El mar de la tranquilidad, de Emily St. John Mandel

El mar de la tranquilidadEl desbordamiento de los muros del gueto de la ciencia ficción a principios de este siglo trajo consigo, entre muchas cosas positivas, la diversificación editorial. Compañías nuevas o alejadas de este género comenzaron a publicar sus obras, aunque en muchos casos renegando de la etiqueta, ocultándola o adulterándola. Aun así, el aumento del número de libros de cf publicados en el exterior hizo que comenzaran a caer viejos conceptos macerados en el prejuicio. La primera víctima fue una etiqueta añeja y, en contra de lo que pregonaba, excluyente. Me refiero al slipstream, una categoría presentada (no acuñada) por Bruce Sterling que consiguió cierto predicamento a finales del siglo XX y con la que algunos críticos y autores buscaban referirse a una nueva literatura del extrañamiento, una sensación situada en los límites, ni dentro ni fuera del género fantástico. En realidad, un poco lo que hace unos años intentaron los generacionales españoles de turno para levantar en nuestro país la llamada Nueva Literatura Extraña. Al final, el uso de aquel anglicismo devino en otra cosa, en un eufemismo con el que diferenciar toda aquella obra de fantasía y ciencia ficción forastera que se publicara en los márgenes editoriales o, directamente, fuera del mundillo. Una etiqueta, en realidad, más divisiva que integradora, que separaba las obras de género cuya sangre no era lo suficientemente pura.

La normalización de la ciencia ficción acabó con esa categoría. Desde hace años se publica cf sin pausa en grandes y pequeñas editoriales “de fuera”, con lo cual ya no es necesario discriminar a ese tipo de libros, separarlos con un apelativo diferenciador como si fueran una rareza. Las obras de cf editadas por Anagrama, Tusquets, Seix Barral, Alfaguara o Mondadori en los últimos años superan la centena. Su presencia en el catálogo de novedades de esas grandes marcas se ha convertido en algo rutinario. Tanto que ya hace años que cayó otro mito, aquel viejo chascarrillo de Norman Spinrad que algunos validaban como definición. “Ciencia ficción es todo aquello que se publica en las colecciones de ciencia ficción”, decía. Aunque alguna vieja momia del género seguirá teniéndola como doctrina,  lo cierto es que esta frase dejó de tener razón de ser hace bastantes años. Publicar cf ha dejado de ser un deporte de riesgo (aunque aún haya miedo a citar la cosa), por lo que no solo los grandes sellos han estado incluyendo este tipo de literatura en sus cuentas, además se ha dado una proliferación de pequeñas editoriales que subsisten en el espacio intermedio entre las colecciones de género de toda la vida y los grandes transatlánticos de la publicación. Lo interesante de estas compañías más modestas es que no le hacen ascos a nada que muestre cierta calidad. Nutren su catálogo de libros de diversa procedencia, tanto de operas primas escritas por noveles fuera del radar como de obras ganadoras de algún premio de la ciencia ficción.

En estas editoriales suelen encontrar acomodo libros que hubieran podido pasar desapercibidos en las antiguas colecciones importantes “de dentro”, obras que utilizan la cf como escenario, alejadas del hard, que no profundizan en el novum sino que buscan su vía en el mestizaje con otros ámbitos, como el de la novela romántica o el del thriller. Son obras poco comprometidas con su origen genérico, que sitúan tramas convencionales en los subgéneros de la cf más populares. En el campo de los viajes en el tiempo, por ejemplo, han aparecido obras de distintas calidades, como la extraordinaria La mujer del viajero en el tiempo, la interesante Las primeras quince vidas de Harry August y algunas otras de lectura agradable, que te hacen pasar un buen rato a pesar de (o quizás debido a) su ligereza. Es el caso de El mar de la tranquilidad.

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Sobre Mastodonia, de Clifford D. Simak

MastodoniaNo hace mucho dije en estas páginas que Clifford D. Simak se parecía a Delibes y a Steinbeck, y sí, claro, sólo hay que leerles, pero la imaginería pastoral o rural de Simak no es sólo un escenario, un sugerente tapiz de fondo sobre el que contrasta, cienciaficcionesca, la historia o argumento principal. Ese tapiz es parte de una aleación final en la que la ciencia ficción y el campo se han entretejido hasta crear una tercera estética nueva. Vale. Pero leída, ahora, Mastodonia, la novela de 1976, veo que hay otro apunte que se puede hacer sobre la obra de Simak. Un apunte que se puede extraer de varias de sus novelas, no sólo de ésta –aclaro– y es el de que en la defensa de lo rural no sólo hay una crítica al capitalismo, sino que, además, en el caso de esta novela, lo que hay o hace Simak es fundir en sus páginas al capitalismo con su hermano siamés, el imperialismo, en un todo indesligable (como es indesligable el baile de la pareja que baila).

Veamos cómo lo hace.

Asistimos en la novela a la formación de ese ente de control y dominio que es toda empresa. Para resumir: en la Wisconsin más rural descubren los protagonistas unos pasajes en el tiempo (creados por Catface, el cauto extraterrestre de facciones gatunas, perdido desde hace siglos en la Tierra, esperando volver a casa). Y así es como Catface, que se comunica telepáticamente, les permite visitar el Cretáceo, y ahí es donde el resorte se dispara: el instinto humano por la depredación despierta, hambriento –como era de esperar–, al ver la oportunidad que les ofrece el pasado no para el estudio, claro, sino para lucrarse con la venta de viajes en el tiempo para cazar dinosaurios.

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Hawksbill Station, de Robert Silverberg

Hawksbill StationAtribuirle el mérito de la originalidad a una novela (o a cualquier obra de la creatividad humana), es delicado, siempre, por lo relativo que es y porque la originalidad en sí misma no tiene por qué ser ni mejor ni peor que su contrario. Pero bueno, da un poco lo mismo: qué buena idea tuvo Robert Silverberg en Hawksbill Station (Estación Hawksbill), qué novela tan bien pensada, y sobre qué idea tan original se construye. Es sencillo: Silverberg convirtió nuestro pasado geológico en un futuro desolador para los personajes. La estación Hawksbill del título es una condena: como en la sociedad futura de la novela ya no creen en la pena de muerte, los funcionarios inventan el viaje en el tiempo unidireccional, enfocado al pasado, para usarlo como alfombra bajo la que esconder con prisa las vergüenzas propias. Es decir: construyen la estación Hawksbill, situada mil millones de años en el pasado, para enviar a los acusados de rebelión a una era en la que la Tierra era sólo roca pelada y humedad. Así el Estado se protege del pensamiento crítico. En la novela el tiempo es espacio, lugar inmóvil.

Silverberg ya situó una de las claves de A través de un billón de años, alucinante novela donde las haya, en un pasado tan lejano que es alienígena. El efecto es casi más fascinante que imaginar el futuro porque modifica todo el tiempo posterior, como si la base temporal, al cambiar, cambiase con ella todo lo que iría después. En otras palabras: cuando leemos una historia ambientada en el año no sé cuántos mil, nos fascinan las visiones del futuro que la imaginación del autor o la autora ha parido, pero cuando lo que se reimagina es el pasado más remoto, vemos un mundo virginal y virtualmente alienígena, que, a su vez, reconfigura todo el chorro temporal posterior que nos es conocido. Es toda la línea evolutiva del tiempo lo que cambia.

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Antes de que se enfríe el café, de Toshikazu Kawaguchi

Antes de que se enfríe el caféToda la familiaridad que tengo con la ciencia ficción japonesa en el manga o en las películas se convierte en desconocimiento cuando pasamos a hablar de la literaria: un poco de Murakami, los cuentos de Japón especulativo, un par de relatos sueltos por ahí… Un bagaje desequilibrado en el que resulta complicado de encajar Antes de que se enfríe el café. Este fix-up de cuatro relatos se sostiene sobre una progresión argumental supeditada a la sobriedad en el fondo y en la forma. Su autor, Toshikazu Kawaguchi, trabaja una uniformidad del lugar narrativo que, con lo metódico de la estructura y la fidelidad a unas normas inquebrantables, refuerza su uso del viaje en el tiempo. En una alineación casi perfecta, este recurso supone para sus personajes una vía de escape de un presente lleno de incertidumbre y una serie de hábitos y costumbres que condicionan y constriñen sus relaciones.

Ese refugio se articula en Funiculi Funicula, un pequeño café de Tokio donde se puede viajar en el tiempo. Sin embargo, este acontecimiento termina como un suceso marginal: las reglas que rigen el desplazamiento temporal limitan tanto las posibilidades que prácticamente nadie se interesa por él. El local apenas tiene visitantes y ya en la primera historia tenemos a todos los protagonistas entre sus cuatro paredes. Esta suma de personajes recurrentes encerrados en un escenario fijo, unidos por un proceso inflexible, crea un marco teatral acrecentado por el formato de la propia narración. No sólo los cuatro relatos se enfocan igual. Kawaguchi encadena secuencias que conducen a un desenlace donde se vinculan las emociones de los viajeros de manera inequívoca.

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Porvenir, de Iban Zaldua

PorvenirHace una década Iban Zaldua tuvo una cierta repercusión en la órbita de la ciencia ficción española gracias a las traducciones de la divertida sátira Si Sabino viviría y esta colección de relatos. Un variado conjunto de ficciones caracterizado por acoger desde el realismo más social hasta una ciencia ficción heterodoxa, pasando por el fantástico de manual. Y aunque su principal valor reside en esa versatilidad, una diversidad de formas y temáticas que desencadena una nueva sorpresa al pasar a la siguiente pieza, pronto se atisban tres o cuatro características que conforman la columna vertebral del libro, premio Euskadi de Literatura en el año 2006.

La primera seña de identidad de Porvenir está en cómo Zaldua presenta el terrorismo de ETA y su influencia. Entre los protagonistas de varios cuentos encontramos víctimas de la acción de la banda y familiares de miembros que padecen las consecuencias de la vida de sus hijos e hijas o de la política de dispersión. Por ejemplo, en “Lo único que cambia” plantea un relato epistolar entre una madre y su hija, en prisión. La dureza de la separación, el día a día de los familiares de terroristas da un giro cuando, a través de una escuela de escritura a la que acude la madre, se introduce un elemento fantástico. El desenlace muestra de manera efectiva cómo Zaldua se sirve de las convenciones de esas temáticas emergentes en cada pieza para adaptarlas a sus intereses, alineándolas con los deseos explícitos e implícitos de sus personajes. En ocasiones bastante retorcidos.

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Parentesco, de Octavia E. Butler

ParentescoLas novelas de viajes en el tiempo constituyen un género en sí mismo. Si alguien desea refrescar su variedad, Francisco Javier Esteban y Enric Quílez se trabajaron un extenso artículo-guía sobre sus diferentes alternativas para Cyberdark. Una de las “familias” con más predicamento es la prospección histórica; el desplazamiento a un momento concreto del pasado para explorar ciertos hechos, desarrollar un relato genérico de época, desvelar algún secreto familiar… A esta vertiente pertenecerían desde El libro del día del juicio final, la emotiva memoria del impacto de la peste negra en la Inglaterra de la baja edad media, hasta el drama romántico de Forastera y sus sucesivas continuaciones. Narraciones que apuestan por extensas descripciones histórica y de personajes mientras tejen una intrincada tela de araña de sentimientos orientada a conectar con la empatía del lector. Parentesco, de Octavia Butler, se puede encuadrar en este tipo de ficción, aunque su tratamiento se antoja oblicuo al aplicado por Connie Willis y Diana Gabaldón en sus novelas. Mucho más concreto, agudo y violento.

Dana y Kevin residen en California a finales de los años 70. Esta pareja multirracial se mantiene gracias a trabajos mal pagados mientras alienta el sueño compartido de convertirse en escritores profesionales. De improviso ella viaja en el tiempo y el espacio hasta el estado de Maryland a comienzos del XIX. Allí se encuentra con Rufus Weylin, un antepasado suyo, hijo del terrateniente de una plantación, que la invoca de manera involuntaria al estar en riesgo de muerte. Parentesco relata cada una de sus estancias en un país siglo y medio en su pasado. Unos EE.UU. que poco se parecen a los que le ha tocado vivir, aunque los vínculos entre ambos se hacen evidentes.

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Las luminosas, de Lauren Beukes

Las luminosasEn el Chicago de la gran depresión, Harper Curtis encuentra una casa encantada que le permite viajar en el tiempo. Impulsado por una fuerza más allá de su comprensión, este tipo violento y marginal se desplaza por determinados momentos de las décadas posteriores. Se encuentra con una artista de variedades, una comunista arrinconada en plena caza de brujas, una trabajadora negra de la industria bélica de la Segunda Guerra Mundial… Chicas que, a sus ojos, desprenden una luz irresistible: las luminosas. Estas mujeres pertenecientes a minorías de diversa índole, en varios casos alienadas por la sociedad de su época, se convierten en víctimas de un asesino en serie que, crimen tras crimen, refina sus métodos y progresa en su nivel de sadismo. Kirby es la única superviviente a uno de sus ataques. Años después entra a trabajar como becaria en el Chicago Sun-Times con la intención de documentarse sobre crímenes salvajes para localizar a su brutal agresor. Es el comienzo de una búsqueda quimérica porque… ¿cuál es la probabilidad de descubrir a alguien capaz de viajar en el tiempo?

En Las luminosas, Lauren Beukes exhibe su pericia a la hora de construir un thriller. Imprime un ritmo vibrante a partir de capítulos breves y una narración fragmentada entre los viajes en el tiempo de Harper a la caza de sus víctimas y los otros personajes por los que mueve el foco del narrador: fundamentalmente Kirby y Dan, su jefe. Cada salto entre las diferentes localizaciones temporales de cada capítulo, apuntada con una fecha al inicio de cada uno de ellos, alimenta el misterio a medida que se suceden acontecimientos en los que los efectos llegan a preceder a las causas.

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22/11/63, de Stephen King

22/11/63El asesinato de JFK en Dallas, el 22 de Noviembre de 1963, es uno de los fulcros de la historia de EEUU del siglo pasado. Sobre el suceso se han escrito miles de libros, no ya desde el campo de la (supuesta) no-ficción. Novelistas como Don DeLillo (Libra) o James Elroy (América, Seis de los grandes) lo han utilizado como punto de partida o final para indagar en las causas, radiografiar algunos de sus participantes desde el mundo de la ficción o plasmar una visión de su país en los momentos previos a ese punto de inflexión. King, un adolescente en aquel momento, también lo ha convertido en el motivo central de esta novela. Un proyecto de larga gestación, prácticamente desde su inicio como escritor en la década de los 70. Sin embargo no pudo llevarlo a buen puerto hasta bien avanzado este siglo, cuando pudo dedicarle la ingente labor de documentación que demandaba.

La novela, larga, muy muy larga, arranca con un tutorial de 200 páginas durante las cuales su narrador, Jake Epping, se introduce con el lector en los entresijos del viaje en el tiempo tal y como King lo ha concebido. A través de un conocido, Epping descubre una pequeña grieta que le permite viajar a un día concreto de 1958: la madriguera de conejo. El regreso al presente mediante esa singularidad se realiza siempre dos minutos después de haber partido, cualquier materia transportada en ambos sentidos se conserva, iniciar un nuevo viaje a 1958 pone a cero los cambios introducidos en la anterior ocasión… El funcionamiento de la discontinuidad parece definido para eliminar cualquier posible paradoja. King no está interesado en contar una historia de viajes en el tiempo más.

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La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger

La mujer del viajero en el tiempo

La mujer del viajero en el tiempo

A veces, cualquier género literario parece caer en una serie de tópicos que, en cierta forma, obstaculizan su evolución posterior. Y la ciencia ficción, por supuesto, no es una excepción. Valga como ejemplo dos temas: las historias de amor y los viajes en el tiempo.

Parece que escribir una historia de amor en clave de ciencia ficción es algo imposible. Que se sepa solo dos autores lo han conseguido con aplauso unánime de crítica y público: Philiph José Farmer con Los amantes y George R. R. Martin con Muerte de la luz. Claro que algunos lectores y críticos han argumentado que lo realmente notable de estas historias son otros aspectos como los rasgos sociológicos y xenobiológicos implicados en los mundos de ambas novelas.

Por otro lado, y desde que Wells creó este sub-género y Heinlein lo acabó de remachar en los 50, no se podía escribir más sobre viajes en el tiempo sin caer en la falta de originalidad, sin narrar algo que sonaba ha ya contado.

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