La puerta del cielo, de Ana Llurba

La puerta del cieloSerá tautológico pero lo diré igual: en todo relato postapocalíptico hay una involución. O dos. Por un lado, la física; por otro, la psíquica. Como ejemplo de la primera podemos escoger cualquier historia postapocalíptica, digamos Mundo desierto, de J. P. Andrevon, y veremos la devastación y las ruinas de nuestras ciudades y de nuestros pueblos; esa involución también puede ser física –en el sentido de corporal–, como la de los tumefactos cuerpos, estáticos y sedentarios, de la tripulación de la nave estelar en Wall-E; luego, como ejemplo de involución psíquica, quizá ninguna obra haya llegado tan lejos como Dudo Errante, de Russell Hoban, en la que el lenguaje mismo está capitidisminuido hasta el balbuceo. Esas involuciones se representan de manera particularmente escalofriante en algunos relatos, en algunas historias que, cuando nadie las ve, se juntan por afinidad y parentesco. Pienso en Plop, de Rafael Pinedo, en la ya mentada novela de Hoban, en Caminando hacia el fin del mundo, de Suzy McKee Charnas, en el cuento “Se han fundido las nieves, las nieves se han ido”, de James Tiptree, y ahora, para nuestra alegría desde su publicación en 2018, en La puerta del cielo, de Ana Llurba.

En la novela vemos los mecanismos de dominación de la autoridad, vemos las consecuencias de la superstición, el miedo a lo conocido y a lo desconocido, vemos cómo el lenguaje condiciona tu percepción de la realidad (sobre lo que luego volveré), vemos violencia, vemos la religiosidad como ralentización de la actividad neuronal. La involución en la novela está impuesta, no tanto por la situación de derrumbe global, sino por el Comandante, figura de autoridad que rige la vida en el refugio de setenta metros cuadrados, conocido como la Nave, con la promesa de llevar a las protagonistas –presas sin saberlo– a Betelgeuse. Como ejemplo de un humor abismal y de cómo actúa el Comandante, esta frase: “El Comandante también era bastante convincente en el uso de la fuerza física para persuadirlas de que no había quedado nada allá afuera”. Sí, está derruido el mundo exterior, pero más lo están las imaginaciones condicionadas por la palabra dictatorial del Comandante.

Las hermanas (creen que) viajan en esa Nave hacia las primeras ascendidas. Y esas primeras ascendidas a las estrellas, dicho en frase muy bonita, la verdad, son una pieza más del puzzle, de la promesa que se impone, salvífica, por una figura mesiánica, para dominar. Como decía antes, el lenguaje condiciona las vidas de las hermanas, y el lenguaje y la cosmovisión que planean en el interior cerrado de la Nave es el propio de las sectas, el de la limitante manía de obcecarse con lo inexistente con un fideísmo fanático. El Comandante es un mesías que promete llevarlas a La Puerta del Cielo, allá arriba en las estrellas. Y con la fuerza y la palabra las tiene esclavizadas, y así las hermanas viven una vida involucionada, postapocalíptica, por la combinación del lenguaje y la violencia de la autoridad.

En la Tierra hubo la conocida como “Catástrofe definitiva” que arrasó con la vida y contaminó los mares. Y el Comandante, es decir, la autoridad, de vez en cuando, trajeado y convenientemente protegido, sale de la Nave a por víveres. Ellas nada saben de lo que las envuelve salvo por lo que recuerdan, y él les impide que conozcan nada. Así vemos que en el corazón de la novela está la dinámica del poder en toda su potencia. (Y no estoy diciendo nada de todo lo que ocurre en el interior de la Nave).

Ana LlurbaNarrativamente, la novela se despliega poco a poco, no de manera lineal, evolutiva, sino como por oleajes: cada capítulo (siempre cortos, de dos o tres páginas), aporta algún dato, algún detalle que ensancha el contexto de lo narrado para que, a medida que avancemos en la lectura, entendamos lo que pasa, lo que pasó y lo que, detrás del relato impuesto por el Comandante, sucede en realidad. Esa es una de las claves de la novela: ver que lo descrito es lo descrito (para las protagonistas), pero también su contrario. En esta novela cada palabra explícita tiene su reverso implícito, y es en esa vía paralela, muy bien construida por la autora, donde está su potencia. Y así vemos cómo el Comandante y su historia de los Maestros ascendidos son, como la religión, una tela fantástica que se interpone entre la mente humana y el mundo, entorpeciendo la vida y el pensamiento.

Pero hay un detalle en la novela, uno muy bonito y muy cierto, sobre la inocencia, representada por Estrella (y sus conversaciones con Catalina, su muñeca de trapo), y es el ver que la inocencia también tiene su espacio, su lugar, como brillante reducto ante la hostilidad y las violaciones. El detalle es que la inocencia se percibe como antídoto de lo que te viene impuesto, que inevitablemente heredas. Es la inocencia ilustrada que no puede llegar a saber nada a ciencia cierta pero intuye que el teatro que la ha enclaustrado desde siempre no es tan cierto como le dicen. Es un espacio de rebeldía porque la autoridad no llegará jamás a invadirlo.

La novela es también una síntesis perfecta de dos imaginarios antagónicos: el postapocalíptico y la space opera. Y esa síntesis ocurre en un interior sellado. A través de referencias, de lenguaje y lo que ese lenguaje dispara en las imaginaciones, vemos y percibimos la involución física, urbana, de lo postapocalíptico, pero también el viaje sideral prometido. Hay dos tapices, aquí, complementarios, como en La nave estelar, de Brian Aldiss: está el tapiz que vemos, de buenas a primeras, y el que, junto con la protagonista, imaginamos: lo concreto del interior de ese refugio al que llaman Nave y el comportamiento de los personajes, propios de lo postapocalíptico, avanzan en paralelo al imaginario al que nos remite el hecho mismo de estar en una nave que viaja hacia las estrellas y al que también nos remiten todas las referencias que se hacen al exterior. Aquí la space opera se desprende como consecuencia de lo postapocalíptico, es el reverso de lo postapocalíptico. En esta novela no cabe el pensamiento único, dogmático, porque todo es doble, todo tiene su reverso.

Qué grata esta lectura de Ana Llurba, qué escalofriante y ejemplar, y cuántas interpretaciones se pueden hacer de esta novela. Qué delicia.

La puerta del cielo, de Ana Llurba (Aristas Martínez, 2018)
Rústica. 144 pp. 15 €
Ficha en la web de la editorial

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