Las antologías de ciencia ficción, y en general cualquier antología, corren un riesgo muy evidente: la irregularidad de su contenido puede desvirtuar el conjunto. También es cierto que esa misma heterogeneidad puede ser lo que atraiga, lo que anime a leer hasta el final por la esperada recompensa de encontrar algo bueno. Para eso es importante conocer el criterio de selección del libro, que ya puede ser un repaso cronológico o historicista al género, o tener un tema específico como eje vertebrador, o –y ahora paro con esta enumeración innecesaria–, ser una antología de los cuentos más representativos de alguna literatura foránea. La antología de este comentario, la Penguin Science Fiction Omnibus, no tiene, o yo no le he sabido ver, mayor motivación que la del libre criterio del antólogo: Brian Aldiss. Es la suma de tres antologías previas, también orquestadas por Penguin, preparadas también por Aldiss, y la selección viene a demostrar que, si los cuentos son buenos, y la mayoría siguen despertando sensaciones, ideas o imágenes tonificantes en nuestra imaginación lectora, entonces el mejor criterio puede ser también, o quizá debiera ser sólo, la excelencia de los textos.
No hay espacio aquí para ir cuento por cuento. Con más de 600 páginas, la antología se compone de 36 cuentos de 31 autores, y entre el más antiguo y el más reciente, vamos a decir “reciente”, mejor (porque es de 1962), hay una diferencia de 21 años. Hay, además, una presencia equitativa de los distintos subgéneros de la ciencia ficción, cosa que se agradece.
“Lot”, del muy reivindicable Ward Moore, es una delicia sobre los peligros inminentes de un mundo en quiebra, con la añadida intrahistoria familiar de rencores y mala comunicación como paralelo familiar de lo que está pasando en el mundo ajeno.
El cuento de John Steinbeck, “The Short-Short Story of Mankind” (“Brevísima historia de la humanidad”), de tan inesperada presencia en una antología de Brian Aldiss como lo sería Hemingway, peca de tener un párrafo final tan explícito que redunda, afea. Como también le pasa al primero de los cuentos de A. Bertram Chandler, a quien no conocía, “The Half Pair” (“Media pareja”) que iba de camino a ser un duro cuento sobre la testarudez humana, sobre lo caprichoso, lo obcecado y ciego que es el hombre en sus obsesiones, y acaba siendo, lamentablemente –por un empobrecedor último párrafo–, un cuento de amor entrañable pero débil en su contundencia si lo comparamos con lo que podría haber sido. Nunca es fácil enfrentarse a la tiranía de los finales.
“Nightfall” (“Anochecer”), de Isaac Asimov, no podía faltar. Con un progresivo deterioro de la convivencia, espoleado por el miedo, la ignorancia y la superstición, “Nightfall” es una bonita, aunque triste, imagen de la irremediable necedad humana. Y le podemos agradecer a Aldiss el haber sabido escoger otro cuento asimoviano: “Jokester” (“El bromista”) es una lección maestra de la elipsis. De hecho, el cuento te lleva hasta un barranco, y ahí empieza una elipsis que no acaba, mezclando una superdotación inalcanzable, máquinas que prefiguran internet y vida extraterrestre. Brillante pieza. Y este cuento –este sí– con una última frase magistral que le da una dimensión ilimitada.
Por otra parte, nunca he sabido qué pensar del antólogo que se incluye a sí mismo en su trabajo, porque ¿no es mejor ceder el espacio, y centrarse en los demás? En cualquier caso, el cuento de Aldiss, “Poor Little Warrior!” (“¡Pobre pequeño guerrero!”) está bien pero se ve lastrado, a mi juicio, por ese prurito rupturista de los años sesenta, demasiado llamativo en la superficie del texto, aunque la sorpresa, y lo relevante de ello, es descubrir que es de 1958. Como también sorprende el cuento de C. M. Kornbluth, “MS found in a Chinese Fortune Cookie”, una dura crítica al mercado literario y la paranoia colectiva, que también prefigura, con su juego de voces cruzadas, las rupturas que llegarían unos años después con los autores de la nueva ola. Tuvo buen ojo anticipador, Aldiss. Supo ver lo perdurables que eran esas intenciones de escritura.
Mezcla de postapocalipsis nuclear y mutantes es lo que vemos en el estupendo cuento de Tom Godwin, “The Greater Thing”. Un cuento de claro cariz ácrata y libertario, que liga, a su vez, con el militante ateísmo del cuento de Harry Harrison, lleno de la garra y del colorido paisaje extraterrestre que se veía en Deathworld! (“An Alien Agony” / “Las calles de Ascalón”). Ambos excelentes, de una frescura que se agradece aún hoy, estos cuentos siguen funcionando como compactas, concisas piezas literarias que emocionan y encandilan con sus imágenes, con su cuestionamiento de la autoridad. (Visto en perspectiva, veo que sí hay un manto que engloba a los cuentos, uno sutil y tácito, pero presente: la crítica social. En su prólogo, hablando del Frankenstein de Mary Shelley, dice que su perdurabilidad reside “en que le da la vuelta a la autoridad de siempre”. ¿Será esa la clave?).
Está Frederik Pohl y su cuento (“The Tunnel Under the World” / “El túnel debajo del mundo”) de un mismo día repetido en el tiempo como más tarde harían El día de la marmota (y Código fuente y Al filo del mañana), en el que la publicidad tutela las vidas de los personajes. O uno de los maestros del cuento, Robert Sheckley, con su aportación inquietante, triste y bonita a la vez (“The Store of the Worlds” / “La tienda de los mundos”). Muchas primeras plumas hay en esta antología, vemos.
Y qué bueno es descubrir autores, o atreverte por fin a leer a quienes, por los motivos que sea, postergabas, cuyos libros ya tienes pero que siempre desplazas en favor de otros, y que ahora, después de la antología, ves con renovada curiosidad.
Como decía antes, los cuentos, en su mayoría, resisten una relectura. Más que resistirla: están tan bien construidos, y su enfoque es tan atemporal, que no están anticuados ni son ingenuos. Alguno sí, claro, pero Aldiss supo escoger, y ver, aparte de unos cuentos críticos con la estrechez de miras humana, unos cuentos excelentes que encantasen con sus visiones del futuro. Lo digo ahora, en 2019, casi 50 años después de su recopilación definitiva en este Penguin Science Fiction Omnibus.
No quiero entrometerme demasiado en la reseña, pero suelo marcar con una X el título de los cuentos que más me han gustado. Según el índice, son 14. Que directamente no me hayan gustado, sólo 2. Y los demás se mueven en ese espacio indeterminado de las lecturas que te gustan, sí, son correctas e intachables, pero que no acaban de entusiasmarte. El resultado general es un feliz viaje a un pasado que, concomitante, destaca aún hoy por su vigencia.
The Penguin Science Fiction Omnibus, selección de Brian Aldiss
Penguin Books, 1973
616 págs. Bolsillo.