Ayer murió Ray Bradbury. Como ejercicio de recuerdo he releído “La tercera expedición”, uno de los primeros relatos Crónicas marcianas. Los tiene mejores (“Vendrán lluvias suaves”, “El ruido de un trueno”, “La fábrica”, “La ciudad”…) pero es el que mejor recuerdo de todos ellos. Su primera lectura me produjo un tremendo desasosiego.
Por si no lo recuerdan, “La tercera expedición” cuenta la llegada a Marte de una nueva oleada de astronautas al planeta rojo que, frente a lo que encontraron las dos primeras expediciones, se toparon un escenario del todo incomprensible: un paisaje poblado por sus memorias de juventud dominado por los lugares donde se criaron, los familiares que murieron años atrás, los objetos que habitaban su cotidaneidad… El medio oeste del primer tercio del siglo XX al que Bradbury consagró obras enteras como El vino del estío.
Tenía 16 años cuando leí “La tercera expedición” y aún recuerdo la sensación de extrañeza que me invadió a medida que el capitán y sus dos acompañantes recorrían ese paisaje imposible. No podía ser una obra de ciencia ficción; dónde estaban los planetas alienígenas, la tecnología necesaria para salvar el día, los científicos dispuestos a interpretar lo incomprensible para el común de los mortales… No obstante, a través de ese paseo, entré de lleno en algo que muy pocos escritores han logrado: hacer surgir el terror más angustioso de los recuerdos más hermosos.
Para ello Bradbury usa un lenguaje limpio, brillante, que transmite la alegría de reencontrarse con ese pasado perdido. Sin embargo hay en su atmósfera un temor omnipresente, algo aguarda detrás de esa memoria hecha realidad. Una amenaza que ya hemos observado en los capítulos anteriores del libro pero que irrumpe de la propia historia, de cómo se relatan los acontecimientos, de la alegría exultante que se apodera de los personajes y que se intuye como preámbulo de una tragedia inevitable.
Hay en “La tercera expedición” unas páginas que hace veinte años ya rompían con el tono de la historia. Me importaba (y me importa) un rábano la racionalización de lo que había pasado. Y menos que el capitán de la expedición lo “descubriese” en una epifanía nocturna porque el lector tipo, o el editor tipo, necesita de un asidero para entender el por qué Marte se presentaba de esa manera. Es algo implícito en la naturaleza de los marcianos, que se desnuda a lo largo y ancho de Crónicas marcianas. Pero Bradbury recuperaba la maestría en los últimos párrafos de la historia donde la incertidumbre, la inquietud, se apoderan de nuevo de la narración. Si los marcianos tienen poderes mentales y han recreado su mundo a imagen y semejanza de los recuerdos de los humanos para acabar con ellos, por qué a la mañana siguiente mantienen la charada y organizan un entierro terrestre para sus dieciséis cadáveres. Con tristeza, solemnidad, una banda, discursos y día de luto.
La subversión en manos de un maestro.
Gracias Ray. De corazón.
Qué estupenda la entrada, “Crónicas marcianas” es uno de los libros de mi adolescencia. Cuando leí ese relato a los catorce años me voló la cabeza (bueno, me voló la cabeza el libro entero). Era esa sensación tan deliciosa de quedarse completamente desconcertado por lo que estás leyendo y no saber por dónde va a tirar la historia. El final, muy EC, es buenísimo; los terrestres eran ellos.
Y lo emocionante que es la pieza justo anterior, “Vendrán lluvias suaves”, con esa manera tan estremecedora de relatar el fin de la vida en la Tierra. Pocos relatos de ciencia ficción me han emocionado de esta manera. Estoy pensando en James Tiptree, Jr. y obras maestras como “El humo de su cuerpo se elevó para siempre” o “La chica que estaba conectada”. Leídos, como en este caso, en traducciones que ahora mismo parecen muy mejorables.
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Es que es un libro de melancolía y nostalgia por lo perdido, por el mundo de antes de la guerra, por los recuerdos de la infancia, escritos por un tipo abrumado y pesimista acerca del rumbo que estaba tomando el mundo moderno (“Aunque siga brillando la luna”, el de Spender, para entendernos), porque todos los relatos son así, de buen rollo, (excepto quizá “Los pueblos silenciosos” que es un pelín bufo). El combo-fatality final “Los largos años”, “Vendrán lluvias suaves”, es demoledor, menos mal que “El picnic de un millón de años” cierra con una nota de esperanza.
Y los títulos de los cuentos eran preciosos.
Otra opinión sobre Bradbury algo menos amable por parte de Thomas Disch, descubierta vía la lista de mondobrutto. Aunque a lo mejor es una opinión muy conocida, yo me acabo de enterar, aunque no me extraña nada.
http://www.press.umich.edu/pdf/9780472068968-8.pdf
No tenía ni idea que Disch se había pronunciado en estos términos. Madre mía qué vitriolo hay detrás de muchas líneas “He is an artist only in the sense that he is not a hydraulic engineer”. XD
Comparto la comparación de una parte de la obra de Bradbury con Disney o Rockwell. Esa exaltación de un mundo idílico que en nada tiene que ver con la realidad, que también se podía ver en Tolkien.
Ojalá ahora se escribiesen más textos en este sentido (Disch era muy dado a ello). Ofrecen nuevos puntos de vista que invitan a la reflexión.
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