No sé cuántas veces lo habré leído, ni qué es exactamente lo que tiene, pero la rareza y el misterio de este cuento perduran en mí. Me refiero a “El hombre que volvió”, de James Tiptree, Jr. aunque la potencia (un poco pulp) del título original en inglés es incomparablemente más sugestiva y memorable: “The Man Who Walked Home”. Y revolucionario ¿por qué, a ver? ¿En qué sentido es revolucionario? Bueno, veamos.
Si una de las cosas que definen al relato postapocalíptico es el movimiento itinerante, como dije en el texto sobre Estación once, entonces el cuento de Tiptree es revolucionario porque lo que está aceptado como norma, ese continuo avance para sobrevivir, lo convierte en excepción, y lo que se entiende como excepción lo convierte, en el espacio cerrado de su texto, en norma. La excepción pasa a definir plenamente la naturaleza del texto, el comportamiento, por así decir, del género, y la quietud es donde pone el acento Tiptree, lo que define las motivaciones de los personajes, no la supervivencia ni la itinerancia. Sí, como en otros relatos postapocalípticos, hay movimiento de las gentes. Pero aquí la gente se mueve hacia ese punto inmóvil, y lo que importa no es moverse para salvarse, pues los cielos se aclaran y los supervivientes se pueden asentar en precarias ciudades tentativas, sino llegar al núcleo original para entender. Llama la quietud, no la errancia.
Tiptree fue en contra de las líneas maestras del género. Cogió lo que se espera de un relato postapocalíptico, y nos dio lo contrario. Como en una revolución. Dijo Octavio Paz en (ese librazo que es) El arco y la lira que “toda revolución es, al mismo tiempo, una profanación y una consagración”. Así, en el cuento tiptreeano se degrada el movimiento y se consagra la quietud. Es un giro. “Se consagra lo que hasta entonces se había considerado profano”, sigue Paz, y la analogía encaja en el cuento de Tiptree, en el gesto de Tiptree y su unión de contrarios. Escribe el movimiento fosilizado en el espacio.
El cuento se articula en torno a un único lugar que ejerce de imán para las generaciones futuras. Todo decae menos eso. Y todo reverdece menos eso. Todo se descompone menos el gesto del comandante Delgano, volviendo a casa. Caminando. Un misil explota por accidente, causando la casi total extinción de la vida en la Tierra. John Delgano es el hombre del título, atrapado en un seísmo temporal que le impide volver, desde el futuro, a casa. Que lo mantiene retenido en un único lugar, al fondo de un cráter menor. Y no es, como se ve, un espacio postapocalíptico expansivo, de creciente alcance e implicaciones, cada vez, a cada página, más lúgubres; es un espacio muy concreto, un vacío que nos llama, y la anomalía espaciotemporal es más importante que el paisaje derruido y la lucha por sobrevivir. Tiptree no se centra en pensar un mundo derruido ni en las implicaciones de la involución, como Suzy Mckee Charnas en Caminando hasta el fin del mundo; ella ha escrito el significado profundo de lo postapocalíptico: su origen. Y ahí se ha quedado. En el origen. Fusionando en un cuento tensísimo los planos contradictorios del avance y el retroceso. El cuento es un choque de placas tectónicas. El mundo avanza y un hombre, Delgano, retrocede. El cuento es esa violentación conceptual en el que prima lo quieto.
Tiptree se quedó quieta en un espacio reducido, en un ojo de huracán silencioso pero secretamente histérico, porque bajo esa quietud hay alguien caminando, alguien que quiere, que intenta, volver a casa caminando, y para ello prescindió de esos cuentos-travelling lateral, y optó, probablemente con más acierto, por un cuento-primer plano del postapocalipsis y su quietud centrípeta.
El movimiento –que lo hay– se define aquí no como mecanismo de supervivencia, sino como lo que hacen los demás para contemplar un hecho insólito. Es un gesto de curiosidad. Es más: el movimiento importante no son las peregrinaciones, vagamente descritas, de los curiosos que viajan para ver la anomalía, sino el regreso en elipsis de un comandante del que casi nada sabemos, que a su vez nada sabe de lo que le espera cuando vuelva, si vuelve. Es decir: el movimiento que importa está subordinado a la quietud, convertida aquí en norma. El movimiento no es hacia afuera, o hacia adelante, o, por decirlo con una muy bonita expresión del poeta Juan Gelman, no es “de atrásalante en su porfía”; es un movimiento en retroceso, de afuera hacia adentro. Del futuro al pasado. Del postapocalipsis al apocalipsis. Cuando todos los relatos van hacia adelante, Tiptree incorporó el movimiento que va de atrásalante en su porfía, pero invirtiéndolo: lo relegó al gesto de Delgano, que vuelve a casa caminando, en un espacio elíptico que ocurre, como su caminata, fuera del texto.
Pautado con descripciones de las gentes ante el cráter, con leves hallazgos que acrecientan la fascinación de las generaciones, intenté describir la estructura del cuento en un texto que me quedó aburrido y sobrescrito. Narración y elipsis en sucesión, en torno a un movimiento inmóvil, violentamente centrípeto. Una vuelta al espacio uterino. Dos realidades contradictorias, emulsionadas. También lo haría Tiptree en el también excelente cuento “Beam Us Home”, donde hay algo que es y no es a la vez. Pero “The Man Who Walked Home” es ejemplo, además, de lo que me gusta llamar ‘ciencia ficción lúgubre’, y está a la indiscutible altura de ese otro relato magistral, más conocido, de Harlan Ellison, que es “No tengo boca pero necesito gritar”. Fred Saberhagen también escribió un cuento sobre volver a casa caminando, “El largo camino a casa”, sobre una caminata casi imposible, pero no retuerce las ideas como Tiptree.
Tiptree es autora de otro cuento postapocalíptico, éste sí más canónico, titulado “Se han fundido las nieves, las nieves se han ido”, que ya sólo por el título merece un lugar destacado en las menciones, en el que vemos el movimiento característico del postapocalipsis. El continuo avanzar contra el mundo. Es el que citan en la Enciclopedia de ciencia ficción, en la entrada dedicada al género. Pero sólo una gran maestra podría haber escrito este reverso, esta paradoja que vivimos en “The Man Who Walked Home”; una escritora, Alice Sheldon, que es una de las mejores cuentistas del siglo XX, si no la mejor. Sí, cuento a cuento, página a página, se puede decir sin ruborizarse que ella es la reina.
Me has hecho releer el cuento, que tenía completamente olvidado. Mayor elogio no puedo hacer
Hola, Julián. ¡Gracias por lo que dices! Espero que la relectura haya sido provechosa. ¿No te ha parecido un cuentazo? No sé lo que tiene, pero no me canso de leerlo. Una vez lo traduje al castellano (para alguien), y menuda escritura tiene Tiptree. Nancy Kress le imitó la estructura en su cuento “Savior”.
Bueno, un placer de cuento. Eso es todo, supongo.
Un abrazo.
Todo Tiptree me gusta, aunque este relato en concreto no me llega tanto como a ti. Me llama la atención más todo el prólogo, esa presentación acelerada de los flujos y reflujos en el surgimiento de una nueva civilización.
Todos tenemos nuestras debilidades. En cualquier caso, compartirlas es justo lo interesante. Un abrazo
Me encanta esto de centrarse en un relato y darle cancha.
Este en concreto me parece genial, sobre todo por esa capacidad para contrastar la inmensidad y lo efímero.
Solo diré una cosa: ¡Maj. Garland Briggs! 🙂
Es que menudo cuento! He tenido que buscar al Comandante Garland Briggs, porque no lo recordaba. Sí, qué fascinante es también su historia en Twin Peaks.