Historias de Gran Guslar, de Kir Bulichov

Historias de Gran GuslarEl domingo 27 de abril terminé este libro. El lunes fue el gran apagón. Ese día, con gente de mi ciudad subiendo a un monasterio a hacer picnic vespertino y la celebración en Salamanca del Lunes de Aguas (el festivo que rememora el retorno de las prostitutas a la ciudad tras el paréntesis de la Pascua, entrañable precursor renacentista del Efecto Streissand), creo que no fui el único que pensó en que a veces todos añoramos épocas de entorno más manejable. Con transistores, bocatas de mortadela y fútbol improvisado. En realidad todo eso está en nuestra mano no perderlo, pero nos dejamos arrastrar por la imperante e irreflexiva velocidad ambiental.

Este volumen de ocho relatos de Bulichov comparte esa evocación de tiempos sencillos que hoy a mucho viejuno nos resulta tan tentadora (falazmente, en gran medida). Aunque fueran unos tiempos sencillos tan complicados los suyos, en una dictadura singularmente refinada, como queda reflejado incluso de forma específica en un par de los cuentos. La gente que reside en esa imaginaria localidad soviética de Gran Guslar se conocen entre ellos, tertuliean, discuten con la parienta, compran peces de colores que conceden tres deseos, cotillean, se toman tres carajillos de los que no llevan café, conversan con extraterrestres, van a la compra, se dan paseos por la fresca y combaten la tensión superficial del agua. Pues lo mismo que en el innominado pueblito albaceteño de Amanece que no es poco o localidades similares, pero con vodka, frío y más osadía científica. Sobre gente desconectada que se conectaba cotidianamente charlando en persona, interactuando también para mal, por cierto.

La aparición de este tomito, que recoge sólo una exigua porción de los relatos que Bulichov ubicó en la pequeña ciudad de Gran Guslar, viene a hacer justicia en nuestro mercado editorial al que fuera posiblemente el autor soviético de género más exitoso. No necesariamente el mejor (lugar que sigue correspondiendo con razonable certeza a los hermanos Strugatski), pero sí el que caló más hondo en su momento en el público de su tiempo y lugar, con una veintena de adaptaciones cinematográficas y millones de ejemplares vendidos, en particular de su serie juvenil protagonizada por la viajera del tiempo Alisa Selezneva. Un escritor, por tanto, de relevancia histórica.

Pese a esa fama, sólo se han traducido al español una docena de sus cuentos, la mitad de ellos en un volumen de Emecé Argentina en los setenta, Media vida en el espacio. Ni siquiera apareció nada en las conocidas ediciones en castellano de Mir o las traducciones a cargo de editoriales cubanas. La última publicación en castellano de un cuento suyo se produjo el año de su muerte, 2003, en el número 35 de Gigamesh, traducido como este tomito por José María Faraldo, que ha insistido en traernos la obra del autor. Conociendo a Faraldo, los relatos de Gran Guslar encajan como un guante en sus inquietudes, y me alegra mucho de que por fin podamos cubrir este hueco gracias a una impecable edición de Báltica.

Kir BulichovAdemás de costumbrismo y nostalgia bradburiana (aunque de tintes mucho más negros) por lo no ocurrido, ¿qué más elementos hay en los cuentos de Gran Guslar? El que a mí me salta a la vista de inmediato es el tipo de humor y de imaginación desbocada de Robert Sheckley, que por las referencias que he leído siempre era uno de los autores estadounidenses más publicados y mejor acogidos por el público soviético. “La ascensión de Událov”, el cuento más extenso y para mí el mejor del volumen, es una suerte de afortunada revisitación del “Problemas con los nativos” de Sheckley, aunque pasado por un tamiz post estalinista. En paralelo con todas esas historias bordeando el absurdo kafkiano que nos han llegado del periodo más totalitario de la historia soviética, el protagonista se pone una especie de gorra extraterrestre y a partir de entonces, en contra de toda evidencia, es considerado como un peligroso extraterrestre por las autoridades, progresivamente enmarañadas en su propio absurdo burocrático y las rencillas entre trepadores en el sistema. El relato es tan chocante como delicioso, y no es de extrañar que tuviera que esperar 22 años desde su redacción original en 1974 para que pudiera ver la luz.

El ingeniero Cornelio Ivanovich Událov del anterior título es, junto al prodigioso inventor Lev Cristoforovich Mintz, protagonista de la mayor parte de estas historias.  Ambos encabezan un sorprendente primer viaje interestelar en “¡Las estrellas te llaman!”, un intento por recuperar la gloria rusa en el espacio que llega a conseguir que Polonia no entre en la OTAN pero acaba con los protagonistas volviendo discretamente en autobús a su casa para no llamar la atención. Otros peculiares inventos de Mintz son protagonistas de varios de los restantes relatos. Por ejemplo, con el elixir que fabrica en “Dos gotas por vaso” consigue que los poco animosos trabajadores de la ciudad se pongan en marcha de manera implacable, y con las botas de “Cada zapato con su horma” se consigue caminar sobre las aguas.

Las páginas vuelan impulsadas por los diálogos chisposos, los personajes de reacciones inesperadas y las ideas divertidas. Pero me resulta enormemente significativo que el último cuento, “Lo que el alma desee”, sobre un mecanismo que permite descubrir cuál es la verdadera vocación de cada persona, tenga un final extremadamente siniestro leído a la luz de nuestra actualidad. Escrito en 2000, se cierra con una vuelta de tuerca irreversible y premonitoria, que no puedo sino interpretar también como una muestra de la evolución de nuestro género en lo que va de siglo. Con ese mazazo final, Historias de Gran Guslar consigue tener unas gotitas de interés para cualquiera con curiosidad y ansia completista por la historia de la ciencia ficción, e igualmente abre una puerta quizá hoy más necesaria que nunca hacia la mentalidad rusa, tanto en sus características compartidas por todos los provincianos que en el mundo somos como por sus particularidades.

Historias de Gran Guslar, de Kir Bulichov (Báltica Editorial, 2025)
Traducción: José María Faraldo
Rústica. 194pp. 19,90€

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