The Raw Shark Texts, de Steven Hall

The Raw Shark Texts

The Raw Shark Texts

«Lo primero es lo primero, no pierdas la calma…». Éste es el consejo que, desde la portada de su debut novelístico, le da el autor británico Steven Hall a Eric Sanderson, personaje principal de The Raw Shark Texts, surrealista cóctel de tecnothriller y fantasía trufado de referencias a la cultura popular, particularmente del cine y la literatura.

La historia comienza con una escena que recuerda poderosamente a la película Memento, con un Eric Sanderson que se despierta un buen día sin saber dónde está ni quién es, desaparecidos sus recuerdos. El lector no tarda en intuir que esta situación quizá no sea tan inusitada, después de todo, pues el desmemoriado Sanderson pronto habrá de toparse con una serie de pistas, en forma de cartas y paquetes, que le ayudarán a comprender el porqué de su amnesia… pistas dejadas por alguien que firma como el «Primer» Eric Sanderson.

Si bien las primeras páginas de la novela discurren por cauces no demasiado originales –entra en escena una psicóloga que está al corriente de la peculiar condición de Sanderson, se nos presenta por medio de flashbacks a Clio, su gran amor, desaparecida años atrás en extrañas circunstancias durante las vacaciones de la pareja en la isla griega de Naxos…–, o al menos poco imprevisibles, las cosas se ponen interesantes cuando Sanderson comienza a seguir el rastro de su pasado y descubre algo que hará que se tambalee su ya de por sí precaria cordura:

Sus recuerdos se los ha comido un tiburón.

Pero no un tiburón cualquiera, sino un Ludovician, el mayor y más peligroso depredador de la familia de los peces conceptuales, seres que nadan en el océano formado por el subconsciente colectivo de la humanidad, sus sueños y temores, sus anhelos, filias y fobias, alimentándose de nuestros sueños y sentimientos… y, sí, también de nuestros recuerdos.

Partiendo de esta base, Steven Hall se lanza a la valiente labor de emular a autores de la talla de Jonathan Carroll, Haruki Murakami o David Mitchell, e imbrica su poderosa imaginería fantástica entre escenarios y situaciones decididamente corrientes, sin dudar en echar mano de todos los trucos de la literatura ergódica –al estilo de Mark Z. Danielewski en su magistral House of leaves– para imponerle su propio ritmo al lector, que se descubrirá subiendo y bajando escaleras, gateando por pasadizos o hundiéndose bajo las olas a la vez que sus personajes, obligado por el peculiar diseño de algunas de las páginas.

Hall, pese a hacer gala de una prosa eficaz, se relaja demasiado cuando se trata de acabar de perfilar sus personajes, algunos de ellos abocetados apenas en las más de 400 páginas de la novela. –Víctimas especialmente crueles de esta desidia por parte del autor son sus antagonistas, como el intrigante Mr. Nobody, que podría haber dado mucho más de sí, o el enigmático Mycroft Ward, verdadero motor en la sombra que, a su manera, impulsa toda la trama; únicamente el voraz e implacable Ludovician goza de una presencia palpable a lo largo de todo el libro.– Asimismo, aunque algunos de los elementos puramente fantásticos presentes en The Raw Shark Texts resultan lo bastante fascinantes por sí solos como para obviar el hecho de que su creador no se tome la molestia de abundar en el cómo y el porqué de ellos –la ya mencionada fauna marina conceptual, las brillantes defensas anti-Ludovician como los dictáfonos o los búnkeres de papel impreso–, otros, como la endeble idea del «un-space», se podrían haber beneficiado de una mayor atención por parte del autor.

También peca Hall, por desgracia, de inseguridad a la hora de decidir si tomarse en serio a sí mismo o no, lo que a la larga puede terminar por despistar al lector. ¿Son las innumerables referencias a Casablanca, El mago de Oz, Tiburón, etc., un puntal imprescindible para construir su novela? ¿O se trata, por el contrario, de simple churriguerismo pop, guiños de y para la «generación Nocilla», puramente ornamentales y desprovistos de ulteriores significados ocultos? ¿Es «verdad» lo que le ocurre a Eric Sanderson, o se trata éste tan sólo de un pobre diablo, desquiciado por la trágica pérdida de su amante?

Cada lector encontrará sin duda su propia respuesta a estos interrogantes. No en vano, ni por casualidad, el título de la novela guarda una sospechosa similitud fonética con el nombre de cierto test de psicodiagnóstico basado en la interpretación de manchas de tinta.

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