Hace cinco años comencé el proyecto “leer los relatos de Robert Silverberg seleccionados por él mismo”, una edición para Subterranean Press en nueve volúmenes con una implicación total del propio autor. Además de elegir el material, escribe el prólogo de cada volumen y una introducción para cada cuento. Todo con la idea de contextualizar su proceso de escritura y comentar las claves detrás de su publicación en un ejercicio de historia de la ciencia ficción de la mano del último superviviente de la generación de Dick, Sheckley, Ellison o Le Guin. Sin embargo, después de ciento y pico páginas de To Be Continued tropecé con lo inevitable: sus primeros años fueron mediocres. Quitando “Hacia el anochecer”, el resto era material de fondo como el que se publicaba a millares en las decenas de revistas de mediados de los 50. Así que lo dejé a un lado esperando un momento más indulgente. Sabía que en este caso terminaría volviendo a él. Aprecio demasiado al autor de Muero por dentro y El libro de los cráneos como para pasar de estos primeros años, esenciales en su obra posterior. A principios de junio me puse de nuevo con este libro con la idea de leerme un relato al día a media tarde, como descanso entre memorias, informes de evaluación, entrevistas de entregas de notas… Mi impresión mejoró un poco; no lo suficiente como para recomendar su lectura, siquiera a los Silverberg zombies.
Sin duda el gran valor de To Be Continued reside en los textos de acompañamiento. Lejos de conformarse con una faena de aliño al hacer una retrospectiva de su obra breve, como la de Christopher Priest en Episodes, en To Be Continued apenas existen presentaciones que no transmitan lo que era ser un jornalero de la palabra en la década de los 50. No es ya que Silverberg cuente anécdotas sobre su vida creativa en aquellos años en los que compaginaba universidad y escritura. Su trabajo codo con codo junto a Randall Garrett o Harlan Ellison o las exigencias de ser un autor tan prolífico y sus consecuencias, positivas (una existencia holgada como pocos autores de la época que dependieran exclusivamente de la escritura se podía permitir) y negativas (el cierto resquemor entre esos autores que dependían exclusivamente de la escritura) aparecen ampliamente comentados junto a otros aspectos jugosos: detalles del extenso ecosistema de publicaciones que se mantuvo activo hasta su crisis en 1958; cómo se trabajaban sus contenidos, caso de los relatos que se escribían para dar sentido a las ilustraciones de cubierta que entregaban gente de la talla de Ed Emshwiller o Frank Kelly Freas; etcétera. Y en lo importante, los propios relatos, también hay sustancia.
Antes de pasar a ellos, es necesario contextualizar lo que fueron estos cinco años para Silverberg: una profesión ejercida entre un artesano de la joyería y un funcionario con jornada de 9 a 5. Quitando los dos primeros años, en los que tenía que compatibilizar la ciencia ficción con la exigencia de sus estudios universitarios, a partir de 1956 escribía entre 15 y 20 relatos al mes en una producción en que poco importaba el precio por palabra. Mientras otros autores tenían que compaginar su labor con otras profesiones o emigrar a estados donde la vida fuera más asequible, Silverberg vivía en un buen apartamento en Nueva York, cenaba en los mejores restaurantes y vacacionaba anualmente en el extranjero. Ese modo de vida tenía aparejado un coste: To Be Continued contiene tantos cuentos como los que pudo escribir en un mes de los comprendidos entre 1956 y 1958. Y me costaría elegir uno para incluirlo en una colección con sus mejores relatos.
En cierta forma es comprensible. Cuando vas al ritmo de un texto al día, no hay tiempo para sutilezas. Hay alguna historia que es la interpretación amateur de grandes textos de sus maestros, caso de “The Silent Colony”, una traslación de “Forma”/”Shape” de Sheckley cuya mayor virtud es su brevedad: apenas tres páginas. Otros se acercan al espíritu de esos autores como “The Iron Chancellor”, una comedia Kuttneriana donde un asistente de cocina se toma al pie de la letra su tarea de mejorar la dieta de una familia y los encierra en casa, condenándolos a seguir un menú con una disciplina espartana digna de un robot escapado de Los humanoides; o “Alaree”, una fábula Sturgeoneana sobre la soledad y el aislamiento. Pero lo que abunda sobremanera son aventuras espaciales llenas de color y misterio, en la línea de un Jack Vance que Silverberg no se ha cansado de repetir es una de sus principales influencias. Y el tipo de ciencia ficción que más disfruta, aunque muchas veces se nos haya pasado, tal y como ratifican Regreso a Belzagor, El hijo del hombre, La estrella de los gitanos, La faz de las aguas o todo el ciclo de Valentine (bien mirado, un Planeta de la aventura hipervitaminado).
Este amor por la escenografía más claramente heredera del pulp se puede observar, sobremanera, en esas primeras frases que caracterizan lo que se está por leer y eran fundamentales para atrapar al lector en este tipo de publicaciones donde competías con una docena de piezas. Del pelo de
And we left Capella XXII, after a six-month stay, and hopskipped across the galaxy to Duschubba, in the forehead of the Scorpion. And after the eight worlds of Duschubba had been seen and digested and recorded and classified, and after we had programmed all our material for transmission back to Earth, we moved on again, Brock and I
Planetas en otras galaxias; personajes en situaciones ajenas a nuestra realidad, con alienígenas, tecnologías o capacidades repletas de imaginación; y una situación personal puesta al límite. “Why?” cumple con todo eso. Y después acierta a introducir una o dos ideas generalmente explícitas, en este caso alrededor de esa pregunta que se hace uno de los astronautas sobre los motivos que le han llevado a alejarse de la Tierra para recorrer el universo arriesgando su vida. Una respuesta que acaba descubriendo después de un ataque alienígena y que conecta hechos de su pasado con las aspiraciones de la humanidad en los años de forjado de la carrera espacial.
“Ozymandias“, “Equipo de recolección” / “Collecting Team”, “El mundo de mil colores” / “World of Thousand Colors”… son varios los relatos en los que la presencia de alienígenas estimula la imaginación y amenaza a una humanidad en clara desventaja. Por su atraso tecnológico y su incapacidad para lidiar con su fragilidad o su ingenuidad. Y aparecen cuestiones que después serían ya habituales en el Silverberg de madurez: su gusto por la arqueología y las ruinas misteriosas o la muerte y todo lo que le rodea, como ese deseo de abandonarse a ella que corroe a varios tripulantes de “Amanecer en Mercurio” / “Sunrise on Mercury”.
El girito final suele estar presente más por fórmula que por efectividad; en el montaje de ese mecanismo de relojería con el que se suele comparar la escritura de relatos, al ritmo de veinte al mes el proceso se asemeja más a la producción de salchichas: hay una receta y se sigue al pie de la letra, acumulando la materia necesaria en el orden preciso pero sin tiempo para refinamientos. Lo normal era concluir un relato y remitirlo a una publicación; esperar una respuesta del editor, enviarlo a otro si era un no… y así hasta que recibía un Sí. Hay algún cuento que terminó apareciendo dos o tres años después de escribirse y en ningún momento se alude a la necesidad de repensarlo. En el oficio en que Silverberg estaba metido este tipo de esfuerzos carecían de sentido; para un joven autor prolífico y necesitado de publicaciones, mientras hubiera más cartas de aceptación que de rechazo, todo el trabajo debía estar orientado a crear nuevo material para ponerlo en circulación. Ya habría oportunidad de colocarlo más adelante. Y entre líneas se aprecia una cierta frustración. Él quería publicar en la Galaxy, de Horace L. Gold, y el The Magazine of Fantasy and Science Fiction, de Anthony Boucher. La crème de la crème de los 50 que, más allá de lo que pagaran, tenían a los mejores autores y relatos y se caracterizaban por unos estándares literarios que Silverberg no alcanzaba.
Es algo evidente en “The Outbreeders”. En este relato introduce un individuo de una comunidad cerrada que, antes de contraer matrimonio con una mujer de su grupo, conoce durante un viaje a una mujer de otra familia con la que están enfrentados. Surge una chispa romántica, complicada por la hostilidad, lo que lleva a la nueva pareja a tomar distancia y formar una nueva comunidad, en una reacción que terminará revelando el origen de la rivalidad. En sí el planteamiento tiene sentido y su ejecución, un tanto chusca, es efectiva. Sin embargo, el tema de relación entre personajes, sobre todo la cuestión romántica, da vergüencilla ajena. Más cuando comparas “The Outbreeders” con relatos más sutiles de esa misma época, obra de autores que la propia ciencia ficción ha olvidado (como Robert F. Young, del que escribía hace poco).
Sí hay cuentos que escapan a la receta, incluso espacio para la experimentación. “Las canciones del verano”/”The Songs of Summer”, datado en 1955 y concebido como una exploración Faulkeriana, juega con diferentes perspectivas cuando un hombre de nuestra época acaba en un futuro lejano, en plena utopía pastoral de la que se apodera. El lugar narrativo puede resultar pueril, una fantasía bucólica de cartón piedra. No obstante, el salto de un punto de vista a otro, de verdugo a víctimas, está logrado. Al igual que el tono satírico de esta deconstrucción de las historias de John Carter, oscurecidas al diseccionar a este machirulo investido por el poder de su ego para dominar esa Tierra futura. Está lejos de ser El sueño de hierro, pero puede leerse como un antecesor de ese tipo de acercamiento a las fantasías de poder adolescente.
También hay lugar para temas en el filo de lo que entonces solían aceptar las revistas, caso del mencionado “Hacia el anochecer”/”Road to Nightfall”, un postapocalíptico en una Nueva York al borde del abismo, con una población abandonada a su suerte y su protagonista con el dilema si tomar partido en el mercado de antropofagia para poder llenar el estómago. O cuentos que se alejan del común denominador del resto y se atreven a tocar el campo de Richard Matheson como “Hombre cálido” / “Warm Man”, una corrosiva fábula sobre la insidia de los EE.UU. suburbiales.
Es difícil hacerse una idea de la representatividad de estas historias; si son las mejores, las que mejor recuerda su autor 60 años más tarde, las que mejor exponen lo que solía escribir en esta época. Sí puedo afirmar que una vez reunidas estas impresiones, mirando los relatos traducidos de la época y comparando con los que más habían llamado mi atención, están en su mayoría representados, habiendo escasas discrepancias. Lo que me invita a ratificar la condición de To Be Continued como los mejores cuentos de Silverberg de una época en la que tampoco creaba nada especialmente meritorio. Un repertorio de aprendizaje que apenas transmite atisbos de lo que le convertiría en un nombre imprescindible para entender la mejor ciencia ficción de los 60 y los 70.
To Be Continued, The Collected Stories of Robert Silverberg 1953-58
Subterranean Press, 2012
394 pp. Paperback.
Supongo que nadie tiene interés en traducir al castellano y publicar esos relatos de los que hablas, ¿no? Porque supongo que la mayoría estarán inéditos en nuestro idioma.
Mientras maquetaba la reseña me entretuve buscando en La tercera fundación y encontré que la mayoría fueron traducidos. Aunque salvo “Hacia el anochecer” y “Hombre cálido”, que están en Lo mejor de Silverberg, el resto se encuentran en colecciones y antologías añejas de diverso pelaje (si pinchas en algún enlace te harás a la idea)
Sobre traducir libros así, lo veo como una locura. Últimamente creo que sólo tienen sentido las colecciones de relatos con lo mejor de… antes que estos ejercicios de completismo para fans. Ideales para hacerse una visión de conjunto de la obra de un autor o una época, pero demasiado irregulares para un lector tipo que si no le están dando golpes en el plexo solar y dejándole sin respiración cada 20 páginas, siente que no le ha sacado partido al dinero.
Me lo imaginaba. Sí, en su día ya estuve explorando la Tercera Fundación en busca de los relatos de Silverberg y como tú dices, la mayoría están muy dispersos. Y tal como está el mercado, traducirlos y compilarlos es tarea editorial muy arriesgada. Una lástima para los que no los leemos en el inglés original.