La 7éptima víctima, de Robert Sheckley

La 7éptima víctimaSeguí con mucho interés la lista de recomendaciones de compra de segunda mano que los compañeros fueron dejando este año en C con motivo del Día del Libro. La mayoría de mi biblioteca, cuyo contenido numérico se mide en cuatro cifras, procede de ese mercado. A poco que se piense, y más allá del posible ahorro económico, esta circunstancia es, hasta cierto punto, lógica. O lo era antes de la devoción por la novedad y el actual desaprecio por el pasado. Cuando te aficionas a la lectura, sobre todo en un género como el de la ciencia ficción, lo razonable es mirar hacia el inmenso océano de obras anteriores ya reconocidas y no hacia la incógnita que supone lo nuevo, un melón aún sin abrir. Para lo reciente uno ha de agarrarse a las opiniones cercanas, sujetas a particularidades, y también a la crítica, presuntamente objetiva pero siempre bajo sospecha. Sin embargo, los libros con décadas a sus espaldas no sirven a necesidades de venta y ya han acumulado el suficiente respaldo o rechazo como para que la elección sea bastante segura. En resumen, si quiero pescar lo que me gusta, el mejor caladero está en el pasado, y se da la triste circunstancia de que gran parte de ese tipo de material está descatalogado, por lo que su búsqueda conduce siempre al mercado de segunda mano.

He de añadir que la propia busca de antiguallas es una actividad que siempre he considerado como un valor intrínseco –que no añadido– del libro físico. El medio digital sólo puede darte eso en forma de sucedáneo. Mis libros me proporcionan placer no sólo por su contenido, sino también por lo que ha rodeado la adquisición de cada uno de ellos, a cuyo precio incluyo el disfrute de todo lo aparejado a su encuentro. Cuando los miro en las estanterías tengo también presentes, además de su medida narrativa, todos esos domingos recorriendo el rastro madrileño y los rastrillos de otras geografías: los sábados de la Cuesta de Moyano y las librerías de viejo, el mercadillo de Puertollano, la Feria de ocasión de Logroño, las tiendas del centro de A Coruña o las librerías de Urueña. Allá donde voy siempre hay libros (o cómics), y mi encuentro con ellos es parte del viaje. Admito que también me he dejado arrastrar por estos tiempos, y desde hace pocos años, aunque no sea lo mismo, huelgo las tardes buscando en las aplicaciones de compraventa on line. Así que, entre unas cosas y otras, algo de experiencia he ido acumulando, lo cual me da, incluso, para ofrecer consejos.

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¿Tienes 35€ para libros de fantástico de segunda mano? Te recomiendo los siguientes (3)

Cantos estelares de un viejo primateEn esto de empezar una tarea común creo que hay que precisar los parámetros de cada uno, pues seguro que habrá diferencias. Mi planteamiento ha sido el de dar a un lector que no conozca el género, pero tenga curiosidad por él, un material que le resulte informativo, que le proporcione una panorámica interesante, y que tenga calidad literaria suficiente. Una mini biblioteca barata, variada y significativa.

He contado en muchas ocasiones que, en contra de lo que parece ser experiencia común, yo no he enganchado a nadie al género por Asimov y Clarke. La razón es, creo, que quien está interesado ya de por sí en las posibilidades de la cf llega de manera automática a través suyo. Si alguien no ha leído cf y quiere información, es porque ya descartó previamente a estos autores evidentes, también a Wells y quizá incluso a Bradbury, así como a novelas como Dune o El juego de Ender (que, por otra parte, ya he escrito muchas veces que me parece muy mala, pero ése es otro tema).

Hay que dar otros nombres y títulos; en algunos casos muy obvios para los lectores tradicionales, una parte cada vez más reivindicados en el mundillo académico, pero todavía lejos de buena parte del lector/a culto medio que se ha resistido hasta ahora al género por prejuicios o falta de tiempo, y que es al que me dirijo (así como al lector/a ya con algún fundamento y que busque saber de obras que alguien pueda considerar «esenciales» y le hayan pasado inadvertidas).

Dicho esto, con la idea de quedarme en 35 euros (sin contar gastos de envío) y descartando libros de primera edición más reciente que suelen estar más caros, la sorpresa inicial que me encontré es que hay un par de autores que para mí son imprescindibles y cuyos libros están carísimos de segunda mano. El primero es J. G. Ballard. Quién lo habría adivinado: no he dado con ninguna de sus obras básicas por menos de doce euros, y algunas tienen una cotización verdaderamente de coleccionista. Y pensar que en vida el hombre no se comió un colín de los buenos de verdad más que con El imperio del sol, que es la que ahora se encuentra por cualquier lado…

El otro es Stanislaw Lem, pero aquí hay que hacer una salvedad. Voy a confesar que no soy tan, tan fan de la obra de Lem en su conjunto: si no puedo encontrar Solaris, El invencible o los Diarios de las estrellas por menos de diez euros, prefiero incluir aquí a otros autores antes que colocar títulos que creo que pueden resultar demasiado difíciles a un lector convencional, tipo Edén o Fiasco, y de los que tampoco soy tan entusiasta. Lo mismo me ha ocurrido con alguna otra novela que considero fundamental, pongamos Stalker de los hermanos Strugatski.

Bien, dicho todo esto, vamos con mi cesta de la compra, según precios encontrados el pasado 7 de marzo (que quizá ahora no estén disponibles) y por orden alfabético de los autores.

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Fracasando por placer (XLI): Vinieron del espacio exterior / Vinieron de la Tierra, col. Super Ficción, nº 86 y 89, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1984

Vinieron de...

La típica idea que parece buena pero no lo es tanto: una antología que recoja cuentos de ciencia ficción adaptados al cine. ¿Por qué, si suena bien? Porque las razones por las que se han adaptado contenidos de cf literaria a la pantalla son absolutamente ignotas. ¿Cuántas de las mejores novelas y cuentos del género han tenido versión cinematográfica? De acuerdo: están Dune, Solaris, El prestigio, Picnic junto al camino, Fahrenheit 451, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Rascacielos… y poquitas más. Por cada clásico con antecedentes literarios hay seis que surgieron de la nada, directamente para el celuloide, tuvieran o no inspiraciones literarias. No hay una sola adaptación de Le Guin, Pohl, Disch, Tiptree, Russ, Willis, Robinson o Bester, sólo una de Silverberg, y no me hagan hablar de lo de Asimov. Sujétenme que me pierdo.

Jim Wynorski, discípulo de Roger Corman, pionero en la revalorización del cutrerío que luego gente como Tarantino y Robert Rodriguez convirtieron en cosa para modernos finolis, reunió varios relatos que fueron versionados allá por 1980. Fue un par de años antes de empezar su carrera como director, que le ha llevado a firmar unas doscientas películas: entre ellas, cosas tituladas como Piranhaconda, Busty Cops and the Jewel of Denial o Sharkansas Women’s Prison Massacre, en ocasiones con seudónimos como Tom Popatopoulos, Sam Pepperman o Noble Henry. Es fácil entender que su criterio está más guiado por el entusiasmo que por el buen gusto, y que las presentaciones de los relatos están trufadas de ditirambos sobre producciones de tercera (que seguro eran objeto de admiración para el que llegaría a ser perpetrador de incontables espantos de sexta o séptima).

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Fracasando por placer (XXXII): La tienda de los mundos, de Robert Sheckley. Antología incluida en el volumen Los viajes de Joenes, Bibliópolis, 2010

Los viajes de Joenes

Si tuviera que decir qué autor asocio más con el placer de leer ciencia ficción, con el disfrute más directo y carente de cualquier necesidad de análisis, sin duda tendría que mencionar a Robert Sheckley. Mis antologías de Sheckley (las dos publicadas por Nueva Dimensión en su colección de libros, El arma definitiva y Peregrinación a la Tierra, así como las tres aparecidas en Nebulae, Ciudadano del espacio, Paraíso II y La séptima víctima) corrieron de mano en mano de quizá una decena de personas, dando lugar a incontables chistes compartidos. Mientras nos divertíamos con sus planteamientos estrafalarios, también a veces comentábamos la habilidad de Sheckley para extrapolar minucias de nuestro mundo real a extremos que no eran del todo kafkianos, sino propiamente sheckleyanos, situaciones trucadas en las que el absurdo en una observación al pie de la letra, en una conducta superficialmente correcta o en una idea preconcebida se convertía en una dificultad que asfixiaba al protagonista.

Nos resultaba obvio que Sheckley era un fabulador de primera, además de un narrador terriblemente divertido. Sin embargo, en esa misma época en que nosotros venerábamos sus relatos de treinta años atrás en un rincón de los suburbios de Madrid, Sheckley había quedado totalmente relegado de la primera plana del género. En algún momento de los años setenta había perdido el toque. También es verdad que había diversificado su actividad, produciendo más novelas y convirtiéndose en editor adjunto de Omni, donde hizo una gran labor. Pero el fenómeno no puede esconderse, de todas formas: Sheckley, por razones que nunca he conseguido averiguar, se quedó sin chispa.

El excelente artículo que presenta este volumen, a cargo de Jesús Pastor, pasa de puntillas sobre un hecho que a mí me parece innegable, y que ha afectado a otros grandes del género, como y a mencioné aquí con Roger Zelazny (y podría también reflexionarse sobre los trabajos a partir de cierto momento de James Tiptree Jr., Theodore Sturgeon o Ray Bradbury, en situaciones que no son comparables con la decadencia puramente atribuible a la edad de Robert Heinlein, Arthur C. Clarke, Theodore Sturgeon o Robert Silverberg). En casi ningún caso, sin embargo, se pasó de un brillo tan abrumador a una oscuridad tan total. El Sheckley de las últimas dos décadas era un escritor pulp adocenado y carente de la menor originalidad.

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Breve pincelada (VI) sobre los cuentos de Robert Sheckley

Robert SheckleyEstamos ante un caudal de cuentos cortantes. Cuentos sin pulir, arenosos, recién excavados de una tierra húmeda y cienciaficcionesca (y por tanto verdosa y palpitante), una tierra que podríamos imaginar trufada de insectos alienígenas, de la que emergerían, con el tiempo, estos cuentos, estas redondeces escritas en un inglés rápido y duro. Cuentos bravucones y desacomplejados. ¿Cómo? ¿Una demostración? Sí, cómo no, aquí va un muestrario:

La espora que, paciente, viaja por el espacio exterior hasta dejarse seducir por los dulces aromas de la Tierra, para desesperación de la humanidad. Los ejércitos que se enfrentan suicidándose. Unas máquinas voladoras programadas para evitar asesinatos no se convierten, contra todo pronóstico, en el baluarte de la paz que tendrían que haber sido. La voz descorporeizada que oye un tipo en su cabeza, y cómo a partir de ahí se desmorona todo.

Los de Robert Sheckley son cuentos alejados de prestigiosas sofisticaciones literarias. La carga cienciaficcionesca estalla en nuestra cara, imprevisible e indisimulada, desde las primeras frases de cada cuento. No hay complejas teorías filosóficas ni ingenuas predicciones sobre el futuro de la tecnología, tampoco hay múltiples capas de lectura ni cruce de voces narrativas ni narradores infidentes, no hay posmodernidades: aquí lo que hay es el incorregible asalto de lo cienciaficcionesco en nuestra cotidianeidad lectora o, por decirlo como Harold Bloom en Cómo leer y por qué, en nuestra paranoia lectora. Una aturdidora carga cienciaficcionesca nos espera en cada cuento, un asombro luminoso en medio de nuestras lecturas rutinarias y funcionales. Robert Sheckley propagó con maestría el placer de lo cienciaficcionesco por lo puramente cienciaficcionesco. En la Enciclopedia de ciencia ficción no dudan en calificar Untouched by Human Hands, su pimer libro de cuentos, como uno de los mejores debuts de la historia del género. Ahí es nada.

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To the Dark Star, The Collected Stories of Robert Silverberg 1962-69

To the Dark StarA finales de los 50 Robert Silverberg estuvo alejado de la ciencia ficción cinco años. Entre 1958 y 1962 reemplazó los ingresos de la publicación de relatos de este género con la escritura de todo tipo de artículos y ficciones para revistas de diverso pelaje, desde el esoterismo a la literatura erótica, hasta llegar al campo de la divulgación histórica donde comenzó a abrirse camino como autor de libros en 1962. A pesar de este alejamiento, continuó vinculado a la ciencia ficción con la publicación del remanente de cuentos escritos entre 1957 y 1958 y a través de su relación con varios autores y editores. Uno de ellos, Frederik Pohl, fue quien le alentó para regresar a la ciencia ficción desde una concepción diferente a la que le había caracterizado en los años anteriores: reorientar su esfuerzo de cantidad hacia el cuidado en la escritura y lograr unas historias más memorables que cambiaran la percepción que se había labrado como mercenario de la palabra. En junio de 1962 escribió “To See The Invisible Man” / “Para ver al hombre invisible”, y algo hizo click.

Leído con casi sesenta años a sus espaldas, “Para ver al hombre invisible” continúa siendo un pequeño hito. Por esa armonía de la ciencia ficción como literatura de ideas cuando se acompasan la concepción y la ejecución, y por lo paradigmático de su escritura: anticipa el camino que haría de Silverberg una de las figuras fundamentales del género. Esa inspiración en una historia clásica, una frase de “La lotería de Babilonia” que habla de la invisibilidad social durante un período de tiempo, una luna en el relato de Borges, un año en el de Silverberg; una faceta emocional en la base del novum: la condena al ostracismo por una incapacidad para manifestar emociones; una escritura generalmente en primera persona orientada a transmitir la subjetividad y los sentimientos de la experiencia, vivida como una montaña rusa, aquí desde la exaltación de los primeros momentos para pasar a la depresión y la soledad extrema de quien se siente aislado en un entorno densamente poblado; y una extensión certera, que lleva a “To See The Invisible Man” a sus últimas consecuencias sin emplear una línea de más.

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To Be Continued, The Collected Stories of Robert Silverberg 1953-58

To Be ContinuedHace cinco años comencé el proyecto “leer los relatos de Robert Silverberg seleccionados por él mismo”, una edición para Subterranean Press en nueve volúmenes con una implicación total del propio autor. Además de elegir el material, escribe el prólogo de cada volumen y una introducción para cada cuento. Todo con la idea de contextualizar su proceso de escritura y comentar las claves detrás de su publicación en un ejercicio de historia de la ciencia ficción de la mano del último superviviente de la generación de Dick, Sheckley, Ellison o Le Guin. Sin embargo, después de ciento y pico páginas de To Be Continued tropecé con lo inevitable: sus primeros años fueron mediocres. Quitando “Hacia el anochecer”, el resto era material de fondo como el que se publicaba a millares en las decenas de revistas de mediados de los 50. Así que lo dejé a un lado esperando un momento más indulgente. Sabía que en este caso terminaría volviendo a él. Aprecio demasiado al autor de Muero por dentro y El libro de los cráneos como para pasar de estos primeros años, esenciales en su obra posterior. A principios de junio me puse de nuevo con este libro con la idea de leerme un relato al día a media tarde, como descanso entre memorias, informes de evaluación, entrevistas de entregas de notas… Mi impresión mejoró un poco; no lo suficiente como para recomendar su lectura, siquiera a los Silverberg zombies.

Sin duda el gran valor de To Be Continued reside en los textos de acompañamiento. Lejos de conformarse con una faena de aliño al hacer una retrospectiva de su obra breve, como la de Christopher Priest en Episodes, en To Be Continued apenas existen presentaciones que no transmitan lo que era ser un jornalero de la palabra en la década de los 50. No es ya que Silverberg cuente anécdotas sobre su vida creativa en aquellos años en los que compaginaba universidad y escritura. Su trabajo codo con codo junto a Randall Garrett o Harlan Ellison o las exigencias de ser un autor tan prolífico y sus consecuencias, positivas (una existencia holgada como pocos autores de la época que dependieran exclusivamente de la escritura se podía permitir) y negativas (el cierto resquemor entre esos autores que dependían exclusivamente de la escritura) aparecen ampliamente comentados junto a otros aspectos jugosos: detalles del extenso ecosistema de publicaciones que se mantuvo activo hasta su crisis en 1958; cómo se trabajaban sus contenidos, caso de los relatos que se escribían para dar sentido a las ilustraciones de cubierta que entregaban gente de la talla de Ed Emshwiller o Frank Kelly Freas; etcétera. Y en lo importante, los propios relatos, también hay sustancia.

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The Worlds of Robert F. Young

The Worlds Of Robert F. YoungYa he comentado en alguna ocasión mi admiración por el trabajo con los clásicos de Valdemar. Ha conseguido crear un (cierto) mercado más allá de los 20 títulos en perpetua reedición, recuperando nombres mayores o menores, más o menos populares, en unas ediciones que se reciben con una cierta expectativa, ya sea para leerlos o simplemente coleccionarlos. Mientas, la ciencia ficción continúa de cara a la pared y con las orejeras de burro bien puestas, abonada a un terreno donde más allá de una docena de nombres y un puñado de títulos extra, existe un yermo en el que se han visto sepultados una serie de escritores principales y secundarios, en un maridaje uniformador; desde el presente, sin un buen bagaje, resulta complicado discernir la relevancia de unos y de otros. Especialmente si escribiste sobre todo relatos, y agravado por haber permanecido alejado de los mentideros del fandom. Tal es el caso de Robert F. Young. Young desarrolló su carrera desde un cierto anonimato, fiel al formato breve hasta el punto que sus únicas cinco novelas comenzaron a aparecer cuando pasaba de los 60, la primera publicada en 1975 directamente en francés (la lengua en que está escrita). The Worlds of Robert F. Young fue su primera colección de relatos y abarca siete años de carrera literaria, los que van desde 1955 a 1962. Algo que no tiene mayor misterio; su primera edición fue en 1965.

Sin haber leído nada fuera de ese intervalo, es difícil hacerse una idea de lo representativos que pueden ser, pero invitan a abrir la cuestión de si el olvido en que ha caído es merecido, como el enésimo buen artesano perdido entre líneas de la historia de la ciencia ficción, o si en la escritura de relatos llegó a estar en la categoría de los Matheson, Sheckley, Bradbury… En estas páginas hay cuentos potentes que se zambullen dentro de la ciencia ficción de los cincuenta y ponen sobre la mesa las inquietudes de aquellos años, desde la fiebre por el consumo a la hipocresía detrás de los EE.UU. de los suburbios, pasando por otras cuestiones más personales como el origen del arte y las tensiones sobre su creación o su relación con la sociedad en la que emerge. En este sentido, la crítica de liberalismo económico evidente en una mayoría de cuentos ponen a Young como un narrador próximo a los valores de Sheckley, Pohl o Kornbluth, quizás sin su contundencia y filo, fiel a un trazo más melancólico cercano a Bradbury.

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The Penguin Science Fiction Omnibus, selección de Brian Aldiss

Science Fiction OmnibusLas antologías de ciencia ficción, y en general cualquier antología, corren un riesgo muy evidente: la irregularidad de su contenido puede desvirtuar el conjunto. También es cierto que esa misma heterogeneidad puede ser lo que atraiga, lo que anime a leer hasta el final por la esperada recompensa de encontrar algo bueno. Para eso es importante conocer el criterio de selección del libro, que ya puede ser un repaso cronológico o historicista al género, o tener un tema específico como eje vertebrador, o –y ahora paro con esta enumeración innecesaria–, ser una antología de los cuentos más representativos de alguna literatura foránea. La antología de este comentario, la Penguin Science Fiction Omnibus, no tiene, o yo no le he sabido ver, mayor motivación que la del libre criterio del antólogo: Brian Aldiss. Es la suma de tres antologías previas, también orquestadas por Penguin, preparadas también por Aldiss, y la selección viene a demostrar que, si los cuentos son buenos, y la mayoría siguen despertando sensaciones, ideas o imágenes tonificantes en nuestra imaginación lectora, entonces el mejor criterio puede ser también, o quizá debiera ser sólo, la excelencia de los textos.

No hay espacio aquí para ir cuento por cuento. Con más de 600 páginas, la antología se compone de 36 cuentos de 31 autores, y entre el más antiguo y el más reciente, vamos a decir “reciente”, mejor (porque es de 1962), hay una diferencia de 21 años. Hay, además, una presencia equitativa de los distintos subgéneros de la ciencia ficción, cosa que se agradece.

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Fracasando por placer (III): Ciencia ficción. Selección 27, Bruguera, enero de 1977

Selección 27

Después de Paco Porrúa y Domingo Santos, sin duda la persona más influyente en el desarrollo de la ciencia ficción en España en los setenta y los ochenta fue Carlo Frabetti. Sobre todo por los 40 volúmenes (en realidad 41, puesto que el último apareció descolgado bajo el título Extraterrestres y otros seres como número 13 de la Colección Naranja) publicados en la colección Libro Amigo de Bruguera bajo el título genérico de «Ciencia ficción. Selección», que escogían material publicado originalmente en The Magazine of Fantasy and Science Fiction. Frabetti dirigió también la primera colección Nova y los primeros volúmenes de la edición de Forum de Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine, además de colaborar con Nueva Dimensión de manera frecuente, ser uno de los guionistas del mítico programa La bola de cristal (sí, uno de los padres de «¡Viva el Mal! ¡Viva el Capital!», un adoctrinamiento tan efectivo que 33 años después tenemos a Vox en el Congreso), y un cuentista no muy prolífico pero bastante interesante.

La única vez que le he visto me lo encontré en un ascensor en la Semana Negra de Gijón. Se puede decir muchas cosas de ese evento, pero una positiva sin duda es que es campo abonado para trabar conversaciones casuales. Lo intenté, pero el hombre no me dio bola; me pareció que le estaba molestando con cosas que le resultaban lejanas y poco gratas. Es bien cierto que Frabetti fue uno de los enfants terribles de la época, con ese posicionamiento político de extrema izquierda nada oculto, y escasa paciencia para con el aficionado medio tirando a obtuso que debía ser moneda corriente aquellos años. O, dicho de otra forma, puede que quedara aún más harto que yo de todo esto. De manera significativa, en su página de Wikipedia ni se menciona su relación con el género, sólo sus logros como escritor de novela juvenil y su condición de matemático, por la que ha aparecido en numerosos medios presentando pasatiempos y reflexiones ingeniosas.

La verdad es que si hay un tipo de la historia del género en España al que me gustaría entrevistar, aparte del misterioso Enrique Lázaro, sin duda es él. Porque lo que hizo me gusta y me influyó; y porque en gran medida también soy incapaz de explicármelo. Entiendo los criterios que guiaban a Nueva Dimensión, más o menos, y desde luego los gustos que marcaban las decisiones de Santos y Porrúa. Pero ¿cómo hacía Frabetti las antologías «Ciencia ficción»? Tenía a su disposición cientos de números de una revista extraordinaria, quizá la mejor, y entonces ¿por qué publicaba relatos malos de autores desconocidos con tanta frecuencia? ¿Formaban parte de sus gustos, tenía acceso a una cantidad limitada de material original, les cobraban más por reeditar a unos escritores que a otros? En resumen, ¿cuál era el criterio editorial?

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