Breve pincelada (VI) sobre los cuentos de Robert Sheckley

Robert SheckleyEstamos ante un caudal de cuentos cortantes. Cuentos sin pulir, arenosos, recién excavados de una tierra húmeda y cienciaficcionesca (y por tanto verdosa y palpitante), una tierra que podríamos imaginar trufada de insectos alienígenas, de la que emergerían, con el tiempo, estos cuentos, estas redondeces escritas en un inglés rápido y duro. Cuentos bravucones y desacomplejados. ¿Cómo? ¿Una demostración? Sí, cómo no, aquí va un muestrario:

La espora que, paciente, viaja por el espacio exterior hasta dejarse seducir por los dulces aromas de la Tierra, para desesperación de la humanidad. Los ejércitos que se enfrentan suicidándose. Unas máquinas voladoras programadas para evitar asesinatos no se convierten, contra todo pronóstico, en el baluarte de la paz que tendrían que haber sido. La voz descorporeizada que oye un tipo en su cabeza, y cómo a partir de ahí se desmorona todo.

Los de Robert Sheckley son cuentos alejados de prestigiosas sofisticaciones literarias. La carga cienciaficcionesca estalla en nuestra cara, imprevisible e indisimulada, desde las primeras frases de cada cuento. No hay complejas teorías filosóficas ni ingenuas predicciones sobre el futuro de la tecnología, tampoco hay múltiples capas de lectura ni cruce de voces narrativas ni narradores infidentes, no hay posmodernidades: aquí lo que hay es el incorregible asalto de lo cienciaficcionesco en nuestra cotidianeidad lectora o, por decirlo como Harold Bloom en Cómo leer y por qué, en nuestra paranoia lectora. Una aturdidora carga cienciaficcionesca nos espera en cada cuento, un asombro luminoso en medio de nuestras lecturas rutinarias y funcionales. Robert Sheckley propagó con maestría el placer de lo cienciaficcionesco por lo puramente cienciaficcionesco. En la Enciclopedia de ciencia ficción no dudan en calificar Untouched by Human Hands, su pimer libro de cuentos, como uno de los mejores debuts de la historia del género. Ahí es nada.

Los viajes de JoenesLo que tenemos en Robert Sheckley, sobre todo, es la contundencia de la imagen, la autosuficiencia de la imagen como unidad significante. Como quien enseña una preciada colección de fotos en silencio, sin hacerse pesado, sabiendo que no hace falta explicarle a nadie lo que la imagen ya dice, lo que esa imagen ya contiene en potencia. Quiso Sheckley concentrar nuestras miradas en el crisol de imágenes que veía, dándonos alternativas a la grisura de nuestro entorno. Parece que nos diga, desde su década de los años cincuenta, que no necesitamos nada más que nuestras pequeñas cositas cienciaficcionescas para cuestionarnos o criticarnos, para servir de punto de partida hacia otra vida mejor. La imagen, como digo, ya es lo suficientemente compleja como para tener que añadirle nada, y lo que hace esa autosuficiencia de la imagen es significar al género, destacarlo. Siempre cuesta definir la ciencia ficción; y quizá para ello no tengamos que pensarlo tanto, edificar mareantes redes de balbuceos interpretativos o explicativos, sino cederle a la imagen, como Sheckley, la confianza y el compromiso de la definición. Ciencia ficción es que tú veas estas imágenes no relacionadas con tu entorno, esta gala de plausibles deformaciones de la realidad, y te encanten. Se puede probar con estas, a ver qué tal:

La desconcertante llegada a nuestro planeta de un alienígena dotado con el don del camuflaje. O los persuasivos talentos de la telepatía interracial. O la soledad de un hombre y su robot en un planeta pelado. O dos viajeros perdidos en un planeta extraño, recubierto de afilados picos de montaña, de cumbres no edificables, en busca de alimento. Son estas las cosas que brotan despojadas en sus cuentos.

No tenemos que ir muy lejos ni a los nombres de siempre para encontrar toda la gama de colores que nos ofrece el género; en la (aparente) sencillez de Sheckley tenemos todo lo que necesitamos (aunque algunos cuentos tengan un final demasiado abrupto). Una ciencia ficción agresiva que te coge desprevenido y te encanta con sus armas, con sus pocas pero imbatibles armas.

Ahí tenemos, en sus cuentos, y por decirlo con palabras de Whitman, el vasto panorama de sus visiones. En Robert Sheckley tenemos a un autor que no escribe cuentos ni literatura, sino asombros que se agigantan con el tiempo.

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