Evelyn E. Smith Resurrected

Evelyn E. Smith ResurrectedUna de las posibles lecturas de la columna mensual Fracasando por placer está en hacerse un listado de escritores a descubrir o evitar. Utilizar esa historia a vuela pluma de la ciencia ficción como servicio de rastreo para llegar a disfrutar de una obra… si se domina la lengua inglesa. Ya sea desde editoriales de EE.UU. o del Reino Unido, es fácil hacerse con libros de todos esos autores, especialmente en el campo de las ediciones digitales o las pequeñas tiradas en papel. El reducto donde hasta el más insignificante garbancero de las revistas de los 40 o 50 ha encontrado espacio para ver reeditada parte de su obra. De su tercera entrega, una de las selecciones de Bruguera, obtuve dos nombres: Robert F. Young, que ya he comentado por aquí, y Evelyn E. Smith.

Evelyn E. Smith Resurrected contiene nueve relatos de las cuatro docenas que esta escritora publicó entre las décadas de los 50 y los 60. Sin saber demasiado, es posible que le falten algunos para poder considerarla como un “Lo mejor de”. Para empezar ninguno se cuenta entre los traducidos; por ejemplo falta “BAXBR/DAXBR”, uno de los más conocidos que apareció en The Magazine of Fantasy and Science Fiction. Sin embargo ocho de los nueve fueron publicados por la Galaxy de Horace Gold entre 1954 y 1958, en la jerarquía de la época una señal indiscutible que en su interior hay algo más que la labor de un jornalero de las revistas.

Ya sea porque tenía esta inclinación o por la labor de selección de Greg Fowlkes, la mayoría de relatos aquí reunidos se acercan a la otredad y al primer contacto, unas ideas que Smith trata desde una visión genuina. Frente al impacto de lo grandilocuente/colorista y el giro final, Smith pasaba de puntillas por el sentido de la maravilla y la (fanta)ciencia de la escuela Campbell para cargar sus historias del mismo arsenal que alimentaba la comedia de costumbres y la screwball de los 30 y los 40, con algunas adaptaciones. A los diálogos de réplicas y contrarréplicas casi perfectas, un tono ligero y arranques de mala baba al satirizar las convenciones sociales, la relación entre los sexos o la maternidad, Smith rebaja el tono romántico y eleva el del absurdo. Esta receta es evidente en mi relato favorito de la colección.

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Fracasando por placer (II): Astounding Science Fiction, enero de 1955

Astounding

Ah, Astounding… La revista con la que Isaac Asimov soñaba, con la que nos hizo soñar a los de nuestra generación cuando leíamos sus prólogos. En ellos, el joven friquicillo gafotas y judío con el que todos nos identificábamos era recibido por el maestro definitivo, el oráculo del futuro, el impulsor de carreras, John W. Campbell Jr. El Magnífico. Campbell consumía tiempo en dar consejos al joven Asimov, pese a que él mismo reconocía ser por entonces un pardillo de tomo y lomo, al igual que albergaba bajo su munificencia omnímoda a Theodore Sturgeon, Robert A. Heinlein o A.E. Van Vogt. Ah, si pudiéramos tener un guía que nos liderara como Campbell, pensaba. Ah, si cada mes pudiera comprar una revista plagada de estrellas como Astounding, pensaba.

Eso no ocurrió jamás tal cual, por supuesto, pero se le pareció un poco a comienzos de los años cuarenta. Para cuando se publicó este número de la revista que vengo a comentar, hacía varios años que Astounding había dejado de ser primus inter pares. En primer lugar, por la aparición al fin de publicaciones que podían hacerle sombra: concretamente The Magazine of Fantasy and Science Fiction (desde 1949) y Galaxy (desde 1950). Pero también por la propia figura de Campbell, que tenía unos cuantos rasgos negativos que se dejaban entrever en aquellos textos de Asimov, pero que ya especificaría de forma definitiva en su autobiografía de los años noventa: tendencia a pontificar, intolerancia, y una extraña credulidad para las más peregrinas modas del momento. Así, dio cobijo (y se tragó) al artículo fundacional de la cienciología, apoyó ocasionalmente a la ufología, y tendió a albergar tanto anuncios publicitarios como cartas o contenidos que apoyaran cualquier desquiciamiento conspiranoico. Asimov admite que esta querencia hacia lo paranormalito, sumada a que a medida que se iba haciendo mayor ya le cargaran un poco las charlas del buen señor, hizo que se alejara progresivamente de Astounding, y consideraba también posible que al resto de compañeros de generación les ocurriera lo mismo. Además varios de ellos (caso de Lester del Rey o Frederik Pohl) estaban bastante implicados en las nuevas revistas. Pero aún más grave es que buena parte de los grandes nombres que fueron apareciendo en los cincuenta apenas publicaron en Astounding: Philip K. Dick una sola vez (en junio de 1953 con «Impostor»), Robert Sheckley apenas un par, Harlan Ellison nunca… Sólo Robert Silverberg durante un tiempo, Jack Vance con frecuencia, y Poul Anderson de forma continua se convirtieron entonces en nombres nuevos e importantes en sus páginas. Excuso decir que la renovación de la cf en los sesenta pasó completamente de largo ante la puerta de la revista, ya por entonces renombrada como Analog. Por lo general, Campbell desde entonces y sus sucesores después se han nutrido sobre todo (aunque no únicamente) de escritores fieles a la revista, pero sin excesiva presencia en el resto de publicaciones ni relevancia en la corriente principal del género: por ejemplo, el histórico número 1000 de Analog, que se publicó en junio de 2015, destacaba en portada a Richard A. Lovett, Sean McMullen, Gwendolyn Clare y Michael Carroll, que no es que sea la alineación de Brasil en 1970. Ni casi la de Malta en 1983. Una pena, dado que no creo que ninguna otra revista del género llegue a cumplir ese número: al actual ritmo de publicación, F&SF creo que lo alcanzaría para 2054, y no me siento optimista al respecto.

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Store of the Worlds. The Stories of Robert Sheckley, selección de Alex Abramovich y Jonathan Lethem

Store of the WorldsTodo lo que rodeó la muerte de Robert Sheckley en 2005, desde su convalecencia durante una visita a Ucrania y la campaña de recogida de dinero para pagar las facturas de su hospitalización, fue una manifestación de la precariedad cotidiana para una mayoría silenciosa de creadores, más en países sin asistencia sanitaria universal. También sirvió de recordatorio sobre las dificultades para algunos maestros del relato de la ciencia ficción en un mundo en el cual este formato prácticamente ya sólo aporta prestigio.

Sheckley todavía es “afortunado” en traducciones al castellano. Tras su fallecimiento se han recuperado en España dos de sus libros. Bibliópolis reunió una de sus novelas, Los viajes de Joenes, junto con una antología de relatos hasta entonces inédita: Store of Infinity; un puñado de narraciones de finales de la década de los 50, el período más fértil y memorable de su trayectoria profesional. Además la difunta colección de RBA volvió a traducir Trueque mental, una novela menor, recordatorio de algunas de la virtudes y la mayoría de los defectos de su quehacer como novelista. Sin embargo un volumen recopilando sus mejores relatos ha quedado fuera de la ecuación, seguramente por la escasa atención concitada por ambos títulos. Si se tiene una cierta soltura en el inglés, Store of the Worlds sería el libro más adecuado para acercarse a esa ficción breve. Un catálogo de la talla de Sheckley como creador, viva demostración de por qué su nombre continúa siendo inexcusable no sólo a la hora de hablar del relato de ciencia ficción.

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