Fracasando por placer (VIII): Nueva Dimensión nº 46, mayo de 1973, y parcialmente Adventures in Time and Space, Raymond J. Healy y Francis J. McComas, 1946

Nueva Dimensión 46

Ahora es muy fácil, pero ser aficionado a estas cosas ha sido históricamente un calvario. El mayor problema, el más obvio, eran las traducciones, claro. Pero la edición ha sido muy mala, penosa. Las puñaladas te podían llegar de los lugares más inesperados. Uno podía pensar que tenía un libro estupendo, que había cubierto la obra de tal o cual autor, y mira, pues no. Porque resulta que en la edición española faltaban treinta páginas de la novela. Porque era una antología y no habían metido tres cuentos. Porque el editor prefería que sus libros tuvieran por lo general 196 páginas y no más. Y ni siquiera yendo a las fuentes originales se podía uno fiar. Aquí viene el ejemplo. Uno muy alambicado y que me ha mantenido en el engaño hasta hace cuatro días.

No leí en su momento el número 46 de Nueva Dimensión porque sabía que no era lo que decía en la portada. En ella se lee: «Aventuras en el tiempo y el espacio. Selección de Healy y McComas». Es un número muy delgadito, sin páginas verdes, sólo seis cuentos y un cómic tontorrón, apenas 128 páginas. Se debió vender mal o algo, porque era súper fácil de encontrar en su momento en la Cuesta de Moyano, y hasta la imagen de portada estaba muy vista; debió salir en algún 1984 o así. Es de una época en que la revista estaba como pachucha, sacaban solo material refritado. Después del cincuenta volvieron a cobrar vigor, escoger cuentos variados y hacer números a medida, con material informativo, ensayos y demás.

El caso es que Adventures in Time and Space es citada con frecuencia como la primera gran antología de cf de todos los tiempos, allá por 1946. Uno de sus promotores es un señor del que ustedes saben lo mismo que yo, este tal Healy. El otro, McComas, fue junto a Anthony Boucher uno de los padres de The Magazine of Fantasy & Science Fiction, razón por la cual me merece las máximas consideraciones.

El hecho es que yo sabía además que esa antología no podía componerse de esos seis cuentos: demasiado poco. Lo confirmé en una de mis visitas a una Worldcon. Buceando entre las maravillosas librerías de segunda mano que uno puede encontrarse por allí, conseguí un ejemplar de Adventures in Time and Space de la prestigiosa casa inglesa Grayson & Grayson, tapa dura, fechado en 1954 y con cuatro relatos más. Incluyendo clasicazos que los de Nueva Dimensión no tuvieron a bien incluir en una segunda entrega en la revista como, nada menos, Anochecer de Isaac Asimov, el considerado en muchas listas como mejor relato de cf de todos los tiempos. Un cuento que, por cierto, en mi mocedad me costó bastante encontrar, y que había sido publicado pocos años antes que este número de ND en un pestilente volumen de la colección Galaxia de Vértice, razón por la que me imaginé que no había sido incluido por la gente de Dronte.

Sigue leyendo

Fracasando por placer (II): Astounding Science Fiction, enero de 1955

Astounding

Ah, Astounding… La revista con la que Isaac Asimov soñaba, con la que nos hizo soñar a los de nuestra generación cuando leíamos sus prólogos. En ellos, el joven friquicillo gafotas y judío con el que todos nos identificábamos era recibido por el maestro definitivo, el oráculo del futuro, el impulsor de carreras, John W. Campbell Jr. El Magnífico. Campbell consumía tiempo en dar consejos al joven Asimov, pese a que él mismo reconocía ser por entonces un pardillo de tomo y lomo, al igual que albergaba bajo su munificencia omnímoda a Theodore Sturgeon, Robert A. Heinlein o A.E. Van Vogt. Ah, si pudiéramos tener un guía que nos liderara como Campbell, pensaba. Ah, si cada mes pudiera comprar una revista plagada de estrellas como Astounding, pensaba.

Eso no ocurrió jamás tal cual, por supuesto, pero se le pareció un poco a comienzos de los años cuarenta. Para cuando se publicó este número de la revista que vengo a comentar, hacía varios años que Astounding había dejado de ser primus inter pares. En primer lugar, por la aparición al fin de publicaciones que podían hacerle sombra: concretamente The Magazine of Fantasy and Science Fiction (desde 1949) y Galaxy (desde 1950). Pero también por la propia figura de Campbell, que tenía unos cuantos rasgos negativos que se dejaban entrever en aquellos textos de Asimov, pero que ya especificaría de forma definitiva en su autobiografía de los años noventa: tendencia a pontificar, intolerancia, y una extraña credulidad para las más peregrinas modas del momento. Así, dio cobijo (y se tragó) al artículo fundacional de la cienciología, apoyó ocasionalmente a la ufología, y tendió a albergar tanto anuncios publicitarios como cartas o contenidos que apoyaran cualquier desquiciamiento conspiranoico. Asimov admite que esta querencia hacia lo paranormalito, sumada a que a medida que se iba haciendo mayor ya le cargaran un poco las charlas del buen señor, hizo que se alejara progresivamente de Astounding, y consideraba también posible que al resto de compañeros de generación les ocurriera lo mismo. Además varios de ellos (caso de Lester del Rey o Frederik Pohl) estaban bastante implicados en las nuevas revistas. Pero aún más grave es que buena parte de los grandes nombres que fueron apareciendo en los cincuenta apenas publicaron en Astounding: Philip K. Dick una sola vez (en junio de 1953 con «Impostor»), Robert Sheckley apenas un par, Harlan Ellison nunca… Sólo Robert Silverberg durante un tiempo, Jack Vance con frecuencia, y Poul Anderson de forma continua se convirtieron entonces en nombres nuevos e importantes en sus páginas. Excuso decir que la renovación de la cf en los sesenta pasó completamente de largo ante la puerta de la revista, ya por entonces renombrada como Analog. Por lo general, Campbell desde entonces y sus sucesores después se han nutrido sobre todo (aunque no únicamente) de escritores fieles a la revista, pero sin excesiva presencia en el resto de publicaciones ni relevancia en la corriente principal del género: por ejemplo, el histórico número 1000 de Analog, que se publicó en junio de 2015, destacaba en portada a Richard A. Lovett, Sean McMullen, Gwendolyn Clare y Michael Carroll, que no es que sea la alineación de Brasil en 1970. Ni casi la de Malta en 1983. Una pena, dado que no creo que ninguna otra revista del género llegue a cumplir ese número: al actual ritmo de publicación, F&SF creo que lo alcanzaría para 2054, y no me siento optimista al respecto.

Sigue leyendo

Doomsday Morning, de C. L. Moore

Doomsday MorningCuando se cumplen veinte años desde el arranque de la colección SF Masterworks, llega una nueva línea dispuesta a arrojar más luz sobre nuestras incipientes canas. Como su propio nombre indica, Golden Age SF Masterworks viene a cubrir una época denominada como la edad de oro de la ciencia ficción, marcada por la Segunda Guerra Mundial, que provoca división de opiniones a la hora de concretar su inicio, su final y sus principales artífices.

Doomsday Morning se publica por primera vez en 1957. Ateniéndonos a la cronología oficial, estaría a caballo entre esa edad de oro de la ciencia ficción y la new wave, la cual se situaría entre las décadas de los sesenta y los setenta. Sin embargo, nombres célebres como Robert Silverberg contradicen esta catalogación, añadiendo que la edad de oro no terminó en los años cuarenta, sino que los cincuenta también forman parte de la misma. Es cuando comienzan a publicar de manera más frecuente nombres como Jack Vance, Frederik Pohl, Arthur C. Clarke, C. M. Kornbluth, Ray Bradbury, Alfred Bester y otros muchos que han nutrido sus cabezas de ideas leídas durante los años previos en las revistas de género. Una de ellas, la célebre Astounding Science Fiction, editada por John W. Campbell desde finales de los años treinta.

No soy un experto en la historia de ciencia ficción, ni pretendo serlo, por lo que no voy a entrar en datos más exhaustivos o analizar en detalle el artículo de Silverberg que acompaña a Doomsday Morning. Sin embargo, valga esta introducción para fijar la difusa marca con la que la editorial inglesa Gollancz separará su existente ‘SF Masterworks’ y esta nueva colección a la hora de definir un catálogo que por el momento cuenta, entre otros, con E. E.´Doc´ Smith, Harry Harrison, Henry Kuttner o el caso que nos ocupa, C. L. Moore. No es casualidad que haya mencionado a Henry Kuttner en este listado de escritores. Catherine Lucille Moore se casa con Kuttner en el año 1940 y esto impacta directamente en el devenir de Moore y su obra.

Conocida como C. L. Moore para ocultar su género y poder ser publicada en una época desgraciadamente difícil para ser mujer, Catherine es, junto a otro puñado de mujeres, una de las pioneras en el arte de escribir y, con suerte, publicar ciencia ficción. Desde 1933 su obra comienza a verse en revistas pulp como Weird Tales o en la ya mencionada Astounding Science Fiction. Desde el momento en que se inicia la vida en común con Kuttner, Moore y su marido colaboran numerosas obras y relatos bajo seudónimos como Lewis Padgett o Lawrence O´Donell. Ella continuó, sin embargo, escribiendo algunos relatos, siendo en 1957 cuando apareció su primera y única novela, Doomsday Morning.

Sigue leyendo

El viaje del Beagle espacial, de A. E. van Vogt

El viaje del Beagle espacialUno de los fracasos editoriales más sonoros de la ciencia ficción en España fue el intento de P&J por recuperar el espíritu de las colecciones de bolsillo a finales de los 90. El gatillazo detrás de Mundos Imaginarios fue de tal magnitud que, tras la primera tanda de seis libros, la segunda remesa de novedades, ya impresa, no llegó a distribuirse en España. Se envió directamente a Sudamérica para, años más tarde, retornar a través de un puñado de librerías de ocasión. Vista con la distancia de las casi dos décadas transcurridas, la persona detrás de Mundos Imaginarios, Marcial Souto, cuidó la selección de títulos y autores: había buenas colecciones de relatos de los 50 y 60 (Sturgeon, Aldiss, Zelazny), novelas inéditas de grandes escritores (Dick, Silverberg, Sheckley), Mario Levrero. Sin embargo su criterio se estrelló con la cruel pérdida de popularidad de las colecciones de ciencia ficción y su distancia respecto al apetito de los nuevos lectores. Quizás con el público de los 60 y 70 su gusto clásico habría sobrevivido. Con el cambio generacional, la catástrofe estuvo servida.

Entre los títulos figuraba la reedición de El viaje del Beagle espacial, libro principalmente recordado por ser una de las posibles inspiraciones de Alien. Las semejanzas entre el guión escrito por Dan O’Bannon y dos de los cuatro relatos de este fix-up (“Black Destroyer” y “Discord in Scarlet”) le permitieron a A. E. Van Vogt denunciar a la 20th Century Fox por plagio y, tras un acuerdo económico, hacerse con un suculento talón económico. Aparte de este interés colateral, averiguar por uno mismo cuánto de Alien puede haber en sus páginas, poco más bueno puedo decir sobre él. Tras leerlo en tres cuartas partes (no pude con la última historia), no me duele en prendas incluirlo dentro de la categoría de antiguo, en las antípodas de lo clásico.

Sigue leyendo