Casi sin hacer ruido e ignorada por la mayoría de la afición, apareció el año pasado en el mercado editorial patrio Dudo Errante (Riddley Walker) de Russell Hoban, el clásico intraducible de culto por excelencia y una de las más importantes obras de ciencia ficción del siglo XX, de esas que, según el perverso lugar común, «trascienden el género». No exagero. Aparte de recibir el John W. Campbell Memorial y figurar en Las cien mejores novelas de ciencia ficción de David Pringle, también aparece en el famoso Canon occidental de Harold Bloom y fue saludada por Anthony Burgess con un flamboyante «la literatura como debería ser ». Casi ná. A pesar de tantas fanfarrias la obra permanecía en el limbo de los inéditos hasta que la editorial Berenice logró convencer a Russell Hoban para que autorizara y supervisara la traducción de su obra, algo a lo que el propio Hoban se había negado siempre dada la dificultad –incluso sinsentido– de la empresa. Por tanto estamos ante la primera traducción de Riddley Walker a otro idioma que no es el inglés.
Publicada originalmente a principios de los ochenta, Dudo Errante es una vuelta de tuerca al clásico tema de la supervivencia de la civilización en un futuro postnuclear, alejado de casposos –y divertidos– guerreros de la carretera y más cercano a los planteamientos de clásicos como Cántico por Leibowitz. Escrita en primera persona en un idioma degradado, Dudo Errante narra la peripecia de un muchacho de doce años, Dudo, por los restos de una Inglaterra de dos mil trescientos años en el futuro. Una Enlaterra sumida en una nueva edad de hierro, donde la historia se ha convertido en mito y los Mistros ejercen la labor de gobierno y propaganda política, representando mediante guiñoles diferentes variaciones de la leyenda de Eusa, mítico personaje causante del Gran Pum y los malos tiempos que vinieron a continuación. El mismo día en que Dudo Errante accede a la vida adulta ve morir a su padre, heredando su puesto de nexo –figura de la tribu encargada de interpretar para el colectivo las representaciones de títeres– para acabar huyendo de su aldea, guiado por un extraño impulso tras encontrar un guiñol del Sr. Punch tirado en una zanja embarrada. A partir de ese momento trascendental, Dudo vaga por toda Enlaterra recorriendo los pasos del Zirqulo del Loco, enredándose en una nebulosa trama que recuerda a una primitiva carrera de armamentos tejida alrededor de la búsqueda del Poder arcano y destructor.
El elemento básico sobre el que se cimenta el discurso central de Dudo Errante es el dudohabla –riddleyspeak– en el que está escrito. Hoban destruye el idioma para recomponerlo después de tal forma que recuerda a un espejo roto reconstruido a base de fragmentos que no acaban de encajar entre sí, arrojando la imagen deformada del inglés actual –en este caso hemos de añadir otro elemento distorsionador; la traducción al castellano–. Una jerga compuesta a base de palabras rotas, de palabras nuevas y de palabras originadas a partir de la fusión de etimologías erróneas o mal interpretadas, que adquirieren así otra dimensión de significado –sobre todo en el original inglés, donde la pronunciación evoca otras palabras y acepciones, generando una extraña poética en el relato–. Pero el dudohabla no es una ocurrencia gratuita de Hoban para epatar o complicarnos innecesariamente la lectura. El dudohabla es el lenguaje como realidad, el elemento mediante el cual traducimos el mundo. Es decir, el dudohabla es el exacto reflejo de esa realidad tan ajena a la nuestra en la que vive Dudo, de su sociedad primitiva que ha regresado a la tradición oral, de ese mundo arrasado, traumatizado y herido.
Más aún, en la narración de Dudo se insertan numerosos cuentos populares de carácter mítico construidos a base de personajes reales, acontecimientos del pasado malinterpretados y deformados. En el mundo de Dudo, donde la cuenta de los años casi ha desaparecido, la historia se ha convertido en mito, reflejo de una sociedad perdida en su pasado, que sueña con una Edad de Oro tecnológica pero a la vez consciente de que esa misma tecnología les ha llevado a la ruina en la que se ven sumidos. Tal y como ocurre con el dudohabla, nuevos mitos construidos a base de desechos de la antigua civilización vienen a sustituir a los anteriores, cubriendo las necesidades de la nueva sociedad. La leyenda de San Eustaquio según un folleto turístico guardado como si de la Sagrada Escritura se tratase, es transformada en la historia de Eusa, una parábola sobre la guerra nuclear con variante de la figura de Cristo incluida. O la historia de Yerna, la triple diosa del sexo, el misterio del nacimiento y la muerte. O la unidad/dualidad y los números cargados de poder y significado mágico presentes a lo largo de toda la novela. O la muy brillante leyenda de cómo el hombre adquirió la conciencia mirando a los ojos del lobo y la inteligencia tecnológica mirando a los ojos de la cabra –animal que simboliza la agricultura y la ganadería–. Y cómo la agricultura fue la primera maldición/bendición en la evolución tecnológica del hombre, el origen de la propiedad privada, el trabajo, la medida del tiempo y, sobre todo, los números. Todo lo cual, si lo pensamos un momento, no se diferencia demasiado de cómo percibimos el pasado y la historia nosotros mismos, hombres modernos del siglo XXI. La distancia que separa a Dudo de nuestra época, alrededor de dos mil trescientos años en el futuro, es la misma que nos separa a nosotros de los antiguos romanos, por ejemplo. De una manera u otra, nosotros también hemos malinterpretado el pasado, convertido a personajes históricos en mitos, incluso en personajes pop. Y de esta malinterpretación se difiere la incomprensión de la Historia, esa sensación trágica de que, a pesar de las sangrientas lecciones que nos ofrece, no aprendemos nada. En el guiñol prohibido de Dominor y Verbiclemente, el Sr. Punch, la marioneta arcana e inmortal, mataba una y otra vez a su bebé, salvaje metáfora de los errores que, como civilización, cometemos una y otra vez, sumidos en un Zirqulo del Loco que somos incapaces de romper.
Un Zirqulo del Loco que Dudo recorre en mística espiral, dudando siempre, interrogándose sin parar, navegando entre el ansia de recuperar el Poder y la Gloria que atesora el saber antiguo o rechazarlo como causante de toda desgracia. Examinando y descartando las respuestas establecidas a preguntas básicas –o riddles, “adivinanzas”– sobre la civilización y la naturaleza humana. ¿Está el hombre predestinado a destruirse a sí mismo?, ¿es la violencia y la destrucción parte intrínseca de nosotros?, ¿es la religión necesaria?, ¿es bueno o malo el progreso?, ¿es la ambición por el Poder un modo de avanzar o es una maldición? Dudo va adoptando y desechando respuestas a todas estas preguntas hasta sufrir la epifanía que le permite encontrar la verdad en su interior. Para, finalmente, incorporar su descubrimiento en la única forma de arte –y por tanto comunicación– que sobrevive en su mundo. Convirtiendo este arte en necesario factor subversivo y corrector de los desvaríos de la política, en la herramienta fundamental en el camino de la reconstrucción espiritual, que es el verdadero hándicap de la civilización post-nuclear de Dudo en particular y humana en general.
Y el sufrido lector de la reseña, agotado por tanta palabrería, pensará; «vale, vale, todo esto está muy bien, pero, ¿el libro está bien, mal, aburre, divierte o qué?». Hombre, primero hay que dejar claro que Dudo Errante es una novela muy exigente. No es precisamente un pasapáginas; el argumento carece de una estructura sólida, perdiéndose a menudo en digresiones. Asimismo el particular dialecto de Dudo requiere esfuerzo, leer cada párrafo atentamente hasta que conseguimos conectar con la particular y mítica visión de su mundo. Personalmente no me duelen prendas en reconocer que me ha resultado una lectura dificultosa. Pero a medida que voy ordenando las notas, redactando esta reseña y descubriendo lentamente sus claves, la habilidad, inteligencia y sutileza con que Hoban plasma su visión y sus ideas en Dudo Errante cada vez me produce más admiración. Seguramente vuelva a releerlo en el futuro, momentos en los que ese forcejeo con la obra, ese placer de extraer sus secretos, constituyen la misma y pura esencia del acto de leer.
Mencionar finalmente el mimo con que Berenice ha editado en este Dudo Errante, basándose en la reedición ampliada de la Indiana University Press, añadiendo necesarios artículos introductorios del editor, los traductores y el propio Hoban y notas sobre la dificilísima y meritoria traducción, completada con un pequeño glosario. Lo ideal, en mi opinión, hubiera sido una edición bilingüe para apreciar en su totalidad el trabajo de Hoban, tal y como se suele hacer con la edición de poesía traducida. Pero imagino que eran demasiados riesgos para una empresa ya de por sí arriesgada.
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