El Prestigio, de Christopher Priest

El Prestigio

El prestigio

A veces, algunos autores pecan de ambiciosos, quieren meter demasiadas cosas en sus libros y, al final, quedan desequilibrados, cojos, feos… Éste era un riesgo que Christopher Priest corría con El prestigio, porque, efectivamente, a primera vista, hay muchas cosas en este libro: se inicia con un joven periodista, hijo adoptivo, que está obsesionado con la creencia de que tiene un hermano gemelo aunque no hay ninguna prueba que corrobore esa afirmación; continúa con una joven aristócrata que parece tener la clave de este problema y sigue con la vida de dos celebres magos de finales del XIX y principios del XX que se convierten en el eje de toda la novela. El prestigio empieza, pues, como una novela de misterio con un ligero toque fantástico, se transforma después en una crónica realista del mundo de la magia en la Inglaterra victoriana para, más adelante, convertirse en ciencia ficción, y, al final, en un giro de lo más sorprendente, concluir como un relato de terror.

Como decía, muchas cosas en la coctelera. Pero Priest consigue que todas encajen a la perfección y logra, en vez del fiasco que muchos se podían temer, una de las novelas más redondas de los últimos años. Nos encontramos con un autor competente y preciso, uno de esos magos de las letras que hacen con el lector lo que les da la gana. A imagen y semejanza de los prestidigitadores que protagonizan su narración, Priest no para de sacarse conejos de la chistera consiguiendo que el asombro siga en pie página tras página sin ánimo de decaer, engañando al lector más avezado en esto de la literatura fantástica.

Obviamente, se puede rastrear con relativa facilidad algunas de las influencias de la novela. La más evidente es H. G. Wells, uno de los fetiches del autor, que perfectamente podría haber sido uno de los secundarios del libro. En cierta forma, El prestigio es la última de las «novelas científicas» al estilo de Wells y un ejemplo de cómo la ciencia ficción no está reñida con la calidad literaria. Pero, con todo, hay otro nombre que se me vino a la mente en el último capítulo de la novela: Mary Shelley y su Frankenstein. No sólo por la ambientación de ese tramo del libro y por el desenlace sorpresivo final –que no voy a desvelar– sino porque, en esencia, El prestigio trata sobre la ambición y la búsqueda espuria del conocimiento, del arte y la ciencia –en este caso la magia– como maldición y obsesión.  Alfred Borden y Rupert Angier, los dos magos protagonistas, aunque muy diferentes entre sí, tanto de personalidad como a la hora de afrontar la magia, comparten en cambio una misma pasión: la enfermiza práctica de su arte hasta límites nunca antes alcanzados por otro profesional de su oficio. Y cuando digo enfermiza es enfermiza a más no poder; cualquiera que lea el libro y descubra lo que hay detrás de sus respectivos grandes trucos –y que es mejor no explicar– estará de acuerdo conmigo.

Y es en esta idea, vieja ya, de que hay ciertas cosas que es mejor no conocer, donde Priest entronca con Shelley. Angier se convierte en una especie de científico loco al que su experimento le sale mal y que deja a su particular monstruo vagar por el mundo. La idea de que, a la larga, la ciencia no tiene todas las soluciones y es mejor dejar algunas cosas en paz es un tanto perturbadora y polémica, y más en estos tiempos de genética desbocada, pero Priest consigue convertirla en atractiva para el lector. No pontifica ni moraliza, tan sólo advierte de una forma amena.

Por supuesto, El prestigio es mucho más que una obra con mensaje. Se puede leer y disfrutar plenamente dejando al margen estas interpretaciones. Como narrativa pura es de lo más atractiva, los personajes están muy bien creados y la ambientación victoriana es de lo más realista. El mundo de los magos resulta fascinante y la disputa entre Borden y Angier –saboteándose mutuamente sus números– por ver quien el mejor mago en activo hace que sea imposible dejar de pasar las páginas. Priest, además, utiliza una serie de recursos narrativos de lo más variados e interesantes: desde los diarios personales cruzados, con toda su carga de subjetividad, hasta la más tradicional narración en tercera persona.

Únicamente hay un par de peros que echarle en cara: uno es la omnipresencia de dos figuras tan poderosas como Borden y Angier que hace que el resto de los personajes queden un tanto desdibujados –en especial sus descendientes actuales–. El otro es la debilidad de los personajes femeninos. Tanto Claudia –la fiel esposa de Angier– como Olivia –la amante que comparten ambos– no tiene entidad propia y existen únicamente como parte del decorado y como una forma de hacer que la acción avance. Pero, son males menores que no empañan lo que es una realidad cristalina que El prestigio es una de las mejores novelas fantásticas de los último 10 años.

Por último, unas palabras sobre la edición de Minotauro. La traducción de Franca Borsani es un tanto mediocre, llena de americanismos y errores de sintaxis, algo fácil de solucionar con un buen corrector de estilo que, o no existe o ha hecho su labor demasiado deprisa. Valga como ejemplo que, en algunas ocasiones, las fechas de entrada de los diarios de Angier presentan errores increíbles. Una pena. El prestigio se merecía algo mejor.

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