La típica idea que parece buena pero no lo es tanto: una antología que recoja cuentos de ciencia ficción adaptados al cine. ¿Por qué, si suena bien? Porque las razones por las que se han adaptado contenidos de cf literaria a la pantalla son absolutamente ignotas. ¿Cuántas de las mejores novelas y cuentos del género han tenido versión cinematográfica? De acuerdo: están Dune, Solaris, El prestigio, Picnic junto al camino, Fahrenheit 451, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Rascacielos… y poquitas más. Por cada clásico con antecedentes literarios hay seis que surgieron de la nada, directamente para el celuloide, tuvieran o no inspiraciones literarias. No hay una sola adaptación de Le Guin, Pohl, Disch, Tiptree, Russ, Willis, Robinson o Bester, sólo una de Silverberg, y no me hagan hablar de lo de Asimov. Sujétenme que me pierdo.
Jim Wynorski, discípulo de Roger Corman, pionero en la revalorización del cutrerío que luego gente como Tarantino y Robert Rodriguez convirtieron en cosa para modernos finolis, reunió varios relatos que fueron versionados allá por 1980. Fue un par de años antes de empezar su carrera como director, que le ha llevado a firmar unas doscientas películas: entre ellas, cosas tituladas como Piranhaconda, Busty Cops and the Jewel of Denial o Sharkansas Women’s Prison Massacre, en ocasiones con seudónimos como Tom Popatopoulos, Sam Pepperman o Noble Henry. Es fácil entender que su criterio está más guiado por el entusiasmo que por el buen gusto, y que las presentaciones de los relatos están trufadas de ditirambos sobre producciones de tercera (que seguro eran objeto de admiración para el que llegaría a ser perpetrador de incontables espantos de sexta o séptima).
A Martínez Roca le debió parecer que esto tenía gancho comercial, y tradujo el librito en dos volúmenes, repartiendo los cuentos con un criterio que no soy capaz de adivinar. En realidad, la antología ni siquiera se ha reeditado jamás en Estados Unidos, y es quizá uno de los batiburrillos más peregrinos que haya leído juntos jamás, con el único denomi-nador común de esas adaptaciones que también son cada una de su padre y de su madre, desde obras maestras a inencontrables truños. El por qué yo me puse con ello es la típica irracionalidad que caracteriza a estos artículos: quise releer «El centinela», el primero de los libritos se quedó por ahí encima de mi mesa, había cuentos que no había mirado en su momento y, en fin, es mi tiempo, hago con él lo que quiero, no tengo por qué dar explicaciones ni nada de lo que avergonzarme. Cada uno es como es mientras no haga daño a nadie más que a uno mismo, no necesito decir más. Salinas Blanch adereza la edición con dos portadas memorables, la primera un homenaje maravilloso a 2001 en su inconfundible estilo, la segunda un absoluto delirio que no resulta menos oportuno para la ocasión y espero que el amable responsable de la página tenga la bondad de reproducir junto a estas líneas.
En realidad, entre los dos libros suman una obra maestra, tres cuentos memorables y al menos otro par como mínimo de relevancia histórica, con lo que la mitad de los contenidos vale realmente la pena, pero es que los relatos malos (que son la mayor parte de los que no conocía) son tan indigestos como morder una esquina. Pero la realidad es que los relatos conocidos y presentes en otros cincuenta sitios tampoco son exactamente el baremo por el que juzgo a estas alturas una antología, sino los menos frecuentes. La obra maestra, para sorpresa de nadie una vez ya mencionada, es «El centinela», de Arthur C. Clarke, que es un cuento sobre el que no creo necesario añadir nada salvo mi absoluta admiración, tanto hacia lo que es como por lo que dio pie. Quizá la primera vez en que la cf como tal tuvo los redaños de mirar al infinito pero de verdad (porque lo de Olaf Stapledon nos llegó desde fuera), y con eso ya digo bastante.
Entre los cuentos buenos, empezaré por mencionar «La séptima víctima», de Robert Sheckley, que en Italia convirtieron para el cine en décima y pusieron en manos de Ursula Andress y Marcelo Mastroianni porque allá por 1965 no había personas más guapas disponibles. En una muestra vigorosa de estulticia, entre las varias que salpican la voluntariosa faena, Wynorski dice en la presentación que la adaptación de Elio Petri es una excepción en el cine europeo, que está compuesto de spaghetti westerns y peplums, y se queda más ancho que pancho. Dentro de su modestia de historia con manierismos obvios del Sheckley de la época (final sorpresa, detalles distópicos ditirámbicos y demás: yo a tope con él como siempre, claro), el cuento no deja de ser un venerable pionero de una línea que conducirá hasta Los juegos del hambre (vía Stephen King/Richard Bachman), con esa ritualización del asesinato como parte de una sociedad que necesita catarsis. La peli la vi hace muchos años y tiene un pasar, pero el cuento está francamente majo.
También se puede decir que «Un muchacho y su perro» de Harlan Ellison es pionero en su presentación de la sociedad postapocalíptica como un lugar cutre, sin reglas… Ellisoniano. Sin llegar a los niveles de eficacia y crudeza de las obras maestras incuestionables que nos ha dado este tipo de escenario (hablo de La carretera de McCarthy y Plop de Pinedo en literatura, Mad Max en cine), el cuento de Ellison mantiene frescura desvergonzada por el carácter amoral de su protagonista, que posiblemente haga por otra parte complicada su reedición dada la aprobación implícita que podría interpretarse que supone el uso de la primera persona narrativa. Creo que ahora pasan cosas así, pero hablo de oídas, no lo sigo tanto como quizá debiera.
Aprovechando el buen regusto le eché un vistazo a la película, 2024: Apocalipsis nuclear en su versión española, que anda por Filmin y no había visto por malas referencias. La verdad es que es una especie de pionera de Mad Max que tiene el corazón y las intenciones del lado correcto, pero falla en la ejecución con una fotografía y un montaje baratuchísimos. El protagonista es Don Johnson, curiosamente. Ellison hizo lío (como siempre) diciendo que le gustaba, luego que no, luego montó una especie de recaudación de fondos para rodar de nuevo alguna escena y así. Parece que hay en desarrollo una nueva versión.
«La sirena en la niebla», de Ray Bradbury, es de esos relatos en los que los conocidos excesos del autor quedan encauzados por la extensión breve y la ambientación interesante. Sí, funciona, es poético, es evocador, es levemente siniestro en la sutileza con la que se refiere a ese monstruo de tiempos remotos oculto en el mar. Las historias en faros, además, ya sabemos que molan por sí mismas, si bien en este caso mi recuerdo de la película es muy de serie B tristona. Y hasta aquí llego con los cuentos que me parecen buenos.
Un relato que ha sido bastante afortunado con las versiones cinematográficas es «¿Quién hay ahí?», sin duda el texto más recordado del gran editor clásico de la cf, John W. Campbell, al que ya he intentado desmitificar varias veces (aunque lo de cancelarle que se ha visto últimamente por los USA me parezca feo). No me lo he releído para la ocasión porque lo recuerdo como bastante plasta, a decir verdad. Tampoco le he pillado nunca el punto a las sucesivas películas. Creo que a uno y otras les arropa la mística del escenario polar, que desde el Gordon Pym de Edgar Allan Poe ha ejercido una poderosa atracción sobre el lector de literatura aventurera con matices digamos sofisticados. La trama es de sobra conocida y el estilo más bien pulpero del cuento original no aporta gran cosa. En beneficio de Campbell hay que decir que apenas un lustro después de publicar este cuento pidió a los autores a los que publicaba en Astounding un poquito más de nivel que el que él mismo muestra en este cuento.
Serie B por antonomasia, con interesantes resultados artísticos, fue también en su momento la primera adaptación de «La mosca» de George Langelaan, a cargo de Kurt Neumann. Cuando se publicó esta antología faltaban unos años para el remake de David Cronenberg. He releído el cuento porque hacía muuucho tiempo que lo miré y fue en uno de los volúmenes que la editorial Caralt publicó de su por lo demás escasamente recordado autor, que apareció casi simultáneamente con este: por ello el relato no se destaca en ninguna parte pese a ser tan famoso, como si meter un cuento repetido pudiera costarle miles de lectores a Martínez Roca. Me ha resultado agradable de leer en su modestia, y es muy curioso porque todo en él desprende un aroma de «no autor de género» (fue un escritor y periodista francés que hizo un poco de todo), de alguien que escribía para otros mercados pero ocasionalmente usó las temáticas de distintas ramas del fantástico. Alguna vez debería hacer un análisis de en qué consisten exactamente esos manierismos de tan característico aroma en los relatos de cf «canónicos» de las revistas digamos en el periodo 1930-1980, cuando poco a poco se cambiaron las reglas del juego, sobre todo creo por la actividad de Shawna McCarthy y Gardner Dozois al frente de IASFM y la preparación literaria más multidisciplinar de la generación de los ochenta (tanto ciberpunks como postmodernos).
Por ejemplo, esos manierismos resultan absolutamente reconocibles en el hiperconvencional «La máquina alienígena», un cuento que dio origen a la novela Esta isla la Tierra (que no he leído) que luego se convertiría en la clasiquilla Regreso a la Tierra. Raymond F. Jones estaría en la lista de los autores que tuvieron más fama dentro del género y están más olvidados en la actualidad, supongo que en parte porque era un señor mormón de Utah que no debía ir a convenciones ni nada de eso (no como Orson Scott Card, que bien podría haber seguido su ejemplo) y en parte porque tampoco era especialmente buen escritor, aunque le he leído algún relato mejor que éste. La historia va de que un científico recibe paquetes con cosas sueltas y unas instrucciones de montaje. Cuando arma con todo ello un chisme, resulta ha superado una prueba que le habían puesto unos extraterrestres: a lo mejor eran suecos, en realidad. En cualquier caso, los extraterrestres le reclutan. Da la sensación de visto treinta veces antes y no resiste el menor análisis. La novela está traducida en la primera Nebulae. La película tiene fama de estar entre las digamos diez mejores de la cf de los cincuenta, pero me la puse un rato porque no la recordaba y no tiene un pase.
El volumen tiene la curiosidad de incluir dos cuentos del mismo autor, Paul Fairman, si bien uno con su seudónimo de Ivor Jorgensen; Wynorski no lo sabía o le parece feo comentarlo. El más decente es el firmado como Jorgensen, «Ciudad implacable», que presenta a cinco personajes que despiertan en un Chicago desierto por razones desconocidas e interactúan hasta un desenlace en primera instancia muy por la cara pero que luego tiene coletazos interesantes. El tono es más propio de la novela negra de la época que de la cf, y llama la atención el tratamiento de los dos personajes femeninos, que sin ser para nada moderno, sí muestra hacia ellas una empatía poco corriente en gran parte de la cf de la época. Por contra, los tres masculinos son tópicos trazados a brochazos aunque resulten aceptablemente eficaces. En comparación, «El montaje cósmico», el relato firmado por Fairman, es una breve tontuna sobre adolescentes que se encuentran ovnis, malo de solemnidad, con un pseudo final sorpresa bastante vergonzante. No conozco ni he encontrado (tampoco me he matado a buscar) las películas resultantes, que tienen una pinta horrorosa.
Es curioso (¿contactos bien movidos en su momento?) que buena parte de los relatos aquí presentes sean de ex directores de revista de género que no publicaron mucho, pero mira tú qué suerte, cobraron un dinerillo por alguno de sus cuentos adaptados al cine. ¿Se ponían en contacto las productoras con las revistas y los directores les ofrecían antes que nada sus propios escritos? No me cuadra del todo, pero ya he mencionado el caso de Campbell, Fairman fue el primer director de If y luego de Amazing cuatro años más. Sea como fuere, llega el turno de Harry Bates, el primer director de Astounding, que apenas publicó una docena de cuentos (parece que la cf no le gustaba mucho; además, tuvo una vida complicada por problemas médicos), pero uno de ellos fue «El amo ha muerto», génesis de la clásica Ultimátum a la Tierra. El relato es bastante convencional y sólo se salva por su buena intención pionera, esa amenaza extraterrestre hacia una humanidad demasiado idiota como para enmendarse por sí misma, algo que en los ochenta años transcurridos desde la publicación original del cuento no parece haber ido a mejor.
El último relato que me queda por comentar es «El corredor», de Ib Melchior, con el que Wynorski hace un poquito trampa. Melchior en realidad era un hombre de cine, que apenas publicó tres cuentos en su vida, y posiblemente esta viñeta aparecida en la para mí desconocida revista Escapade sea en rigor una especie de tratamiento previo a un guión, si bien la película original de La carrera de la muerte del año 2000 se rodó veinte años largos después de la aparición original del cuento. Como es sabido, la cinta tuvo un pequeño recorrido como película de culto, ha tenido remakes y continuaciones, además de influencia en videojuegos etcétera. El cuento digamos que contiene el chiste original y poco más, es una nadería de esas que se regodean en la violencia que supuestamente critican.
Nota: Ilustraciones de cubierta de los libros proporcionadas por La tercera fundación.
“…a lo mejor eran suecos”. 😀