Elogio póstumo de Pepe Sánchez Pardo, lector

Juanma Santiago y Pepe Sánchez

Pepe Sánchez (derecha) junto a Juanma Santiago a punto de degustar un “Las hormigas bajaron del nido” en la cena posterior a una Tertulia de Madrid

A lo largo de la mañana del martes 6 de agosto me fueron llegando los mensajes de amigos: se ha muerto Pepe. Un infarto, inesperado. Siempre seguía el mismo intercambio de mensajes: qué gran tipo. Todos los recuerdos suyos son buenos. Su risa contagiosa, su sentido del humor irreverente, sus conocimientos enciclopédicos, el estar ahí cuando se necesitaba.

En los panegíricos de alguien que se marcha, siempre pesa esa sensación de estar cumpliendo con un deber, de reconocimiento tardío. Pero ¿qué sentido hubiera tenido escribir de Pepe unos días atrás?

Hablemos de José María Sánchez Pardo, psicólogo, nacido en 1961. Una buena persona. Cae bien a cuantos le conocen. Dicen quienes han trabajado con él que es excelente en su profesión. Estuvo mucho tiempo por ahí, en el fandom, integrado en el paisaje, aportando en la sombra. Lector omnívoro, creo que nunca ha publicado una reseña pero hace brillantes comentarios sarcásticos. Sin caer en exhibicionismos, siempre resulta claro que adora a su mujer y su hijo.

Algo así no tendría mucho sentido, quizá; y también lo merecería de aquella época al menos Paco Canales, otro de los nuestros, ilustrado, currante y entrañable.

Pero ahora que Pepe ya no está, ¿cómo dejar pasar que alguien que tuvo algo que ver con el mundillo de forma positiva se vaya sin al menos un recuerdo entre nosotros, los que hicimos de la actividad en torno a la literatura de ciencia ficción una parte de nuestra vida? ¿Cómo permitir que ni siquiera queden unos bits en un rincón de internet diciendo que él estuvo ahí cuando todo era más difícil, cuando éramos pocos, sin buscar nunca nada para sí, sin querer más que ayudar a los demás y disfrutar de su afición?

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Fracasando por placer (XXXIV): Hablan algunas pioneras del fandom

TerMaenBarcelona1991

Como (ex) periodista, odio especialmente a los (ex) colegas que funcionan como Robert Kaplan. Este reportero estadounidense que escribe de forma refinada y sobre temas muy interesantes, tiene el defecto de saber antes de salir lo que se va a encontrar en sus viajes. Mientras Kapuściński decía aquello de que él iba y lo contaba, Kaplan en demasiadas ocasiones va y encuentra exactamente lo mismo que sus ideas previas de estadounidense pseudoizquierdosillo, bienintencionado pero prejuicioso, muy maniqueo, ya daba por seguro antes de partir.

He comentado alguna vez que me molestan ciertos comentarios que flotan en el ambiente sobre machismo en el fandom del pasado, porque si bien sé de sobra que siempre hay indeseables en cualquier ámbito, mi impresión es que el nuestro era un ambiente relativamente progresista en términos globales para lo que era la sociedad en su conjunto, y cuando se producían esos problemas era con un carácter puntual. Sin embargo, esa era mi impresión como varón y como señoro. ¿Podría estar equivocado? La única opción, si quería realmente tratar de forma justa el tema, era emprender viaje a esa era distante, los ochenta y noventa, pero como Kapuściński, no como Kaplan.

He decidido preguntar a unas cuantas mujeres de las que sí estaban allí, al pie del cañón, hace 25 o más años, cuando no sólo eran minoría, sino casi rareza. Entiendo que lo más correcto es que mi papel sea simplemente el de vehículo. No quiero cerrar con unas conclusiones ni nada que pudiera ser interpretado como condescendiente, no sólo por una cuestión de imagen. Admiro de veras como personas y en algunos casos también como creadoras a estas mujeres, viejas camaradas, que han tenido la amabilidad de responderme y se explican por sí mismas. Si alguien quiere encontrar algún sesgo en la elección de las entrevistadas, es fácil determinarlo: son las que conozco personalmente y que estaban allí. Había algunas más, pero mi impresión es que no fueron tan constantes, llegaron ya a comienzo de los 2000 (me vienen a la cabeza Gabriela Campbell, Felicidad Martínez, Lola Robles o Concepción Corrales, que es la única con la que he tenido trato en persona) o ya no están con nosotros (un recuerdo entrañable, una vez más, para Pilar y Gala, dos personas maravillosas).

Sólo decir que les remití el mismo cuestionario y que les dije que contestaran como desearan (de manera común, pregunta por pregunta) y que yo reproduciría su respuesta íntegra. Estas eran las cuestiones:

  1. ¿Cómo explicarías hoy que hubiera tan pocas mujeres en el fandom hace treinta años?
  2. ¿Cómo te sentías tú personalmente en ese ambiente?
  3. ¿Sufriste o presenciaste comportamientos machistas en el fandom? ¿De qué relevancia?
  4. ¿Te pesaba a la hora de participar en actos o acudir a congresos la posibilidad de vivir ese tipo de problemas?
  5. ¿Sabes de otras mujeres que no participaran más activamente por incidentes de este tipo?
  6. ¿Tuviste dificultades adicionales para publicar o en cualquier otro sentido en tu condición de mujer?
  7. Por supuesto, puedes añadir cualquier otra cosa al respecto que desees.

Y estas son las respuestas, ordenadas por apellido de las participantes para evitar suspicacias: Pilar Barba, Elia Barceló, Florence Behm, Marisa Cuesta, Adolfina García, Cristina Macía, Susana Vallejo y Cristina Xifra.

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Fracasando por placer (XXIX): Gigamesh

Revista Gigamesh, la cabecera

No, no recuerdo con mucho detalle las cosas que escribí hace veinticinco años o más. Lo he constatado en los últimos meses con la preparación de un libro recopilatorio de parte de mis ensayos en el género. Porque, aparte, tengo el problema de haber escrito mucho. Más que Balzac, posiblemente, aunque mencionar esa comparación pueda dar lugar a equívocos sobre mi autoestima: hablo de cantidad, no de calidad. También es cierto que para ello he tenido a la mecanografía como aliada; escribo muy, muy rápido, participé en alguna ocasión en concursos con mecanógrafos profesionales, con resultados meritorios. Hubo épocas en las que firmaba cinco notas al día por término medio para una agencia extranjera, y luego me ponía a escribir críticas o ensayos sobre cf. En un Roland Garros, el que ganaron en categoría masculina Sergi Bruguera, en femenina Arantxa Sánchez Vicario y en junior Roberto Carretero, llegué a producir siete páginas enteras de periódico. Recuerdo el dato y que una de ellas fue la contraportada, con los festejos en la embajada de los Campos Elíseos. Por supuesto, ni la menor idea de lo que escribí. Ahora mismo ni siquiera me acuerdo de quiénes fueron los rivales de los españoles en esas finales (acabo de buscarlo: Alberto Berasategui y Mary Pierce, la odiosa franco-yanqui).

A la vez que me anotaba ese tipo de hazañitas estériles, dirigía una revista de ciencia ficción en una ciudad en la que al principio no vivía. Aunque me vienen a la memoria generalidades y anécdotas de la época, tenía la vaga sensación de que había perdido la noción de muchas de las cosas que escribí ahí, incluso de los relatos que escogí publicar. Hice un repaso hace unos días y, en efecto, me sería posible releer algunos números sin más que un recuerdo superficial de su elaboración, pese a haber supervisado cada coma. Aunque esa era la intención de este texto, ofrecer una valoración honesta de mi trabajo de entonces con la perspectiva de los años, como se verá más adelante no va a poder cumplirse.

A estas alturas, creo que puedo permitirme compartir algunos recuerdos. He sido una persona que cumplió buena parte de sus sueños, eso no puedo quitármelo nadie. A los 25 años empecé a dirigir una revista de ciencia ficción, una de las cosas que más deseaba en el mundo, porque eran mi máximo objeto de veneración. Seguramente ya habrá quedado claro a quien haya seguido estos artículos. Fue una combinación de factores realmente curiosa la que me puso al frente de Gigamesh.

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Hipótesis sobre la ciencia ficción española

Historia y antología de la ciencia ficción españolaQuizá la clave de la ciencia ficción española esté agazapada en una inocente frase de uno de sus más notables ejemplos. Cogemos En el día de hoy, de Jesús Torbado, ucronía en la que el ejército republicano gana la guerra civil, y leemos: “La gente siempre ha querido en España trabajar y comer, no llegar a la Luna”. Este pragmatismo telúrico, atávico, explica parte del rechazo que siente el público lector por el género, parte de la desconfianza que despiertan sus colores y sus formas en el público mayoritario. Como es (o puede ser), un tema delicado, hay que matizar. ¿Qué quieres decir con esa arrogancia de “la clave de la ciencia ficción española”? Lo que quiero decir es que, si no hemos dado un corpus literario comparable al de otras literaturas, y si, pese a que la ciencia ficción entró en España y en el idioma hace ya décadas, no ha acabado de arraigar como sí hicieron, en cambio, otros géneros literarios, la explicación quizá esté ahí, latente e implícita, en la anecdótica frase de una buena novela del género.

No tengo ninguna intención de provocar ni quieren estas páginas (virtuales) ser un aguijonazo de forastero esnob. No tengo el más mínimo interés en picar a nadie. Pero si pensamos en la ciencia ficción española, si desprejuiciamos la mirada e intentamos abarcar sus logros y su raigambre desde unas coordenadas trazadas con los pies en el suelo, tendremos que hacerlo sin los voluntarismos ni los deliquios del fanático cantor que adora sin freno. El fándom tiene que alejarse del fándom.

En España la ciencia ficción no gusta mucho. En general, no gusta mucho; es en los entornos de la periferia cultural donde empieza a gustar. Y en España se escribe buena ciencia ficción, sin duda: hay obras y nombres propios admirables, sí, pero no ha arraigado ni hay un corpus de autores que hagan de ella una gran literatura de género. Repito: esto no quiere decir que no haya muy buenos escritores y escritoras –los y las hay–, como tampoco quiere decir que no haya buenos cuentos y novelas –los y las hay–; quiere decir lo que quiere decir. Que aún nos falta subir algunos peldaños más para llegar adonde han llegado otras literaturas.

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Moriremos por fuego amigo, de Juan Manuel Santiago

Moriremos por fuego amigoCuando escribí sobre la escasa atención suscitada por Supernovas, hubo una respuesta que me hizo bajarme un poco del burro: el fandom jamás ha prestado atención a este tipo de libros. Y en cierta forma, salvo las famosas listas canon, el resto de textos que estudian y profundizan cualquier aspecto de la ciencia ficción, la fantasía o el terror vuelan bajo el radar, apenas comentados en dos o tres webs del núcleo duro. Otro tanto se puede decir de los artículos. Hago notar una vez más la cierta vergüencilla de haber ganado un Ignotus con “Gigamesh, ¿qué fue de…?“. Una entrada vulgar de esas que hace diez años abundaban en los blogs, donde recordaba algunos de los asuntos editoriales más recriminables de la casa del vicio y la subcultura. El artículo recibió un efecto Streisand de libro cuando Alejo Cuervo se materializó en los comentarios sacudiendo el mazo a diestro y siniestro. Ganó una relevancia que de otra manera no habría tenido y coleó hasta el año siguiente en una votación en la que al menos perdió un texto de mucha más valía: el obituario que Juanma Santiago le dedicó a Juan Carlos Planells. Se pueden poner más casos donde labores de estudio que recuerdan con elocuencia alguna obra o autores concretos pierden frente a una reseña de una cuartilla escrita en 15 minutos o un articulillo que es una bibliografía enlazada con conectores.

Mi hastío viene porque en las últimas tres décadas ha habido grandes artículos y ensayos. Unos recibieron premios, otros no, mientras la mayoría corrieron el destino de las revistas, fanzines y webs donde aparecieron: el olvido. Apenas unos pocos han podido ser recuperados de alguna manera, bien a través de algún portal que, a los dos años, solamente encuentras si utilizas con arte un buscador; bien a través de una edición electrónica que suele correr la misma suerte que los ensayos; bien porque algún editor aventado decide correr el riesgo de reunirlos en un libro como este, un acto de justicia hacia uno de los mejores ensayistas españoles dedicado sobre todo a la ciencia ficción.

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Hitos

Hubo un tiempo en el que conmemoraba las efemérides de empezar y terminar cosas en Internet sin fallar ni una. El aniversario de, dos años tras, un lustro desde… Con el transcurrir de la vida y los proyectos el tema pasó a darme un poco lo mismo. Se pilla gusto a lo que se hace rápido y fácil, otra reseña; se deja a un lado lo que cuesta, cualquier otro contenido. Más cuando agotas tu receta de la celebración. Ese cúmulo de agradecimiento, nostalgia, lamento y promesa termina pareciendo una excusa para festejar tu supervivencia entre las lápidas de los que han caído, contada con esa medio sonrisa estúpida del que piensa que todavía puede marcar la diferencia en el territorio #FIAWOL (risas enlatadas).

El hecho es que este 2020 tanto podía festejar mi décimo año en twitter; la docena desde que un grupo de aguerridos fandomitas se reuniera en Urueña para urdir Prospectiva; mi decimocuarto ejercicio al frente de C, un proyecto cuya patada definitiva llegó durante la primera y última Septentrión; los quince años desde el cierre de Cyberdark o los veinte de su fundación; etcétera. Sin embargo, en esta secuencia hay una fecha todavía más personal cuyo aniversario se cumple hoy, 16 de abril: mis dos décadas escribiendo sobre narrativa en internet. Un hobby que me llegó un poco más mayor que al grueso de fancinerosos que se estrenaron en las décadas anteriores y que, más o menos, me ha permitido abrirme un pequeño hueco en la esfera fandom de España. Gracias, sobre todo, a esa constancia que se ha convertido en mi seña de identidad. No al nivel de afirmar que sobreviviré a Francisco José Súñer Iglesias y su eterno impulso a la web decana en la ciencia ficción de nuestro país, pero sí para haberme formado una perspectiva lo suficientemente extendida y, al menos, valorar por qué me sigue mereciendo la pena mantener esta actividad.

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Fracasando por placer (XII): Zikkurath nº6, enero de 1982

Zikkurath Logo

La historia de la ciencia ficción está muy condicionada por dos factores relacionados: la relevancia de la participación de los lectores, más significativa que en cualquier otro campo literario hasta tiempos recientes, y la división fundamental que existe entre ellos. Hay tres tipos de personas atraídas por la cf: las que buscan en esencia literatura de aventuras en un escenario futurista o exótico, una temática que durante un prolongado periodo se refugió casi únicamente en nuestro campo, y en rigor es la fundadora del género en cuanto a tal; las que quieren encontrar especulaciones científicas sólidas, que satisfagan su imaginación, que llegaron sobre todo de la mano de Astounding y su revolución, a partir de 1939, y que fue la chispa impulsora de pioneros como Mary Shelley o Verne; y quienes piensan que la cf es una literatura de posibilidades, no convencional, igual que poco convencional para nuestro entendimiento será el futuro (y no hay más que mirar el presente), una puerta que vislumbró Poe en Eureka, a la que quitaron el cerrojo Galaxy y The Magazine of Fantasy & Science Fiction en los cincuenta y que se abrió de par en par en los sesenta.

Por supuesto, hay lectores y escritores que suponen intersecciones de esos conjuntos (el propio Poe escribió también el primer gran cuento hard de la historia, «Un descenso al Maelstrom»), pero los integrantes más fieles de uno u otro bando suelen mirar a los demás con desconfianza. Mi impresión es, además, que cada uno piensa que en realidad los otros dos se entienden entre ellos, con acusaciones claras; para los primeros, los otros dos son finolis que leen cosas difíciles y poco entretenidas; para los segundos, los demás no entienden lo que es la cf de verdad, que se llama CIENCIA ficción al fin y al cabo; y para los terceros, el resto tienen visiones parciales y limitadas de hasta dónde puede llegar un género que hable de lo no real pero verosímil. La convivencia en el mismo territorio de estas distintas versiones es, sin duda, la que dificulta tanto una definición unificada de la cf: se pueden hacer propuestas que atiendan como mucho a dos de esos criterios, pero no a los tres.

En líneas generales, la parte más positiva que creo que aportamos al género los terceros (no creo que a estas alturas nadie que me conozca tenga dudas de en qué grupo me sitúo a priori, por generalizar) fue la ruptura de convencionalismos a distintas escalas. Siempre con lo injusto que resulta hacer generalizaciones, mientras los herederos de Edgar Rice Burroughs y de John W. Campbell estuvieron al mando del cotarro, es cierto que la cf fue hija de su tiempo y de sus convencionalismos; desde el punto de vista de hoy puede considerarte tirando a machista, ocasionalmente xenófoba, sin gran interés por los aspectos literarios etc. Pero, como ya he comentado aquí, eso quedó atrás hace cincuenta y cinco años, se dice pronto. Fue entonces cuando un autor negro y homosexual, Samuel R. Delany, empezó a acaparar premios; cuando uno de los grandes de las etapas anteriores como Frederik Pohl publicaba un relato, «El día millón», que fue considerado casi un clásico instantáneo y hablaba con normalidad de transexualidad, entre otras muchas cosas; cuando toda la comunidad de autores supo que Arthur C. Clarke era homosexual y guardó un respetuoso silencio; cuando empezaron a proliferar las mujeres en las páginas de las revistas, y el feminismo se convirtió en un tema central en la parte del género que más interesaba a la crítica y tiraba del carro creativo.

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La ausencia de repercusión de Supernovas dentro del fandom

Margaret BrundageLa Fundación Telefónica en Madrid viene prestando una cierta atención a la ciencia ficción, en especial en las proximidades del festival Celsius cuando aprovecha a los autores que pasan por Avilés para organizar encuentros abiertos al público y retransmitidos por internet. Nancy Kress, Pat Cadigan, Kameron Hurley, junto a Gabriela Campbell o Laura Fernández, son algunos de los nombres que han pasado por ese espacio. Desde la lejanía, cuesta decir que esta relevancia de la ciencia ficción se haya convertido en algo cotidiano; más parecen actividades que ponen la atención sobre un nombre y una serie de temas en un contexto cultural plagado de eventos para todos los paladares. Sin embargo, hace unas semanas el centro de ese espacio lo ocupó Supernovas, la historia de la ciencia ficción feminista audiovisual escrita por Elisa McCausland y Diego Salgado. Lejos de la abulia organizativa de los meses verano, abrieron sus puertas a uno de los libros del momento y, para este servidor, el ensayo sobre ciencia ficción más importante escrito en España desde la Teoría de la literatura de ciencia ficción de Fernando Ángel Moreno. Una relevancia de la cual ya habla este protagonismo y que entronca con los nombres apuntados en el primer párrafo en una línea que el propio Diego Salgado utilizó para explicar el por qué de Supernovas. El estudio obedece a un momento en el cual la perspectiva feminista ocupa el centro del debate social. Una observación que no merece la pena atestiguar porque es evidente para cualquiera que se haya movido dentro del terreno de la propia ciencia ficción los últimos años.

Supernovas está gozando de una atención extendida en el tiempo, hasta el punto que cuatro meses y medio después de su publicación continúa apareciendo en multitud de lugares y medios. Fruto de esa pertinencia temporal y, es de suponer, de la experiencia de una editorial bregada en aprovechar la ola de cualquier evento. Pero no quiero dejar de lado el excelente trabajo realizado por sus autores del cual ya he escrito extensamente. En este contexto, me resultan incomprensibles las exiguas referencias a Supernovas desde el entorno del fandom de ciencia ficción. Como siempre en este rincón es difícil pasar de las sensaciones a los hechos; cualquier afirmación como esta suena más a frase de barraCon que a un hecho constatable. No obstante, invito a comprobar las escasas reseñas escritas en los blogs, webs, portales más escorados hacia la ciencia ficción o visitar su descorazonadora ficha en Goodreads para darse de bruces con la fría recepción entre los lectores más movilizados… más allá de ese gesto tan bonito de alardear que te lo piensas leer algún día. Un bajón agravado cuando lo pones al lado de la ficha de la Nueva Guía de Lectura de Miquel Barceló. Duele observar el número de lecturas y opiniones que tenía en los meses posteriores a su publicación.

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Está lleno de estrellas, de Rafael Marín

Está lleno de estrellasPara los aficionados que todavía conocen Nueva Dimensión como algo más que esa revista de la que usted me habla, existen números de peso, y uno de los más compartidos suele ser el 129. Entre sus relatos figuraba “Nunca digas buenas noches a un extraño”, la ficción que puso el nombre de Rafael Marín (Trechera) en el mapa. Una historia de género negro que ocupaba la mayor parte de su extensión y terminó ganando incluso a los lectores más hostiles hacia la publicación de textos escritos en España. Desde su aparición en 1980 el currículum de Marín acumula colecciones de relatos (Unicornios sin cabeza, La sed de las panteras, Son de piedra y otros relatos…) y novelas (Lágrimas de luz, La leyenda del navegante, Juglar o La ciudad enmascarada, Don Juan). El conjunto forma una de las bibliografías esenciales de la literatura fantástica española reciente fruto de una labor incansable extendida al mundo del tebeo, docenas de traducciones, su faena como estudioso y divulgador o, incluso, creador de opinión, en la cual sobresale su actividad en su blog Crisei (tristemente abandonado), los múltiples foros de Dreamers, listas de correo y un largo etcétera.

En la introducción de Está lleno de estrellas Luis G. Prado destaca que, en esta tarea de cuatro décadas, además de una búsqueda continua de nuevos cauces expresivos, Marín evidencia una vitalidad digna de ser recordada; bien a través de la lectura de su obra, cada vez más difícil de conseguir, bien a través de este libro donde el autor de Mundo de dioses se cuenta a través del encadenamiento de dos tipos de breves textos. Por un lado el relato de su carrera como escritor y traductor, desde la ternura de sus primeros pasos hasta la actualidad. Y por otro mediante el contexto cultural que marcó el desarrollo de sus gustos o la evolución de la ciencia ficción, la fantasía y el terror en el imaginario colectivo; el conjunto de tebeos, series de televisión, películas y libros que suponen una parte sustancial del bagaje del cual surgen o con las cuales se emparientan sus creaciones más ligadas al ámbito fantástico.

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Domingo Santos, In Memoriam

Pedro Domingo Mutiñó

Hacer un panegírico de alguien es siempre complicado sobre todo si ese alguien lo consideras una figura relevante en tu ámbito vital. Me enteré del fallecimiento de Domingo Santos, nacido Pedro Domingo Mutiñó, por un whatsapp de mi amigo Rafael Marín que a su vez había recibido una llamada telefónica de Ángel Torres Quesada al que la familia de Santos le había comunicada la triste noticia. Santos y Torres fueron amigos durante muchos años y mantuvieron esa amistad hasta el final. La muerte de Santos ha sido muy dura para muchos, en especial para su familia, y en particular para Torres.

Precisamente conocí a Santos a través de Ángel Torres que me lo presentó en la HispaCon de Barcelona en 2002, creo recordar. Él había colaborado en un libro en el que yo también participaba, La ciencia ficción española de editorial Robel y después de la presentación del mismo, en la barra del bar—benditas barraCones—, Torres me presentó a Domingo Santos, desde ese momento Pedro. En esa ocasión tuve la oportunidad de conocer en persona a un mito viviente, nada más y nada menos que ¡uno de los responsables de Nueva Dimensión!, la revista que me llevó a comprender que no estaba solo en el mundo de la ciencia ficción y la fantasía. Porque hasta que ND cayó en mis manos me consideraba un rara avis en mi ciudad natal, Cádiz, casi un marginado en cuestión de literatura fantástica. Nadie en mi entorno compartía mis aficiones, y eso me hacía un solitario, al menos en ese aspecto. La creación de ND por parte de Domingo Santos, Luis Vigil y Sebastián Martínez, tuvo lugar en 1967 y su primer número se lanzó en enero de 1968. Para aprovechar la distribución de Pomaire, la revista tuvo un formato igual a la francesa Planète, que en su edición española imprimía esa editorial. Así nació el peculiar formato original de ND. Este sería uno de los mayores logros de Pedro como editor: mantener una revista de ciencia ficción en España durante 15 años y 148 números.

Pero la revista no fue su forma de vida. Digamos que ND era casi un hobby para sus creadores. Pocos beneficios daba y sí mucho trabajo, por lo que debían dedicarse a otras tareas para poder comer. Pedro enfocó una de sus labores en la traducción que compaginó con la edición y con la escritura de la que hablaré más adelante. Por ejemplo fue el traductor de Forastero en tierra extraña, de Robert Heinlein, A vuestro cuerpos dispersos, de Philip José Farmer o Dune, de Frank Herbert.

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