El Bufón dorado es la segunda novela de la trilogía El profeta blanco y la quinta narrada por Traspié Hidalgo Vatídico. Estas dos ideas ponen sobre aviso que el siguiente texto está destinado a personas que hayan disfrutado con la trilogía de El vatídico y busquen impresiones sobre esta continuación, o a lectores de El Bufón dorado a la caza de una opinión diferente. En ese camino irán estas líneas, a ratos un poco revival de lo que ya conté sobre La misión del Bufón, el anterior libro de la serie. Un recordatorio del talento de Robin Hobb para desplegar personajes perfectamente alineados con sus pensamientos y acciones, y hacerlos evolucionar desde aspectos en ocasiones insospechados. Y, para qué negarlo, un ejercicio de narrativa descomprimida que hubiera agradecido unos buenos tirantes para sujetar el tejido sobrante o un tratamiento de liposucción para eliminarlo.
Las fortalezas de Hobb se ven de nuevo en el personaje que, es obvio, más ha trabajado: Traspié. El Calimero oficial de los seis ducados, condenado a servir sin un resquicio para la rebelión o la huida, continúa su entrega abnegada a los Vatídico mientras batalla por atender las diferentes relaciones que ha descuidado desde su regreso Torre del Alce. Además de dos mujeres con las que mantiene vínculos afectivos, se puede contrastar en lo que sucede con sus dos hijos: el adoptivo, Percán, y la natural, Ortiga. Con el primero afronta la transición de la adolescencia a la edad adulta y las responsabilidades de ganarse la vida. Traspié auspicia su paso a un gremio y choca con la llegada de su primer amor, un proceso que permitirá un nuevo baño de realidad cuando su noción del cuidado deje al descubierto sus puntos más endebles.
Esta idea de la protección, la manera mediante la cual los progenitores defienden, amparan, acompañan a su prole, se templa por igual en todo lo referente a Ortiga; la hija que tuvo con Molly, ahora parte de la familia de su antigua pareja con Burrich. Ortiga ha heredado el talento de su padre para La Habilidad, una circunstancia que atrae a Los Vatídico y otros cultivadores de este poder. Y aunque Traspié ha levantado una serie de salvaguardas para alejarla del peligro, la vida se abre camino. A estos imponderables se suma la rigidez del propio protagonista, puesta a prueba sobremanera en su relación con el Bufón. Su incomprensión terminará conduciendo a una discusión y una crisis tras la cuál Traspié tendrá que enfrentarse una vez más a sus prejuicios y su osificada manera de actuar/responder.
Sobre el resto de personajes, respecto a La misión del Bufón despunta Chade. El antiguo maestro de Traspié, ex asesino real y ahora consejero de la reina Kettricken, anhela profundizar en sus incipientes dotes para la Habilidad. Ávido de conocer, ha iniciado una senda de autoexploración que trasciende su afán de recopilar toda la sabiduría desperdigada en cientos de legajos por los Seis Ducados u otros territorios. Su falta de paciencia, los riesgos que afronta al practicar en solitario, ponen de manifiesto el ansia por no quedar relegado por su envejecimiento y su deseo de aprovechar al máximo sus dotes para alargar su vida todo lo que resulte posible. Un rasgo enfermizo cuyo énfasis se entrelaza con una visión del servicio a la que dota de nuevos matices.
Podría escribir sobre el resto de secundarios. Independientemente de su importancia, siempre hay aportes que los dotan de una capa adicional, variaciones sobre lo visto según lo vivido, aprendido, sufrido. Lo brutal de su número y lo pormenorizado del tratamiento causan un cierto atasco en la progresión argumental.
Hobb es consistente con el tipo de narrador que eligió para contar su historia desde aquellas primera páginas de Aprendiz de asesino. Capítulo a capítulo, su uso de la primera persona requiere que las interacciones sucedan con Traspié delante, bien como parte activa de cada escena, bien como testigo mudo desde los muros de ese queso de Gruyere arquitectónico que es el castillo de Torre del Alce. En ocasiones Hobb fuerza la suspensión de la incredulidad, pero hay algo más peliagudo. El esmero en la construcción del paisaje psicológico y emocional de la pléyade de personajes lleva a una cierta elefantiasis que amenaza con devorar las otras facetas clave: las amenazas para el poder de los Vatídico, el descubrimiento del pasado perdido de ese mundo mágico que pugna por regresar, las tensiones entre las diferentes encarnaciones de estas fuerzas o la gestión del poder político en un entorno cambiante.
Es esta última característica en la que puede conducir a una cierta amargura. La cuestión más atractiva emerge de la llegada de una princesa de las Islas del Margen para comprometerse con el príncipe Dedicado. Su persona y sus vínculos familiares, un modo de vida sostenido sobre unas costumbres intrigantes, el choque cultural con la nobleza de Torre del Alce y el difícil encaje en un matrimonio de conveniencia se cruzan con una embajada de comerciantes de Mitonar enviada a solicitar ayuda para su guerra con los estados de Chalaza. Cuando estos hilos del argumento se manifiestan y, sobre todo, se entrelazan, la narración se torna trepidante sin necesidad de recurrir a la acción o al sentido de la maravilla. La grandeza de Hobb para los pequeños detalles psicológicos entra en simbiosis con los nuevos detalles de esa realidad extramuros que tan bien sabe tratar y, desafortunadamente, muchas veces se pierde al quedar eclipsada para proporcionar otro detalle de la cara cotidiana.
Todo esto me lleva a haber vivido esta lectura con una ilusión raída por ocasionales momentos de cansancio. Las 800 páginas de El Bufón dorado son demasiado una preparación para el último libro de la presente trilogía, La suerte del Bufón. Una intriga palaciega orientada a acumular empuje en el resorte que resuelva todas las cuestiones, esquiva con cualquier progresión que pueda adelantar acontecimientos. A todas luces se entrevé un desenlace enorme… si Hobb aprieta un poco más la economía de medios y la labor de pulido para reenfocar ese momentos valle que sumen la narración en la monotonía.
A destacar de nuevo el trabajo de Manuel de los Reyes y Raúl García Campos en la traducción, candidata sin paliativos a un hipotético premio de mejor traducción de una serie de fantasía en España. La adaptación de la terminología propia del mundo inventado y el fluir del testimonio de Traspié ahondan en la herida que una editorial del pelo Penguin Random Plaza y Janés House, o como se llame en el futuro, no continúe la publicación de una serie aun contando con el favor del público. Sus ojos ciegos al valor del material de base, su sordera al demostrado potencial vendedor, evidencian lo grande que les queda la etiqueta editorial.
El Bufón dorado, de Robin Hobb (Golden Fool, 2002)
Trad. Manuel de los Reyes y Raúl García Campos
Penguin Random House, Fantascy (2016).
842 pp. Tapa Blanda. 23,90€
Ficha en La tercera fundación