Los libros de Robin Hobb pueden resultar intimidantes para quien no está acostumbrado a acercarse a la fantasía heroica que copa los top de ventas. Salvo su opera prima, Aprendiz de asesino, superan irremediablemente las 700 páginas. Esta inclinación por las novelas extensas es una consecuencia de su marchamo personal como narradora y su gusto por relatos donde destacan la ausencia de elipsis y la atención prestada a los pequeños detalles, descritos casi siempre con la minuciosidad reservada a los momentos importantes. Características que pueden poner a prueba la perseverancia de los lectores más templados, tal y como se comprueba durante las 200 primeras páginas de La misión del Bufón.
La novela retoma las desventuras de Traspié Hidalgo Vatídico tras la última entrega de El Vatídico, La búsqueda del asesino, y funciona como inicio de una nueva trilogía situada tres lustros más tarde. Ante este salto, quizás lo más sensato hubiera sido continuar la narración como si se tratara de un volumen más de la autobiografía de Traspié. Sin embargo Hobb se obliga a otorgar carta de naturaleza a los nuevos lectores llegados a su obra. Así, de una manera un tanto fallida, convierte su primer cuarto en un pseudo nuevo comienzo e imbuye al lector en el personaje mediante su vida cotidiana en un lugar apartado de los Seis Ducados; una granja donde emplea sus días haciendo la casa, cuidando a las gallinas, bajando al pueblo a vender los huevos y cazando con su lobo, Ojos de noche. Labores mundanas sobre las que planea la sombra de todo lo vivido a lo largo de su infancia y adolescencia.
La lógica detrás de este costumbrismo se vislumbra cuando por la granja pasan tres maestros de ceremonias que ponen a Traspié de nuevo en el juego de los complots, la intriga palaciega y las pequeñas grandes gestas. Una terna de intermediarios que abren el recuerdo de sus grandes éxitos y sus no menos importantes fracasos: dos antiguos compañeros de fatiga, Chade y el Bufón, y una amante con la que ha convivido de manera esporádica. A través de sus conversaciones se revelan lo ocurrido en los últimos quince años y el trasfondo a desarrollar durante las 600 páginas restantes.
Parece que el príncipe Dedicado, el joven heredero de los Vatídico, necesita alguien que lo eduque en el uso de La Habilidad. También es posible que tenga cualidades para La Maña, la magia proscrita en los Seis Ducados cuyo uso, en alza, se pena con la muerte. Traspié no parece por la labor de abandonar su aislamiento y vive las visitas con la distancia habitual de quien está de vuelta de todo, aunque termina forzado a retomar su posición como agente al servicio de los Vatídico. No es que entonces el ritmo se avive. La misión del Bufón mantiene una cadencia pausada y necesita de otras 150 páginas para arrojar luz sobre la nueva situación geopolítica de Torre del Alce. La aventura propiamente dicha no se inicia hasta más o menos la mitad del grueso volumen de apretada letra.
En su deseo de cartografiar a su narrador, para Hobb cada día cuenta, cada acontecimiento del viaje merece una mención, cada tarea enunciada importa; bien para mostrar alguna faceta relevante en la vida de los Seis Ducados, bien para iluminar algún detalle de Traspié, descubrir un personaje puntual significativo… Independientemente de la necesidad de conocer del lector, todo queda documentado; algo que ya me causó algún que otro bostezo en el comienzo de La búsqueda del Asesino. Por fortuna la historia avanza hacia una peripecia sosegada, y se alumbran nuevos detalles sobre Traspié y el rico mundo donde se mueve.
Los tres libros de El Vatídico se alejaban del campo más trillado de la fantasía. Había conflicto, antagonistas… pero el discurso base y la retórica utilizada para elaborarlo eran un pequeño alarde de construcción de un personaje: el héroe a su pesar y su descubrimiento del mundo. El mediador entregado a su tarea, sin elección y, por tanto, sin espacio para una vida propia. Desventura a desventura, Hobb levantó esa figura de la nada para, puñalada a puñalada, gesta a gesta, desengaño a desengaño, vestirlo con sucesivas capas de complejidad hasta erigir una personalidad que era no ya el esqueleto de la historia sino la historia en sí.
El reto de La misión del Bufón radicaba en si era o no posible continuar ese trabajo sobre el personaje en otro momento vital, y en este sentido la satisfacción es plena. Este Traspié se encuentra en plena madurez y su forma de ver la realidad y sus motivaciones han dado un salto. Se muestra como un tipo desencantado que cobra conciencia del tiempo durante el cual su vida ha estado en suspenso, y se responsabiliza de todo lo ocurrido mientras se mantuvo aferrado a la rutina de un simulacro de existencia. Padece por ello, asume las consecuencias, esporádicamente se deja llevar por la desesperación mientras exhibe su grandeza y sus dudas. Quizás su condición de pupas oficial sea demasiado para según qué lectores, pero si pasaron por el filtro de los libros anteriores sus excesos no deberían suponer una barrera.
Esa riqueza en la construcción de Traspié se reproduce en el escenario a su alrededor y, sobremanera, en la presencia de las dos magias; La Habilidad y La Maña. Ambas mantienen sus connotaciones ambiguas; como fuente de poder tienen un lado oscuro en la forma de una adicción y una pérdida del control ante la cual sus poseedores en general se encuentran desarmados. De las dos esta vez es La Maña la que se explora con más profundidad. Su presencia se ve potenciada al introducir una serie de características novedosas y ahondarse la conexión entre Traspié y un avejentado Ojos de noche. Una relación intensa al lado de la cual el resto queda eclipsada inevitablemente.
Por todo ello, he disfrutado de La misión del Bufón. Ahora bien, me parece una novela sólo recomendable a aquellos que gustaran de los tres volúmenes de El Vatídico. Si no es el caso, acercarse a ella tiene el mismo sentido que comenzar la serie de El Padrino por la segunda película o iniciarse en la lectura de Terramar por la cuarta novela de la serie. Factible pero asumiendo que se va a perder gran parte del sentido de la lectura.
No quería terminar sin mencionar cómo La misión del Bufón se beneficia de un detalle no siempre tenido en cuenta. Para retomar la traducción de la obra de Hobb en España Fantascy ha contado con Manuel de los Reyes y Raúl García Campos, los encargados de cinco de sus seis novelas publicadas previamente y responsables de la coherencia interna de una serie donde el lenguaje es fundamental no sólo al mantener el tono de un personaje que cuenta su historia, con una cadencia y un registro característicos, sino al trasladarnos al lugar narrativo. Los nombres propios, las palabras para referirse a los objetos, las costumbres, los nombres… en Los Seis Ducados tienen una importancia crucial y nadie mejor que aquellos que lo han cartografiado desde su primera página para continuar una labor para la cual nadie está mejor preparado. Un hecho más allá de toda cuestión.
La misión del Bufón, de Robin Hobb (Fool’s Errand, 2001)
Trad. Manuel de los Reyes y Raúl García Campos
Penguin Random House, Fantascy (2016).
800 pp. Tapa Blanda. 23,90€
Ficha en La tercera fundación