Destinos truncados, de Arkadi y Boris Strugatski

Destinos truncadosRevisando la lista de posibles lecturas para este nuevo Clásico o Polvoriento me encontré con una sinopsis de rabiosa actualidad. La primera línea captó toda mi atención:

Un centro de investigación moscovita ha desarrollado el prototipo de una máquina capaz de evaluar la calidad y comercialidad de los textos literarios.

¡Touché! Apenas con esa frase sabía que esta lectura era la ideal. Con todo lo que se está (y se seguirá) hablando sobre inteligencias artificiales, textos generados de manera automática o máquinas que estiman cuánto de un texto puede haber sido plagiado o generado artificialmente, encontrarme una novela escrita entre principios de los setenta y finales de los ochenta con este punto de partida parecía una señal del destino.

He escrito novela, en singular, pero en realidad Destinos Truncados son dos novelas publicadas originalmente con casi quince años de diferencia cuyos capítulos se intercalan a lo largo de este único volumen. Como curiosidad, la edición en inglés, publicada en 2020, se titula Lame Fate/Ugly Swans, es decir, el título de cada novela por separado unido en uno solo. No son los ingleses muy dados a las traducciones y supongo que la pereza fue más fuerte que el ingenio a la hora de escogerlo.

La primera de estas historias es la que da origen a la sinopsis que mencionaba al inicio. El escritor Felix Sorokin está pasando una crisis de la mediana edad. El Sindicato de Escritores Soviéticos le pide llevar una de sus historias a un nuevo programa informático capaz de evaluar si esa obra tiene valor literario y su posible éxito posterior. En un contexto como de la URSS, mezclar arte con influencia gubernamental puede acabar de cualquier manera y casi ninguna de ellas buena, lo que provoca la indecisión de Sorokin sobre qué texto llevar a la evaluación y cómo puede afectar a su carrera como escritor.

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El lunes empieza el sábado, Arkadi y Borís Strugatski

El lunes empieza el sábadoEscasos autores no anglosajones han sido capaces de mantener un cierto interés para las editoriales contemporáneas más allá de Stanislaw Lem. Apenas Karel Čapek y los hermanos Strugatski, estos últimos, sobre todo, por su vínculo con el culto a Stalker, pero también por el arraigo en el canon de una novela repleta de lecturas como Qué difícil es ser dios, dos veces adaptada al cine. El resto de títulos traducidos no han corrido la misma suerte. Sus cualidades no son tan atractivas y, además, su acercamiento a la ciencia ficción se realiza desde ámbitos más extraños para el público occidental, muy afín a historias distópicas, postapocalípticas, de novums en la línea iniciada por Mary Shelley, Julio Verne y H. G. Wells. La sátira de Jonathan Swift cuenta cada vez con menos adeptos y, en general, es peor aceptada más allá de un par de nombres que han conseguido ganarse el corazón del público. El lunes empieza el sábado se abre camino en esta veta, el primer handicap para el lector contemporáneo.

El segundo es su composición: un fix-up de tres relatos que parece un punto de partida para una serie más larga, sin progresión argumental. Su base nace de la experiencia de Borís como informático en un observatorio astronómico. De ahí proviene el Nuevo Instituto Científico de Adivinación y Sortilegios (NICASO), una organización que investiga todo tipo de conocimientos y tecnologías para mejorar cuestiones mundanas (la traducción, la supervisión de funciones, los transportes), grandes aspiraciones (la felicidad) o logros ajenos a nuestra experiencia (viajes en el tiempo, desplazamiento a mundos ficcionales). Esta institución imposible se presenta en la primera historia, “Revuelo entorno al sofá”, mediante un narrador ajeno a ella: un informático llega hasta el pueblo de Solovets tras recoger a dos autoestopistas. Allí pasa la noche y observa todo tipo de situaciones extrañas capitaneadas por una moneda de 5 kopecs que regresa a su bolsillo después de gastarla y un sofá que desaparece. Dos misterios cuya resolución introduce las características del NICASO y del tipo de historia especulativa que abordan los Strugatski en El lunes empieza el sábado.

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La odisea de Green, de Philip José Farmer

La odisea GreenEste es el primer libro de La biblioteca del laberinto que aparece en C, una efeméride un poco injusta a la hora de reconocer el trabajo de su editor, Francisco Arellano. Lleva años apostando bien por autores españoles, viejos y nuevos; bien por títulos de escritores largamente olvidados por nuestro mercado editorial (Henry Kuttner, C. L. Moore); bien por la traducción de obras más recientes que, en algunos casos, de ser el contexto más propicio, habrían aparecido en colecciones de primera línea en librerías (El ángel de Pasquale, de Paul McAuley). Llevo unos años muy alejado del tipo de literatura que suelen publicar, pero la recuperación de un Farmer inédito, su primera novela impresa, me ha servido para solucionar esta falta en el nutrido “fondo” con el cual contamos en la web.

La odisea de Green es una aventura pulp heredera de las historias de Marte o Venus de Edgar Rice Burroughs. Green, su héroe terrestre, quedó varado en otro mundo y, tras servir como esclavo en una sociedad medievaloide, haber formado una familia con la antigua concubina del duque, Amra, y ascendido hasta la posición más elevada permitida por su condición, tiene la oportunidad de huir hacia la Tierra: una nave se ha estrellado en otra ciudad y sus dos ocupantes han sido hecho prisioneros. Para escapar necesita llegar hasta allí y liberarlos, algo que requerirá cortar lazos con sus dueños y con su nueva familia. Todo esto se revela una tarea más complicada de lo previsto: por la tela de araña construida a su alrededor, por la determinación de Amra y por la geografía alienígena del planeta. Para alcanzar su destino debe atravesar un mar de hierba inmenso, perfectamente navegable en la tradición de las praderas oceánicas de la ciencia ficción, con sus peligros y misterios.

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El idioma de la noche. Ensayos sobre fantasía y ciencia ficción, de Ursula K. Le Guin

El idioma de la nocheLeer los ensayos de un novelista es verle algo más de cerca, como cruzar la puerta para entrar en su casa, como (atreverte a) hablar con él o con ella después de una conferencia. No tiene por qué quedar expuesta la urdimbre de la escritura misma en esos ensayos, pero las opiniones, las filias y detracciones, el ángulo desde el que se escribe y cómo entiende el mundo, sí queda, en general, expuesto, y así entendemos mejor la mente que ha imaginado otros mundos, esos ficticios mundos reales. La inteligencia de Ursula K. Le Guin (aunque no siempre la humildad), está a nuestro alcance gracias a Círculo de Tiza, que ya editó, en 2018, Contar es escuchar, y, ahora, más cerca aún, gracias a Gigamesh, que recupera El idioma de la noche en una edición impecable, bonita y cuidada (como para regalar o lucir en un espacio destacado de tus estanterías), de esta colección de ensayos de 1979.

Contar es escuchar no me gustó para nada. Tengo que admitirlo. Aparte de decir cosas sensatas y muy bien vistas, que las dice, claro, me pareció que incurría a menudo, muy a menudo, en una actitud condescendiente y ofensiva hacia los escritores jóvenes (página 340, página 364), hacia la crítica literaria (página 232), e incurría, también, en una molesta tendencia a dar por sentadas ciertas cosas sin necesidad de matizar nada, como cuando dice “Los lectores devoran libros. Las películas devoran a los espectadores”, en la página 359, por poner sólo un ejemplo. E incurría también en la obviedad facilona, como cuando se pregunta, retóricamente, “¿Cómo podría escribir si no leyera?”, en la página 370, y todo esto hizo que avanzar por sus páginas fuera desesperante. Pero Le Guin es perfectamente libre de decir lo que quiera, y eso es, realmente, lo único que importa. Tampoco quiero obviar el hecho que más me gustó: la defensa desacomplejada y por otra parte bien argumentada de Tolkien. ¡Defiende tus gustos, claro que sí!

El idioma de la noche es una colección de ensayos y prólogos más amable (en el sentido de que no trasluce actitudes arrogantes ni perdonavidas, o al menos no tanto). Traducido por Ana Quijada e Irene Vidal (a un castellano que fluye y suena natural, como la prosa de la autora), el libro contiene ensayos atrevidos, que intentan explicar fenómenos difíciles de explicar como por qué la fantasía no gusta, o no acaba de gustar, a los norteamericanos (en “¿Por qué los norteamericanos tienen miedo a los dragones?”), o el secreto mecanismo de relojería de la ciencia ficción en “Mito y arquetipo en la ciencia ficción”, donde tiene una de esas frases bomba con las que te quedas: “El escritor que no bebe de las obras y los pensamientos de otros, sino de sus propios pensamientos y de su ser profundo, hallará material común”. Aunque como frase bomba estrella, ésta, del prólogo a su propia La mano izquierda de la oscuridad: “La ciencia ficción es metáfora”.

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Stalker. Pícnic extraterrestre, de Arkadi y Borís Strugatski

StalkerVolver a traducir un clásico, además de una oportunidad para redescubrirlo bajo una nueva interpretación, puede parecer un acto revolucionario. Dos de las editoriales más importantes dedicadas a la ciencia ficción (Minotauro y los restos de la antigua Ediciones B, fagocitada por el emporio RH), salvo en contadísimas excepciones, viven entregadas al acto de la reimpresión sin discriminar traducciones de hace una o seis décadas. Por eso conviene valorar los sellos que sí están recuperando esas obras en el sentido más amplio del término.

A diferencia de la primera edición de Solaris directa del polaco, que en el momento de escribir estas palabras acumula 7 reimpresiones, apenas se ha hecho hincapié en esta versión de Stalker. Y el peso de la obra Arkadi y Boris Strugatski, con esa traducción de Raquel Marqués de 2015 directamente del ruso, me parece equivalente; dentro de la ciencia ficción y la cultura popular, pero también como ejemplo de praxis editorial deseable. Basta comparar un par de páginas con la versión de de 2001 de Miquel Barceló para darse cuenta de las diferencias estilísticas e imprecisiones ocasionadas por esa chapuza que es una traducción de una traducción. Además, los hermanos Strugatski exhibieron otras dotes de su talento para la escritura más allá del corpus de ideas sobre las cuales levantan su novela.

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Ursula K. Le Guin, In Memoriam

Ursula K. Le Guin

En cuanto los grandes iconos de la cultura popular han entrado en la senectud, las redes sociales se han convertido en un gigantesco velatorio. En su interior, es inevitable tomar conciencia de la dimensión de nombres concretos cuando las menciones, y las palabras, se acumulan. Entre sus seguidores, sus pares, los medios de comunicación, las empresas que difunden su obra… La muerte el 22 de Enero de Ursula Kroeber Le Guin ha deparado una de las explosiones de tristeza y admiración más extendidas y sostenidas desde que llegué a esto de internet. Pocas veces las palabras de elogio y recuerdo me han resultado tan justificadas. Frente al inevitable positivismo y la (ocasional) exageración consustanciales a toda añoranza, me ha quedado la sensación que con Le Guin el riesgo ha sido justo el contrario. Escasos autores de géneros tenidos por menores durante tantas décadas alcanzaron tal grado de reconocimiento sin contar con grandes adaptaciones en los mercados audiovisuales o una visibilidad en campos como el de la divulgación histórica, científica, tecnológica… Esta apreciación le llegó en exclusiva por su desempeño en la ficción escrita. En vida.

A diferencia de la mayoría de los escritores de ciencia ficción de su generación, cuyo bautismo tuvo lugar en las revistas y pequeñas editoriales de los 50, Le Guin tardó en publicar su primer texto. Como cuenta Julie Philips en este extenso artículo para The New Yorker, tras terminar la Universidad se volcó en la escritura de cuatro novelas que quedaron inéditas, incapaces de contentar a un mundo editorial a la búsqueda de temas, voces y patrones narrativos realistas a los que nunca tuvo interés en plegarse. Entre ese material no publicado comenzaban a tomar forma una serie de relatos y una novela situados en Orsinia, un imaginario país Europeo sobre el cual representaría pequeñas estampas vitales donde ya se intuían su preocupación por los mecanismos de cambio social o la represión desde las estructuras establecidas. Las ansias de libertad y dignidad.

Encontraría la ventana de oportunidad para llegar al público ya entrada la década de los 60. Su aliento imaginativo halló acomodo en el burbujeante panorama de la ciencia ficción en plena transición hacia la new wave. Una pequeña revolución que abrió las puertas a un género renovado que, según palabras de la propia Le Guin

the change tended toward an increase in the number of writers and readers, the breadth of subject, the depth of treatment, the sophistication of language and technique, and the political and literary consciousness of the writing. The sixties in science fiction were an exciting period for both established and new writers and readers. All the doors seemed to be opening

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Mil millones de años hasta el fin del mundo, de Arkadi y Borís Strugatski

Mil millones de años hasta el fin del mundoCreo que los hermanos Strugatski deberían ser tomados como parte del culmen de la ciencia ficción, un género que siempre hemos percibido desde un ángulo claramente anglosajón. Tengo la sensación de que aún nos faltan por recuperar multitud de libros escritos en otras lenguas.

Hasta hace relativamente poco, la mayoría de obras soviéticas que leíamos eran traducciones de otras hechas al inglés o francés. Afortunadamente, se ha impuesto cierto rigor y se apuesta por esas traducciones directas tan necesarias. Es cierto que también teníamos libros ingleses que resultaban ininteligibles, pero cuando sumamos a una mala traducción el que encima parta de otra, el juego del teléfono roto suma demasiados vaivenes. En fin, aplaudo que Sexto Piso haya apostado por una traducción directa del ruso.

En los últimos años desde varias editoriales también han llegado, o vuelto, a España las obras de Arkadi y Borís Strugatski: Gigamesh tiene cuatro novelas en su catálogo, Ediciones Nevsky apostó por El lunes empieza el sábado y ahora Sexto Piso nos trae Mil millones de años hasta el fin del mundo. Y es curioso, porque las tres editoriales han apostado por modelos de obras distintos, algo que puede extrañar a quien sólo conozca sus dos novelas más recordadas: Stalker. Picnic Extraterrestre y Qué difícil es ser Dios. Pero en realidad tocaron más palos aparte de la ciencia ficción pura.

Mil millones de años hasta el fin del mundo puede considerarse una comedia con muy mala leche. En este país sabemos que el género puede servir para transmitir crítica al sistema y quizá esta novela podría haber pasado la censura en caso de ser eliminadas las últimas veinte páginas, donde se destapa realmente su función. Sin embargo, fue censurada en su momento y desconozco si disfrutamos del manuscrito completo o si faltan extractos.

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Recomendaciones día de la lectura 2016

Día de la lectura

El sábado se celebra un evento marcado a fuego en el calendario por editoriales, autores y libreros: el día de la lectura. Una jornada en la cual los libros toman la calle para darse un pequeño y merecido baño de masas. Las novedades que apuntan hacia este momento son legión, preparadas para aprovechar el viento fresco de miles de compradores empujados por la efémeride, los medios de comunicación y el tradicional 10% de descuento.

Dispuestos a participar de la fiesta, hemos preguntado a un grupo de lectores sus recomendaciones entre libros de ciencia ficción, fantasía o terror. Para centrar esa tarea delimitamos la selección a una novedad, un clásico y un título “libre”, con flexibilidad en la interpretación de cada etiqueta. El resultado son 24 libros de muy diversa procedencia entre los cuales resulta fácil encontrar títulos tentadores para cualquier lector. Si alguien se siente atraído por nuestra propuesta y le apetece participar con sus sugerencias, los comentarios están abiertos. ¡Únete y añade tus recomendaciones!

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Aniquilación, de Jeff Vandermeer

Aniquilación

Recuerdo que una reseña de Joan Carles Planells a la antología de Robert Bloch Escalofrrríos comenzaba con una frase del estilo: “Este libro debería titularse Bosteeezos”. Le he dado vueltas a cómo empezar este texto sobre Aniquilación con un chiste en la misma línea, a lo que el título de esta novela invita tanto como su contenido, pero temo que ninguna de mis ocurrencias estaría a la altura del maestro.

Me llama la atención lo poco que se ha escrito sobre lo que supone este libro. Porque es algo así como la respuesta desde el interior del género a bastantes tendencias imperantes. Porque, seamos claros: en un mercado editorial benévolo como nunca en la historia con los géneros fantásticos, George R.R. Martin es el único de la familia, de LOS NUESTROS, que ha pillado cacho de verdad. Que si Patrick Rothfuss, que si Suzanne Collins, que si Max Brooks; advenedizos a los que leen por todas partes gente que verdaderamente no entiende del asunto. Bueno, Sapkowski también es un poco de los nuestros, pero lo suyo sigue otro derrotero distinto.

El pedigrí de Jeff Vandermeer, que se lo lleva currando unos cuantos añitos, está en cambio fuera de toda duda: escribió en fanzines, está casado con la que fuera editora de Weird Tales, ha sido finalista de unos cuantos premios del género e incluso ha ganado alguno. Hasta ha enseñado en Clarion. Es, definitivamente, uno de los nuestros. Pero también es un tipo avispado. Así que ha construido un producto a medida para conseguir esos lectores de fuera, aprovechando además que tiene un pie muy bien puesto dentro. Como ha confirmado ganando el Nebula con esta novela.

El problema es que se le ve demasiado el plumero.

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Qué difícil es ser un dios, de Aleksei German

Qué dificil es ser un dios

Qué dificil es ser un dios

No sé si se acordarán, pero hace muchos años la parrilla de la televisión pública giraba alrededor del cine. Todos los días tocaba película, había ciclos de géneros, directores, actores…  Incluso de madrugada echaban películas subtituladas de “arte y ensayo”, o de cinematografías que entonces parecían ignotas. Por aquella época yo era una máquina de ver películas con mucho tiempo libre y, como a todo el mundo que se aficiona a esto del cine, me llegó el “momento Tarkovski”, en mi caso Solaris primero y Stalker después, que además tenían ese aura misteriosa de ciencia ficción rara del otro lado del telón de acero. Solaris no tanto, pero Stalker me impresionó muchísimo (y eso que por aquel entonces me sabía el 2001 de Kubrick de memoria). Yo no tenía ni idea de quien era Tarkovski, ni de nadie que fuera remotamente similar, no leía revistas ni libros de cine y veía las películas con mucha inocencia y sin ideas preconcebidas, no como ahora, que sigo sin tener ni puta idea y encima no soy consciente de ello.

Stalker me fascinaba con su mágica combinación de narrativa difusa y difícil de discernir y su poderosa imaginación visual. Se trataba de una experiencia muy diferente al cine “clásico” norteamericano al que estaba acostumbrado, por lo general sometido a la dictadura de un guión férreamente estructurado, preocupado por contar historias cerradas que generasen la ilusión de verosimilitud, con su adecuado desarrollo de personajes, su abundancia de diálogos ingeniosos y espléndidamente escritos, etcétera. Sin embargo, lo de Stalker era como si hubiese estado mirando por la mirilla de una puerta, y esa puerta se fuese abriendo poco a poco revelando un paisaje nuevo que hasta entonces desconocía.

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