Reina del grito. Un viaje por los miedos femeninos, de Desirée de Fez

Reina del gritoDescubrí a Desirée de Fez a través de Marea nocturna, una reunión de amigos alrededor de un fuego para hablar sobre películas de terror. Cada uno con sus filias y fobias (bueno, alguno carece de esto último), siempre en animado diálogo mientras charlan sobre pelis antiguas, clásicos, estrenos. Frente a otros programas más analíticos, Marea noctura se caracteriza por una conversación más centrado en lo historiográfico y la opinión a vuela pluma, de ahí mi interés en ver cómo de Fez profundizaba de alguna manera en sus ideas a través de la palabra escrita en Reina del grito. Un libro publicado en 2020 que se convirtió en un pequeño hito editorial gracias a su forma, más cercana a la exploración autobiográfica/autoficcional que al ensayo.

En Reina del grito, de Fez ilumina las diferentes etapas de su vida a la luz del cine de terror con una intimidad mayor (mucho) que, por ejemplo, Stephen King en Danza macabra. Su franqueza y apertura ante el lector es tan grande que produce la sensación de haberse abierto en canal para, a partir de los temores y las fortalezas de los personajes de los diferentes films, exponer sus sentimientos. Un ejercicio de introspección que emerge de la experiencia cotidiana de diferentes momentos de su vida hasta llegar a la actualidad.

Por ejemplo, el primer capítulo sobre La profecía habla sobre los orígenes del miedo en los primeros años de vida. En su caso cuenta una divertida anécdota sobre esta película: cómo padeció con ella la angustia de que se quedara trabada la cinta dentro del reproductor; uno de los miedos más extendidos en los tiempos de los videoclubs por la posibilidad de tener que pagar algún tipo de sanción si se llegara a romper. Este terror infantil que surge de un aspecto materialista de escasa profundidad deja paso a otras cuestiones sobre las cuales orbitará el resto de Reina del grito: el pánico a no ser aceptada por los iguales, el terror a la pérdida, a la maternidad, al envejecimiento, a ser una impostora… Cada una se conecta a las películas que los ponen en su vida en una secuencia cronológica ordenada (infancia, adolescencia, madurez, decadencia). De manera más relevante, las que presiden cada capítulo generalmente desde su título (Carrie, It Follows, La posesión, ¿Quién puede matar a un niño?, La visita, El exorcista). Pero con espacio para otras que, una vez más, se perderán terminada la lectura de Reina del grito. El libro carece de un índice onomástico que hubiera permitido reencontrarlas con facilidad.

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Fantasía épica española (1842-1903). Historia y antología, de Mariano Martín Rodríguez

Fantasía épica española 1842-1903No sé si alguien por aquí recuerda De la Luna a Mecanópolis. Antología de la ciencia-ficción española (1832-1913). El libro de Nil Santiáñez-Tió se zambullía en los primeros textos de ciencia ficción escrita en España en una antología acompañada de un artículo que proporcionaba a los lectores el contexto para su selección de una docena de relatos y algunos fragmentos de textos más largos del siglo XIX y principios del XX. El libro es casi imposible de encontrar a un precio razonable, algo entendible dada su pequeña tirada y el trabajo de Santiáñez-Tió. Quizás su introducción sea breve para lo que suelen ser las ediciones críticas, pero treinta años después continúa siendo el mejor manual para conocer los inicios de la ciencia ficción en España. Un origen, todo sea dicho, de escaso fuste en comparación con otras literaturas. Pero ese es otro asunto. Este libro del que escribo ahora, elaborado por Mariano Martín Rodríguez, sería su equivalente en lo que a la fantasía épica se refiere, con una componente mucho más intensa en la parte crítica: incluye menos narraciones que el libro de Santiáñez-Tió a cambio de poner toda la carne en el asador de la introducción.

Las primeras 140 páginas de “La Historia de la fantasía épica española temprana” ofrecen esa tarea de contextualización. Definen lo que se entiende por fantasía épica, una labor siempre necesaria cuando existen un conjunto de etiquetas que suelen utilizarse indistintamente, con mayor o menor fortuna (fantasía heroica, alta fantasía, fantasía medieval…). Martín Rodríguez abarca otros terrenos aledaños, como la fantasía de portal, la fantasía folclórica… aportando citas para sustentar sus argumentos. Una vez descrito el terreno de juego, hace un recorrido pormenorizado por los escritores y escritoras que abordaron la fantasía épica en la segunda mitad del siglo XIX. Sobre todo los incluidos en el libro.

Por el material seleccionado, llama la atención la extraordinaria brevedad de la mayoría. En unas historias en las que es tan importante la transmisión del mundo secundario en el que transcurren, esta extensión descuadra. Apenas cuatro, ocho, diez páginas, publicadas originariamente en prensa, en muchas ocasiones con un matiz oriental que se subraya a través del artificio del cuento relatado al sultán de turno o la leyenda de lugares remotos. Martín Rodríguez despliega estas señas de identidad, expone sus posibles por qués, las sitúa en la vida y obra de sus autores, discute sus posibles lecturas, en un cariz que pone al lector como asistente a un seminario universitario sobre el tema. Completo y adecuadamente documentado sin sacrificar agilidad… siempre que se esté interesado, claro.

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El transhumanismo de la Trilogía Cósmica de Víctor Conde

  1. 6 A.M.Introducción

La ciencia ficción es el género de la imaginación disciplinada. Poniéndonos técnicos, toda la literatura es imaginación disciplinada. Si acudimos a una definición más rigurosa, quizás se entienda mejor: «La ciencia ficción es el género no realista que no está basado en fenómenos sobrenaturales», entendiendo lo sobrenatural como aquello que refiere a principios divinos, místicos o mágicos. Por peregrina que sea, el hecho de que exista una justificación científica en la obra implica una visión materialista de la realidad y, por consiguiente, cierta angustia por la falta de sentido y de esperanza en un universo indiferente, así como una reconsideración de lo inamovible de nuestros principios culturales. Por estos motivos, Csicsery Ronay Jr., uno de los mayores expertos en el género, afirma que la cf es uno de los géneros más venerables, porque «fue la primera en dedicar su imaginación al futuro y a las incesantes revoluciones del saber y del deseo que acompañan a la aplicación de los conocimientos científicos y técnicos a la vida social». «Imaginación disciplinada», al fin y al cabo.

Esta visión materialista y este escepticismo hacia las imposiciones culturales, hace que la imaginación pueda especular sobre las más locas ideas respecto a otras formas de entender el Ser y la cultura, sin recurrir a «lo inefable».

La línea más prospectiva ―término que Julián Díez propuso acertadamente en su artículo «Secesión»― de este género desarrolla paradigmas socio-políticos alternativos  y por ello se desarrolla especialmente en distopías.

Sin embargo, hay otra rama que, si bien no suele ignorar lo prospectivo, apuesta más por lo sublime. En filosofía se entiende por «sublime» un sentimiento más o menos perturbador, pero que nuestra imaginación nos permitirá gestionar de algún modo. En general, las obras de cf lo trabajan desde las desaforadas medidas del universo, tanto espaciales como temporales y/o con una evolución extrema del ser humano. Disponemos de dos acercamientos especialmente lúcidos a lo sublime en la cf: el de Csicsery Ronay Jr., en su libro The Seven Beauties of Science Fiction y el de Cornel Robu en diferentes artículos, como los publicados en la revista Hélice.

Lo sublime lleva emparejado en estas obras lo que coloquialmente se ha denominado «vértigo cósmico», un concepto relacionable con la náusea de Sartre: la consciencia de nuestra pequeñez respecto a las colosales dimensiones del universo, que implica además una incapacidad para superar la conciencia de la propia muerte respecto a la idea de una eternidad sin nosotros. Podría vincularse lo sublime con el vértigo cósmico desde miradas como la de Jacques Derrida:

El placer (Lust) provocado por lo sublime es negativo. […] En el sentimiento de lo sublime, el placer solo brota indirectamente. Viene después de la inhibición, la detención, la suspensión (Hemmung) que retienen las fuerzas vitales A esta retención sigue una brusca expansión, un derrame (Ergiessung) aún más potente.

Si bien el concepto tiene cierta relación con el horror cósmico, célebre especialmente por las obras de Lovecraft con polémica relación con lo sublime ―recomiendo los trabajos de Vivian Ralickas sobre Lovecraft y lo sublime―, el vértigo cósmico no se centra tanto en la mentalidad de criaturas que superan nuestro entendimiento como en las dimensiones materiales espacio-temporales. Evidentemente, el horror cósmico lovecraftiano también tiene relación con grandes magnitudes espaciotemporales, pero no se centra tanto en ellas como en las propias criaturas.

Respecto al control de la imaginación, es un concepto complicado de entender entenderlo por cuanto que se trata de una facultad del ser humano que tiene que ver con la proyección de su consciencia hasta más allá de sentirse en contacto con lo ilimitado.

En la cf, la interacción del sentido de lo sublime con la imaginación lleva al «sentido de la maravilla», a través de una posible superación de ese vértigo cósmico. Para ello es necesaria dotar de sentido estético al ser humano respecto a esas dimensiones.

Existen numerosas historias de cf que trabajan estos recursos. Las más famosas quizás sean la película 2001 y su novela. Otras películas en esta línea son Interstellar o Anihilation.

Entre las novelas, hay incluso más ejemplos, como Mundos en el abismo, de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal; Casa de soles, de Alastair Reynolds; Starplex, de Robert J. Sawyer; El otoño de las estrellas, de Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero; El fin de la infancia, de Arthur C. Clarke, o La guerra interminable, de Joe Haldeman. En español tenemos, por ejemplo, «La estrella», de Elia Barceló, y, ambas de Juan Miguel Aguilera: «Todo lo que un hombre puede imaginar» y La red de Indra.

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A Hidden Place, de Robert Charles Wilson

A Hidden PlaceLo que me atrajo fue la portada. Está ese dicho en inglés que sugiere, con bastante sentido común, no juzgar un libro por su portada. Pero la verdad es que no hice mucho caso y el libro ya me atrajo, sin saber de qué iba, sólo por lo evocadora que me parecía la posición de los personajes en primer plano, con ese brillo azul en la mirada de la chica, y, en segundo plano, más allá de la curva de la carretera, por ese otro personaje, vulnerable y desamparado, que claramente era el foco de atención de la imagen. Poco hablamos de las portadas. De lo importantes que son. Esta, del espléndido Jim Burns, aunque pueda tener algo de cutrecilla, me encantó hasta el punto de comprarme la novela, esta A Hidden Place de la que conocía el autor –Robert Charles Wilson– pero no el título y me llevé el ejemplar sin ningún tipo de miramiento. ¡Menudo acierto!

Porque detrás de esta portada hay vagabundos en un tren de mercancías yendo de un sitio a otro en la geografía norteamericana; hay, también, un despliegue de paisajes y la aventura de la itinerancia; y, en medio de esta inmersión en la ciencia ficción rural, están la pobreza, la quiebra de la sociedad y un poco del amor que queda en el mundo. Sobre el vagabundo del tren de mercancías reconozco que decirlo así, pierde (como todo pierde en traducción), pero esa es la idea, o el resumen de la idea, del hobo americano. Es un imaginario que conocemos por el cine (y por Los Simpson) y por algunas lecturas, y por lo visto en la ciencia ficción teníamos esta encantadora, esta excelente ópera prima de Robert Charles Wilson como representante de ese imaginario, como sobresaliente historia de ciencia ficción rural.

La novela se abre con un preludio en el que vemos ese cuadro conocido y a la vez desconocido, y recuerda en su emulsión de aventura, despreocupación, peligro y violencia a las descripciones de estos mismos mundos, de estas almas libres y pobres, que podemos leer en ensayos como Lonesome Traveller de Jack Kerouac, y, sobre todo y más a fondo, en Riding Toward Everywhere de Willam T. Vollmann.

Una delicia de apertura.

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50 en 50. Medio siglo de relatos, de Harry Harrison

50 en 50En “Retrato de un artista” Harry Harrison cuenta un día de trabajo de un antiguo dibujante de cómic, Pachs, encargado de dar instrucciones a una máquina que dibuja tebeos. Lee el guión a ilustrar, divide la página en viñetas, señala con un boceto mínimo qué va en cada lugar e indica los detalles. La máquina lo lleva a cabo en un estilo impersonal, repetitivo, industrial. Él aporta unos últimos detalles; unas lágrimas en una cara triste, unas líneas de expresión de una sonrisa… A media mañana deja esa tarea para asistir a una reunión con el editor. Éste le comunica que la empresa le “deja ir”; han adquirido un aparato más moderno y han contratado a un becario que será capaz de hacer su labor sin la implicación del artista. La nueva máquina está capacitada para seguir la línea de otros creadores (Kubert, Barry, Caniff…). Poco importa su historial de renuncias y de fidelidad a la empresa. La decisión es definitiva. Pachs regresa a su puesto y afronta el dibujo de una página, su obra maestra, antes de terminar ese último día de trabajo.

Mientras leía la historia me sentí empujado a ponerla en valor, difundiéndola en Twitter y señalando la cualidad anticipatoria de la ciencia ficción. Cómo un cuento publicado en The Magazine of Fantasy of Science Fiction en 1964 recrea una situación de máxima actualidad que tan preocupado tiene a los dibujantes de cómic, ilustradores de libros, traductores en todos los campos… Pero esto no es eldiario.es o El Confidencial y la brillantez del relato va mucho más allá de esas cualidades proféticas. En sus páginas se respira el conocimiento de Harrison del oficio de dibujante, profesión que ejerció durante los años 50 antes del colapso provocado por la autocensura de la propia industria del tebeo ante el caso Wertham. Transmite con elocuencia el proceso histórico que entonces se vivía en el mundillo editorial del tebeo, y particularmente en las empresas de impresión, de la pérdida de empleos aparejadas al salto tecnológico. Y condensa en muy pocas páginas la frustración de alguien que ni rebajándose consigue mantenerse en el negocio que le da de comer; ya ha cedido todo en el pasado pensando que vendrán tiempos mejores.

El desenlace es emocionante. Y contra lo que suele ser este espacio, lo voy a contar. Apenas es un relato de los cincuenta que recoge 50 en 50; pueden disfrutar de su lectura aun sabiendo como termina. El hecho es que Pachs salta por la ventana. El editor se acerca a su mesa de dibujo y observa esa última página, una representación perfectamente secuenciada de los momentos previos al salto y el suicidio. Entonces Harrison incide en la edad de Pachs: era un anciano que continuaba “atado” a su mesa de trabajo por la carencia de seguros sociales o ahorros. Las últimas palabras del editor, señalando una discrepancia entre la página y la realidad que pretendía evocar (“¿No le decía yo siempre que ese hombre nunca fue bueno con los detalles?”) son un aldabonazo sobre ser un engranaje más en una máquina deshumanizada. También, el contrapunto que subraya la crueldad de un modo de vida donde la creación lo era todo y llevó a Pachs a verse atrapado y conducido hacia un desenlace que era cuestión de tiempo.

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