¿Por qué estáis siempre haciendo antologías?, me preguntó mi mujer al verme leer este libro. Bien, quizá su visión está levemente influida por el hecho de haber terminado conmigo, que he hecho unas cuantas antologías y me paso el día leyendo cuentos. Pero lo cierto es que ningún otro género, salvo quizá la poesía, es tanto de hacer antologías como la ciencia ficción. Se me ocurren varias razones: la más bonita está en el protagonismo de los formatos cortos en la cf. Hay mucho material bueno, que vale la pena reeditar. Luego hay otras menos edificantes: por ejemplo, la facilidad con la que se consigue que las editoriales tengan la sensación de producir un libro importante pero por cuatro perras, fundando además la decisión en su completa ignorancia de los incontables intentos previos. El adanismo es un curioso fenómeno recurrente en un género que para otras cosas es tan autoconsciente de sí mismo, aunque fundamentado en que periódicamente llega un enterao que no sabe nada y tiene el entusiasmo del converso para transmitir su iluminación. También está el ego de los antologistas, vicio en el que espero no haber incurrido nunca y que me pone especialmente nervioso cuando veo a esos tipos que hablan de cómo han escogido cuentos como si eso fuera ingeniería atómica, una labor incluso más relevante que la de los propios creadores. Aunque en una era en que hemos llegado al fenómeno de los correctores de estilo estrellas, y en la que no descarto que lleguemos a ver a los repartidores de la distribuidora con galones, que dejen su impronta en el libro (ESTE LO REPARTIÓ PACO EL DE ZARZAQUEMADA), tampoco es muy de extrañar.
En particular, hay una descomunal cantidad de antologías con LOS MEJORES CUENTOS DE NUNCA JAMÁS, un fenómeno casi anual. En policiaco, por ejemplo, yo creo que sólo conozco cinco o seis, mientras que de cf debo tener unas treinta. Todas están bien, todas vienen a publicar casi lo mismo, y todas tienen alguna tarita por la cual no resultan del todo definitivas. La del año pasado, The Big Book of Science Fiction, a cargo de los VanderMeer, tenía pinta de ir a por todas con la inclusión de una gran cantidad de material no anglosajón. Sin embargo, la elección como contenido español de un cuento tontísimo de Miguel de Unamuno, malo desde el punto de vista de género y sin ninguna representatividad, le resta credibilidad al hacer temer que el resto de las decisiones tomadas sobre otros países sean igualmente absurdas.
Un subgénero también casi específico de la cf es el de las antologías introductorias. No creo conocer ninguna antología de relatos románticos planteada como una justificación para que usted, que no lee novela romántica, pueda darse cuenta de que al fin y al cabo no es la basura que cree. En cambio, ha habido unas cuantas en este plan de «descubra que la cf no es la porquería que piensa». Esta a la que me vengo a referir hoy es una versión mucho más simpática de ese concepto, al tratarse de una recopilación dirigida a un público juvenil. Sí, en Argentina han ido tan por delante de nosotros en este tema que se publicó en una editorial importante un libro para que los estudiantes leyeran ciencia ficción, incluso con material académico complementario al que no he tenido acceso; y además hubo ediciones para Colombia (que es la que ha llegado a mis manos), Venezuela y Ecuador.
Curiosamente para tratarse de un libro de género de hace 25 años, esta Breve antología está casi íntegramente preparada por mujeres: lo son las recopiladoras, integrantes de un Grupo Universitario de Investigación Literaria, al igual que la directora editorial, que firma con el cuquiseudónimo de Canela, aunque luego detalla entre paréntesis ser Gigliola Zecchin de Duhalde, ni más ni menos. Canela, vaya, al parecer una señora de cierta fama por allí. Sin embargo, estas damas no se vieron en la necesidad de forzar ningún tipo de paridad y los caballeros tienen en el sumario la preponderancia habitual, que no era sino el (triste pero cierto) reflejo numérico correspondiente al estado del género hasta ese momento.
La selección en sí es de corte muy, muy argentino; escuela Paco Porrúa, en resumen. Todos los relatos proceden de libros de Minotauro o de alguna de las marcas Hacendado de Porrúa, bien la segunda etapa de Nebulae, bien la revista Minotauro. El único cuento que escapa de esta pauta es el de Angélica Gorodischer, sin duda la mejor opción para dar cabida a un contenido local con el que complementar el resto de la selección exclusivamente anglosajona (aunque a la postre resulte un error, ya explicaré por qué). Por otra parte, Gorodischer, qué duda cabe, en sí misma es también muy de esa escuela.
Sin embargo, no estoy muy seguro de que los relatos escogidos en concreto sirvan al propósito de la antología. No consigo situar con exactitud a qué edad corresponde el público al que va dirigido el libro: las notas me parecen propias de estudiantes de catorce o quince años a lo sumo, aclarando términos como «gótico», «trasto» o «asentir» (¿serán considerados españolismos en Sudamérica?), mientras que algunos de los cuentos son bastante complejos de interpretar o de lectura relativamente árida para un público tan joven.
Justo el primero, «Antes del Edén», de Arthur C. Clarke, marca precisamente el tipo de rumbo que creo que sería el más adecuado para este tipo de volumen. Es una aventura espacial de futuro cercano con un desarrollo claro, sustentado en un misterio interesante, y que culmina con un final sorpresa que subvierte por completo las expectativas del lector. Un cuento de sesenta años de edad, quizá algo tosco en estructura, pero que, más allá de su ubicación en un Venus imposible, mantiene la chispa. Ya he escrito en alguna ocasión que Clarke ha terminado por ser para mí el único de los tres grandes que resulta defendible a capa y espada ante un lector actual; Asimov debemos considerarlo como un clásico juvenil, de aventuras (lo que no es poca cosa, en absoluto: mis respetos), pero la cf avanzó mucho más allá de sus logros, mientras que Heinlein creo que se va sumiendo en el piadoso olvido, o al menos en el reconocimiento limitado al ámbito del consumo interno que creo que honestamente le corresponde. En resumen: no diré que es malo, pero no me costaría dar de carrerilla una lista de treinta mejores.
La elección de «Antes del Edén» indica, además, otra de las pautas positivas de este librito: no se conforma con la elección obvia de cada autor (aunque en este caso sea un cuento bien conocido), sino que busca reivindicar opciones menos evidentes. El mejor ejemplo es escoger «Hacia adelante», de Brian Aldiss. Uno de los efectos curiosos que tienen leer este tipo de recopilaciones en un lector veterano como yo es el de repescar cuentos que en su momento no te llamaron la atención. Leí hace tiempo La estrella imposible, recopilación en la que estaba incluido, pero este no es uno de los relatos que se me quedaron grabados. Sin embargo, al releerlo ahora, aislado, lo he disfrutado enormemente: es un cuento wellsiano sobre viajes en el tiempo, sobre épocas que se entrecruzan y sobre la degeneración de la humanidad por falta de significado inmaterial, muy sencillo pero escrito con buen criterio. El cuento no tiene otras ediciones en castellano y muy pocas en inglés, así que las seleccionadoras aquí han llevado a cabo justo el trabajo que se espera de un antologista: realzar un contenido que había pasado inadvertido para darle una segunda vida, que no sé hasta qué punto fue exitosa porque ignoro cuál fue la relevancia de esta antología en los mercados a los que iba dirigida.
En la misma línea podría destacarse «El poder de los nombres», de Ursula Le Guin, un perfecto relato de fantasía al que la única pega que cabría ponerle es, precisamente, que es de manera inequívoca un cuento fantástico y no de ciencia ficción. Siempre es difícil ponerse tajante al respecto, en particular cuando esta miniatura es un destilado de muchas de las cualidades estilísticas de Le Guin y parece una opción más que acertada para dirigirse a un público juvenil por su mensaje sobre el poder de los débiles y los potenciales por revelar, pero al tratarse de una antología introductoria y tal y cual, realmente se hace difícil justificar plenamente su elección.
Hay tres relatos que sí son alternativas totalmente obvias dentro de la carrera de sus autores, tanto por ser historias conocidas como por resultar representativas, pero no por ello los cuentos están aquí fuera de lugar, bien al contrario. «La hora cero» es un Ray Bradbury de manual, con el tono sencillo y melancólico marca de la casa para arropar una historia luego más tratada sobre el miedo que pueden producir los niños. En «Bilenio» quizá no podamos reconocer la forma de escribir del J. G. Ballard pleno que aún tardaría en desarrollarse unos años a partir de este cuento, pero sí sus preocupaciones temáticas, su cinismo descriptivo, en el que por otra parte es uno de los cuentos más recordados sobre ese tema tan siglo XX como es la superpoblación. En cuanto a «Más allá yace el wub», pese a ser un relato muy temprano en la producción de Philip K. Dick, nos recuerda cómo sus mejores herramientas como cuentista estuvieron ahí prácticamente desde el primer día (tardó más, en cambio, en afinar las de novelista), y además es fácil de entender que es un tipo de relato que por su sentido del humor seco con gesto de payaso serio resulta atrayente para lectores jóvenes.
Lo mismo puede decirse de «Terror en siete días», una de las proverbiales gamberradas de R. A. Lafferty, pero su presencia en el volumen me chirría un poco. Seguro que esta historia de un chico con poderes que hace el gamba un rato gustó a posibles lectores jóvenes. La función de Lafferty en su momento dentro de la cf fue la de subversor, con una falta de respeto a los mecanismos del género que sus antecesores en el humor dentro de la cf (Robert Sheckley, William Tenn o Fredric Brown serían los más notorios) no se habían atrevido a asaltar. Con esto quiero decir que buena parte de la fama de Lafferty ha venido desvaneciéndose por ser coyuntural; la docena de mejores cuentos del autor siguen estando arriba, al igual que Salomas del espacio, pero en un libro de estas características sería más interesante presentar a lectores potenciales a un buen abanico de gente, desde Stanislaw Lem hasta William Gibson, pasando por Thomas Disch, Robert Silverberg o los ya citados Sheckley y Brown.
La presencia de Sturgeon resulta absolutamente inexcusable cuando hablamos de una antología de origen argentino, dado que allí fue un autor que siempre tuvo un seguimiento fiel, pero la elección de «Y ahora las noticias…» es tela de rara también. La verdad es que el planteamiento del cuento, con un señor que se vuelve turuta de tanto leer noticias, es de una actualidad pasmosa: imagínense a ese pobre hombre con twitter y sopenta canales de televisión en vez de radio y periódicos. Pero la cosa deriva por territorios psiquiátricos algo complejos y termina como el rosario de la aurora (o, a lo mejor, son precisamente estos hechos los que lo hacen adecuado para jóvenes lectores argentinos… En fin, no incurramos en lugares comunes).
Y ya pasamos al terreno de los errores para mí evidentes. Cordwainer Smith es un autor sobre el que ya he mantenido incontables discusiones. Dos de las personas más amables, juiciosas e inteligentes que he conocido en el fandom de cf, César Mallorquí y Antonio García Soto, coincidieron por extenso en señalar que mi abominación por este señor ñoño, aburrido, pseudo exótico en el peor sentido de colonialista rancio, y facha hasta producir vahídos se debe a una carencia personal mía, derivada en manía persecutoria. Al fin y al cabo, Smith en el mundo real trabajó para J.F. Kennedy, y todo el mundo sabe que Kennedy era un santo, ¿no?
He leído aquí un cuento titulado «El abrasamiento del cerebro», y la verdad es que en él no hay publicidad antiabortista de cuarta categoría como en otras de sus cosas, aunque sigue pareciéndome infumable: un space opera pseudopoético que navega por el filo de lo cursi hasta perderse en el horizonte del océano de lo trivial. Pero dado que Mallorquí, García Soto, Porrúa, Souto, Frabetti, Miquel Barceló y otro buen saco de personas con gran criterio aprecia a Cordwainer Smith, seguiré intentándolo. Aunque sólo cuando no tenga más remedio.
En cuanto al cuento escogido de Angélica Gorodischer, «Onomatopeya del Ojo Silencioso», es de su época más new wave, incomprensible y además irrelevante. Excuso decir que bien escrito, pero como estamos hablando de una grande, eso lo doy por supuesto. Con Kalpa Imperial o Trafalgar a su disposición, sin ir más lejos, tirar de un cuento de Bajo las jubeas en flor es de un snobismo tan corajudo que casi dan ganas de aplaudir a las antologistas por su temeridad, si no fuera porque en realidad les guardo rencor por haberme tragado de nuevo este rollo que tenía piadosamente en el olvido. La antología se cierra en falso con este cuento, el más extenso, sin que posiblemente su presencia granjeara casi ningún lector joven a Gorodischer, lo que es una pena.
La tirria del señor Díez hacia C. Smith es patológicamente desternillante.
Admito que nunca he leído a C. Smith (tengo por ahí una copia en papel, una copia de los 80 o por ahí, de Nostrilia (?), que no he llegado ni a hojear).
La cosa es que tanto despotricar sobre el susodicho no hace más que darme una ganas locas de hincarle el diente a alguno de sus libros. Pero no voy a pedir que alguien me recomiende por dónde empezar con su obra, la verdad, porque no he acabado de escribir este comentario y ya noto cómo esas ganas se me van pasando.
Philip K. Dick merece la pena en todas sus épocas.
Cualquier libro merece la pena sólo por él.
Totalmente de acuerdo. Bolaño dijo que Dick es bueno hasta cuando es malo. Hasta sus novelas más flojas tienen algo de valor.