Allá por el 2004, la editorial argentina Interzona publicó varias obras de autores anglosajones de género fantástico en su línea C (no tenemos nada que ver) que sólo el amor puro e incondicional pudo inspirar. A saber; Paz de Gene Wolfe, Preparativos de viaje de M. John Harrison, El Azogue de China Miéville y así, de refilón, August Eschenburg de Steven Millhauser. Yo me los pillé todos excepto el de Miéville, con gran visión de futuro; la línea cerró enseguida y creo que la mayoría están descatalogados.
El caso es que por aquella época tenía en mente colocar aquí una reseña del Millhauser, porque era un tipo (para mí) desconocido y porque la novelita me sorprendió y gustó una barbaridad. Pero el tiempo pasa y pasa y uno está a otras cosas, se van los años a lo tonto y en fin, que de vuelta a esto del reseñeo a voleo y sin rigor, me acordé de August E. y la crítica que “debía”.
Steven Millhauser, neoyorquino nacido en 1943, ganador del premio Pulitzer en 1997, es un escritor de culto, misterioso, que no concede entrevistas. Casi desconocido en España, sólo ha sido traducido al castellano por la editorial Andrés Bello de Chile; Pequeños reinos, El lanzador de cuchillos y Martin Dressler (la historia de un tendero emperrado en construir un hotel para albergar todo el universo en su interior). Entre lo publicado se incluía el relato “El ilusionista”, curiosa historia de amor adaptada al cine hace unos cuentos años. Y como “August Eschenburg”, se publicó originalmente como parte de la antología In the Penny Arcade (1986), éste era un punto de partida tan bueno como cualquier otro para dar a conocer la obra de Millhauser.
“August Eschenburg” transcurre en la Prusia del último tercio del siglo XIX, caldo de cultivo del nazismo y germen de la civilización occidental del XX donde reina el hastío, la sed de velocidad, modas y novedades, la mediocridad como la tiranía del mínimo común denominador, y el odio al presente, el amor a un pasado idealizado y la nostalgia por un futuro que no se concretará jamás. En este ambientazo se desarrolla la peripecia de August Eschenburg, un muchacho obsesionado con los autómatas a raíz de un recuerdo banal de su más tierna infancia, quizá su primer recuerdo; un muñeco de papel agitándose en la brisa. Tras una temporada trabajando como relojero en la tienda de su padre, donde realiza sus primeras creaciones, se muda a Berlín, reclamado por un rico empresario, con el objeto de construir autómatas que atraigan a los compradores prusianos hacia los escaparates de su emporio mercantil. Así, protegido por su mecenas, August sufre los primeros choques del espíritu creativo y romántico con la dura realidad mercantilista, los sueños y la comercialización de los mismos, del vulgo y su gusto por lo chabacano, de derrota en derrota hasta acabar deseando que se muera Flanders. Un artista dedicado a un arte en vías de desaparición, que ya no interesa a nadie.
Éste es, claramente, el relato de un artista reflexionando sobre su arte, el impulso de crear y la relación entre el arte y el comercio. Igual que los autómatas de August, cuyo objetivo es lograr la perfecta ilusión de humanidad mediante el movimiento mecánico, Millhauser construye con minucioso detalle los mecanismos de una ficción que deriva hacia lo mágico, conjurando la ilusión de representar la realidad o construir personajes que “parezcan” humanos. Logro que tiene algo de blasfemo, como si los artistas, los creadores, fuesen una suerte de Prometeo que robasen el fuego sagrado capaz de crear vidas. De ahí la inquietud constante de August, que se considera un fraude, de que en cualquier momento le tomen por un loco peligroso. Rasgo que entronca con el concepto de “locura artística”, de artista únicamente consagrado a su arte, que da la espalda a todo lo demás.
De este modo, Millhauser analiza el proceso creativo y artístico tomando a un creador de autómatas en las postrimerías del siglo XIX como modelo para reflexionar sobre su condición de escritor en nuestro presente. August Eschenburg es la pregunta que (imagino) casi todo creador se hace alguna vez, ¿tiene algún sentido mi obra si no hay nadie interesado en ella?, ¿es la condición de artista una maldición del destino o simplemente es producto de la casualidad y el azar, del recuerdo borroso de un trozo de papel agitándose en la brisa?. Y la pregunta que, en general, acaba haciéndose todo el mundo alguna vez; ¿por qué yo?
August se aferra a su obsesión creativa, como si su identidad y su memoria fueran el engranaje de un autómata; perfecto y cerrado, como si otorgaran a la realidad “construida” un sentido del que la realidad “verdadera” carece. Pero la identidad descansa en la memoria y la memoria es un mecanismo muy poco fiable, donde un momento breve, casi banal, un muñeco en la brisa, puede acabar gobernando nuestra existencia. Y a esta vida le intentamos otorgarle un sentido, aferrarnos a la idea de un Destino. Pero al final, todo es ilusión, claro está. Y sin embargo, ¿ha merecido la pena?. Al final del relato, cuando August se enfrenta a la pérdida de su inocencia y juventud, nos damos cuenta que nunca ha tenido amigos, ni relaciones románticas, sólo su arte, que ni siquiera ha podido proporcionarle un sustento decente, perdida la batalla del artista-anacoreta consagrado al arte puro en un mundo de mercaderes.
Este tema del impulso creativo aparece de nuevo en otros relatos de la antología. En “Snowman”, tras una nevada, surgen esculturas de hielo en un pueblo anónimo norteamericano, figuras humanas y animales cada vez más perfectas y acabadas, sumiendo a los niños del pueblo en una especie de locura creativa colectiva, que claro, desaparecerá con los primeros rayos de sol. En “In the Penny Arcade”, un muchacho regresa con mirada cínica a una vetusta galería de atracciones que alimentaba sus sueños infantiles y ahora no es más que una colección de autómatas polvorientos. Y cuando está a punto de marcharse, deprimido y furioso, sintiéndose engañado porque sus sueños estaban alimentados por basura, la risa descreída de otro muchacho le hace darse cuenta de que no es la Arcadia la que le ha traicionado, es él quien ha cambiado. Finalmente, en “Cathay” (China) también se explora el impulso maníaco de insuflar vida o recrear la realidad de la forma más fiel posible en las obras artísticas. Estructurada como una serie de pequeñas viñetas que me han recordado a todo un Italo Calvino, en Cathay se nos narra como el emperador posee una bandada de pájaros mecánicos o una réplica del palacio imperial y todo lo que este contiene hasta el último detalle. Una representación tan apegada a la realidad que imaginamos que dentro de la réplica existirá otra réplica fiel y dentro otra más, así hasta el infinito, en un juego de locura creativa a nivel subatómico.
Pues sí, todo este rollo me lo ha sugerido una obrita de poco más de ciento y pico páginas. Así que si pueden agenciarse August Eschenburg, tanto la edición de Interzona, como en la antología completa en inglés (aunque el resto de cuentos, siendo correctos, palidecen ante el brillo de August), no lo duden; apenas cien páginas estupendamente escritas (y traducidas) sobre fascinantes robotitos del siglo XIX y como la infancia es un territorio peligroso donde toman forma nuestras futuras obsesiones. Y lo mejor de todo es que esto sólo es el aperitivo de una amplísima obra, la de Millhauser, por descubrir.
August Eschenburg (Interzona Editora, Línea C, 2005)
Traducción: Marcelo Cohen.
Rústica. 104 pp. 8,22 €. Disponible aquí.
In the Penny Arcade (Phoenix, 1999)
Rústica, 176 pp. 9 €.
Millhauser es uno de esos “desconocidos” que son una delicia. Todo un especialista en esa distancia tan poco apreciada y tan difícil que es el relato largo.
Libros del Asteroide publicó Martin Dressler con traducción de Marta Alcaraz en 2011:
http://www.librosdelasteroide.com/-martin-dressler-historia-de-un
Muchas gracias por el dato, cp. No conocía esta edición y seguramente es la siguiente lectura de Millahuser que caiga.
Soy una gran fan de Millhauser. Hace un tiempo intenté inútilmente conseguir los libros que mencionas editados en Chile. Poco después me los encontré en una librería de libros de saldo de Madrid (aunque para entonces, ya había empezado a leer sus libros en inglés). Así que no sé si a lo mejor todavía se podrán conseguir en el circuito de librerías especializadas en saldos. Realmente es un autor que merece la pena.
Marcheto,
Sí, en abebooks son muy fáciles de encontrar las ediciones de MIllhauser en castellano. También circulan por internet un par de libros suyos en formato .doc, para los más pobres (o los más ratas). Aunque autores anglosajones ya los leo a casi todos en su idioma original.
Muy buenos los relatos que has traducido en tu blog. Vayan y léanlos ya.
Me alegro de que te hayan gustado los dos relatos. Ya está disponible un tercero. Es muy distinto de los anteriores, pero espero que también te guste.
Millhauser es uno de los autores de los que más ilusión me haría poder publicar un relato suyo en mi blog, pero por una parte no tengo ni idea de cómo contactar con él (y mira que he buscado por internet), y por otra no sé yo si, dado el prestigio del que goza, me iba a dar su autorización para traducir y publicar algún relato en estas condiciones (aunque recientemente me he llevado una sorpresa de lo más agradable con otro autor de su misma categoría).
Así que si alguien sabe cómo conseguir llegar hasta él, que me lo diga, que por intentarlo que no quede. Os lo agradecería enormemente.
Hay un nuevo relato de Millhauser en el New Yorker de diciembre, 2012:
http://www.newyorker.com/fiction/features/2012/12/10/121210fi_fiction_millhauser?currentPage=all
Otro relato más de este autor. Se titula “Cathay”:
http://recommendedreading.tumblr.com/post/28479950929/steven-millhauser-cathay
Y por suerte siguen apareciendo relatos de Millhauser en The New Yorker
http://www.newyorker.com/fiction/features/2013/05/27/130527fi_fiction_millhauser?currentPage=all