a revestirse de cierta religiosidad. La Máquina provee y permite que la vida, reducida a la comodidad suma, continúe. No hay casi contacto entre las personas; éstas se comunican y se ven utilizando artilugios sofisticados. El relato sólo cuenta con dos personajes definidos, Vashti, una mujer entrada en edad, y su hijo Kuno, que vive al otro extremo del mundo y le ruega que vaya a verle. Kuno es el consabido protagonista presente en toda distopía, el individuo que tiene una revelación. Tras realizar un viaje clandestino a la superficie, se da cuenta de que no viven en una utopía, sino en su reverso. Narra a su madre la experiencia que le ha abierto los ojos, pero fracasa en el intento de que ella abra los suyos. No volverá a aparecer mas que para decir una sola frase, el anuncio del fin.

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Descenso literario a los infiernos demográficos, de Andreu Domingo

Descenso literario a los infiernos demográficosIván Fernández Balbuena ya lo advirtió en su blog –faro capital (para mí) de la crítica de ciencia ficción cuando empecé a escribir sobre libros y cine–: el libro de Andreu Domingo, ya en 2011, había pasado desapercibido para “la mayoría de la gente”. Hoy, en este cansado 2021, podríamos repetir sus palabras una vez más. Descenso literario a los infiernos demográficos, finalista del premio Anagrama de ensayo en 2008, vinculando ciencia ficción y ciencias sociales, no se ha leído como cabría esperar. Quizá sea porque el ensayo estudia cómo la demografía y las soluciones políticas y sociales que se le han encontrado (natalistas vs maltusianos, básicamente, sobre lo que volveré más tarde), se han reflejado en la ciencia ficción, y no es, por tanto, un acercamiento estrictamente literario a las obras escogidas. A saber. Pero es mejor así, en realidad: Domingo ha estirado el alcance de la ciencia ficción, ha demostrado que puede servir para explicarnos ciertas parcelas de la realidad social. Que sirve y es útil.

La relación principal que distingue Andreu Domingo entre demografía y distopía es que la distopía, “en su esfuerzo por diseccionar los mecanismos de dominación”, “se ve forzada a tenerla en cuenta” (a la demografía, se entiende), como factor potencialmente desestabilizador. Me parece una buena definición aunque, en el fondo, diga más sobre el gobierno futuro y cómo éste impone su control a las masas que lo que dice sobre las masas mismas. He mencionado a natalistas y maltusianos: los primeros ven en el aumento de la población un aumento de poder del país; los segundos, en cambio, ven ese aumento como “la razón y extensión de la pobreza”. Y es ahí donde la ficción ha entrado a explorar las posibles ramificaciones humanas de esa confrontación.

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Friday Black, de Nana Kwame Adjei-Brenyah

Friday BlackLos libros de debut siempre tienen algo de promesa; satisfecha cuando aciertan a abrir su espacio, significados, marcar distancias, o, de alguna manera, condensar el sentido del tiempo y el lugar desde los cuales el escritor los alumbró. Es en esta última dirección en la cual Nana Kwame Adjei-Brenyah afianza la relevancia de Friday Black; una colección de relatos levantada sobre el racismo, la precariedad económica y toda la multiplicidad de violencias aparejadas cuya acritud, cuando está bien enhebrada, impacta bajo la línea de flotación del lector. Otras, sin embargo, me temo que yerra el blanco por su continuo apoyo en una contundencia expresiva abrumadora.

“Los Cinco de Finkelstein”, “Zimmerlandia” y “A través del destello” no aquejan este problema y, sin duda, están entre los mejores relatos de Friday Black. Con trazo firme, desnudan las causas detrás de una violencia sistémica y ejercen de puñales forjados en las tensiones que desgarran la sociedad Estadounidense (y la nuestra). Los tres conducen el argumento desde un inicio rotundo hacia un final equivalente en el cual la discriminación, la desigualdad, la ausencia de esperanza, rebasan cualquier prejuicio y barrera. Resuenan con intensidad, en especial en “A través del destello”, el cuento más extenso, situado con acierto en las últimas páginas del libro. Su joven narradora vive atrapada en un lazo temporal infinito. El momento en el cual se cierra no se observa hasta el mismo final porque pocas veces se llega a ver el destello que causa el bucle; lo más probable es morir antes a manos de un familiar o un vecino del barrio. La vida en esa secuencia infinita ha llevado a nuestros congéneres a un nuevo estado donde, sin coerción social, la violencia se ha convertido en moneda de curso común. Somos dolorosamente conscientes de ello cuando, a las cuatro páginas de iniciarse, la protagonista es degollada por su padre. Esta experiencia infernal es apenas un aviso. Iteración a iteración Adjei-Brenyah construye un lugar narrativo tremebundo, quizás no demasiado sorprendente en los sucesos, sí en la manera en que el novum conecta con las ideas subyacentes. Cómo la falta de oportunidades y el estancamiento cercenan el futuro de una población encerrada en un entorno, unos trabajos, un ocio, reiterativos para, en ese purgatorio, afilar en la juventud una serie de habilidades insospechadas. “A través del destello” actualiza El ángel exterminador a la descarnada clave de la clase trabajadora de nuestro tiempo.

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Fracasando por placer (XXX): Más películas pendientes del siglo XXI y una lista de favoritas (y 3)

Mortal Engines

Tercera entrega y creo que me voy a tomar un respirito un tiempo, porque se me va a reblandecer el cerebro aún más de lo que lo tengo. Al menos, llegaré a algunas conclusiones. Y que conste que la cosecha esta vez no ha sido en absoluto mala.

 

Babylon ADBabylon A.D., Matthieu Kassovitz, 2006 (Netflix)

Me saltó el aviso de que retiraban esta película del catálogo de Netflix, así que decidí darle cinco minutos. Y sorpresita: esta película con un 7% de aprobación en Rotten Tomatoes está razonablemente bien. A ver, no quiero despertar ninguna expectación desmedida, pero es un producto correcto, con algunos aciertos puntuales, y no me extrañaría que llegara a ser un título a reivindicar próximamente, de la misma manera en que se han ido alzando voces a favor de Waterworld o John Carter, pongamos por caso.

La verdad es que había razones para pensar que aquí hubiera algo. Matthieu Kassovitz es un tipo bastante competente (La Haine es, sin duda, una obra maestra) y la novela tuvo familia en su momento. El error quizá estuvo en que se la juzgó como una obra derivativa de Hijos de los hombres, cuando en realidad tiene bastante más que ver con el mundo visual de Luc Besson y no llega a jugar en la liga del superclásico de Alfonso Cuarón. Desestimarla por no llegar a la altura de ese precedente liquidaría todas las pelis un poquito pretenciosas de ciencia ficción de los últimos años, desde Interestellar hasta Ad Astra, porque no llegan a ser 2001. Bueno, en realidad podemos liquidar Interestellar por muchas otras cosas.

Me interesa especialmente el futuro siniestro retratado en la película, que no es postapocalíptico sino simplemente cutre, sucio y peor que nuestra realidad (ahí, justo donde nos encaminamos), con un retrato de una república ex soviética bastante heavy para el arranque. Luego, pese al salpicado de buenas escenas de acción, el interés se va desvaneciendo un poco a golpe de veleidades místicas muy malamente justificadas, y también porque verle la jeta mucho rato seguido a Vin Diesel acaba con la paciencia de cualquiera.

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