A lo largo de la mañana del martes 6 de agosto me fueron llegando los mensajes de amigos: se ha muerto Pepe. Un infarto, inesperado. Siempre seguía el mismo intercambio de mensajes: qué gran tipo. Todos los recuerdos suyos son buenos. Su risa contagiosa, su sentido del humor irreverente, sus conocimientos enciclopédicos, el estar ahí cuando se necesitaba.
En los panegíricos de alguien que se marcha, siempre pesa esa sensación de estar cumpliendo con un deber, de reconocimiento tardío. Pero ¿qué sentido hubiera tenido escribir de Pepe unos días atrás?
Hablemos de José María Sánchez Pardo, psicólogo, nacido en 1961. Una buena persona. Cae bien a cuantos le conocen. Dicen quienes han trabajado con él que es excelente en su profesión. Estuvo mucho tiempo por ahí, en el fandom, integrado en el paisaje, aportando en la sombra. Lector omnívoro, creo que nunca ha publicado una reseña pero hace brillantes comentarios sarcásticos. Sin caer en exhibicionismos, siempre resulta claro que adora a su mujer y su hijo.
Algo así no tendría mucho sentido, quizá; y también lo merecería de aquella época al menos Paco Canales, otro de los nuestros, ilustrado, currante y entrañable.
Pero ahora que Pepe ya no está, ¿cómo dejar pasar que alguien que tuvo algo que ver con el mundillo de forma positiva se vaya sin al menos un recuerdo entre nosotros, los que hicimos de la actividad en torno a la literatura de ciencia ficción una parte de nuestra vida? ¿Cómo permitir que ni siquiera queden unos bits en un rincón de internet diciendo que él estuvo ahí cuando todo era más difícil, cuando éramos pocos, sin buscar nunca nada para sí, sin querer más que ayudar a los demás y disfrutar de su afición?